2000–2009
La generación más grandiosa de misioneros
Octubre 2002


La generación más grandiosa de misioneros

Les suplicamos a ustedes, nuestros jóvenes del Sacerdocio Aarónico, que se superen, que estén a la altura de lo que pueden llegar a ser y que estén plenamente preparados para servir al Señor.

En una de las historias más poderosas e instructivas del Libro de Mormón, el pueblo de Ammón había hecho convenio de nunca volver a tomar armas para derramar sangre humana. Mas “cuando vieron el peligro, y las muchas aflicciones… que los nefitas padecían por ellos, se llenaron de compasión y sintieron deseos de tomar las armas en defensa de su país” (Alma 53:13). Helamán y sus hermanos los persuadieron a honrar el convenio que habían hecho con el Señor.

El relato de las Escrituras no nos dice quién señaló primeramente que sus hijos no habían hecho el mismo convenio que sus padres, pero me gusta pensar que fue uno de los jóvenes quien sugirió la posibilidad de que a él y a sus compañeros se les permitiera “portar armas… y… [llamarse] nefitas.

“E hicieron un convenio de luchar por la libertad de los nefitas, sí, de proteger la tierra hasta con su vida” (Alma 53:16–17).

Ése era un cometido extraordinario para un grupo de 2.000 jóvenes, pero ellos eran extraordinarios. De acuerdo con el registro de las Escrituras, eran “sumamente valientes en cuanto a intrepidez, y también en cuanto a vigor y actividad; mas he aquí, esto no era todo; eran hombres que en todo momento se mantenían fieles a cualquier cosa que les fuera confiada.

“Sí, eran hombres verídicos y serios, pues se les había enseñado a guardar los mandamientos de Dios y a andar rectamente ante él” (Alma 53:20–21).

El resto de la historia nos cuenta que esos jóvenes pelearon con valentía contra el ejército lamanita compuesto de hombres mucho mayores y de más experiencia. Según su líder, Helamán, “combati[eron] como con la fuerza de Dios… y con tanto ímpetu cayeron sobre los lamanitas, que los llenaron de espanto; y por esta razón los lamanitas se rindieron como prisioneros de guerra” (Alma 56:56).

¡Imagínense! Esos jóvenes inexpertos estaban tan preparados espiritual y físicamente, y eran tan poderosos, que espantaron a sus enemigos ¡al grado de que se rindieron! Aun cuando en un momento dado todos los 2.000 jóvenes fueron heridos en la batalla, ninguno murió (véase Alma 57:25). Cito de nuevo a Helamán: “Y lo atribuimos con justicia al milagroso poder de Dios, por motivo de su extraordinaria fe en lo que se les había enseñado a creer: que había un Dios justo, y que todo aquel que no dudara, sería preservado por su maravilloso poder” (Alma 57:26).

Hermanos, en la actualidad estamos peleando una batalla que en muchos aspectos es más arriesgada y más peligrosa que la batalla que se libró entre nefitas y lamanitas. Nuestro enemigo es astuto y hábil. Estamos peleando contra Lucifer, el padre de todas las mentiras, el enemigo de todo lo que es bueno, correcto y santo. Verdaderamente vivimos en el tiempo del cual profetizó el apóstol Pablo, en que “habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos,

“sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno,

“…amadores de los deleites más que de Dios,

“que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita” (2 Timoteo 3:2–5).

¿No les parece eso familiar, hermanos? A mí me parece como lo que se ve en la televisión por la noche, en las horas de mayor audiencia.

Vivimos en “tiempos peligrosos”. Nuestra lucha es literalmente por las almas de los hombres. El enemigo es implacable y despiadado. Está tomando prisioneros eternos a un ritmo alarmante, y no hay señales de que esté aminorando sus esfuerzos.

Si bien estamos profundamente agradecidos por los muchos miembros de la Iglesia que hacen grandes cosas en la batalla por la verdad y el bien, debo decirles honradamente que no es suficiente. Necesitamos mucha más ayuda. Y tal como el pueblo de Ammón acudió a sus hijos para obtener refuerzos para la guerra en contra de los lamanitas, así acudimos nosotros a ustedes, mis jóvenes hermanos del Sacerdocio Aarónico. Les necesitamos. Al igual que los 2.000 jóvenes guerreros de Helamán, ustedes también son hijos espirituales de Dios y pueden ser investidos con poder para edificar y defender Su reino. Necesitamos que hagan convenios sagrados, así como ellos lo hicieron. Necesitamos que sean meticulosamente obedientes y fieles, tal como ellos lo fueron.

Lo que actualmente necesitamos es la generación más grandiosa de misioneros que haya existido en la historia de la Iglesia. Necesitamos misioneros dignos, capacitados y vigorosos espiritualmente que, al igual que los 2.000 jóvenes guerreros de Helamán, sean “sumamente valientes en cuanto a intrepidez, y también en cuanto a vigor y actividad” y que sean “en todo momento… fieles a cualquier cosa que les [sea] confiada” (Alma 53:20).

