“Cualquiera que los reciba, a mí me recibe”
Los niños hoy en día viven en muchas situaciones familiares diferentes y complejas. Debemos tender la mano a quienes se sienten solos, excluidos o que están al otro lado de la cerca.
Dios ama a los niños. Él ama a todos Sus hijos. El Salvador dijo: “Dejad a los niños venir a mí… porque de los tales es el reino de los cielos”1.
Los niños hoy en día viven en muchas situaciones familiares diferentes y complejas.
Por ejemplo, en la actualidad, el doble de los niños en Estados Unidos vive solamente con uno de sus padres a diferencia de hace cincuenta años2, y hay muchas familias que no se encuentran unificadas en su amor por Dios y en su disposición de guardar Sus mandamientos.
En esta creciente conmoción espiritual, el Evangelio restaurado seguirá adelante proporcionando la norma, el ideal y el modelo del Señor.
“Los hijos merecen nacer dentro de los lazos del matrimonio y ser criados por un padre y una madre que honran sus votos matrimoniales con completa fidelidad…
“El esposo y la esposa tienen la solemne responsabilidad de amarse y de cuidarse el uno al otro, así como a sus hijos… Los padres tienen el deber sagrado de criar a sus hijos con amor y rectitud, de proveer para sus necesidades físicas y espirituales, y de enseñarles a amarse y a servirse el uno al otro [y] a observar los mandamientos de Dios”3.
Reconocemos en todo el mundo a los muchos padres buenos, de todas las religiones, que cuidan amorosamente a sus hijos y, con gratitud, reconocemos a las familias de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días [en las que los niños] se encuentran bajo el cuidado amoroso de un padre y una madre convertidos al Salvador, sellados por la autoridad del sacerdocio y que están aprendiendo en su familia a amar y a confiar en su Padre Celestial y en Su Hijo Jesucristo.
Un ruego a favor de los jóvenes
Sin embargo, ruego hoy por los cientos de miles de niños, jóvenes y jóvenes adultos que no provienen de estas, a falta de un mejor término, “familias perfectas”. Hablo no solo de los jóvenes que han pasado por la muerte, el divorcio o la decreciente fe de los padres, sino también de las decenas de miles de jóvenes y jovencitas de todo el mundo que aceptan el Evangelio sin una madre o padre que se convierta a la Iglesia con ellos4.
Esos jóvenes Santos de los Últimos Días se unen a la Iglesia con gran fe y esperan formar la familia ideal en el futuro5. Con el tiempo, llegan a ser una parte importante de nuestra fuerza misional, de nuestros firmes jóvenes adultos y de quienes se arrodillan ante un altar para comenzar su propia familia.
Sensibilidad
Seguiremos enseñando el modelo del Señor para la familia, pero ahora, con millones de miembros y la diversidad que existe entre los niños de la Iglesia, debemos ser aún más considerados y sensibles. La cultura de nuestra Iglesia y su forma de hablar es muchas veces bastante única. Los niños de la Primaria no van a dejar de cantar “Las familias pueden ser eternas”6, pero cuando canten “Gozo siento cuando a papá veo regresar”7 o “papá y mamá me guían al bien”8, no todos los niños estarán cantando acerca de su propia familia.
Nuestra amiga Bette nos contó una experiencia que tuvo en la Iglesia cuando tenía diez años. Ella dijo: “La maestra enseñaba una lección acerca del matrimonio en el templo y me preguntó específicamente: ‘Bette, tus padres no se casaron en el templo, ¿verdad?’ [La maestra y el resto de la clase] sabían la respuesta”. La maestra siguió con la lección y Bette se imaginó lo peor. Ella dijo: “Pasé muchas noches llorando; y cuando tuve problemas al corazón dos años después, y pensaba que iba a morir, me asusté mucho al pensar que iba a estar sola para siempre”.
