2010–2019
Elogio a los que salvan
Abril 2016


18:14

Un elogio a los que salvan

Al nosotros emular el amor del Salvador, Él sin duda bendecirá y hará prosperar nuestros justos esfuerzos por salvar nuestro matrimonio y fortalecer nuestra familia.

Hace muchos años, estaba en el Templo de Fráncfort, Alemania y me llamó la atención una pareja de ancianos tomados de la mano. La ternura y el afecto solícitos que se mostraban el uno al otro me enterneció el corazón.

No sé bien por qué esa escena me impresionó tanto; quizás haya sido la dulzura del amor que ellos dos compartían, un fascinante símbolo de perseverancia y compromiso. Quedaba claro que esa pareja había estado junta por mucho tiempo y que el afecto que sentían el uno por el otro todavía estaba vivo y era fuerte.

Una sociedad de artículos desechables

Creo que otra razón por la cual esa tierna escena ha permanecido tanto tiempo en mi mente es por el contraste que tiene con algunas de las actitudes de la actualidad. En muchas sociedades del mundo, parece que todo es desechable. Apenas algo empieza a averiarse o gastarse, o simplemente cuando nos cansamos de ello, lo desechamos y lo remplazamos o actualizamos con algo más nuevo o más brillante.

Lo hacemos con los teléfonos celulares, la ropa, los autos y, lamentablemente, hasta con las relaciones.

Aunque puede ser bueno deshacernos de las cosas materiales que ya no necesitamos, cuando se trata de algo de importancia eterna —nuestro matrimonio, nuestra familia y nuestros valores— la mentalidad de remplazar lo original en pos de lo moderno puede traer un profundo remordimiento.

Agradezco pertenecer a una iglesia que valora el matrimonio y la familia. Los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días son conocidos en todo el mundo por tener algunos de los mejores matrimonios y familias que se puedan encontrar. Creo que esto, en parte, se debe a la preciosa verdad restaurada por José Smith de que los matrimonios y las familia tienen el fin de ser eternos. El propósito de las familias no es solo hacer que el tiempo en la tierra sea más llevadero para luego desecharlas al llegar al cielo, sino que son el orden de los cielos. Son un símbolo del modelo celestial, una semejanza de la familia eterna de Dios.

Sin embargo, los matrimonios y las relaciones familiares fuertes no ocurren solo porque seamos miembros de la Iglesia; requieren trabajo constante y deliberado. La doctrina de las familias eternas debe inspirarnos a hacer nuestro mejor esfuerzo por salvar y enriquecer nuestro matrimonio y a nuestra familia. Admiro y aplaudo a quienes han preservado y nutrido esas relaciones esenciales y eternas.

Hoy, deseo elogiar a aquellos que salvan.

Salvar nuestro matrimonio

A lo largo de los años he efectuado la ordenanza selladora de muchas parejas ilusionadas y enamoradas. No he conocido a nadie que, al mirarse por encima del altar, pensara que terminaría divorciado o desconsolado.

Lamentablemente, algunos terminan así.

Por alguna razón, a medida que pasa el tiempo y el color del amor romántico cambia, hay algunos que poco a poco dejan de pensar en la felicidad del otro y empiezan a notar las pequeñas fallas. En un entorno así, algunas personas son seducidas por la trágica conclusión de que su cónyuge no es lo suficientemente inteligente, divertido ni joven; y por alguna razón tienen la idea de que eso los justifica para comenzar a mirar en otra dirección.

Hermanos, si eso los describe a ustedes de alguna manera, les advierto que están en la senda que conduce a matrimonios deshechos, hogares disueltos y corazones destrozados. Les suplico que se detengan ya, que den la vuelta y regresen al camino seguro de la integridad y la lealtad a los convenios. Por supuesto, los mismos principios se aplican a nuestras queridas hermanas.

Ahora diré algo breve a los hermanos solteros que se engañan pensando que deben encontrar a la “mujer perfecta” antes de empezar una relación seria o casarse.

Mis queridos hermanos, un recordatorio: en caso de que hubiera una mujer perfecta, ¿creen realmente que se interesaría en ustedes?

