El precio del poder del sacerdocio
¿Estamos dispuestos a orar, ayunar, estudiar, buscar, adorar y servir como hombres de Dios para que podamos tener el poder del sacerdocio?
Hace seis meses, en la Conferencia General de octubre de 2015, hablé a las hermanas de la Iglesia acerca de su función divina como mujeres de Dios. Ahora deseo hablarles a ustedes, hermanos, acerca de su función divina como hombres de Dios. Cuando viajo por el mundo, me maravilla la fortaleza y la tremenda bondad de los hombres y niños de esta Iglesia. Simplemente no hay manera de contar los corazones que ustedes han sanado y las vidas que han edificado. ¡Gracias!
En mi mensaje de la conferencia anterior relaté la devastadora experiencia que tuve hace muchos años cuando, siendo cardiocirujano, no pude salvar la vida de dos hermanas pequeñas. Con el permiso del padre de las niñas, me gustaría contarles más acerca de esa familia.
Tres de los hijos de Ruth y Jimmy Hatfield padecían una enfermedad cardiaca congénita. Su primer hijo, Jimmy Jr., falleció sin un diagnóstico definitivo. Yo entré en escena cuando los padres buscaban ayuda para sus dos hijas: Laural Ann y su hermana menor, Gay Lynn. Se me partió el corazón cuando ambas niñas fallecieron después de la cirugía. Con razón, Ruth y Jimmy quedaron destrozados espiritualmente.
Con el tiempo, supe que abrigaban cierto resentimiento hacia mí y hacia la Iglesia. Durante casi seis décadas me ha atormentado esa situación y he estado afligido por la familia Hatfield. Varias veces traté de comunicarme con ellos, pero sin éxito.
Entonces, una noche de mayo pasado me despertaron esas dos niñas pequeñas desde el otro lado del velo. Aun cuando no las vi ni oí con mis sentidos físicos, sentí su presencia. Espiritualmente, oí sus súplicas; su mensaje fue breve y claro: “¡Hermano Nelson, no estamos selladas a nadie! ¿Puede ayudarnos?”. Poco tiempo después supe que su madre había fallecido, pero que el padre y un hermano menor aún vivían.
Inspirado por las súplicas de Laural Ann y Gay Lynn, intenté comunicarme de nuevo con el padre, de quien supe que vivía con su hijo Shawn. Esta vez estuvieron dispuestos a reunirse conmigo.
En junio, me arrodillé literalmente ante Jimmy, ahora de 88 años, y tuve una conversación sincera con él. Le hablé de las súplicas de sus hijas y le dije que sería un honor para mí efectuar las ordenanzas selladoras por su familia. También le expliqué que se necesitaría tiempo y mucho esfuerzo por parte suya y de su hijo Shawn para estar listos y ser dignos de entrar en el templo, ya que ninguno de ellos había sido investido.
El Espíritu del Señor fue palpable a lo largo de aquella reunión. ¡Y cuando Jimmy y Shawn aceptaron mi ofrecimiento, sentí un gran gozo! Ellos trabajaron diligentemente con su presidente de estaca, el obispo, los maestros orientadores y el líder misional de barrio, así como con los misioneros jóvenes y un matrimonio misionero. Entonces, no hace mucho, tuve el enorme privilegio de sellar a Ruth a Jimmy y a sus cuatro hijos en el Templo de Payson, Utah. Wendy y yo lloramos al participar de aquella sublime experiencia. ¡Aquel día fueron sanados muchos corazones!
Reflexionando en ello, me maravillo de Jimmy y Shawn y de lo que estuvieron dispuestos a hacer. Ellos se han convertido en héroes para mí. Si pudiera ver cumplido el deseo de mi corazón, ese sería que cada hombre y jovencito de esta Iglesia demostrara el valor, la fortaleza y la humildad de ese padre y su hijo. Ellos estuvieron dispuestos a perdonar y a olvidar sus viejas heridas y hábitos; estuvieron dispuestos a someterse a la guía de sus líderes del sacerdocio para que la expiación de Jesucristo pudiera purificarlos y magnificarlos. Cada uno estuvo dispuesto a convertirse en un hombre que porta el sacerdocio con dignidad “según el orden más santo de Dios”.
Portar significa soportar el peso de aquello que se sostiene. Es una confianza sagrada poseer el sacerdocio, que es el gran poder y la autoridad de Dios. Piensen en esto: el sacerdocio que se nos ha conferido es el mismo podery la misma autoridad por medio de los cuales Dios creó este e innumerables mundos, gobierna los cielos y la tierra, y exalta a Sus hijos obedientes.
Hace poco, Wendy y yo estábamos en una reunión donde el organista estaba listo y preparado para tocar el himno inicial. Tenía los ojos puestos en la partitura y los dedos sobre las teclas. Empezó a tocar las teclas, pero no salió sonido alguno. Le susurré a Wendy: “No tiene corriente eléctrica”; supuse que algo había interrumpido el flujo de la corriente eléctrica al órgano.
Hermanos: de igual manera, temo que haya demasiados hombres a los que se les ha dado la autoridad del sacerdocio pero que carecen del poder del sacerdocio porque el flujo de poder está bloqueado por pecados tales como la pereza, la falta de honradez, el orgullo, la inmoralidad o la obsesión por las cosas del mundo.
Me temo que hay demasiados poseedores del sacerdocio que han hecho poco o nada por cultivar su capacidad para acceder a los poderes del cielo. Me preocupan todos los que son impuros en sus pensamientos, sentimientos o acciones o que degradan a sus esposas o hijos, interrumpiendo, por tanto, el poder del sacerdocio.
Me temo que son demasiados los que, tristemente, han sometido su albedrío al adversario y dicen con su conducta: “Me preocupa más satisfacer mis propios deseos que ser portador del poder del Salvador para bendecir a los demás”.