Mi amigo Leif asistía solo a la Iglesia. En una ocasión, mientras estaba en la Primaria, se le pidió que diera un pequeño discurso. Él no tenía mamá ni papá en la Iglesia que estuviera a su lado y le ayudaran si se le olvidaba decir algo. Leif estaba aterrorizado y en vez de correr el riesgo de pasar vergüenza, permaneció sin asistir a la Iglesia por varios meses.
“Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos…
“Y [dijo] cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe”9.
Corazones creyentes y dones espirituales
Esos niños y jóvenes son bendecidos con corazones creyentes y profundos dones espirituales. Leif me dijo: “Yo sabía en lo profundo de mi mente que Dios era mi Padre y que Él me conocía y me amaba”.
Nuestra amiga Veronique dijo: “Al aprender los principios del Evangelio y estudiar el Libro de Mormón era como si recordara cosas que ya sabía pero que había olvidado”.
Nuestra amiga Zuleika es de Alegrete, Brasil. A pesar de que su familia no era religiosa, a los doce años comenzó a leer la Biblia y a visitar las iglesias locales para saber más acerca de Dios. Con el permiso renuente de sus padres estudió con los misioneros, obtuvo un testimonio y se bautizó. Me contó: “Durante las charlas me mostraron una lámina del Templo de Salt Lake y me hablaron acerca de las ordenanzas de sellamiento. Desde ese momento, tuve el deseo de entrar un día en la Casa del Señor y tener una familia eterna”.
A pesar de que la situación terrenal de un niño no sea la ideal, el ADN espiritual es perfecto debido a que la identidad verdadera de una persona es la de un hijo o hija de Dios.
El presidente Monson ha dicho: “Ayuden a los hijos de Dios a entender lo que es genuino e importante en esta vida; ayúdenlos a adquirir la fortaleza para elegir las sendas que los mantendrán a salvo en el camino hacia la vida eterna”10. Abramos nuestros brazos y nuestro corazón un poco más. Esos jóvenes necesitan de nuestro tiempo y nuestro testimonio.
Brandon, que se unió a la Iglesia en Colorado mientras cursaba la secundaria, me habló de quienes tuvieron una influencia positiva en él antes y después de su bautismo. Él dijo: “Estuve en casa de familias que vivían el Evangelio. Me mostraron un modelo que sentí podía tener en mi propia familia”.
Veronique nació en los Países Bajos y asistió a la escuela con mi hija Kristen cuando vivíamos en Alemania. Veronique observó: “Los alumnos que eran miembros de la Iglesia tenían una luz que los distinguía. Me di cuenta que esa luz provenía de su fe en Jesucristo y de vivir Sus enseñanzas”.
Mi amigo Max se bautizó a los ocho años. Su papá no era miembro de ninguna iglesia, así que Max podía elegir asistir o no.
De adolescente, luego de no asistir por varios meses, Max sintió deseos de volver a la Iglesia y un domingo por la mañana decidió que regresaría. Sin embargo su determinación se debilitó al aproximarse a la puerta de la capilla; se sintió nervioso.
Allí, de pie en la puerta, se encontraba el nuevo obispo. Max no lo conocía y estaba seguro de que el obispo tampoco lo conocía a él. Al acercarse, el rostro del obispo se iluminó y le tendió la mano diciendo: “¡Max, cuánto me alegra verte!”.
“Al oír esas palabras”, dijo Max, “sentí cómo un sentimiento cálido me invadía y supe que estaba haciendo lo correcto”11.
Saber el nombre de alguien puede marcar una diferencia.
“Y aconteció que [Jesús] mandó que [le] trajesen a sus niños pequeñitos…
“Y tomó a sus niños pequeños, uno por uno, y los bendijo, y rogó al Padre por ellos.
“Y cuando hubo hecho esto, lloró”12.
Jóvenes que todavía no se han bautizado
A pedido de los padres, muchos jóvenes que aman el Evangelio esperan años para ser bautizados.
