Integridad: un atributo cristiano
Vivir una vida de integridad requiere que seamos fieles a Dios, los unos a los otros y a nuestra identidad divina.
En las horas finales del ministerio del Salvador, Él fue al monte de los Olivos, a un jardín llamado Getsemaní, e invitó a Sus discípulos a esperar. Encontrándose ahora solo, suplicó a Su Padre: “Si quieres, pasa de mí esta copa”. Estando en agonía, Su sufrimiento hizo que “Dios, el mayor de todos, temblara a causa del dolor y sangrara por cada poro […], y deseara no tener que beber la amarga copa y desmayar”. Sin embargo, en ese momento de profunda desesperación, el Salvador no desmayó, “sino que beb[ió], y acab[ó] [Sus] preparativos para con los hijos de los hombres”.
Como el Unigénito del Padre, Jesucristo tenía poder sobre la muerte, el dolor y el sufrimiento, pero no desmayó. Cumplió el convenio que había hecho con Su Padre y, al hacerlo, manifestó un atributo cristiano cada vez más importante en el mundo en el que vivimos: el atributo de la integridad. Se mantuvo fiel a Dios, a cada uno de nosotros y a Su identidad divina.
La integridad
Jesucristo es nuestro Ejemplo. Vivir una vida de integridad requiere que seamos fieles a Dios, los unos a los otros y a nuestra identidad divina. La integridad proviene del primer gran mandamiento de amar a Dios. Debido a que aman a Dios, ustedes son fieles a Él en todo momento. Ustedes entienden que existe el bien y el mal, y que hay una verdad absoluta: la verdad de Dios. Tener integridad significa que no rebajamos nuestras normas ni conducta para impresionar a los demás o ser aceptados por ellos. Ustedes hacen lo justo por más que les cueste. Las revisiones recientes del manual misional Predicad Mi Evangelio agregaron en particular la integridad como atributo cristiano.
Hace algunos años, al élder Uchtdorf se le asignó reorganizar nuestra estaca. Durante nuestra entrevista, me hizo una pregunta que no he olvidado: “¿Ha habido algo en su vida que, si se diera a conocer al público, sería una vergüenza para usted o para la Iglesia?”. Sorprendido, mi mente recorrió rápidamente toda mi vida, tratando de recordar aquellos momentos en los que quizás había fallado y me preguntaba: “Si los demás supieran todo lo que he hecho, ¿qué pensarían de mí o de la Iglesia?”.
En ese momento, pensé que el élder Uchtdorf solo preguntaba en cuanto a la dignidad, pero he llegado a entender que en realidad era una pregunta sobre la integridad. ¿Era yo fiel a lo que profesaba? ¿Vería el mundo coherencia entre mis palabras y mis hechos? ¿Podrían los demás ver a Dios por medio de mi conducta?
El presidente Spencer W. Kimball enseñó: “La integridad” es nuestra “buena voluntad y la habilidad de vivir de acuerdo con nuestras creencias y obligaciones”.
Fieles a Dios
Una vida de integridad requiere, ante todo, que seamos fieles a Dios.
Desde nuestra infancia, aprendimos la historia de Daniel en el foso de los leones. Daniel siempre fue fiel a Dios. Sus compañeros celosos “buscaron ocasión para acusar[lo]” e idearon un decreto que ordenaba que oraran solo a sus dioses. Daniel conocía el decreto, pero se fue a su casa y, “abiertas las ventanas”, se hincaba y oraba tres veces al día al Dios de Israel. Como resultado, Daniel fue echado en el foso de los leones. A la mañana siguiente, el rey descubrió que el Dios de Daniel lo había librado y emitió un nuevo decreto por el cual todos debían “tem[er] y t[emblar] ante la presencia del Dios de Daniel, porque él es el Dios viviente”.
El rey llegó a conocer a Dios por medio de la integridad de Daniel. Los demás ven a Dios a través de nuestra integridad, en palabras y en hechos. Al igual que Daniel, ser fieles a Dios nos alejará cada vez más del mundo.
El Salvador nos recuerda: “En el mundo tendréis aflicción. Pero confiad; yo he vencido al mundo”. El presidente Russell M. Nelson aconsejó: “[Vencer al mundo] significa vencer la tentación de preocuparse más por las cosas de este mundo que por las cosas de Dios. Significa confiar en la doctrina de Cristo más que en las filosofías de los hombres”. Del mismo modo, debemos resistir la tentación de andar “por [nuestro] propio camino, y en pos de la imagen de [nuestro] propio dios, cuya imagen es a semejanza del mundo”.
