2000–2009
Los matrimonios misioneros: Las bendiciones del sacrificio y del servicio
Abril 2005


Los matrimonios misioneros: Las bendiciones del sacrificio y del servicio

Su Padre Celestial les necesita. Su obra, bajo la dirección de nuestro Salvador Jesucristo, precisa aquello que sólo ustedes pueden brindar.

Hace cuatro años, hablé en este mismo lugar sobre los matrimonios que sirven en misiones de tiempo completo. Mi ruego incluía que “el Espíritu Santo conmueva los corazones y en alguna parte uno o dos cónyuges miren a su compañero… y surja el momento de la verdad [el momento de la decisión]”. Una hermana me escribió sobre esa experiencia y decía: “Nos hallábamos sentados en la comodidad de nuestra sala de estar disfrutando de la conferencia por la televisión… Sus palabras me conmovieron profundamente. Miré a mi esposo y él me miró a mí. Ese momento cambió mi vida para siempre”.

Si se encuentran o si pronto se van a encontrar en la edad de servir como matrimonio misionero, esta tarde me dirijo a ustedes para testificar de las bendiciones que pueden cambiar sus vidas para siempre. Su Padre Celestial les necesita. Su obra, bajo la dirección de nuestro Salvador Jesucristo, precisa aquello que sólo ustedes pueden brindar. Cada experiencia misional requiere fe, sacrificio y servicio, atributos de los que siempre se desprenden abundantes bendiciones.

Mientras analizamos esas bendiciones, es natural que surjan cuatro impedimentos: el temor, la preocupación por la familia, el encontrar la oportunidad misional correcta y las finanzas. Permítanme agregar otro elemento más importante y más poderoso: la fe. Sólo mediante la fe podremos dar oídos al consejo de Dios cuando dice: “Escogeos hoy a quién sirváis”. “Elegid hoy servir a Dios el Señor que os hizo”. Únicamente mediante la prueba de nuestra fe recibiremos las milagrosas bendiciones que anhelamos para nosotros y nuestras familias: “Porque si no hay fe entre los hijos de los hombres, Dios no puede hacer ningún milagro entre ellos; por tanto, no se mostró sino hasta después de su fe”.

Permítanme exponer algunas de estas bendiciones milagrosas extraídas de las cartas y de los relatos que he recibido en los últimos cuatro años. Una sencilla pareja de Idaho empleó la fe para hacer a un lado su miedo cuando el Señor los llamó a servir en Rusia. Escribieron la siguiente carta de aceptación: “Nadie se hubiera imaginado que recibiríamos esta asignación. No tenemos ni idea de cómo vamos a aprender el idioma o a desenvolvernos para resultar útiles, y si bien aceptamos con gran temor y totalmente por la fe, sabemos que el Señor y Su profeta saben mejor que nadie dónde debemos servir”. Diez meses más tarde, el Templo de Estocolmo, Suecia, recibió a treinta santos de una pequeña rama de Rusia dirigidos por ese matrimonio de Idaho que apenas había empezado a defenderse en el idioma. Las Escrituras nos dicen: “Dios ha dispuesto un medio para que el hombre, por la fe, pueda efectuar grandes milagros”. De ese modo, los hijos de Dios llevan a cabo Su obra “para que también la fe aumente en la tierra… para que la plenitud de mi evangelio sea proclamada por los débiles y sencillos hasta los cabos de la tierra”.

Otro matrimonio empleó la fe para hacer frente a sus inquietudes familiares. Una hermana fiel escribió: “La decisión de servir en una misión no fue difícil, pero mi madre, de noventa años, se mostraba reticente a nuestra marcha. Sin embargo, la consoló mucho saber que nuestros familiares serían bendecidos gracias a nuestro servicio”. Un hermano fiel expresó idénticas preocupaciones sobre el partir del lado de sus ancianos padres, a lo que su padre respondió diciendo: “No nos utilices a tu madre ni a mí como excusa para no servir en una misión con tu esposa. Ora al respecto y sigue la guía del Espíritu”.

