Conferencia General
Confiar en nuestro Padre
Conferencia General de octubre de 2024


Confiar en nuestro Padre

Dios confía en nosotros para tomar muchas decisiones importantes y, en todo asunto, nos pide que confiemos en Él.

El 1 de junio de 1843, Addison Pratt partió de Nauvoo, Illinois, para predicar el Evangelio en las islas de Hawái, dejando a su esposa, Louisa Barnes Pratt, al cuidado de su joven familia.

En Nauvoo, cuando las persecuciones se intensificaron, forzando a los santos a marcharse, y más tarde en Winter Quarters, mientras se preparaban para emigrar al valle del Lago Salado, Louisa se enfrentó a la decisión de si hacer el viaje o no. Habría sido más fácil quedarse y esperar el regreso de Addison que viajar sola.

En ambas ocasiones buscó la guía del profeta, Brigham Young, quien la alentó a ir. A pesar de la gran dificultad y de su renuencia personal, logró hacer el viaje con éxito en ambas ocasiones.

Al principio, Louisa no encontraba mucho gozo en viajar. Sin embargo, pronto comenzó a disfrutar de la verde hierba de la pradera, las coloridas flores silvestres y los parches de tierra en las orillas del río. “La tristeza que había en mi mente se fue desvaneciendo gradualmente”, escribió ella, “y luego, no había en toda la compañía una mujer más feliz que yo”.

La historia de Louisa me ha inspirado profundamente. Admiro su disposición a dejar de lado sus preferencias personales, así como su capacidad para confiar en Dios, y cómo el ejercer su fe le ayudó a ver la situación de otra manera.

Me ha recordado que tenemos un amoroso Padre Celestial que nos cuida dondequiera que estemos y que podemos confiar en Él más que en cualquier otra persona o cosa.

La fuente de la verdad

Dios confía en nosotros para tomar muchas decisiones importantes y, en todo asunto, nos pide que confiemos en Él. Esto es especialmente difícil cuando nuestro juicio o la opinión pública difieren de Su voluntad para Sus hijos.

Algunos sugieren que deberíamos redefinir los límites entre lo que está bien y lo que está mal porque dicen que esa verdad es relativa, que la realidad se define por sí misma o que Dios es tan generoso que, en realidad, no le importa lo que hagamos.

A medida que buscamos entender y aceptar la voluntad de Dios, es útil recordar que no nos corresponde a nosotros definir los límites entre lo correcto y lo incorrecto. Dios mismo ha establecido estos límites, basándose en verdades eternas para nuestro beneficio y bendición.

El deseo de cambiar la verdad eterna de Dios tiene una larga historia. Comenzó antes de que el mundo existiera, cuando Satanás se rebeló contra el plan de Dios, buscando egoístamente destruir el albedrío humano. Siguiendo este modelo, personas como Sherem, Nehor y Korihor han argumentado que la fe es una insensatez, la revelación es irrelevante y que cualquier cosa que queramos hacer está bien. Lamentablemente, muy a menudo, estas desviaciones de la verdad de Dios han conducido a gran pesar.

Si bien algunas cosas pueden depender del contexto, no todo es así. El presidente Russell M. Nelson ha enseñado constantemente que las verdades de salvación de Dios son absolutas, independientes y definidas por Dios mismo.

Nuestra elección

En quién elegimos confiar es una de las decisiones importantes de la vida. El rey Benjamín instruyó a su pueblo: “Creed en Dios; creed que él existe […]; creed que él tiene toda sabiduría […]; creed que el hombre no comprende todas las cosas que el Señor puede comprender”.

Afortunadamente, tenemos las Escrituras y la guía de profetas vivientes para ayudarnos a comprender la verdad de Dios. Si se necesita aclaración más allá de lo que tenemos, Dios la provee a través de Sus profetas. Y Él responderá a nuestras oraciones sinceras mediante el Espíritu Santo, a medida que procuremos entender verdades que aún no apreciamos plenamente.

El élder Neil L. Andersen una vez enseñó que no deberíamos sorprendernos “si en ocasiones [nuestras] perspectivas personales no están inicialmente en armonía total con las enseñanzas del profeta del Señor. Esos son momentos de aprendizaje”, dijo él, “de humildad, en los que nos arrodillamos en oración. Caminamos hacia delante con fe, sabiendo que con el tiempo recibiremos más claridad espiritual de nuestro Padre Celestial”.

En todo momento, es útil recordar la enseñanza de Alma de que Dios da Su palabra según la atención y el esfuerzo que le dedicamos. Si damos oído a la palabra de Dios, recibiremos más; si ignoramos Su consejo, recibiremos cada vez menos hasta no tener nada. Esta pérdida de conocimiento no significa que la verdad fuera incorrecta; más bien, muestra que hemos perdido la capacidad de entenderla.