Escuchen esas palabras, mis hermanos jóvenes: Valientes. Intrepidez. Vigor. Actividad. Fieles. No necesitamos jóvenes espiritualmente débiles y que estén comprometidos sólo a medias; no necesitamos que simplemente llenen un puesto, sino que necesitamos todo su corazón y toda su alma. Necesitamos misioneros vibrantes, inteligentes y fervientes que sepan escuchar y responder a los susurros del Santo Espíritu. Éste no es el momento para los alfeñiques espirituales; no podemos enviarles a una misión para que se reactiven, se reformen o para que obtengan un testimonio; simplemente no tenemos tiempo para eso. Queremos que estén llenos de “fe, esperanza, caridad y amor, con la mira puesta únicamente en la gloria de Dios” (D. y C. 4:5).

En calidad de Apóstol del Señor Jesucristo, les insto a comenzar ahora —esta noche— a ser plena y completamente dignos. Tomen la determinación y prométanse a ustedes mismos y a Dios que a partir de este momento se esforzarán diligentemente por mantener sus corazones, manos y mentes puros y sin mancha de cualquier tipo de transgresión moral. Tomen la decisión de evitar la pornografía, tal como evitarían la más peligrosa enfermedad, pues eso es precisamente lo que es; tomen la determinación de abstenerse completamente del tabaco, del alcohol y de las drogas prohibidas; hagan el firme propósito de ser honrados; decidan ser buenos ciudadanos y observar las leyes del país en que vivan; tomen la determinación que desde esta noche en adelante nunca profanarán su cuerpo ni utilizarán lenguaje vulgar e impropio de un poseedor del sacerdocio.

Y eso no es todo lo que esperamos de ustedes, mis jóvenes hermanos. Esperamos que tengan un entendimiento y un testimonio fuerte y sólido del Evangelio restaurado de Jesucristo; esperamos que trabajen con gran esfuerzo; esperamos que hagan convenios y que los guarden; esperamos que sean misioneros que estén a la altura de nuestro glorioso mensaje.

Éstas son normas elevadas; lo comprendemos, pero no nos disculpamos por ello, ya que reflejan las normas del Señor para poder recibir el Sacerdocio de Melquisedec, para entrar en el templo, para servir como misioneros y para ser esposos y padres rectos. No hay nada nuevo en ellas, nada que no hayan escuchado antes. Pero esta noche les suplicamos a ustedes, nuestros jóvenes del Sacerdocio Aarónico, que se superen, que estén a la altura de lo que pueden llegar a ser y que estén plenamente preparados para servir al Señor.

Muchos de ustedes ya van por ese camino, y les felicitamos por su dignidad y determinación. Para aquellos que no vayan por ese camino, sea esta noche el comienzo de su proceso de preparación. Si ven que tienen deficiencias en la dignidad, decidan hacer los cambios necesarios y comiencen a hacerlo ahora mismo. Si piensan que deben hablar con su padre y con su obispo sobre algún pecado que hayan cometido, no esperen; háganlo ahora. Ellos les ayudarán a arrepentirse y a cambiar a fin de que puedan ocupar su lugar como miembros de la generación más grandiosa de misioneros.

Asegúrense de entender esto: el nivel de la norma para el servicio misional se ha elevado. Los días del misionero que “se arrepiente y se va” ya pasaron. Ustedes saben a lo que me refiero, ¿no es así, mis jóvenes hermanos? Algunos jóvenes tienen la idea errónea de que pueden tener una conducta pecaminosa y después arrepentirse cuando cumplan 18 años y medio para poder ir a la misión a los 19 años. Si bien es cierto que se pueden arrepentir del pecado, tal vez llenen o no los requisitos para servir. Es mucho mejor mantenerse limpios, puros y valientes si hacen cosas sencillas, tales como éstas:

  • Establecer una relación de ferviente oración con nuestro Padre Celestial.

  • Santificar el día de reposo.

  • Trabajar y poner parte de sus ganancias en una cuenta de ahorros.

  • Pagar un diezmo íntegro y honrado.

  • Limitar la cantidad de tiempo que dediquen a jugar juegos en la computadora. La cantidad de puntos que logren en un minuto en un juego de computadora no tendrá efecto alguno en su capacidad para ser un buen misionero.

  • Dar al Señor más de su tiempo al estudiar las Escrituras y obtener una comprensión del mensaje maravilloso de la Restauración que tenemos para el mundo.

  • Servir a los demás y compartir su testimonio con ellos.

Ahora bien, ustedes, los padres, tienen una función vital en este proceso de preparación. Sabemos que la influencia más profunda que se puede tener al ayudar a los jóvenes a prepararse para el Sacerdocio de Melquisedec, el matrimonio y la paternidad es la familia. Si sus hijos comprenden las doctrinas básicas que se precisan para llegar a ser padres fieles, seguramente estarán listos para servir en una misión regular. Lamentablemente, demasiados padres renuncian a esa eterna responsabilidad. Suponen que los obispo, Seminario, la Escuela Dominical, los maestros y los líderes de los Hombres Jóvenes están en mejor posición de motivar e inspirar a sus hijos que ellos. Eso simplemente no es verdad. Aun cuando los líderes eclesiásticos son importantes para la preparación misional y del sacerdocio, la Iglesia existe como un recurso para ustedes; pero no es substituto de la enseñanza, ni de la guía ni de la corrección inspiradas que ustedes proporcionen.

