¿Creo?
Si estas cosas son verdaderas, entonces tenemos el mensaje más grandioso de esperanza y ayuda que jamás haya conocido el mundo.
El 30 de marzo, hace solo un año, el pequeño Ethan Carnesecca, de dos años, de American Fork, Utah, EE. UU. fue ingresado en el hospital con neumonía y con líquido en los pulmones. Dos días después, se agravó tanto su condición que lo tuvieron que llevar en helicóptero al hospital de niños Primary Children de Salt Lake City. A su preocupada madre, Michele, se le permitió ir en el asiento delantero para acompañarlo. Le dieron unos auriculares para que pudiera comunicarse con las demás personas en el helicóptero. Podía oír a los médicos atendiendo a su hijito y, al ser ella misma una enfermera en pediatría, Michele conocía lo suficiente como para saber que Ethan corría peligro.
En ese momento tan crítico, Michele se dio cuenta de que estaban volando justo por encima del Templo de Draper, Utah. Desde el aire, contempló el valle y también pudo ver el Templo de Jordan River, el Templo de Oquirrh Mountain e incluso el Templo de Salt Lake a la distancia. A su mente le vino el pensamiento: “¿Crees o no?”.
De esa experiencia, ella dijo lo siguiente:
“En la Primaria y en las Mujeres Jóvenes había aprendido acerca de las bendiciones del templo y [que] ‘Las familias son eternas’. Había compartido el mensaje de las familias a la buena gente de México durante mi misión. Me había sellado a mi compañero eterno por tiempo y por toda la eternidad en el templo. Enseñaba lecciones sobre las familias cuando era líder de las mujeres jóvenes, y compartía relatos sobre las familias eternas a mis hijos en las noches de hogar. Yo lo SABÍA, pero ¿lo CREÍA? La respuesta llegó tan rápido como surgió la pregunta en mi mente, el Espíritu confirmó a mi corazón y a mi mente la respuesta que ya conocía: ¡SÍ, creía!
“En ese momento, derramé mi corazón en oración a mi Padre Celestial, dándole gracias por el conocimiento y la creencia que yo tenía de que las familias en verdad son eternas. Le di gracias por Su Hijo Jesucristo, quien hizo que todo fuera posible. Le di gracias por mi hijo, y le hice saber a mi Padre Celestial que si Él tenía que llevarse a mi pequeño Ethan de vuelta a Su hogar celestial, lo aceptaba. Confié plenamente en mi Padre Celestial, y sabía que volvería a ver a Ethan. Estaba muy agradecida de que en un momento de crisis tuviera el conocimiento Y la creencia de que el Evangelio era verdadero. Sentí paz”1.
Ethan pasó varias semanas en el hospital, recibiendo atención médica de expertos. Las oraciones, el ayuno y la fe de los seres queridos, combinados con esa atención médica, permitieron que él saliera del hospital y regresara a casa con su familia. En la actualidad goza de buena salud.
Ese momento decisivo para Michele fue una confirmación para ella de que lo que le habían enseñado toda su vida eran más que simples palabras; es la verdad.
¿Nos acostumbramos tanto, a veces, a las bendiciones que hemos recibido como miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días que no logramos comprender plenamente el milagro y la majestuosidad del discipulado en la verdadera Iglesia del Señor? ¿Somos culpables de subestimar el más grande de los dones que se nos puede ofrecer en esta vida? El Salvador mismo enseñó: “Y si guardas mis mandamientos y perseveras hasta el fin, tendrás la vida eterna, que es el mayor de todos los dones de Dios”2.
Nosotros creemos que esta Iglesia es más que un buen sitio adonde ir los domingos y aprender a ser una buena persona. Es más que un bonito club social cristiano en el que nos podemos asociar con gente de buenos principios morales. No es tan solo un gran conjunto de ideas que los padres pueden enseñar a sus hijos en casa para que sean personas buenas y responsables. La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es infinitamente más que todas esas cosas.
Piensen un momento en las profundas afirmaciones que proclamamos como religión. Creemos que la misma Iglesia que Jesucristo estableció mientra estuvo en la tierra ha sido restaurada por un profeta llamado por Dios en nuestra época y que nuestros líderes poseen el mismo poder y autoridad para actuar en nombre de Dios que poseyeron los Apóstoles de la antigüedad. Se llama el sacerdocio de Dios. Proclamamos que, mediante esa autoridad restaurada, podemos recibir las ordenanzas salvadoras, tales como el bautismo, y disfrutar del don purificador y refinador del Espíritu Santo para que siempre esté con nosotros. Tenemos apóstoles y profetas que dirigen y guían esta Iglesia por medio de las llaves del sacerdocio, y creemos que Dios habla a Sus hijos mediante estos profetas.
También creemos que este poder del sacerdocio hace posible que hagamos convenios y recibamos ordenanzas en los santos templos que algún día nos permitirán volver a la presencia de Dios y vivir con Él para siempre. También proclamamos que, por medio de ese poder, las familias pueden estar juntas para siempre cuando las parejas entran en el nuevo y sempiterno convenio del matrimonio en edificios sagrados que nosotros creemos que literalmente son las Casas de Dios. Creemos que podemos recibir esas ordenanzas salvadoras no solo para nosotros mismos sino también para nuestros antepasados que vivieron sobre la tierra sin tener la oportunidad de participar en estas imprescindibles ordenanzas de salvación. Creemos que podemos efectuar las ordenanzas a favor de nuestros antepasados de forma vicaria en esos mismos santos templos.
