El ungüento sanador del perdón
El perdón es un principio glorioso y sanador; no tenemos que ser víctimas dos veces, sino que podemos perdonar.
Todo lo que es de Dios abarca el amor, la luz y la verdad; no obstante, como seres humanos vivimos en un mundo caído, en ocasiones lleno de oscuridad y confusión, y no es sorpresa que se cometan errores, injusticias y pecados. En consecuencia, no hay nadie que, en uno u otro momento, no sea víctima de los actos descuidados ni de la conducta hiriente o incluso pecaminosa de otra persona. Es algo que todos tenemos en común.
Felizmente, Dios, debido al amor y misericordia que tiene por Sus hijos, ha preparado una senda que nos ayuda a navegar por estas a veces turbulentas experiencias de la vida. Él ha proporcionado un escape para todos los que son víctimas de los errores de los demás. ¡Nos ha enseñado que podemos perdonar! Aunque hayamos sido víctimas una vez, no tenemos que ser víctimas dos veces al llevar cargas de odio, amargura, dolor, resentimiento y hasta venganza. ¡Podemos perdonar y podemos ser libres!
Hace muchos años, mientras estaba reparando una cerca, se me clavó una pequeña astilla en un dedo. Hice un leve intento por sacármela y pensé que lo había logrado, pero aparentemente no fue así. Con el paso de los días, creció piel encima de ella y se me hizo un bulto en el dedo, que me causaba molestia y a veces dolor.
Años más tarde, finalmente decidí hacer algo al respecto. Lo que hice fue poner ungüento en el bulto y lo cubrí con una pequeña venda. Fue un proceso que repetí a menudo y no se imaginan la sorpresa que me llevé un día cuando me quité la venda: la astilla se había salido del dedo.
El ungüento había suavizado la piel y había creado una salida para el mismo objeto que me había causado dolor por tantos años; después de sacarme la astilla, el dedo sanó con rapidez y a la fecha no se observa ningún indicio de la lesión.
De forma similar, un corazón que no perdona guarda mucho dolor innecesario. Al aplicar el ungüento sanador de la expiación del Salvador, Él nos ablandará el corazón y nos ayudará a cambiar. Él puede sanar el alma herida (véase Jacob 2:8).
Estoy convencido de que la mayoría de nosotros desea perdonar, pero nos cuesta hacerlo. Si sufrimos una injusticia, estamos prestos a decir: “Esa persona se equivocó y merece un castigo. ¿Dónde está la justicia?”. Pensamos equivocadamente que, si perdonamos, la justicia no será satisfecha y se evitará el castigo.
Eso, simplemente, no es el caso. Dios dará a todos un castigo justo, porque la misericordia no puede robarle a la justicia (véase Alma 42:25). Dios, con amor, nos afirma a ustedes y a mí: “Dejadme a mí el juicio, porque es mío, y yo pagaré. Paz a vosotros” (D. y C. 82:23). El profeta Jacob, del Libro de Mormón, también prometió que Dios “… os consolará en vuestras aflicciones, y abogará por vuestra causa, y hará que la justicia descienda sobre los que buscan vuestra destrucción” (Jacob 3:1).
Como víctimas, si somos fieles, podemos recibir gran consuelo al saber que Dios nos compensará por las injusticias que enfrentemos. El élder Joseph B. Wirthlin declaró: “El Señor compensa a los fieles por toda pérdida… toda lágrima de hoy, con el tiempo, será compensada cien veces con lágrimas de regocijo y de gratitud”1.
Al esforzarnos por perdonar a los demás, recordemos que todos estamos madurando espiritualmente y que todos estamos en niveles diferentes. Mientras que es fácil observar los cambios y el crecimiento del cuerpo físico, es difícil ver el crecimiento de nuestros espíritus.
Una de las claves para perdonar a los demás es tratar de verlos como Dios los ve. Puede que, en ocasiones, Dios descorra la cortina y nos bendiga con el don de ver el interior del corazón, del alma y del espíritu de la persona que nos haya ofendido; esa perspectiva puede incluso llevarnos a sentir un inmenso amor por esa persona.