La atracción a los opuestos en este mundo es una parte esencial del plan de salvación de Dios. La forma en que respondemos a tal atracción es la esencia de quiénes somos, una medida de nuestra integridad. La atracción mundana puede ser tan directa como para destruir la fidelidad en el matrimonio o tan sutil como para publicar de forma anónima comentarios criticando a la doctrina o a la cultura de la Iglesia. Ejercer integridad en nuestras decisiones es una manifestación externa de un compromiso interior de seguir al Salvador Jesucristo.
Fieles a los demás
Así como la integridad proviene del primer gran mandamiento de amar a Dios, ser fieles los unos con los otros proviene del segundo, amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Una vida de integridad no es una vida de perfección; es una vida en la que nos esforzamos cada día por ser fieles ante todo a Dios y, dentro de ese contexto, por ser fieles a los demás. El presidente Oaks nos recuerda: “Nuestro esmero por guardar el segundo mandamiento no debe hacernos olvidar el primero”.
El mundo lucha cada vez más con la integridad mediante la imposición de códigos de conducta o reglas éticas que gobiernan las relaciones entre las personas y las instituciones. Si bien son buenas, estas reglas generalmente no están ancladas en la verdad absoluta y tienden a evolucionar en función de la aceptación cultural. De manera similar a la pregunta planteada por el élder Uchtdorf, algunas organizaciones capacitan a los empleados para que consideren cómo serían sus decisiones o el proceso de toma de decisiones si se publicaran en línea o en la portada de un periódico importante. A medida que la Iglesia sale de la oscuridad y de las tinieblas, nosotros, al igual que Daniel, debemos elevarnos por encima de las expectativas mundanas y llegar a ser el rostro del Dios verdadero y viviente en todo tiempo y en todo lugar.
Decir que tenemos integridad no es suficiente si nuestras acciones son contradictorias a nuestras palabras. Del mismo modo, la bondad cristiana no es un sustituto de la integridad. Como pueblo del convenio, y como líderes de Su Iglesia, debemos estar más allá de todo reproche y estar alineados con las normas que el Señor ha establecido.
Actuar con integridad edifica la fe y la confianza, y asegura a los demás que solo buscamos hacer la voluntad del Señor. En nuestros consejos, resistimos las influencias externas y seguimos el proceso revelado por el Señor, procurando recibir las impresiones de cada mujer y hombre y actuando de acuerdo con el consejo inspirado que recibimos.
Estamos centrados en el Salvador y tenemos cuidado de evitar acciones que puedan percibirse como que sirven a nuestros propios intereses, benefician a nuestra familia o favorecen a alguien a expensas de otro. Hacemos todo lo posible para evitar cualquier percepción de que nuestras acciones puedan estar influenciadas por los honores de los hombres, para recibir reconocimiento personal, generar más “me gusta”, ser citados o publicados.
Fieles a nuestra identidad divina
Por último, una vida de integridad requiere que seamos fieles a nuestra identidad divina.
Sabemos de algunos que no lo fueron. De particular importancia es el anticristo Korihor, que desvió el corazón de muchos, apelando a su “mente carnal”. Sin embargo, en los últimos momentos de su vida, confesó: “Siempre he sabido que había un Dios”. El presidente Henry B. Eyring ha enseñado que mentir “es contrario a la naturaleza de nuestro espíritu”, nuestra identidad divina. Korihor se engañó a sí mismo, y la verdad no estaba en él.
En contraste, el profeta José Smith proclamó confiadamente: “Yo lo sabía, y sabía que Dios lo sabía; y no podía negarlo”.
Hyrum, el hermano de José, era amado por el Señor “a causa de la integridad de su corazón”. Él y José permanecieron fieles hasta el fin, fieles a su identidad divina, a la luz y al conocimiento que recibieron, y fieles a la persona que sabían que podían llegar a ser.
Conclusión
Ruego que nos reconciliemos “con la voluntad de Dios” y que desarrollemos el atributo cristiano de la integridad. Ruego que sigamos a nuestro Ejemplo, el Salvador del mundo, y no desmayemos, sino que vivamos una vida que sea fiel a Dios, a los demás y a nuestra identidad divina.
Como dijo Job: “Péseme Dios en balanzas de justicia y reconocerá mi integridad”. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.