Temo, hermanos, que algunos de entre nosotros despierten un día y se den cuenta de lo que en realidad es el poder del sacerdocio y se enfrenten al profundo remordimiento de ver que dedicaron más tiempo a procurar poder sobre otras personas o en el trabajo que a aprender a ejercer plenamente el poder de Dios. El presidente George Albert Smith enseñó que “no estamos aquí para malgastar las horas de esta vida para luego pasar a una esfera de exaltación, sino que estamos aquí para prepararnos día a día para los puestos que nuestro Padre espera que ocupemos después”.
¿Por qué un hombre habría de malgastar su vida y preferir, como Esaú, el guisado de lentejas cuando se le ha confiado la posibilidad de recibir todas las bendiciones de Abraham?.
Insto urgentemente a cada uno de nosotros a vivir de acuerdo con nuestros privilegios como poseedores del sacerdocio. En un día futuro, solo aquellos varones que hayan tomado su sacerdocio seriamente, procurando diligentemente ser instruidos por el Señor mismo, serán capaces de bendecir, guiar, proteger, fortalecer y sanar a los demás. Solo el hombre que haya pagado el precio por el poder del sacerdocio será capaz de obrar milagros para aquellos a los que ama y mantener su matrimonio y su familia a salvo, ahora y a lo largo de la eternidad.
¿Cuál es el precio por cultivar tal poder del sacerdocio? El apóstol mayor del Salvador, Pedro, ese mismo Pedro que junto con Santiago y Juan confirieron el Sacerdocio de Melquisedec a José Smith y Oliver Cowdery, declaró las cualidades que debemos procurar para “ser participantes de la naturaleza divina”.
Él mencionó la fe, la virtud, el conocimiento, la templanza, la paciencia, la piedad, el afecto fraternal, el amor y la diligencia. ¡Y no nos olvidemos de la humildad! Así pues, pregunto: ¿Qué creen que dirían nuestros familiares, amigos y colegas en cuanto a cómo estamos ustedes y yo cultivando esos y otros dones espirituales? Cuanto más se cultiven estos atributos, mayor será nuestro poder en el sacerdocio.
¿De qué otra manera podemos aumentar nuestro poder en el sacerdocio? Debemos orar de corazón. La recitación cortés de actividades pasadas y futuras que concluyen con algunas peticiones de bendiciones no puede sustituir el tipo de comunicación con Dios que brinda poder perdurable. ¿Están dispuestos a orar para saber cómo orar por más poder? El Señor les enseñará.
¿Están dispuestos a escudriñar las Escrituras y a deleitarse en las palabras de Cristo, a estudiar con fervor a fin de tener más poder? ¡Si quieren ver cómo se derrite el corazón de su esposa, permitan que los encuentre estudiando la doctrina de Cristo en internet o leyendo las Escrituras!
¿Están dispuestos a adorar en el templo con regularidad? Al Señor le encanta enseñar Él mismo en Su santa casa. Imagínense lo complacido que estaría si ustedes le pidieran que les enseñase acerca de las llaves, de la autoridad y del poder del sacerdocio mientras reciben las ordenanzas del Sacerdocio de Melquisedec en el santo templo. Imagínense el aumento en poder del sacerdocio que podrían recibir.
¿Están dispuestos a seguir el ejemplo del presidente Thomas S. Monson de servicio a los demás? Durante décadas él ha tomado el camino más largo de regreso a casa, siguiendo las impresiones del Espíritu para llegar a la puerta de alguna persona y entonces oír palabras como: “¿Cómo supo que era el aniversario del fallecimiento de nuestra hija?” o “¿Cómo supo que era mi cumpleaños?”. Si verdaderamente quieren más poder del sacerdocio, apreciarán a su esposa, cuidarán de ella y la abrazarán a ella y su consejo.
Ahora bien, si todo esto les parece excesivo, tengan a bien considerar cuán diferente sería la relación con nuestra esposa, nuestros hijos y compañeros de trabajo si nos preocupara tanto el obtener poder en el sacerdocio como nos preocupa progresar en nuestro empleo o aumentar el saldo de la cuenta bancaria. Si nos presentamos humildemente ante el Señor y le pedimos que nos enseñe, Él nos mostrará cómo aumentar nuestro acceso a Su poder.
Sabemos que en los últimos días habrá terremotos en diversos lugares. Tal vez uno de esos diversos lugares sea nuestro propio hogar, donde es posible que ocurran “terremotos” emocionales, económicos o espirituales. El poder del sacerdocio puede calmar los mares y reparar las fisuras de la tierra, pero también puede calmar la mente y sanar el corazón de aquellos a los que amamos.
¿Estamos dispuestos a orar, ayunar, estudiar, buscar, adorar y servir como hombres de Dios para que podamos tener ese tipo de poder del sacerdocio? Gracias a que dos niñas pequeñas estaban tan deseosas por sellarse a su familia, su padre y su hermano estuvieron dispuestos a pagar el precio de poseer el santo Sacerdocio de Melquisedec.
Mis queridos hermanos, se nos ha confiado una responsabilidad sagrada: la autoridad de Dios para bendecir a los demás. Ruego que cada uno de nosotros se eleve a la altura del hombre al que Dios nos preordenó que fuéramos, listos para poseer el sacerdocio de Dios con valentía, deseosos por pagar cualquier precio que se requiera para aumentar su poder en el sacerdocio. Con ese poder podemos contribuir a preparar el mundo para la Segunda Venida de nuestro Salvador Jesucristo. Esta es Su Iglesia, dirigida hoy en día por Su profeta, el presidente Thomas S. Monson, a quien amo y sostengo profundamente. De ello testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.