2000–2009
Caridad: Una familia y un hogar a la vez
Octubre 2002


Caridad: Una familia y un hogar a la vez

Como mujeres del convenio… podemos alterar la faz de la tierra, una familia y un hogar a la vez, mediante la caridad, nuestros actos pequeños y sencillos de amor puro.

Hace unos años, mi esposo y yo visitamos el sector oriental de Berlín, Alemania. Por todas partes había trozos de lo que fue el muro abominable que dividía los ciudadanos de esa ciudad, preservados como un monumento al triunfo de la libertad sobre la esclavitud. Escritas sobre un trozo de la pared con letras grandes, rojas y disparejas, estaban las palabras: “Muchas personas insignificantes, de muchos lugares pequeños que hagan muchas cosas sencillas pueden alterar la faz de la tierra”. Para mí, esa frase representa lo que cada una de nosotras —como mujeres del convenio— puede hacer para ser una influencia, al dar un paso al frente y ofrecer su corazóny manosal Señor al elevary amara los demás.

No importa si somos nuevas conversas o miembros de toda la vida; solteras, casadas, divorciadas o viudas; ya seamos ricas, pobres, con estudios o sin ellos; que vivamos en una ciudad moderna o en la villa más remota de la selva. Nosotras, como mujeres del convenio, nos hemos consagrado a la causa de Cristo por medio de nuestros convenios bautismales y del templo. Podemos alterar la faz de la tierra, una familia y un hogar a la vez, mediante la caridad, nuestros actos pequeños y sencillos de amor puro.

La caridad, el amor puro del Salvador, es “la clase de amor más sublime, noble y fuerte”1, y el cual pedimos al Padre con toda la energía de nuestros corazones que podamos poseer2. El élder Dallin H. Oaks nos enseña que la caridad “no es un acto sino una condición o estado del ser [en el que uno se convierte]”3. Nuestras ofrendas diarias de caridad están “[escritas] no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo… en [las] tablas de carne [de nuestros corazones]”4. Poco a poco, nuestros actos caritativos cambian nuestra naturaleza, definen nuestro carácter y, al final, nos convierten en mujeres que tienen el valor y la dedicación para decir al Señor: “Heme aquí, envíame”.

Al ser nuestro ejemplo, el Salvador nos demostró por medio de Sus acciones lo que significa la caridad. Además de ministrar a las multitudes, Jesús demostró cuán profundo era Su amor y preocupación por Su familia. Aun durante Su terrible agonía en la cruz, Él pensó en Su madre y en las necesidades de ella.

“[Estaba] junto a la cruz de Jesús su madre…

“Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer he ahí tu hijo.

“Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa”5.

Es enternecedor que en ese pasaje se manifieste la intensidad de la devoción de Juan hacia María, al decir que “la recibió en su casa”. Creo que los actos más importantes de caridad son los pequeños y sencillos, los de consecuencias eternas, y que se efectúan dentro de las paredes de nuestros “propios hogares”.

Al intentar hacer frente todos los días con paciencia y amor a bebés irritables, a adolescentes que presentan retos, a condiscípulos difíciles, a cónyuges menos activos o a padres mayores de edad o discapacitados, podemos preguntarnos: “¿Es importante lo que estoy haciendo? ¿Surte algún efecto positivo?”. Queridas hermanas, ¡lo que ustedes hacen con sus familias es muy importante! Es sumamente importante. Todos los días, todas aprendemos en el hogar una y otra vez que la caridad, el amor puro del Salvador, nunca falla. Muchas hermanas de la Sociedad de Socorro realizan un gran servicio a sus familias. Esas fieles mujeres no reciben los elogios del mundo —ni los buscan— sino que son una gran influencia al sentir compasión por los demás6.

¿Quiénes son esas mujeres que dejan sentir su influencia? En Nauvoo, las primeras hermanas de la Sociedad de Socorro, en medio de la miseria absoluta, abrieron sus corazones y recibieron en sus hogares a los muchos conversos nuevos que llegaban a esa ciudad. Compartieron alimentos, ropa y, lo que es más importante, compartieron su fe en el amor redentor del Salvador.

