Aceptar el don del Señor del arrepentimiento
No esperemos a que las cosas se pongan difíciles antes de volvernos a Dios. No esperemos al final de la vida terrenal para arrepentirnos de verdad.
Testifico de un Padre Celestial amoroso. En la Conferencia General de abril de 2019, unos momentos después de haber sido sostenido en mi nueva responsabilidad como Setenta Autoridad General, el coro hizo una interpretación de “Asombro me da” que me conmovió el corazón y el alma.
Al oír esas palabras, sentí tanto asombro. Sentí que, a pesar de sentirme inadecuado y ver mis defectos, el Señor me bendijo para que supiera que “con su fuerza puedo hacer todas las cosas”.
El sentirse inadecuado, débil o indigno es algo contra lo que muchos de nosotros luchamos a veces. Yo sigo luchando contra ese sentimiento desde el día en que fui llamado. Lo he sentido muchas veces y lo siento ahora mismo, mientras les hablo. Sin embargo, he descubierto que no soy el único que tiene esos sentimientos. De hecho, hay muchos relatos en las Escrituras de personas que parecen haberse sentido de manera similar. Por ejemplo, recordamos a Nefi como un siervo del Señor fiel y valiente. A veces, incluso él luchó contra esto también, se sintió indigno, débil e inadecuado.
Él dijo: “Sin embargo, a pesar de la gran bondad del Señor al mostrarme sus grandes y maravillosas obras, mi corazón exclama: ¡Oh, miserable hombre que soy! Sí, mi corazón se entristece a causa de mi carne. Mi alma se aflige a causa de mis iniquidades”.
El profeta José Smith habló acerca de sentirse “censurado” a menudo en su juventud, “a causa de [su]s debilidades e imperfecciones”. Pero los sentimientos de insuficiencia y preocupación que tenía José formaron parte de lo que lo llevó a meditar, estudiar, aprender y orar. Como recordarán, se fue a orar a una arboleda cercana a su casa para hallar verdad, paz y perdón. Escuchó al Señor decir: “José, hijo mío, tus pecados te son perdonados. Sigue tu camino, anda en mis decretos y guarda mis mandamientos. He aquí, Yo soy el Señor de gloria. Fui crucificado por causa del mundo para que todos los que crean en mi nombre tengan vida eterna”.
El deseo sincero de José de arrepentirse y buscar la salvación de su alma lo ayudó a venir a Jesucristo y recibir el perdón de sus pecados. Este esfuerzo continuo abrió la puerta a la restauración continua del Evangelio de Jesucristo.
Esa experiencia notable del profeta José Smith ilustra cómo el sentirse débil o inadecuado nos puede ayudar a reconocer nuestra naturaleza caída. Si somos humildes, esto nos ayudará a reconocer nuestra dependencia de Jesucristo y despertar en nuestro corazón un deseo sincero de volvernos al Salvador y arrepentirnos de nuestros pecados.
Mis amigos, ¡el arrepentimiento es gozo!. El dulce arrepentimiento forma parte de un proceso diario por medio del cual, “línea por línea, precepto por precepto”, el Señor nos enseña a llevar una vida centrada en Sus enseñanzas. Como José y Nefi, podemos “implora[r] misericordia [a Dios], porque es poderoso para salvar”. Él puede cumplir cualquier deseo o anhelo justo y puede sanar cualquier herida que tengamos en nuestra vida.
En el Libro de Mormón: Otro Testamento de Jesucristo, ustedes y yo podemos encontrar incontables relatos de personas que aprendieron a venir a Cristo por medio del arrepentimiento sincero.
Me gustaría mostrarles un ejemplo de las tiernas misericordias del Señor mediante una experiencia que ocurrió en mi amada isla donde nací, Puerto Rico.
Yo estaba en mi ciudad natal, Ponce, donde una hermana de la Iglesia, Célia Cruz Ayala, decidió que iba a regalar el Libro de Mormón a una amiga. Lo envolvió y fue a entregar este regalo, más preciado para ella que los diamantes o los rubíes. De camino, un ladrón se acercó a ella, le quitó el bolso y salió corriendo con aquel regalo especial en su interior.
Cuando contó la historia en la iglesia, una amiga le dijo: “¿Quién sabe? ¡Quizá esa fue tu oportunidad de compartir el Evangelio!”.
Pues bien, unos días más tarde, ¿saben lo que ocurrió? Célia recibió una carta. La tengo aquí hoy, en la mano, Célia la compartió conmigo. Dice así:
“Señora Cruz:
“Perdóneme, perdóneme. Jamás sabrá cuánto siento haberla atacado; pero, gracias a ello, mi vida ha cambiado y seguirá cambiando.
“Ese libro [el Libro de Mormón] me ha ayudado en mi vida. El sueño de ese hombre de Dios me ha sacudido. […] Le devuelvo sus cinco [dólares], pues no puedo gastarlos. Quiero que sepa que usted parecía tener un resplandor y esa luz pareció impedirme [que le hiciera daño, así que] salí corriendo.
“Quiero que sepa que volverá a verme, pero cuando lo haga, no me reconocerá, porque seré su hermano […]. Aquí, donde vivo, tengo que encontrar al Señor e ir a la iglesia a la que usted pertenece.