Las Escrituras nos enseñan que el amor de Dios por Sus hijos es perfecto. Él sabe el potencial que tienen para el bien a pesar de su pasado. Según todos los relatos, no podría haber habido un enemigo más agresivo ni cruel de los seguidores de Jesucristo que Saulo de Tarso; sin embargo, una vez que Dios le mostró a Saulo la luz y la verdad, se convirtió en el discípulo más devoto, entusiasta y audaz del Salvador que haya habido. Saulo llegó a ser el apóstol Pablo; su vida es un maravilloso ejemplo de cómo Dios ve a las personas no solo como son actualmente, sino como pueden llegar a ser. Todos conocemos a personas que son como Saulo y que tienen el potencial de ser como Pablo. ¿Se imaginan cómo cambiarían nuestras familias, nuestras comunidades y el mundo en general si intentáramos vernos unos a otros como Dios nos ve?
Muy a menudo vemos al ofensor igual que un témpano de hielo: solo vemos la punta y no lo que hay debajo de la superficie. No sabemos lo que sucede en la vida de la persona; no conocemos su pasado, no conocemos sus problemas y no sabemos de los dolores que lleva dentro. Hermanos y hermanas, por favor no malinterpreten. Perdonar no significa aprobar. No se trata de justificar la mala conducta ni de permitir que los demás nos traten mal debido a sus problemas, dolores o debilidades; pero sí podemos obtener mayor entendimiento y paz si vemos con una perspectiva más amplia.
Ciertamente, aquellos que son espiritualmente menos maduros podrían, de hecho, cometer errores graves; no obstante, a nadie se debe caracterizar solamente por su peor acto. Dios es el juez perfecto; Él puede ver debajo de la superficie; todo lo sabe y todo lo ve (véase 2 Nefi 2:24). Él ha dicho: “Yo, el Señor, perdonaré a quien sea mi voluntad perdonar, mas a vosotros os es requerido perdonar a todos los hombres” (D. y C. 64:10).
Cristo mismo, cuando fue acusado de manera injusta, luego agredido y golpeado despiadadamente, y puesto a sufrir sobre la cruz, en ese preciso momento dijo: “… Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).
Quizá por nuestra falta de visión se nos haga fácil abrigar resentimiento hacia aquellos que no actúen ni piensen como nosotros. Tal vez adoptemos una actitud de intolerancia por cosas tales como diferir en el equipo al que seguimos, en las posturas políticas o en las creencias religiosas.
El presidente Russell M. Nelson dio un sabio consejo cuando dijo: “Las oportunidades que se nos presenten de escuchar a los de diversas religiones o partidos políticos pueden fomentar la tolerancia y el aprendizaje”2.
El Libro de Mormón cuenta de una época en la que “… los del pueblo de la iglesia empezaban a ensalzarse en el orgullo de sus ojos, y… empezaron a despreciarse unos a otros, y a perseguir a aquellos que no creían conforme a la propia voluntad y placer de ellos” (Alma 4:8). Recordemos que Dios no se fija en colores de camisetas ni en partidos políticos. Más bien, como declaró Ammón: “… [la] mirada [de Dios] está sobre todos los hijos de los hombres; y conoce todos los pensamientos e intenciones del corazón” (Alma 18:32). Hermanos y hermanas, si ganamos en las competencias de la vida, ganemos con gracia; y si perdemos, perdamos con gracia; pues si vivimos mostrando gracia el uno al otro, la gracia será nuestra recompensa en el postrer día.
Así como todos somos víctimas de los errores de los demás en un momento u otro, a veces también somos los ofensores. Todos cometemos errores y tenemos necesidad de la gracia, la misericordia y el perdón. Debemos recordar que la condición para que se nos perdonen nuestros pecados y ofensas es que perdonemos a los demás. El Salvador dijo:
“Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre Celestial.
“Pero si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6:14–15).
De todo lo que el Salvador pudo haber dicho en la Oración del Señor, que es sorprendentemente breve, es interesante que haya optado por incluir: “Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mateo 6:12; 3 Nefi 13:11).
El perdón es la razón misma por la cual Dios envió a Su Hijo; por lo tanto, regocijémonos en Su ofrenda por sanarnos a todos. La expiación del Salvador no solo es para los que tengan que arrepentirse, sino también para los que tengan que perdonar. Si no logran perdonar a alguien o incluso a ustedes mismos, pidan ayuda a Dios. El perdón es un principio glorioso y sanador; no tenemos que ser víctimas dos veces, sino que podemos perdonar.
Testifico del amor imperecedero de Dios, de Su paciencia para con todos Sus hijos y de Su deseo de que nos amemos los unos a los otros como Él nos ama (véase Juan 15:9, 12). Si lo hacemos, disiparemos las tinieblas de este mundo para dar lugar a la gloria y majestuosidad de Su reino en el cielo, y seremos libres. En el nombre de Jesucristo. Amén.