El Señor tranquilizó a una generación anterior de misioneros que tuvieron que dejar atrás a sus familias con las siguientes palabras: “…y si lo hacen con corazones sumisos… yo, el Señor, les prometo abastecer a sus familias”.

Las preocupaciones por la familia son reales y no se deben tomar a la ligera, pero también es cierto que no podemos resolverlas sin las bendiciones del Señor; y si nos sacrificamos para servir como matrimonios misioneros de tiempo completo, las bendiciones fluirán. Por ejemplo, a una pareja le preocupaba dejar a su hija más joven que no estaba activa en la Iglesia. Su fiel padre escribió: “Orábamos por ella constantemente y ayunábamos con regularidad. Entonces, durante una conferencia general, el Espíritu me susurró: ‘Si sirves, no tendrás que preocuparte por tu hija nunca más’. Nos reunimos con el obispo y a la semana siguiente de recibido el llamamiento, nuestra hija y su novio anunciaron su enlace. Antes de marcharnos a África, se celebró la boda en nuestra casa. [Entonces reunimos a nuestra familia y] realizamos un consejo familiar… Les di testimonio del Señor y de José Smith… y les dije que me gustaría darle a cada uno una bendición de padre. Comencé por el hijo mayor, en seguida, bendije a su esposa y así seguí hasta llegar a la hija menor… [incluido nuestro nuevo yerno]”.

Cuando tengamos en cuenta el servicio misional como matrimonio, es conveniente hacer participar a nuestros familiares de esa misma forma. En las reuniones de consejo familiar, podemos dar a nuestros hijos la oportunidad de expresar su apoyo, de ofrecer la ayuda especial que tal vez nos haga falta y de recibir bendiciones del sacerdocio que los sostengan durante nuestra ausencia. Cuando sea apropiado, también podremos recibir bendiciones del sacerdocio de parte de ellos. Cuando el fiel padre del caso que les he contado bendijo a sus familiares, su yerno sintió la influencia del Espíritu Santo. El padre escribió: “Antes del fin de nuestro primer año, [el] corazón [de nuestro yerno] empezó a enternecerse hacia la Iglesia y justo antes de nuestro regreso a casa una vez terminada nuestra misión, él y nuestra hija vinieron a visitarnos. En la maleta de mi yerno estaba la primera ropa de domingo que se había comprado. Fueron a la Iglesia con nosotros y después de volver a casa se bautizó. Un año más tarde se sellaron en el templo”.

Aun cuando los detalles de esta historia sean excepcionales, el principio es verdadero para todos lo que le digan al Señor: “A donde me mandes iré”. Testifico que si ponemos nuestra confianza en el Señor, Él hallará la oportunidad misional indicada para nosotros. Como Él dijo: “Si alguno me sirve… mi Padre le honrará”.

Al tener en cuenta las oportunidades misionales, muchos de los matrimonios de todo el mundo tienen muchos deseos de prestar servicio, pero no tienen los medios económicos. Si ésa es su situación, recuerden que el indicado llamamiento misional puede no ser un país lejano de nombre exótico. El llamamiento indicado para ustedes puede ser dentro de su propia estaca o área; “…vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas”. Deliberen en consejo con sus familiares y con su obispo o su presidente de rama. Al comprender los siervos del Señor su situación temporal, ustedes podrán recibir las bendiciones eternas del servicio misional de tiempo completo.

Si hay alguien que no pueda servir a causa de algún grave problema de salud u otra circunstancia atenuante, piense tal persona en realizar una aportación económica para ayudar a los que sí pueden servir. El sacrificio razonable de sus medios no sólo bendecirá a otros misioneros y a aquellos a quienes sirvan, sino que también les bendecirá a ustedes y a su familia.

Ahora bien, quisiera hablar directamente a los que no pudieron prestar servicio misional en su juventud: Quizás a lo largo de los años se hayan sentido acosados por sentimientos de pesar, o tal vez se hayan sentido ineptos por no haber tenido la oportunidad misional de prestar servicio y de progresar cuando eran más jóvenes. El consejo que les doy es: miren hacia el futuro y no hacia el pasado. ¡Empiecen a preparase para su misión como matrimonio misionero mayor hoy día! Ahorren un poco de dinero cada mes. Estudien las Escrituras. Acepten llamamientos de la Iglesia. Oren para sentir el amor del Señor por las demás personas y reciban Su amor y confianza en ustedes. ¡Ustedes podrán algún día reclamar todas las bendiciones del servicio misional!

