2000–2009
Modelos que debemos seguir
Octubre 2002


Modelos que debemos seguir

Todos los que vivimos en el mundo de hoy necesitamos puntos de referencia, o sea, modelos que debemos seguir.

Hace muchos años admiré la cubierta de una de las publicaciones de nuestra Iglesia que consistía de una magnífica reproducción de una pintura de Carl Bloch. La escena que el artista captó en su imaginación y que luego, con el toque de la mano del Maestro, traspasó al lienzo, representaba a Elisabet, esposa de Zacarías, que recibía a María, la madre de Jesús. Ambas darían luz a varones: serían nacimientos milagrosos.

Al hijo que le nació a Elisabet se le llegó a conocer como Juan el Bautista. Tal como en el caso de Jesús, el hijo de María, lo mismo ocurrió con Juan: poco y valioso es lo que se registra sobre sus años de adolescencia. Todo lo que sabemos de la vida de Juan, desde su nacimiento hasta su ministerio público, lo encierra una sola frase: “Y el niño crecía, y se fortalecía en espíritu; y estuvo en lugares desiertos hasta el día de su manifestación a Israel”1.

El mensaje de Juan era breve; predicaba en cuanto a la fe, el arrepentimiento, el bautismo por inmersión y el otorgamiento del Espíritu Santo por medio de una autoridad superior a la que él poseía. “Yo no soy el Cristo”, declaró a sus fieles discípulos, “sino que soy enviado delante de él”2. “Yo a la verdad os bautizo en agua; pero viene uno más poderoso que yo… él os bautizará en Espíritu Santo y fuego”3.

Luego ocurrió el bautismo de Cristo por Juan el Bautista. Más tarde, Jesús testificó: “Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista”4.

Todos los que vivimos en el mundo de hoy necesitamos puntos de referencia, o sea, modelos que debemos seguir. Juan el Bautista nos proporciona un ejemplo perfecto de verdadera humildad, ya que él siempre se sometió a Aquel que habría de seguirle: el Salvador de la humanidad.

El aprender acerca de aquellos que confiaron en Dios y siguieron Sus enseñanzas nos ayuda a percibir el Espíritu que nos dice: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios”5. Ellos fueron bendecidos al guardar sus mandamientos con firmeza y al confiar en Él. Si seguimos el ejemplo de ellos, nosotros también seremos igualmente bendecidos en nuestros días y época. Cada uno se convierte en un modelo que debemos seguir.

A todos nos gusta el hermoso relato de Abraham e Isaac que se encuentra en la Biblia. Cuán terriblemente difícil debió haber sido para Abraham, en obediencia al mandamiento de Dios, tomar a su amado Isaac y llevarlo a la tierra de Moriah, para presentarlo allí como holocausto. ¿Se imaginan el tormento de su corazón mientras juntaba la leña para el fuego y emprendía la jornada al lugar señalado? No hay duda del dolor que le habrá agobiado el cuerpo y torturado la mente al atar a Isaac, ponerlo sobre el altar y estirar el brazo para tomar el cuchillo con el que mataría a su hijo. ¡Qué gloriosa sería la declaración y con cuánto asombro la recibiría! “No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único”6.

Abraham reúne los requisitos como modelo de obediencia intachable.

Si alguno de nosotros piensa que no le es posible superar sus dificultades, lea entonces acerca de Job, ya que al hacerlo, sentirá que podrá decir: “Si Job pudo soportarlo y superarlo, yo también”.

Job era un “hombre perfecto y recto temeroso de Dios y apartado del mal”7. Job, hombre piadoso y próspero, habría de enfrentar una prueba que habría destruido a cualquiera. Habiendo sido despojado de sus posesiones, menospreciado por sus amigos, afligido por su sufrimiento, destrozado por la pérdida de su familia, le fue dicho: “Maldice a Dios, y muérete”8. Resistió esa tentación, y desde lo profundo de su alma noble, declaró: “Mas he aquí que en los cielos está mi testigo, y mi testimonio en las alturas”9. “Yo sé que mi Redentor vive”10.

Job se convirtió en el modelo de paciencia sin límite. Hasta hoy en día decimos que los que han sufrido mucho tienen “la paciencia de Job”. Él nos proporciona un ejemplo que todos debemos emular.

Un “varón justo,… perfecto en sus generaciones”, uno que “con Dios caminó”11 era el profeta Noé. Habiendo sido ordenado al sacerdocio a temprana edad, “se convirtió en predicador de la rectitud y declaró el Evangelio de Jesucristo, enseñando fe, arrepentimiento, bautismo y la recepción del Espíritu Santo”12. Exhortó que el no dar oídos a su mensaje traería inundaciones sobre aquellos que escucharan su voz y que, aun así, no obedecieran sus palabras.

Noé obedeció el mandato de Dios de construir un arca para que él y su familia se librasen de la destrucción; obedeció las instrucciones de Dios de poner en el arca un par de toda criatura viviente, a fin de que también se salvasen de las aguas.