Mirar al Salvador

En Capernaúm, el Salvador enseñó en cuanto a Su identidad y misión. Muchos encontraron Sus palabras difíciles de escuchar, lo que los llevó a darle la espalda y “ya no anda[r] con Él”.

¿Por qué se alejaron?

Porque no les gustó lo que decía. Así que, confiando en su propio juicio, se alejaron, negándose a sí mismos las bendiciones que habrían recibido si se hubieran quedado.

Es fácil que nuestro orgullo se interponga entre nosotros y la verdad eterna. Cuando no entendamos, podemos hacer una pausa, dejar que nuestros sentimientos se calmen y luego elegir cómo responder. El Salvador nos instó a “mira[r] hacia [Él] en todo pensamiento; no dud[ar], no tem[er]”. Cuando nos centramos en el Salvador, nuestra fe puede comenzar a superar nuestras inquietudes.

Como nos aconsejó el presidente Dieter F. Uchtdorf: “Duden de sus dudas antes que dudar de su fe. Nunca debemos permitir que la duda nos mantenga prisioneros y nos prive del amor, la paz y los dones divinos que vienen mediante la fe en el Señor Jesucristo”.

Las bendiciones llegan a aquellos que permanecen

Cuando los discípulos se alejaron del Salvador aquel día, Él preguntó a los Doce: “¿También vosotros queréis iros?”.

Pedro respondió:

“Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.

“Y nosotros hemos creído y sabemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”.

Ahora bien, los apóstoles vivían en el mismo mundo y enfrentaron las mismas presiones sociales que los discípulos que se alejaron. Sin embargo, en ese momento, eligieron su fe y confiaron en Dios, conservando así las bendiciones que Dios otorga a quienes permanecen.

Tal vez ustedes, así como yo, se encuentren a veces en ambos lados de esta decisión. Cuando nos resulta difícil entender o aceptar la voluntad de Dios, es reconfortante recordar que Él nos ama tal como somos, dondequiera que nos encontremos. Y Él tiene algo mejor para nosotros. Si acudimos a Él, nos ayudará.

Aunque acudir a Él puede resultarnos difícil, al igual que al padre que buscaba la sanación de su hijo y el Salvador le dijo: “Al que cree todo le es posible”. En nuestros momentos de dificultad, nosotros también podemos clamar: “Ayuda [mi] incredulidad”.

Someter nuestra voluntad a la Suya

El élder Neal A. Maxwell enseñó: “La sumisión de nuestra voluntad es la única cosa exclusivamente personal que tenemos para colocar sobre el altar de Dios”. No es de extrañar que el rey Benjamín estuviera tan deseoso de que su pueblo se volviera “como un niño: sumiso, manso, humilde, paciente, lleno de amor y dispuesto a someterse a cuanto el Señor juzgue conveniente infligir sobre él, tal como un niño se somete a su padre”.

Como siempre, el Salvador nos dio el ejemplo perfecto. Con un corazón afligido y sabiendo la dolorosa obra que tenía que efectuar, se sometió a la voluntad de Su Padre, cumpliendo Su misión mesiánica y abriéndonos la promesa de la eternidad a ustedes y a mí.

La decisión de someter nuestra voluntad a la de Dios es un acto de fe que se sitúa en el centro de nuestro discipulado. Al tomar esa decisión, descubrimos que nuestro albedrío no disminuye; más bien, se ve magnificado y recompensado con la presencia del Espíritu Santo, que brinda un propósito, gozo, paz y esperanza que no podemos encontrar en ningún otro lugar.

Hace varios meses, un presidente de estaca y yo visitamos a una hermana de su estaca y a su hijo, un joven adulto. Después de años de estar alejada de la Iglesia, deambulando por senderos difíciles y hostiles, ella había regresado. Durante nuestra visita, le preguntamos por qué había vuelto.

“Hice un desastre de mi vida”, dijo, “y yo sabía dónde tenía que estar”.

Luego le pregunté qué había aprendido en su travesía.

Con cierta emoción, nos dijo que había aprendido que necesitaba asistir a la iglesia el tiempo suficiente para romper el hábito de no asistir, y que debía quedarse hasta que fuera el lugar donde quería estar. Su regreso no fue fácil, pero al ejercer fe en el plan del Padre, sintió que el Espíritu regresaba.

Y luego añadió: “He aprendido por mí misma que Dios es bueno y que Sus caminos son mejores que los míos”.

Doy testimonio de Dios, nuestro Padre Eterno, que nos ama; de Su Hijo, Jesucristo, que nos salvó. Ellos conocen nuestros dolores y desafíos. Nunca nos abandonarán y saben perfectamente cómo socorrernos. Podemos tener buen ánimo mientras confiamos en Ellos más que en cualquier otra persona o cosa. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.

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