¡Y qué maravillosas bendiciones son ésas! Tras cincuenta y un años de matrimonio, me preguntaron: “¿Qué parte de su vida quisiera volver a vivir?”. No dudé en contestar: “El tiempo en el que mi esposa y yo servimos juntos en la gran obra misional del Señor”. Los sentimientos de otro matrimonio misionero hacen eco a los de mi esposa y a los míos: “La decisión de servir en una misión nos proporcionó nuevo vigor, nuevas emociones, nuevos amigos, nuevos lugares y nuevos retos. Nos unió más como marido y mujer; teníamos una meta común y éramos compañeros de verdad. Y lo mejor de todo fue que nos brindó un nuevo progreso espiritual en vez de una jubilación espiritual”. Hermanos y hermanas, no caigamos en la jubilación espiritual.

Ahora, permítanme extender un desafío a los obispos y a los presidentes de rama de todo el mundo. ¿Sería posible que durante los próximos seis meses pudieran recomendar a uno o a más matrimonios misioneros además de aquellos que actualmente tengan previsto servir? El recurso más importante del que podrán echar mano para cumplir con este reto son los miembros mayores de su barrio que ya hayan servido como misioneros. En mi barrio, un obispo inspirado convocó una reunión especial de posibles matrimonios misioneros y de ex matrimonios misioneros. Al compartir nuestro testimonio del sacrificio y del servicio, el Espíritu nos testificó a todos que un llamamiento a servir es, de hecho, un llamamiento para “[darnos] Sus ricas bendiciones”.

He oído de un presidente de estaca que organizó una clase para matrimonios misioneros y así inspirar a los posibles matrimonios misioneros y ayudarles a prepararse para servir. Líderes del sacerdocio, cuando busquen con oración fomentar el servicio misional de tiempo completo, recuerden que cuando se llama a un matrimonio, éste no sólo contribuye a llevar a cabo la obra del Señor en todo el mundo, sino que planta en su familia la semilla del servicio que florecerá en las generaciones venideras. Aún me siento agradecido por la influencia de mis padres, que sirvieron como matrimonio misionero en Inglaterra y dieron un gran ejemplo a su posteridad.

Ahora bien, ustedes los posibles matrimonios misioneros, por favor no aguarden a que el obispo se reúna con ustedes para tratar el tema de servir en una misión. Acudan a él, compartan sus sentimientos. En lo que al servicio misional se refiere, el Señor espera que expresemos nuestros deseos. Así sabremos que el mismo Espíritu que nos mueve a solicitar el llamamiento misional inspirará al profeta a llamarnos a la asignación adecuada.

¡Hay tantos llamamientos! Hay llamamientos para enseñar el Evangelio a los que desean recibir la verdad, incluidos los jóvenes del Sistema Educativo de la Iglesia; llamamientos para trabajar en el servicio humanitario y de bienestar, en los templos, en centros de historia familiar, en oficinas de misión y en emplazamientos históricos; llamamientos para “[realizar] el mayor beneficio para [vuestros] semejantes, y [adelantar] la gloria de aquel que es tu Señor”.