“El mensaje que usted escribió en ese libro hizo que se me saltaran las lágrimas. Desde el miércoles por la noche no he podido dejar de leerlo. He orado y he pedido a Dios que me perdone [y] le pido a usted que me perdone. […] Pensé que aquel regalo envuelto era algo que podía vender; [en cambio], me ha hecho desear cambiar mi vida. […] Perdóneme, perdóneme, se lo ruego.
Hermanos y hermanas, la luz del Salvador puede alcanzarnos a todos, sean cuales sean nuestras circunstancias. “No es posible que se hundan tan profundamente que no los alcance el brillo de la infinita luz de la Expiación de Cristo”, dijo el presidente Jeffrey R. Holland.
Aquel hermano que involuntariamente había recibido el regalo de Célia, el Libro de Mormón, tuvo más oportunidades de presenciar la misericordia del Señor. Aunque a ese hermano le llevó tiempo perdonarse a sí mismo, halló gozo en el arrepentimiento. ¡Qué milagro! Una hermana fiel, un Libro de Mormón, arrepentimiento sincero y el poder del Salvador le llevaron a disfrutar el gozo de la plenitud de las bendiciones del Evangelio y de los sagrados convenios en la Casa del Señor. Otros miembros de la familia siguieron y aceptaron responsabilidades sagradas en la viña del Señor, incluso el servicio misional de tiempo completo.
A medida que venimos a Jesucristo, nuestra senda de arrepentimiento sincero nos conducirá finalmente al santo templo del Salvador.
¡Qué motivo tan justo para esforzarse por ser limpio, por ser digno de la plenitud de las bendiciones que nuestro Padre Celestial y Su Hijo hacen posibles por medio de convenios sagrados en el templo! Servir con frecuencia en la Casa del Señor y esforzarnos por guardar los convenios sagrados que hacemos allí aumentará tanto nuestro deseo como nuestra habilidad de experimentar el cambio de corazón, alma, mente y fuerza que necesitamos para poder llegar a ser más semejantes a nuestro Salvador. El presidente Russell M. Nelson ha testificado: “Nada abrirá más los cielos [que adorar en el templo]. ¡Nada!”.
Mis queridos hermanos, ¿se sienten inadecuados? ¿Se sienten indignos? ¿Se cuestionan a sí mismos? Quizás se preocupen y se pregunten: ¿Estoy a la altura? ¿Es demasiado tarde para mí? ¿Por qué sigo cayendo cuando estoy intentándolo con todas mis fuerzas?.
Hermanos y hermanas, sin duda cometeremos errores a lo largo del camino; pero, por favor, recuerden que, tal como ha enseñado el élder Gerrit W. Gong: “La Expiación de nuestro Salvador es infinita y eterna. Cada uno de nosotros se aparta y se queda corto. Quizá, por un tiempo, nos perdamos. Dios amorosamente nos asegura que, sin importar dónde estemos o qué hayamos hecho, no hay punto del que no podamos volver. Él espera listo para abrazarnos”.
Como mi amada esposa, Cari Lu, también me ha enseñado, todos necesitamos arrepentirnos, dar cuerda al reloj y ponerlo a las “cero horas en punto” todos los días.
Tendremos obstáculos; no esperemos a que las cosas se pongan difíciles antes de volvernos a Dios. No esperemos al final de la vida terrenal para arrepentirnos de verdad. Por el contrario, enfoquémonos, sin importar en qué parte de la senda de los convenios nos encontremos, en el poder redentor de Jesucristo y en el deseo que tiene el Padre Celestial de que volvamos a Él.
La Casa del Señor, Sus Sagradas Escrituras, Sus santos profetas y apóstoles nos inspiran para esforzarnos por alcanzar la santidad personal por medio de la doctrina de Cristo.
Y Nefi dijo: “Y ahora bien, amados hermanos míos, esta es la senda; y no hay otro camino, ni nombre dado debajo del cielo por el cual el hombre [y la mujer] pueda[n] salvarse en el reino de Dios. Y ahora bien, he aquí, esta es la doctrina de Cristo, y la única y verdadera doctrina del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”.
Nuestro proceso de “llegar a ser uno” con Dios quizá parezca difícil, pero ustedes y yo podemos detenernos, tranquilizarnos, mirar hacia el Salvador y hacer el esfuerzo de buscar y actuar sobre aquello que Él quiera que cambiemos. Si así lo hacemos con íntegro propósito, seremos testigos de Su sanación. ¡Y piensen en cómo será bendecida nuestra posteridad cuando abracemos el regalo del arrepentimiento que nos da el Señor!.
El Maestro Alfarero, enseñó mi papá, nos moldeará y refinará, lo cual puede ser difícil. Sin embargo, el Maestro Sanador también nos purificará. He experimentado y sigo experimentando ese poder sanador. Testifico que proviene de la fe en Jesucristo y del arrepentimiento diario.
Testifico del amor de Dios y del infinito poder de la Expiación de Su Hijo. Podemos sentirlo profundamente si nos arrepentimos con sinceridad y de todo corazón.
Mis amigos, soy testigo de la gloriosa restauración del Evangelio a través del profeta José Smith y de la divina guía actual del Salvador a través de Su profeta y portavoz, el presidente Russell M. Nelson. Sé que Jesucristo vive y que Él es el Maestro Sanador de nuestra alma. Lo sé y testifico que estas cosas son verdaderas. En el santo nombre de Jesucristo. Amén.