Cada uno… una persona mejor
Hay lugar para la superación personal en cada uno… sean cuales fuesen nuestras circunstancias, podemos mejorar como personas y, al hacerlo, influir en los que nos rodean.
¡Qué maravillosa ha sido esta conferencia, mis hermanos y hermanas! Al regresar a nuestros hogares y a nuestras actividades diarias, cada uno de nosotros debe ser una persona mejor de lo que era cuando comenzó esta conferencia.
Todos los que han dirigido la palabra lo han hecho muy bien. Las oraciones han sido inspiradoras y la música, magnífica.
Pero lo más importante es lo que haya ocurrido dentro de cada uno de nosotros como consecuencia de lo que hemos experimentado. Yo, personalmente, he tomado una resolución más firme en mi fuero interno de ser una persona mejor de lo que he sido hasta ahora. Espero ser un poco más bondadoso con cualquier persona con la que me encuentre y que esté afligida. Espero ser un poco más útil para con los que estén necesitados. Confío en ser un poco más digno de su confianza, en ser un mejor esposo, un mejor padre y un mejor abuelo. Espero ser mejor vecino y mejor amigo. Confío en ser un mejor Santo de los Últimos Días, con un entendimiento más amplio de los prodigiosos aspectos de este glorioso Evangelio.
Desafío a cada uno de ustedes, los que oyen mi voz, a elevarse a la altura de la divinidad que llevan dentro. ¿Nos damos cuenta de lo que en realidad significa ser hijo o hija de Dios, del hecho de que tenemos dentro de nosotros algo de la naturaleza divina?
Creo de todo corazón que los Santos de los Últimos Días, hablando en términos generales, son personas buenas. Si vivimos de conformidad con los principios del Evangelio, tenemos que ser personas buenas, puesto que seremos generosos y bondadosos, considerados y tolerantes, útiles y serviciales para con los afligidos. Podemos o amortiguar la naturaleza divina y esconderla de manera que no se manifieste en la forma en que vivimos o podemos darle viveza y hacerla resplandecer en todo lo que hagamos.
Hay lugar para la superación personal en cada uno. Sea cual sea nuestra ocupación, sean cuales fuesen nuestras circunstancias, podemos mejorar como personas y, al hacerlo, influir en los que nos rodean.
No hace falta hacer ostentación de nuestra religión. Ciertamente no debemos jactarnos de ella ni ser arrogantes en forma alguna, pues eso es contrario al Espíritu de Cristo a quien debemos procurar emular. Ese Espíritu halla expresión en el corazón y en el alma, en nuestra manera discreta y modesta de vivir.
Todos hemos visto a personas a las que casi envidiamos porque han cultivado una manera de ser que, sin asomo de alusión a ello, a todas luces, irradian la belleza del Evangelio que han incorporado a su modo de conducirse.
Podemos hablar con más suavidad. Podemos devolver bien por mal. Podemos sonreír cuando manifestar enojo sería mucho más fácil. Podemos ejercer el autodominio y la autodisciplina, y no hacer ningún caso a los agravios que se nos hagan.
Seamos personas felices. El plan del Señor es un plan de felicidad. La vida será más llevadera, las preocupaciones disminuirán y las tribulaciones serán menos difíciles de sobrellevar si cultivamos el espíritu de la felicidad.
Esforcémonos un poco más por cumplir con nuestra responsabilidad de padres. El hogar es la unidad básica de la sociedad. La familia es la organización básica de la Iglesia. Nos preocupamos profundamente por la calidad de vida de nuestra gente como esposos y esposas, y como padres e hijos.
Hay demasiadas críticas y acusaciones con enojo y elevado tono de la voz. Los apremios a que nos vemos sometidos todos los días son enormes. El marido llega a casa del trabajo cada día cansado e irritable. Lamentablemente, la mayoría de las esposas trabajan, y ellas también se enfrentan con un serio desafío que puede ser más costoso de lo que vale la pena. Los niños se las arreglan solos para buscar entretenimientos, muchos de los cuales no son buenos.
Mis hermanos y hermanas, debemos esforzarnos por cumplir con nuestra responsabilidad de padres como si todo en la vida dependiera de ello, porque, de hecho, todo en la vida sí depende de ello.
Si fracasamos en nuestros hogares, fracasamos en nuestras vidas. Nadie que haya fracasado en su hogar ha triunfado en verdad. Pido a ustedes, los varones, en particular, que se detengan a hacerse un examen de conciencia en su calidad de esposos y padres, y cabezas de familia. Oren y pidan orientación, ayuda y dirección, y después sigan lo que les indiquen los susurros del Espíritu para guiarlos en la más seria de todas sus responsabilidades, puesto que las consecuencias de su liderazgo en su hogar serán eternas e imperecederas.
Dios los bendiga, mis amados amigos. Ruego que el espíritu de paz y de amor los acompañe dondequiera que estén. Que haya armonía en sus vidas. Como he dicho a nuestros jóvenes en muchos lugares, sean inteligentes, sean puros, sean verídicos, sean agradecidos, sean humildes, tengan el espíritu de oración. Ruego que se arrodillen en oración ante el Todopoderoso con acción de gracias hacia Él por Sus abundantes y generosas bendiciones. Ruego que entonces se pongan de pie y sigan adelante como hijos e hijas de Dios para llevar a cabo Sus eternos propósitos, cada cual a su propia manera, es mi humilde oración al mismo tiempo que dejo mi amor y bendiciones con ustedes, en el sagrado nombre del Señor Jesucristo. Amén.