Siempre retendréis la remisión de vuestros pecados
Y mediante la compañía constante del poder santificador del Espíritu Santo, podemos retener siempre la remisión de nuestros pecados.
Una frase profunda, que usó el rey Benjamín en sus enseñanzas acerca del Salvador y Su expiación, ha sido por muchos años un tema recurrente de estudio y meditación para mí.
En su conmovedor sermón de despedida al pueblo que había servido y amado, el rey Benjamín describió la importancia de conocer la gloria de Dios, probar Su amor, recibir la remisión de los pecados, recordar siempre la grandeza de Dios, orar diariamente y permanecer firme en la fe1. Les prometió, además, que al hacer estas cosas “siempre os regocijaréis, y seréis llenos del amor de Dios y siempre retendréis la remisión de vuestros pecados”2.
Mi mensaje se centra en el principio de retener siempre la remisión de nuestros pecados. La verdad que se expresa en esta frase fortalece nuestra fe en el Señor Jesucristo y nos ayuda a ser mejores discípulos. Ruego que el Espíritu Santo nos inspire y edifique mientras analizamos juntos estas verdades espirituales fundamentales.
Renacimiento espiritual
En la vida terrenal, experimentamos el nacimiento físico y la oportunidad de un renacimiento espiritual3. Los profetas y los apóstoles nos instan a “despertar en cuanto a Dios”4, a “[nacer] de nuevo”5 y llegar a ser “en Cristo, [nuevas criaturas]”6 al recibir en nuestra vida las bendiciones que la expiación de Jesucristo ha hecho posibles. “Los méritos, y misericordia, y gracia del Santo Mesías”7 pueden ayudarnos a vencer las tendencias egocéntricas y egoístas del hombre natural y a volvernos más abnegados, benevolentes y santos. Se nos exhorta a vivir de tal manera que podamos “en el postrer día [presentarnos] ante [el Señor] sin mancha”8.
El Espíritu Santo y las ordenanzas del sacerdocio
El profeta José Smith resumió sucintamente la función esencial de las ordenanzas del sacerdocio en el evangelio de Jesucristo: “El nacer de nuevo viene por medio del Espíritu de Dios mediante las ordenanzas”9. Esta aguda declaración recalca tanto el Espíritu Santo como las ordenanzas sagradas en el proceso del renacimiento espiritual.
El Espíritu Santo es el tercer miembro de la Trinidad. Él es un personaje de Espíritu y da testimonio de toda verdad. En las Escrituras, se refieren al Espíritu Santo como el Consolador10, el Maestro11 y el Revelador12. Además, el Espíritu Santo es el Santificador13 que limpia y quema la escoria y el mal de las almas de los hombres como si fuera con fuego.
Las sagradas ordenanzas son fundamentales en el evangelio del Salvador y en el proceso de venir a Él y procurar el renacimiento espiritual. Las ordenanzas son actos sagrados que tienen significado espiritual, importancia eterna y están relacionados con las leyes y los estatutos de Dios14. Todas las ordenanzas de salvación y la de la Santa Cena han de ser autorizadas por alguien que posea las llaves del sacerdocio necesarias.
Las ordenanzas de salvación y exaltación que se administran en la Iglesia restaurada del Señor son mucho más que rituales o representaciones simbólicas. Más bien, ellas constituyen canales autorizados por medio de los cuales pueden fluir las bendiciones y los poderes del cielo en la vida de cada persona.
“Y este sacerdocio mayor administra el evangelio y posee la llave de los misterios del reino, sí, la llave del conocimiento de Dios.
“Así que, en sus ordenanzas se manifiesta el poder de la divinidad.
“Y sin sus ordenanzas y la autoridad del sacerdocio, el poder de la divinidad no se manifiesta a los hombres en la carne”15.
Recibir las ordenanzas, y honrarlas con integridad, es esencial para recibir el poder de la divinidad y todas las bendiciones que están disponibles mediante la expiación del Salvador.
Recibir y retener la remisión de los pecados mediante las ordenanzas
Para comprender más plenamente el proceso mediante el cual podemos recibir y retener siempre la remisión de nuestros pecados, debemos entender primeramente la relación inseparable que existe entre tres ordenanzas sagradas que dan acceso a los poderes del cielo: el bautismo por inmersión, la imposición de manos para comunicar el don del Espíritu Santo y la Santa Cena.