Tengan en cuenta los siguientes ejemplos: Un matrimonio que fue llamado a la India ayudó a una escuela para niños invidentes a construir instalaciones sanitarias y a adquirir máquinas de escribir en braille. En Hawai un matrimonio nutrió a una pequeña rama que pasó de 20 miembros a 200 y preparó a 70 de ellos para que fueran juntos al templo. En Perú, un matrimonio hizo todas las gestiones necesarias para que se propocionasen medicamentos y juguetes de Navidad a quinientos cincuenta niños de un orfanato. Un matrimonio en Camboya enseñó clases de instituto y proporcionó liderazgo a una rama que, al cabo de tan sólo diez meses, creció hasta alcanzar el número de ciento ochenta miembros. En Rusia, un matrimonio ayudó a los granjeros de una localidad a aumentar sus cosechas de papas [patatas] en once veces más de lo habitual, mientras que un matrimonio en las Filipinas ayudó a casi setecientas familias mal alimentadas a criar conejos y a cultivar hortalizas. En Pensilvania, otro matrimonio ayudó a sesenta personas, la mitad de ellas eran de otras religiones, a preparar los registros genealógicos de sus familias. En Ghana, un matrimonio ayudó a perforar y a acondicionar pozos para que ciento noventa mil habitantes de aldeas y de campos de refugiados cercanos tuvieran agua.

Sean o no los resultados de cada misión así de evidentes al ojo humano, todos los que sirven realizan una contribución incalculable a la vista del Señor, pues a todos los “que dudan, convencedlos”. Los matrimonios misioneros son modelos y ejemplos de fortaleza para los misioneros de tiempo completo, así como para los líderes del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares en todo el mundo. Manifiesto mi gratitud por todos ellos y por los miles más que sirven en tantas funciones, donando millones de horas de servicio a su prójimo.

Mis hermanos y hermanas, si han sentido el deseo de participar en esta obra, sin importar lo callados que sean sus sentimientos, no pospongan el día de su servicio. Éste es el momento de prepararse; éste es el momento de ser llamado, el momento de sacrificarse. Éste es el momento de compartir sus dones y talentos. Éste es el momento de recibir las bendiciones que Dios tiene reservadas para ustedes y para sus familias. “Hay una necesidad constante de más matrimonios misioneros”, ha dicho el presidente Hinckley. A medida que la obra avanza, la necesidad aumenta. Aprovechemos nuestros más ricos años de experiencia, de madurez, de sabiduría y, especialmente, de fe, para satisfacer esa necesidad como sólo nosotros podemos hacerlo.

Por encima de todo, tengan un motivo especial para hacerlo. Gracias a las experiencias de nuestra vida podemos volver la vista hacia atrás y reconocer la bondad de nuestro Padre Celestial y de Su Hijo Jesucristo para con nosotros y para con nuestras familias. Un hermano fiel lo explicó así: “Mi esposa y yo deseamos servir cinco misiones: una por cada hermoso hijo con el que Dios nos ha bendecido”. Cualesquiera que hayan sido las bendiciones recibidas individualmente, les testifico que hemos recibido la más grande de todas: “De tal manera amó Dios [nuestro Padre Celestial] al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito”, y Su Hijo Jesucristo “ama al mundo, al grado de dar su propia vida”. Expreso mi testimonio especial de que Su sacrificio expiatorio es la manifestación suprema de ese amor.

Los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días tenemos el gran privilegio de agradecer Su amor mediante el sacrificio y el servicio, y de reclamar así Su santa promesa: “Y el que diere su vida en mi causa, por mi nombre, la hallará otra vez, sí, vida eterna”. Que actuemos así, es mi sincera oración en el nombre de Jesucristo. Amén.

Notas

  1. “Matrimonios misioneros: Una época para servir”, Liahona, julio de 2001, pág. 28.

  2. Véase Liahona, julio de 2001, pág. 29.

  3. Alma 30:8.

  4. Moisés 6:33.

  5. Éter 12:12, cursiva agregada.

  6. Mosíah 8:18.

  7. D. y C. 1:21, 23.

  8. D. y C. 118:3.

  9. Véase D. y C. 31:1–2, 5.

  10. “Adonde me mandes iré”, Himnos, Nº 175.

  11. Juan 12:26.

  12. Mateo 6:32; 3 Nefi 13:32.

  13. “Llamados a servir”, Himnos, Nº 161.

  14. D. y C. 81:4.

  15. Judas 1:22.

  16. “A los obispos de la Iglesia”, Reunión Mundial de Capacitación de Líderes, 19 de junio de 2004, pág. 27.

  17. Juan 3:16.

  18. 2 Nefi 26:24.

  19. D. y C. 98:13.