En nuestros días, la hermana Knell es una mujer del convenio que deja sentir su influencia. Es una viuda de 80 años de edad, que tiene un hijo de 47 años, discapacitado mental y físicamente desde que nació. Hace unos años esa querida hermana se dispuso a hacer algo imposible para todos: enseñar a su hijo Keith a leer. El mayor deseo de éste era aprender a leer, pero los doctores habían dicho que él no sería capaz de hacerlo. Con fe en su corazón y un deseo de bendecir a su hijo, esa humilde viuda le dijo a su hijo: “Sé que el Padre Celestial te va a bendecir para que puedas leer el Libro de Mormón”.

La hermana Knell escribió lo siguiente: “Fue muy difícil para Keith y no fue fácil para mí. Los primeros días fueron difíciles porque yo me desesperaba. Ha tomado mucho tiempo y ha sido una lucha el aprender cada palabra. Me siento a su lado todas las mañanas y le señalo cada palabra con un lápiz para que no pierda el hilo. Siete años y un mes más tarde, Keith por fin terminó de leer el Libro de Mormón”. Su madre dijo: “El oírlo leer un versículo sin ayuda es algo tan maravilloso que no se puede expresar con palabras”. Ella testifica: “Sé que suceden milagros cuando confiamos en el Señor”7.

A través del mundo en África, Asia, el Pacífico, Norte, Centro y Sudamérica, y Europa, las mujeres caritativas, junto con sus familias, también influyen en sus comunidades. En la pequeña isla de Trinidad, la hermana Ramoutar, una ocupada presidenta de la Sociedad de Socorro y su familia, están ayudando a los niños de la comunidad. Los Ramoutar viven en un lugar “infestado de drogas”, donde muchos padres y adultos son adictos al alcohol o se dedican al negocio de las drogas. Los niños están en gran peligro y muchas veces no tienen ninguna supervisión; y muchos no van a la escuela.

Cada jueves por la noche, cerca de 30 personas, de 3 a 19 años de edad, se sientan en un patio cubierto de la casa de los Ramoutar para participar en un grupo al que cariñosamente se le conoce como “Nuestra gran familia feliz”. Oraciones, himnos, canciones divertidas y el hablar de las cosas buenas que los niños han hecho cada semana forman parte de las actividades. A veces, doctores, policías, maestros o nuestros propios misioneros imparten lecciones útiles como los seis principios que el presidente Gordon B. Hinckley dio a la juventud. La familia Ramoutar rescata niños mediante sus pequeños y sencillos actos de caridad. Al compartir el Evangelio en su “gran familia feliz”, otras personas se han unido a la Iglesia.

Estimadas hermanas de la Sociedad de Socorro, sé que doquiera que vivamos, cualesquiera sean nuestras circunstancias, nosotras, como mujeres del convenio, unidas en rectitud, podemos alterar la faz de la tierra. Al igual que Alma, testifico que “por medio de cosas pequeñas y sencillas se realizan grandes cosas”8. En nuestros hogares, esas cosas pequeñas y sencillas, nuestros actos diarios de caridad, proclaman nuestra convicción: “Heme aquí, envíame”.

Doy mi testimonio de que el acto más grandioso de caridad de esta vida y de la eternidad fue la expiación de Jesucristo. Él voluntariamente dio Su vida para expiar mis pecados y los de ustedes. Expreso mi devoción a Su causa y mi deseo de servirle siempre, adondequiera me llame, en el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. “Bible Dictionary”, pág. 632.

  2. Véase Moroni 7:48.

  3. Élder Dallin H. Oaks, “El desafío de lo que debemos llegar a ser”, Liahona, enero de 2001, pág. 40.

  4. 2 Corintios 3:3.

  5. Juan 19:25–27.

  6. Véase Judas 1:22.

  7. Carta en los archivos de las oficinas de la Sociedad de Socorro.

  8. Alma 37:6.