“Fui forastero”
Determinen, en espíritu de oración, lo que hacer —de acuerdo con su tiempo y circunstancias— para servir a los refugiados que vivan en sus barrios y comunidades.
El día que se organizó la Sociedad de Socorro, Emma Smith dijo: “Vamos a hacer algo extraordinario… Esperamos oportunidades extraordinarias y llamados apremiantes”1. Esos llamados y oportunidades solían presentarse con frecuencia, tal como hoy en día.
Uno ocurrió en la Conferencia General de octubre de 1856, cuando el presidente Brigham Young anunció a la congregación que los pioneros con carromatos todavía estaban en camino a esas alturas de la estación. Él dijo: “Su fe, su religión y las declaraciones religiosas que hagan no salvarán ni una sola de sus almas en el Reino Celestial de nuestro Dios, a menos que pongan en práctica estos principios que les enseño ahora. Vayan y traigan a esa gente que se encuentra en las planicies y ocúpense estrictamente de aquellas cosas que llamamos temporales… si no, la fe de ustedes habrá sido en vano”2.
Recordamos y admiramos agradecidos a los hombres que se dirigieron a rescatar a esos santos necesitados. Pero ¿qué hicieron las hermanas?
“La hermana [Lucy Meserve] Smith escribió en su autobiografía que, tras la exhortación del presidente Young, quienes estaban presentes tomaron medidas… Las mujeres ‘se despojaron de sus combinaciones [ropa que se usa debajo de los vestidos o enaguas grandes que eran parte del estilo de la época y que también daban abrigo], sus calcetas y todo de lo que podían prescindir, allí mismo en el Tabernáculo, y [los] apilaron en los carromatos para enviarlos a los santos en las montañas’”3.
Semanas después, el presidente Brigham Young reunió a los santos de nuevo en el antiguo Tabernáculo cuando los equipos de rescate y las compañías de carromatos se acercaban a Salt Lake City. Con gran urgencia, suplicó a los santos —en especial a las hermanas— que cuidaran a los enfermos, les dieran de comer y los recibieran, diciendo: “A algunos los encontrarán con los pies congelados hasta el tobillo; a varios, congelados hasta las rodillas; y a otros con las manos congeladas… Queremos que los reciban como si fueran sus propios hijos y que sientan hacia ellos la clase de sentimientos que tienen por sus propios hijos”4.
Lucy Meserve Smith también escribió:
“Hicimos todo lo posible, con la ayuda de los buenos hermanos y hermanas, para consolar a los necesitados… Las manos y los pies se les habían congelado terriblemente… No cesamos en nuestros esfuerzos [hasta que] todos estaban cómodos…
“Jamás había sentido mayor satisfacción y placer, por decirlo así, en ninguna labor que haya realizado en mi vida, tal era el sentimiento de unanimidad que prevalecía…
“¿Qué más pueden hacer ahora las manos generosas?”5.
Mis amadas hermanas, este relato se puede comparar a nuestros días y a los que sufren en todo el mundo. Otra “oportunidad extraordinaria” nos conmueve el corazón.
Hay más de 60 millones de refugiados, incluso las personas desplazadas a la fuerza por todo el mundo; la mitad son niños6. “Esas personas han pasado enormes dificultades y están empezando una vida nueva en… [otros países y culturas]. Si bien [a veces] hay organizaciones que los ayudan con un lugar donde vivir y artículos de primera necesidad, lo que necesitan es un amigo y aliado que los ayude a [adaptarse] a su nuevo hogar, una persona que los ayude a aprender el idioma, a entender los sistemas y a sentirse conectados”7.
El verano pasado conocí a la hermana Yvette Bugingo, quien a los once años huyó de un lugar a otro después de que mataron a su padre y tres de sus hermanos desaparecieron en una zona del mundo asolada por la guerra. Yvette y los demás familiares se fueron a vivir durante seis años y medio como refugiados a un país vecino hasta que encontraron un hogar permanente en donde fueron bendecidos mediante una pareja que ayudó con el transporte, las escuelas y otras cosas. Ella dice que “básicamente fueron la respuesta a nuestras oraciones”8. Su hermosa madre y adorable hermanita están con nosotros esta noche, cantando en el coro. Desde que conocí a estas maravillosas mujeres, me he preguntado: “¿Y qué tal si su historia fuera mi historia?”.
Como hermanas, representamos a más de la mitad del almacén del Señor para ayudar a los hijos de nuestro Padre Celestial. Ese almacén no se compone solo de bienes, sino también de tiempo, talentos, aptitudes y nuestra naturaleza divina. La hermana Rosemary M. Wixom enseñó: “La naturaleza divina en nuestro interior enciende nuestro deseo de tender una mano de ayuda a los demás y nos impulsa a actuar”9.
Al reconocer nuestra naturaleza divina, el presidente Russell M. Nelson exhortó:
“Necesitamos mujeres que sepan cómo hacer que las cosas importantes sucedan mediante su fe y que sean defensoras valientes de la moralidad y la familia en un mundo enfermo por el pecado… mujeres que sepan cómo invocar los poderes del cielo para proteger y fortalecer a los hijos y a la familia…
“Casadas o solteras, ustedes, hermanas, poseen capacidades singulares y una intuición especial que han recibido como dones de Dios. Nosotros, los hermanos, no podemos reproducir la influencia sin igual que tienen ustedes”10.