El presidente Spencer W. Kimball dijo: “Y como aún no había evidencia ni de lluvia ni de diluvio,… las amonestaciones [de Noé] se consideraban ilógicas. ¡Qué absurdo parecía construir un arca en tierra seca, cuando el sol brillaba en todo su esplendor y la vida transcurría normalmente! Pero el tiempo de gracia se acabó. Vino el diluvio y los desobedientes se ahogaron. El milagro del arca fue producto de la fe que se manifestó al construirla”13.

Noé tuvo la fe inquebrantable de seguir los mandamientos de Dios. Ojalá que siempre hagamos lo mismo. Ruego que recordemos que muchas veces la sabiduría de Dios parece ser una tontería para el hombre; pero la lección más grande que podemos aprender en la tierra es que cuando Dios habla y nosotros obedecemos, siempre estaremos en lo correcto.

Un modelo de la mujer ideal es Rut. Al percibir la gran congoja de su suegra Noemí, quien padecía la pérdida de sus dos buenos hijos, sintiendo quizás el dolor de la desesperación y la soledad que afligían a Noemí en lo más profundo de su alma, Rut pronunció lo que ha llegado a ser una clásica declaración de lealtad: “No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque a dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios”14. Los actos de Rut manifestaron la sinceridad de sus palabras.

Mediante la firme lealtad de Rut hacia Noemí, ella se habría de casar con Booz, con lo cual ella, la extranjera y conversa moabita, llegó a ser bisabuela de David y, por ende, un antepasado de nuestro Salvador Jesucristo.

Paso ahora a un poderoso profeta del Libro de Mormón, a saber, Nefi, hijo de Lehi y Saríah. Él era fiel y obediente a Dios, valiente y audaz. Cuando se le dio la difícil tarea de obtener las planchas de bronce de Labán, no murmuró, sino que declaró: “Iré y haré lo que el Señor ha mandado, porque sé que él nunca da mandamientos a los hijos de los hombres sin prepararles la vía para que cumplan lo que les ha mandado”15. Tal vez ese acto de valor haya inspirado las palabras de consejo de la estrofa del himno “La barra de hierro”:

A Nefi, un profeta fiel

del Libro de Mormón…

La barra de hierro firme es.

Asidla sin cesar.

La barra es la palabra de Dios;

a salvo nos puede guiar16.

Nefi fue ejemplo de constante determinación.

Ninguna descripción de modelos que debemos seguir estaría completa si no se incluyera a José Smith, el primer profeta de esta dispensación. Cuando sólo tenía catorce años de edad, este valiente jovencito se internó en una arboleda, a la que más tarde se le llamaría sagrada, y recibió una respuesta a su sincera oración.

José fue objeto de implacable persecución al dar a conocer a otras personas el relato de la gloriosa visión que había recibido en esa arboleda. No obstante, a pesar de que se le ridiculizó y menospreció, permaneció firme. Él dijo: “…había visto una visión; yo lo sabía, y sabía que Dios lo sabía; y no podía negarlo, ni osaría hacerlo”17.

Paso por paso, haciendo frente a la oposición casi constantemente, y teniendo siempre la guía de la mano del Señor, José organizó La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. En todo lo que hizo demostró su valor.

Hacia el fin de su vida, cuando él y su hermano Hyrum eran llevados a la cárcel de Carthage, con valor enfrentó lo que indudablemente sabía que le esperaba, y selló su testimonio con su sangre.

Al hacer frente a las pruebas de la vida, ruego que siempre emulemos el valor que demostró el profeta José Smith.

Hoy se encuentra ante nosotros otro profeta de Dios, sí, nuestro amado presidente Gordon B. Hinckley, quien ha presidido la expansión más grande en la historia de la Iglesia, tanto numérica como geográficamente. Ha atravesado fronteras que jamás se habían cruzado, y se ha reunido con líderes de gobierno y con miembros de todo el mundo. Su amor por la gente trasciende las barreras de idiomas y culturas.

Con visión profética, ha instituido el Fondo Perpetuo para la Educación, el cual pone fin al ciclo de pobreza de nuestros miembros en muchos lugares del mundo, y proporciona técnicas y capacitación que permiten que los jovencitos y las jovencitas obtengan un buen empleo. Ese plan inspirado ha encendido la luz de la esperanza en aquellos que pensaban que estaban condenados a vivir en la mediocridad, pero que ahora tienen la oportunidad de tener un futuro mejor.

El presidente Hinckley ha trabajado incansablemente para llevar las sagradas bendiciones a los miembros de la Iglesia de todo el mundo al construir templos que estén al alcance de todos. Él tiene la capacidad de levantar a un plano más elevado a las personas de todas las condiciones sociales, sin importar su afiliación religiosa. Él es el modelo del optimismo infalible, y le reverenciamos como profeta, vidente y revelador.