En el plan de felicidad de Dios, no buscamos a alguien perfecto, sino más bien a alguien con quien, a lo largo de la vida, podamos trabajar conjuntamente a fin de crear una relación de amor duradera que sea más perfecta. Esa es la meta.

Hermanos, quienes salvan su matrimonio entienden que este trayecto requiere tiempo, paciencia y, sobre todo, las bendiciones de la expiación de Jesucristo. Requiere ser benignos, no tener envidia, no buscar lo suyo, no irritarse fácilmente, no pensar el mal, y regocijarse en la verdad. En otras palabras, se requiere caridad, el amor puro de Cristo1.

Todo eso no ocurrirá en un instante. Los grandes matrimonios se edifican un ladrillo por vez, día tras día, durante toda una vida.

Y esa es una buena noticia.

Porque no importa cuán plana sea su relación en el presente, si siguen añadiendo piedritas de bondad, compasión, atención, sacrificio, comprensión y abnegación, con el tiempo una gran pirámide comenzará a elevarse.

Si parece que toma mucho tiempo, recuerden: ¡el matrimonio tiene el objeto de durar por la eternidad! Así que, “no os canséis de hacer lo bueno, porque estáis poniendo los cimientos de [un gran matrimonio]. Y de las cosas pequeñas proceden las grandes”2.

Tal vez sea un trabajo gradual, pero no tiene que ser sin alegría. De hecho, corro el riesgo de mencionar algo obvio, pero el divorcio raras veces ocurre cuando el esposo y la esposa son felices.

Así que, ¡sean felices!

Y hermanos, sorprendan a su esposa al hacer cosas que la hagan feliz.

Quienes salvan su matrimonio eligen la felicidad. Si bien es verdad que algunos tipos de depresión crónica necesitan tratamiento especializado, me encantan estas sabias palabras de Abraham Lincoln: “La mayoría de las personas son tan felices como se proponen ser”. Esto complementa el consejo de las Escrituras: “… buscad, y hallaréis…”3.

Si buscamos imperfecciones en nuestro cónyuge o motivos de enojo en nuestro matrimonio, sin duda los encontraremos, porque todos los tienen en cierta medida. Por otro lado, si buscamos lo bueno, seguro que lo hallaremos, porque todos tienen muchas cualidades buenas también.

Quienes salvan el matrimonio, quitan la mala hierba y riegan las flores; festejan los pequeños actos de gracia que despiertan tiernos sentimientos de caridad. Quienes salvan el matrimonio salvan a las futuras generaciones.

Hermanos, recuerden por qué se enamoraron.

Esfuércense cada día para que su matrimonio sea más fuerte y más feliz.

Mis queridos amigos, hagamos nuestro mejor esfuerzo por encontrarnos entre las almas benditas y felices que salvan su matrimonio.

Salvar nuestra familia

Hoy también deseo elogiar a los que salvan la relación con su familia. Toda familia necesita ser salvada.

Aunque es maravilloso que esta Iglesia sea conocida por sus familias fuertes, es probable que a menudo sintamos que eso se aplica a todas las familias SUD excepto a la nuestra. La realidad es que no hay familias perfectas.

Toda familia tiene sus momentos incómodos.

Como cuando sus padres les piden que tomen una “selfie” de ellos, o cuando su tía abuela insiste en que están solteros porque son muy quisquillosos, o cuando su obstinado cuñado piensa que su punto de vista político es el punto de vista del Evangelio, o cuando su padre hace arreglos para que se saquen una foto familiar en la que todos se vistan como los personajes de su película preferida.

Y a ustedes les toca disfrazarse de Chewbacca [personaje de la película “La guerra de las galaxias”].

Así son las familias.

Aunque compartamos los genes, no somos iguales. Tenemos espíritus únicos. Las experiencias influyen en nosotros de muchas maneras y como resultado de ello, cada uno de nosotros termina siendo alguien diferente.

En vez de tratar de que todos quepan en nuestro mismo molde, podemos elegir celebrar las diferencias y estar agradecidos de ellas porque enriquecen nuestra vida y la colman de sorpresas.

Sin embargo, a veces los integrantes de nuestra familia toman decisiones o hacen cosas que son desconsideradas, hirientes o inmorales. ¿Qué debemos hacer en esos casos?