Por consiguiente, si vamos a elevar el nivel de los requisitos para que sus hijos sirvan en una misión, eso también significa que lo estamos haciendo para ustedes. Si esperamos más de ellos, eso quiere decir que también esperamos más de ustedes y de sus esposas. Recuerden que los 2.000 jóvenes guerreros de Helamán fueron fieles porque “se les había enseñado a guardar los mandamientos de Dios y a andar rectamente ante él” (Alma 53:21), y esa instrucción se impartió en sus hogares.

Algunos padres piensan que no tienen el derecho de hacer preguntas a sus hijos en cuanto a su dignidad; creen que eso sólo está dentro del ámbito del obispo. Padres: no sólo tienen el derecho de saber la dignidad de sus hijos, sino que tienen la responsabilidad de saberlo. Es su deber saber el estado de sus hijos en lo que respecta a su bienestar y progreso espiritual. Tienen que seguir de cerca las inquietudes y las preocupaciones que ellos compartan con ustedes. Hagan preguntas específicas a sus hijos en cuanto a su dignidad, y rehúsen aceptar cualquier respuesta que no sea específica.

Con demasiada frecuencia, nuestros obispos tienen que indicar a los jóvenes que hablen con sus padres en cuanto a los problemas que están teniendo. Ese procedimiento en realidad debe circular en sentido contrario. Los padres deberían ser profundamente conscientes de lo que esté sucediendo en la vida de sus hijos de manera que sepan en cuanto a los problemas antes que el obispo. Deberían estar en comunicación con sus hijos e ir con ellos a hablar con su obispo si eso fuera necesario para completar el arrepentimiento. En su función de jueces divinamente nombrados en Israel, el obispo y el presidente de estaca determinan la dignidad y resuelven los asuntos en nombre de la Iglesia, pero, padres, ustedes tienen una responsabilidad eterna por el bienestar espiritual de sus hijos. Por favor, ocupen su lugar legítimo como consejeros, asesores y líderes del sacerdocio y preparen a sus hijos para poseer el Sacerdocio de Melquisedec y para servir como misioneros.

Ahora quisiera dirigir unas palabras a ustedes, los obispos. Soy consciente de que hay muchos jóvenes que no cuentan con un padre fiel en el hogar. En esos casos, utilicen los recursos de la Iglesia para asegurarse de que a los poseedores del Sacerdocio Aarónico les enseñen hermanos del Sacerdocio de Melquisedec que puedan ayudarlos a prepararse para su futuro servicio en el sacerdocio. Sobre ustedes, obispos y presidentes de estaca, recae la responsabilidad de recomendar solamente a aquellos jóvenes y jovencitas que ustedes juzguen estén espiritual, física, mental y emocionalmente preparados para enfrentar las realidades actuales de la obra misional. Hermanos, juzguen sabiamente y recuerden que no es necesario que se llame a todo jovencito a servir lejos de su hogar; algunos quizá sirvan de mejor manera bajo la dirección de ustedes como misioneros de barrio.

A los que actualmente prestan servicio como misioneros regulares, les agradecemos su servicio. Esta noche es una buena ocasión para que cada uno de ustedes analice detenidamente su rendimiento, y si no están a la altura de estas normas, el presidente de misión les ayudará a realizar los cambios necesarios para ser siervos eficaces y dedicados al Señor Jesucristo.

Finalmente, todos ustedes, los que ya han servido, recuerden que se les relevó de la misión, mas no de la Iglesia. Han pasado dos años siendo representantes del Señor Jesucristo. Esperamos que siempre se vean y actúen como uno de Sus discípulos. Vistan como tales. Actúen como tales. No sigan las tendencias y las modas mundanas. No deben rebajarse a eso. Si han cometido un error, entonces hagan lo que sea necesario para volver a obtener su equilibrio espiritual. Las reglas para la felicidad y el éxito después de la misión son básicamente las mismas que las que tenían durante la misión: orar con fervor, trabajar arduamente y ser obedientes. Manténganse ocupados ahora y busquen una compañera eterna con quien puedan disfrutar de la vida. Sirvan juntos al Señor y críen a la próxima generación grandiosa.

Mis hermanos, he hablado sin rodeos esta noche. Espero que puedan sentir el amor y la preocupación que proceden de la Primera Presidencia y del Quórum de los Doce Apóstoles y otros líderes de la Iglesia al pedirles que se preparen ahora para unirnos al llevar las bendiciones del Evangelio restaurado a todas las personas de la tierra. Cada uno de ustedes tiene un valor incalculable, y queremos que tenga éxito y seguridad en la batalla por las almas de los hijos de nuestro Padre Celestial. Que Dios los bendiga con el valor de ser “fieles” “en todo momento” (Alma 53:20) y con la visión para darse cuenta de quiénes son y de lo que el Señor tiene para que ustedes hagan, lo ruego en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.