El bautismo por inmersión para la remisión de pecados “es la ordenanza introductoria del evangelio”16 de Jesucristo y debe ser precedida por la fe en el Salvador y el arrepentimiento sincero. Esta ordenanza “es una señal y un mandamiento que Dios le ha dado a [Sus hijos] para entrar en Su reino”17. El bautismo se administra mediante la autoridad del Sacerdocio Aarónico. En el proceso de venir al Salvador y experimentar el renacimiento espiritual, el bautismo proporciona una necesaria limpieza inicial de pecados en nuestra alma.
El convenio bautismal abarca tres cometidos fundamentales: (1) Estar dispuestos a tomar sobre nosotros el nombre de Jesucristo, (2) a recordarle siempre y (3) a guardar Sus mandamientos. La bendición prometida por honrar este convenio es “que siempre [podamos] tener su Espíritu [con nosotros]”18. De modo que el bautismo es la preparación esencial para recibir la oportunidad autorizada de contar con la compañía constante del tercer miembro de la Trinidad.
“Después del bautismo [por agua] se debe recibir el [bautismo] del Espíritu Santo a fin de que aquel sea completo”19. Tal como enseñó el Salvador a Nicodemo: “el que no naciere de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios”20.
Tres declaraciones del profeta José Smith hacen hincapié en el nexo vital entre las ordenanzas del bautismo por inmersión para la remisión de pecados y la imposición de manos para comunicar el don del Espíritu Santo.
Declaración nro. 1: “El bautismo es una ordenanza santa y preparatoria para recibir el Espíritu Santo; es el conducto y la llave por medio de los cuales se puede administrar el Espíritu Santo”21.
Declaración nro. 2: “Tan provechoso sería bautizar un costal de arena como a un hombre, si su bautismo no tiene por objeto la remisión de los pecados ni la recepción del Espíritu Santo. El bautismo de agua no es sino medio bautismo, y no vale nada sin la otra mitad, es decir, el bautismo del Espíritu Santo”22.
Declaración nro. 3: “El bautismo de agua, si no lo acompaña el bautismo de fuego y del Espíritu Santo, no tiene ningún valor; están unidos necesaria e inseparablemente”23.
En las Escrituras se recalca reiteradamente la relación constante entre el principio del arrepentimiento, las ordenanzas del bautismo y la recepción del don del Espíritu Santo y la gloriosa bendición de la remisión de pecados.
Nefi declaró: “Porque la puerta por la cual debéis entrar es el arrepentimiento y el bautismo en el agua; y entonces viene una remisión de vuestros pecados por fuego y por el Espíritu Santo”24.
El mismo Salvador proclamó: “Y este es el mandamiento: Arrepentíos, todos vosotros, extremos de la tierra, y venid a mí y sed bautizados en mi nombre, para que seáis santificados por la recepción del Espíritu Santo a fin de que en el postrer día os presentéis ante mí sin mancha”25.
La imposición de manos para comunicar el don del Espíritu Santo es una ordenanza que se administra bajo la autoridad del Sacerdocio de Melquisedec. En el proceso de venir al Salvador y experimentar un renacimiento espiritual, recibir el poder santificador del Espíritu Santo en nuestra vida crea la posibilidad de una limpieza continua del pecado en nuestra alma. Esta gozosa bendición es crucial porque “ninguna cosa impura puede morar con Dios”26.
Por ser miembros de la Iglesia restaurada del Señor, somos bendecidos con una limpieza inicial del pecado vinculada al bautismo, así como con la posibilidad de una limpieza continua del pecado que es posible gracias a la compañía y al poder del Espíritu Santo, a saber, el tercer miembro de la Trinidad.
Piensen en la forma que un granjero depende de la secuencia invariable de plantar y cosechar. Su entendimiento de la conexión que hay entre sembrar y cosechar es una fuente constante de motivación e influye en todas las decisiones y acciones que emprende el granjero durante las estaciones del año. De igual manera, la conexión inseparable entre las ordenanzas del bautismo por inmersión para la remisión de pecados y la imposición de manos para comunicar el don del Espíritu Santo debe influir en cada aspecto de nuestro discipulado en todas las estaciones de nuestra vida.