No hay una solución que sirva para cada situación. Quienes salvan sus familias tienen éxito porque buscan el consejo de su cónyuge y de su familia, procuran la voluntad del Señor y escuchan las impresiones del Espíritu Santo. Ellos saben que lo que funciona para una familia quizás no funcione para otra.

De todos modos, hay algo que podemos hacer y que sirve en todos los casos.

En el Libro de Mormón aprendemos de un pueblo que había descubierto el secreto de la felicidad. Por generaciones, “… no había contenciones… y ciertamente no podía haber un pueblo más dichoso entre todos los que habían sido creados por la mano de Dios”. ¿Cómo lo lograron? “… a causa del amor de Dios que moraba en el corazón del pueblo”4.

Cualesquiera que sean los problemas que enfrente su familia, sea lo que sea lo que deban hacer para solucionarlos, el principio y el fin de la solución es la caridad, el amor puro de Cristo. Sin ese amor, hasta las familias que parecen perfectas sufren. Con él, hasta las familias con grandes dificultades salen adelante.

“… la caridad nunca deja de ser”5.

¡Eso es una realidad para salvar el matrimonio y para salvar la familia!

Dejen de lado el orgullo

El gran enemigo de la caridad es el orgullo, una de las principales razones de las dificultades en el matrimonio y la familia. El orgullo tiene poca paciencia, es desagradable y envidioso. El orgullo exagera su propia fuerza e ignora las virtudes de los demás. El orgullo es egoísta y se irrita fácilmente; ve malas intenciones donde no las hay y esconde sus propias debilidades tras excusas ingeniosas. El orgullo es cínico y pesimista, se enoja e impacienta. Por cierto, si la caridad es el amor puro de Cristo, entonces el orgullo es la característica que define a Satanás.

El orgullo puede ser un error humano común; aunque no es parte de nuestra herencia espiritual y no tiene lugar entre los poseedores del sacerdocio de Dios.

La vida es corta, hermanos. Los remordimientos pueden durar mucho tiempo: algunos tendrán repercusiones que continúen por la eternidad.

La forma en que traten a su esposa, hijos, padres o hermanos puede influir en las generaciones venideras. ¿Qué legado quieren dejar a su posteridad? ¿Uno de dureza, venganza, enojo, temor o aislamiento? ¿O uno de amor, humildad, perdón, compasión, progreso espiritual y unidad?

Todos debemos recordar: “… juicio sin misericordia se hará con aquel que no muestre misericordia”6.

Por el bien de sus relaciones familiares, por el bien de su alma, por favor sean misericordiosos, porque “… la misericordia triunfa sobre el juicio”7.

Dejen de lado el orgullo.

Pedir disculpas sinceras a sus hijos, su esposa, su familia o sus amigos no es un signo de debilidad, sino de fortaleza. El tener la razón, ¿es más importante que cultivar un ambiente de apoyo, sanación y amor?

Construyan puentes; no los destruyan.

Aun cuando no sean culpables, quizás especialmente cuando no lo sean, dejen que el amor triunfe sobre el orgullo.

Si hacen esto, sea cual sea la adversidad que estén afrontando, pasará, y gracias al amor de Dios en su corazón, la contención se desvanecerá. Estos principios para salvar las relaciones se aplican a todos nosotros, no importa si estamos casados, divorciados o si somos viudos o solteros. Todos podemos ser salvadores de familias fuertes.

El amor más grande

Hermanos, en nuestro empeño por salvar los matrimonios y las familias, como ocurre en todas las cosas, sigamos el ejemplo de Aquel que nos salva. El Salvador ganó “nuestras almas con amor”8. Jesucristo es nuestro Maestro. Su obra es nuestra obra. Es una obra de salvación, y comienza en nuestro hogar.

El amor, en el Plan de Salvación, es desinteresado y procura el bienestar de los demás. Ese es el amor que el Padre Celestial siente por nosotros.

Al nosotros emular el amor del Salvador, Él sin duda bendecirá y hará prosperar nuestros justos esfuerzos por salvar nuestro matrimonio y fortalecer nuestra familia.

Que el Señor bendiga su incansable y justo esfuerzo por ser contados entre los que salvan. Este es mi ruego. En el nombre de Jesucristo. Amén.