En una carta que la Primera Presidencia envió a la Iglesia el 27 de octubre de 2015, se expresó gran preocupación y compasión por las millones de personas que han huido de sus hogares en busca de alivio de los conflictos civiles y otras dificultades. La Primera Presidencia invitó a las personas, familias y unidades de la Iglesia a participar, en servicio cristiano, en proyectos locales de ayuda a los refugiados y a contribuir al fondo humanitario de la Iglesia, cuando sea posible.
Las presidencias generales de la Sociedad de Socorro, de las Mujeres Jóvenes y de la Primaria han considerado cómo responder a la invitación de la Primera Presidencia. Sabemos que ustedes, hermanas de todas las edades, provienen de diferentes ámbitos de la vida y viven en circunstancias variadas. Cada miembro de esta hermandad mundial ha hecho convenio al bautizarse de “consolar a los que necesitan de consuelo”11; pero debemos recordar que nadie debe correr más aprisa de lo que las fuerzas le permitan12.
Teniendo esas verdades en cuenta, hemos organizado un esfuerzo de ayuda llamado “Fui forastero”. Esperamos que determinen, en espíritu de oración, lo que hacer —de acuerdo con su tiempo y circunstancias— para servir a los refugiados que vivan en sus barrios y comunidades. Esta es una oportunidad para servir individualmente, en familia y como organización para ofrecer amistad, tutoría y otro servicio cristiano, y es una de las muchas maneras en que las hermanas pueden servir.
En todos nuestros devotos esfuerzos, debemos aplicar el sabio consejo que el rey Benjamín dio a su pueblo después de exhortarlos a cuidar de los necesitados: “… mirad que se hagan todas estas cosas con prudencia y orden”13.
Hermanas, sabemos que ayudar a los demás con amor es importante para el Señor. Piensen en estas admoniciones de las Escrituras:
“Como a un natural de vosotros tendréis al extranjero que peregrine entre vosotros; y lo amarás como a ti mismo”14.
“No os olvidéis de la hospitalidad, porque por esta algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles”15.
Y el Salvador mismo dijo:
“Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis;
“estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis”16.
El Salvador reconoció amorosamente a la viuda cuya contribución fueron solo dos blancas, ya que hizo lo que pudo17. También contó la parábola del Buen Samaritano, la que concluyó diciendo: “Ve y haz tú lo mismo”18. A veces prestar ayuda es un inconveniente, pero cuando trabajamos juntos en amor y unidad, podemos esperar la ayuda del cielo.
En el funeral de una notable hija de Dios, alguien mencionó que esa hermana, como presidenta de la Sociedad de Socorro de estaca, trabajó con otros miembros de la estaca para hacer acolchados que abrigaran a las personas de Kosovo que sufrían durante la década de 1990. Al igual que el buen samaritano, ella se esforzó por hacer más al conducir con su hija un camión lleno de esos acolchados desde Londres hasta Kosovo. Al regresar a casa, recibió una clara impresión espiritual que le llegó profundamente al corazón. Fue la siguiente: “Lo que has hecho es algo muy bueno; ahora ve a casa, cruza la calle, y presta servicio a tu vecino”19.
En el funeral se mencionaron otros relatos inspiradores sobre cómo esa mujer fiel reconoció y respondió a los llamados y a las oportunidades apremiantes de los que estaban en su esfera de influencia. Por ejemplo, abrió su casa y su corazón a cualquier hora del día o de la noche para ayudar a jóvenes con dificultades.
Mis queridas hermanas, podemos estar seguras de contar con la ayuda del Padre Celestial al arrodillarnos y pedir la guía divina para bendecir a Sus hijos. El Padre Celestial, nuestro Salvador Jesucristo y el Espíritu Santo están listos para ayudar.
El presidente Henry B. Eyring expresó este potente testimonio a las mujeres de la Iglesia:
“El Padre Celestial oye y contesta sus oraciones de fe en busca de guía y de ayuda para perseverar en el servicio que brindan por Él.
“Se envía al Espíritu Santo a ustedes y a quienes ustedes cuidan. Recibirán fuerza y a la vez serán inspiradas para conocer los límites y el alcance de su capacidad para servir. El Espíritu las consolará cuando quizás se pregunten: ‘¿He hecho suficiente?’”20.
Al considerar los “llamados apremiantes” de los que necesitan nuestra ayuda, preguntémonos: “¿Y qué tal si su historia fuera mi historia?”. Ruego que entonces busquemos la inspiración, actuemos según las impresiones que recibamos y que juntas ayudemos a los necesitados conforme podamos y seamos inspiradas a hacerlo. Quizás entonces se diga de nosotras lo que el Salvador dijo de una hermana amorosa que le ministró: “Buena obra me ha hecho… Ella ha hecho lo que podía”21. ¡A eso lo llamo extraordinario! En el nombre de Jesucristo. Amén.