Los padres de Emily se divorciaron cuando ella era pequeña y no recibió el permiso para bautizarse hasta que tuvo quince años. Nuestra amiga Emily habla maravillas de una líder de las Mujeres Jóvenes que “siempre [le] tendió una mano y [la] ayudó a fortalecer [su] testimonio”13.
Colten y Preston son dos adolescentes que viven en Utah. Sus padres se divorciaron y ellos no han recibido el permiso para bautizarse. Aun cuando no pueden repartir la Santa Cena, llevan el pan todas las semanas; y aun cuando no pueden entrar en el templo para efectuar bautismos con los jóvenes cuando el barrio va al templo, los dos hermanos buscan nombres de familiares en el centro de historia familiar que queda al lado de su casa. La influencia más grande para ayudar a que nuestros jóvenes se sientan incluidos son otros jóvenes rectos.
El élder Joseph Ssengooba
Concluyo con el ejemplo de un nuevo amigo, alguien que conocimos hace algunas semanas mientras visitábamos la Misión Zambia Lusaka.
El élder Joseph Ssengooba es de Uganda. Su padre falleció cuando él tenía siete años. A los nueve años, puesto que su madre y sus familiares no podían encargarse de él, tuvo que arreglárselas solo. A los doce años conoció a los misioneros y se bautizó.
Joseph me contó de su primer día en la Iglesia: “Después de la reunión sacramental, pensé que era hora de retirarme a casa, pero los misioneros me presentaron a Joshua Walusimbi. Joshua me dijo que iba ser mi amigo y me entregó un ejemplar de Canciones para los niños para que no entrara a la Primaria con las manos vacías. Allí, Joshua colocó una silla junto a la suya; la presidenta de la Primaria me invitó al frente y le pidió al resto de los niños que cantaran en mi honor: ‘Soy un hijo de Dios’. Me sentí sumamente especial”.
El presidente de rama llevó a Joseph a casa de la familia de Pierre Mungoza y esa se convirtió en su casa por los cuatro años siguientes.
Ocho años más tarde, cuando el élder Joseph Ssengooba comenzó su misión, para su gran asombro el élder Joshua Walusimbi fue su entrenador, el niño que lo había hecho sentir tan bienvenido en su primer día en la Primaria. ¿Y su presidente de misión? Es el presidente Leif Erickson, aquel niño pequeño que estuvo alejado de la Primaria porque tenía terror de dar un discurso. Dios ama a Sus hijos.
Los niños entraron corriendo
Hace algunas semanas cuando fuimos a África con mi esposa Kathy, visitamos Mbuji-Mayi, en la República Democrática del Congo. Como la capilla no era lo suficientemente grande para albergar a dos mil miembros, nos reunimos al aire libre debajo de una gran lona de plástico sostenida por postes de bambú. Al comenzar la reunión, vimos a docenas de niños que nos observaban, aferrados a las barras de la cerca de hierro que rodeaba la propiedad. Kathy me susurró: “Neil, ¿crees que podrías invitar a esos niños a entrar?”. Me acerqué a Kalonji, el presidente de distrito que estaba en el podio y le pregunté si podía hacer pasar a los niños que estaban al otro lado de la cerca para reunirse con nosotros.
Para mi sorpresa, a la invitación del presidente Kalonji, los niños no sólo entraron sino que lo hicieron corriendo; más de cincuenta, quizás eran cien, algunos en harapos y descalzos, pero todos con sonrisas hermosas y rostros alegres.
Me sentí muy conmovido con esta experiencia y la consideré simbólica de la necesidad de tender la mano a los jóvenes que se sienten solos, excluidos o que están al otro lado de la cerca. Pensemos en ellos, démosles la bienvenida, abracémoslos y hagamos todo lo que esté a nuestro alcance para fortalecer su amor por el Salvador. Jesús dijo: “Y cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe”14. En el nombre de Jesucristo. Amén.