Las cualidades singulares que poseen los hombres y las mujeres que he mencionado pueden ser de gran ayuda para nosotros al hacer frente a los problemas y las dificultades que yacen adelante. Permítanme ilustrar este punto al mencionar la experiencia de la familia de Jerome Kenneth Pollard, de Oakland, California.

El pasado mes de mayo, cuando el élder Taavili Joseph Samuel Pollard viajaba hacia la oficina de la misión, el último día de su misión en Zimbabwe, el auto en el que viajaba viró descontrolado y chocó contra un árbol. Un transeúnte pudo rescatar al compañero del élder Pollard, pero éste, que había quedado inconsciente, quedó atrapado en el auto, que estalló en llamas. El élder Pollard falleció. Su madre había fallecido hacía ocho años, de modo que su padre criaba solo a la familia. Tenía un hermano que servía en la Misión de las Indias Occidentales.

Cuando el padre se enteró de la muerte del élder Pollard, ese hombre humilde —que ya había perdido a su esposa— llamó al hijo que estaba en la Misión de las Indias Occidentales para darle la noticia de la muerte de su hermano. Por esa línea de larga distancia, el hermano Pollard y su hijo, a quienes sin duda los consumía la angustia y el dolor, cantaron juntos “Soy un hijo de Dios”18. Antes de terminar la llamada, el padre hizo una oración a nuestro Padre Celestial para darle gracias por Sus bendiciones y para suplicar Su consuelo divino.

Más tarde, el hermano Pollard comentó que él sabía que todo saldría bien, porque en su familia todos tienen firmes testimonios del Evangelio y del Plan de Salvación.

Mis hermanos y hermanas, en esta maravillosa dispensación del cumplimiento de los tiempos, al pasar por esta vida y enfrentar las pruebas y los retos del futuro, ruego que recordemos el ejemplo de los modelos a los que he hecho referencia esta mañana. Ruego que tengamos la verdadera humildad de Juan el Bautista, la obediencia intachable de Abraham, la paciencia sin fin de Job, la fe inquebrantable de Noé, la firme lealtad de Rut, la constante determinación de Nefi, el valor audaz del profeta José Smith y el optimismo infalible del presidente Hinckley. Esas características serán un baluarte de fortaleza a lo largo de nuestra vida.

Ruego que siempre tengamos la guía del Ejemplo supremo, sí, el hijo de María, el Salvador Jesucristo, cuya vida misma nos brindó un modelo perfecto que debemos seguir.

Nacido en un establo, acunado en un pesebre, descendió de los cielos para vivir en la tierra como hombre mortal y establecer el Reino de Dios. Durante Su ministerio terrenal, Él enseñó a los hombres una ley mayor. Su glorioso Evangelio reformó las ideas del mundo. Bendijo a los enfermos, hizo que el cojo caminara, que el ciego viera y que el sordo oyera. Aun resucitó a los muertos.

¿Y cómo reaccionó el mundo ante Su mensaje de misericordia, Sus palabras de sabiduría, Sus lecciones sobre la vida? Hubo unas cuantas almas preciosas que lo apreciaron, le lavaron los pies, aprendieron Su palabra y siguieron Su ejemplo.

Por otro lado, hubo muchos que lo rechazaron. Cuando Pilato les preguntó: “¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo?”19, ellos gritaron: “¡Sea crucificado!”20. Lo ridiculizaron, le dieron a beber vinagre, lo injuriaron, lo golpearon con una caña, le escupieron y lo crucificaron.

A través de las generaciones, el mensaje de Jesús ha sido el mismo. A Pedro y a Andrés, a orillas del hermoso mar de Galilea, Él dijo: “Venid en pos de mí”21. A Felipe de antaño dio el llamado: “Sígueme” 22. Al levita que estaba sentado al banco de los tributos públicos se le instruyó: “Sígueme” 23. Y a ustedes y a mí, si tan sólo escuchamos, nos llegará esa misma invitación: “Venid en pos de mí”.

Ruego hoy día que así lo hagamos. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Lucas 1:80.

  2. Juan 3:28.

  3. Lucas 3:16.

  4. Mateo 11:11.

  5. Salmos 46:10.

  6. Génesis 22:9–10, 12.

  7. Job 1:1.

  8. Job 2:9.

  9. Job 16:19.

  10. Job 19:25.

  11. Génesis 6:9.

  12. Bible Dictionary, “Noah”, págs. 738–739.

  13. Véase “Fe en el Santo de Israel”, Liahona, agosto de 1981, pág. 40.

  14. Rut 1:16.

  15. 1 Nefi 3:7.

  16. Joseph L. Townsend (1849–1942) Himnos, Nº 179.

  17. José Smith — Historia 1:25.

  18. Naomi W. Randall (1908–2001) Himnos, Nº 196.

  19. Mateo 27:22.

  20. Marcos 15:13.

  21. Mateo 4:19.

  22. Juan 1:43.

  23. Lucas 5:27.