La Santa Cena es la tercera ordenanza necesaria para tener acceso al poder de la divinidad. Para que más íntegramente nos conservemos sin mancha del mundo, se nos manda ir a la casa de oración y ofrecer nuestros sacramentos en el día santo del Señor27. Noten que los emblemas del cuerpo y de la sangre del Señor, el pan y el agua, son bendecidos y santificados: “Oh Dios, Padre Eterno, en el nombre de Jesucristo, tu Hijo, te pedimos que bendigas y santifiques este pan [o esta agua] para las almas de todos los que participen [o beban] de él”28. Santificar es hacer santo y puro. Los emblemas de la Santa Cena son santificados para recordar la pureza de Cristo, nuestra dependencia total de Su expiación y nuestra responsabilidad de honrar nuestras ordenanzas y nuestros convenios “a fin de que en el postrer día [nos presentemos] ante [Él] sin mancha”29.
La ordenanza de la Santa Cena es una invitación sagrada y recurrente a arrepentirnos sinceramente y ser renovados espiritualmente. El acto de participar de la Santa Cena, en sí mismo, no produce la remisión de pecados; pero al prepararnos conscientemente y al participar de esta sagrada ordenanza con un corazón quebrantado y un espíritu contrito, tenemos la promesa de que siempre tendremos el Espíritu del Señor con nosotros. Y mediante la compañía constante del poder santificador del Espíritu Santo, podemos retener siempre la remisión de nuestros pecados.
Verdaderamente somos bendecidos cada semana con la oportunidad de evaluar nuestra vida mediante la ordenanza de la Santa Cena, de renovar nuestros convenios y de recibir esta promesa del convenio30.
Bautizarse nuevamente
En ocasiones, los Santos de los Últimos Días expresan el deseo de poder ser bautizados nuevamente, para de este modo volver a estar tan limpios y dignos como en el día en que recibieron su primera ordenanza salvadora del Evangelio. Permítanme sugerir respetuosamente que nuestro Padre Celestial y Su Hijo Amado no pretenden que experimentemos ese sentimiento de renovación, resurgimiento y restauración espirituales tan solo una vez en nuestra vida. Las bendiciones de recibir y retener siempre la remisión de nuestros pecados mediante las ordenanzas del Evangelio nos permite comprender que el bautismo es un punto de partida en nuestra jornada espiritual en la tierra; no es un destino que debiéramos estar deseando volver a visitar una y otra vez.
Las ordenanzas del bautismo por inmersión, la imposición de manos para comunicar el don del Espíritu Santo y la Santa Cena no son eventos aislados ni distintos; mas bien, son los elementos de un modelo interrelacionado y acumulativo de progreso redentor. Cada ordenanza sucesiva eleva y aumenta nuestra determinación, nuestros deseos y nuestro desempeño espirituales. El plan del Padre, la expiación del Salvador y las ordenanzas del Evangelio proporcionan la gracia que necesitamos para seguir adelante y progresar línea por línea y precepto por precepto hacia nuestro destino eterno.
Promesa y testimonio
Somos seres humanos imperfectos que nos esforzamos por vivir en la mortalidad de acuerdo con el plan perfecto del Padre Celestial para nuestro progreso eterno. Los requerimientos de Su plan son gloriosos, misericordiosos y rigurosos. Es posible que a veces estemos llenos de determinación, y en otras, sentirnos totalmente incompetentes. Puede que nos preguntemos si espiritualmente alguna vez podremos cumplir el mandamiento de presentarnos ante Él sin mancha en el postrer día.
Con la ayuda del Señor y mediante el poder de Su Espíritu, quien “[nos] enseñará todas las cosas”31, efectivamente podemos ser bendecidos para hacer realidad nuestras posibilidades espirituales. Las ordenanzas traen determinación y poder espirituales a nuestra vida, conforme nos esforzamos por nacer de nuevo y llegar a ser hombres y mujeres de Cristo32. Nuestras debilidades pueden ser fortalecidas y nuestras limitaciones, superadas.
Aunque ninguno de nosotros puede lograr la perfección en esta vida terrenal, nos volveremos cada vez más dignos y sin mancha, conforme seamos “purificados por la sangre del Cordero”33. Les prometo y testifico que seremos bendecidos con un aumento de fe en el Salvador y una seguridad espiritual mayor conforme procuremos retener siempre la remisión de nuestros pecados y, finalmente, nos presentaremos sin mancha ante el Señor en el postrer día. De esto testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.