Creemos que, por medio de un profeta y el poder de Dios, hemos recibido Escrituras adicionales, agregando su testimonio al de la Biblia que declara que Jesucristo es el Salvador del mundo.
Proclamamos que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es el Reino de Dios y la única Iglesia verdadera sobre la tierra. Se llama la Iglesia de Jesucristo porque Él está a la cabeza; es Su Iglesia, y todas estas cosas son posibles gracias a Su sacrificio expiatorio.
Creemos que estas características distintivas no se encuentran en ningún otro lugar ni organización sobre esta tierra. Por muy buenas y sinceras que sean las demás religiones, ninguna tiene la autoridad de proporcionar las ordenanzas de salvación que están disponibles en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
Tenemos un conocimiento de estas cosas, pero ¿las creemos? Si estas cosas son verdaderas, entonces tenemos el mensaje más grandioso de esperanza y ayuda que jamás haya conocido el mundo. Creerlas es una cuestión de importancia eterna para nosotros y para los que amamos.
Para creer, ¡tenemos que llevar el Evangelio de nuestra mente a nuestro corazón! Es posible que simplemente actuemos mecánicamente al vivir el Evangelio porque se espera que lo hagamos, o porque es la cultura en la que nos hemos criado o porque es un hábito. Algunos quizás no hayan experimentado lo que sintió el pueblo del rey Benjamín tras escuchar su sermón tan convincente: “Y todos clamaron a una voz, diciendo: Sí, creemos todas las palabras que nos has hablado; y además, sabemos de su certeza y verdad por el Espíritu del Señor Omnipotente, el cual ha efectuado un potente cambio en nosotros, o sea, en nuestros corazones, por lo que ya no tenemos más disposición a obrar mal, sino a hacer lo bueno continuamente”3.
Todos debemos procurar cambiar nuestro corazón y naturaleza misma para que ya no tengamos el deseo de seguir los caminos del mundo, sino de complacer a Dios. La verdadera conversión es un proceso que se lleva a cabo a lo largo de un tiempo e implica estar dispuestos a ejercer la fe. Viene cuando buscamos en las Escrituras en vez de en internet. Viene cuando somos obedientes a los mandamientos de Dios. La conversión viene cuando servimos a los que tenemos a nuestro alrededor. Viene mediante la oración sincera, la asistencia regular al templo y al cumplir fielmente con las responsabilidades que nos ha dado Dios. Requiere constancia y esfuerzo diario.
A menudo me preguntan: “¿Cuál es el mayor desafío que afrontan nuestros jóvenes en la actualidad?”. Les contesto que creo que es la siempre presente influencia del “edificio grande y espacioso”en sus vidas4. Si el Libro de Mormón fue escrito específicamente para nuestra época, entonces seguramente no podemos pasar por alto la relevancia que tiene para todos nosotros el mensaje en la visión de Lehi del árbol de la vida, ni el efecto de los que señalaban con el dedo y se burlaban desde el edificio grande y espacioso.
Lo que es más desgarrador para mí es la descripción de los que ya se han esforzado por avanzar a través de los vapores de tinieblas por el camino estrecho y angosto, se han asido a la barra de hierro, han alcanzado su meta y han empezado a saborear el fruto puro y delicioso del árbol de la vida. Entonces, el pasaje dice que esas personas bien vestidas en el edificio grande y espacioso “se hallaban en actitud de estar burlándose y señalando con el dedo a los que habían llegado hasta el fruto y estaban comiendo de él.
“Y después que hubieron probado del fruto, se avergonzaron a causa de los que se mofaban de ellos; y cayeron en senderos prohibidos y se perdieron”5.
Esos versículos describen a los que ya tenemos el evangelio de Jesucristo en nuestra vida. Ya sea que hayamos nacido en él o que hayamos tenido que esforzarnos por avanzar a través de los vapores de tinieblas para encontrarlo, hemos saboreado ese fruto, el cual es “el más apetecible de todos los frutos”6. y tiene el potencial de brindarnos la vida eterna, “el más grande de todos los dones de Dios”. Solo tenemos que seguir deleitándonos y no hacer caso a aquellos que se ríen de nuestras creencias o a aquellos que se deleitan en crear dudas o a aquellos que encuentran fallas en los líderes y en la doctrina de la Iglesia. Es una decisión que tomamos a diario: elegir la fe por encima de la duda. El élder M. Russell Ballard nos ha exhortado: “permanezcan en el bote, usen sus chalecos salvavidas y sujétense con ambas manos”7.
Como miembros de la verdadera Iglesia del Señor, ya estamos en el bote. No hace falta que busquemos en las filosofías del mundo para hallar la verdad que nos dará consuelo, ayuda y guía para conducirnos a salvo por las pruebas de la vida; ¡ya la tenemos! Al igual que la madre de Ethan pudo examinar sus creencias de tanto tiempo y declarar con confianza en un momento de crisis: “Sí, creo”, ¡nosotros también podemos hacerlo!
Testifico que nuestra membresía en el Reino del Señor es un don de valor inmensurable. Testifico que las bendiciones y la paz que el Señor tiene para los que son obedientes y fieles, exceden cualquier cosa que la mente humana pudiera comprender. Dejo este testimonio con ustedes en el nombre de Jesucristo. Amén.