El gozo de nuestra redención
El amor y el poder de Jesucristo pueden salvar a cada uno de nosotros de nuestros errores, debilidades y pecados, y ayudarnos a llegar a ser algo más.
Hace unos diez años, sentí la impresión de pintar un retrato del Salvador. Aunque soy artista, aquello me parecía algo abrumador. ¿Cómo iba yo a pintar un retrato de Jesucristo que plasmara Su Espíritu? ¿Por dónde empezaría? ¿Y de dónde sacaría el tiempo?
Pese a mis dudas, decidí seguir adelante y confiar en que el Señor me ayudaría. Sin embargo, yo tenía que avanzar y dejarle toda posibilidad a Él. Oré, medité, investigué e hice bocetos, y tuve la bendición de encontrar ayuda y recursos; y lo que había sido un lienzo en blanco comenzó a convertirse en algo más.
El proceso no fue fácil. A veces no se veía como yo lo esperaba; en ocasiones, había momentos de pinceladas e ideas inspiradas; y muchas veces, tenía que seguir intentándolo una y otra vez.
Cuando me pareció que el óleo por fin estaba terminado y seco, comencé a aplicarle un barniz transparente para protegerlo de la suciedad y del polvo. Mientras lo hacía, noté que el cabello del retrato comenzaba a cambiar, a extenderse y a disolverse. Enseguida comprendí que había aplicado el barniz demasiado pronto ¡y que parte de la pintura aún estaba húmeda!
Había borrado literalmente una parte de la pintura con el barniz. Se me cayó el alma al suelo; sentía como si acabara de destruir lo que Dios me había ayudado a hacer. Lloré y me sentí muy mal. Estando desesperada, hice lo que cualquiera haría en una situación como esa: llamé a mi madre. Me dijo sabia y calmadamente: “No podrás recuperar lo que tenías antes, pero haz lo mejor que puedas con lo que tienes”.
De modo que oré y supliqué ayuda, y pinté durante toda la noche para remediarlo. Recuerdo contemplar el cuadro en la mañana: se veía mejor que antes. ¿Cómo era eso posible? Lo que pensé que era un error irreparable fue una oportunidad para que se manifestara Su mano misericordiosa: Él no había terminado el cuadro aún y tampoco había terminado conmigo. ¡Cuánto gozo y alivio llenaron mi corazón! Alabé al Señor por Su misericordia, por ese milagro que no solo había salvado el cuadro, sino que me había enseñado más sobre Su amor y poder para salvar a cada uno de nosotros de nuestros errores, debilidades y pecados, y para ayudarnos a llegar a ser algo más.
Así como aumentó la magnitud de mi agradecimiento por el Salvador cuando Él me ayudó a reparar el cuadro “irreparable”, así se han intensificado mi amor y gratitud personal por mi Salvador conforme he procurado trabajar con Él en mis debilidades y para ser perdonada de mis errores. Estaré eternamente agradecida a mi Salvador por poder cambiar y ser purificada. Él tiene mi corazón y espero hacer todo lo que Él quiera que yo haga y llegue a ser.
Arrepentirnos nos permite sentir el amor de Dios, y conocerlo y amarlo de maneras que de otro modo jamás conoceríamos. De la mujer que ungió los pies del Salvador, Él dijo: “Sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; pero al que se le perdona poco, poco ama”. Ella amó mucho al Salvador porque Él le había perdonado mucho.
Es un gran alivio y esperanza saber que podemos volver a intentarlo; que, como el élder David A. Bednar enseñó, podemos recibir una remisión continua de nuestros pecados mediante el poder santificador del Espíritu Santo conforme nos arrepintamos verdadera y sinceramente.
El poder redentor de Jesucristo es una de las mayores bendiciones prometidas de nuestros convenios. Mediten en ello cuando participen en las sagradas ordenanzas. Sin ese poder, no podríamos regresar a casa, a la presencia de nuestro Padre Celestial y de nuestros seres queridos.
Sé que nuestro Señor y Salvador, Jesucristo, es poderoso para salvar. Como el Hijo de Dios, quien expió los pecados del mundo y dio Su vida y la volvió a tomar, Él posee el poder de la redención y de la resurrección. Ha hecho posible la inmortalidad para todos y la vida eterna para quienes lo escojan a Él. Sé que mediante Su sacrificio expiatorio podemos arrepentirnos y en verdad ser purificados y redimidos. Es un milagro que Él nos ame a ustedes y a mí de esa manera.
Él ha dicho: “¿No os volveréis a mí ahora, y os arrepentiréis de vuestros pecados, y os convertiréis para que yo os sane?”. Él puede sanar las “soledades” de su alma: los lugares que el pecado y los pesares han tornado áridos, inclementes y desolados, y “converti[r] su desierto en Edén”.
Tal como no podemos comprender la agonía ni la intensidad del padecimiento de Cristo en Getsemaní y en la cruz, somos “incapa[ces] de medir los límites o sondar las profundidades [de Su] perdón divino”, misericordia y amor.
A veces quizás sientan que no es posible ser redimidos, que tal vez ustedes sean una excepción al amor de Dios y al poder expiatorio del Salvador debido a aquello contra lo que luchen o aquello que hayan hecho, pero les testifico que no están fuera del alcance del Maestro. El Salvador “descendió debajo de todo” y se encuentra en la divina posición de elevarlos y reclamarlos del abismo más oscuro y llevarlos a “su luz admirable”. Mediante Sus padecimientos, Él ha provisto la vía para que cada uno de nosotros venzamos nuestras debilidades y pecados personales. Él “tiene todo poder para salvar a todo hombre que crea en su nombre y dé fruto digno de arrepentimiento”.
Así como se requirió trabajo y suplicar ayuda divina para reparar la pintura, se requiere trabajo, sinceridad de corazón y humildad para dar “fruto digno de arrepentimiento”. Entre esos frutos se hallan el ejercer fe y confianza en Jesucristo y en Su sacrificio expiatorio, ofrecer a Dios un corazón quebrantado y un espíritu contrito, confesar y abandonar el pecado, reparar aquellos daños que se hayan causado lo mejor que podamos y esforzarnos por vivir con rectitud.
Para arrepentirnos y cambiar de verdad, primero debemos “convenc[ernos] de nuestros pecados”. Las personas no ven la necesidad de tomar medicina a menos que entiendan que están enfermas. Puede haber ocasiones en las que no estemos dispuestos a mirar en nuestro interior y ver lo que ciertamente necesite sanar y remediarse.
En los escritos de C. S. Lewis, Aslan plantea estas palabras a un hombre que se ha enredado en sus propios artificios: “¡Oh, [género humano], con qué inteligencia se defienden a sí mismos contra todo lo que puede hacerles un bien!”.
¿En qué aspectos creen que ustedes y yo quizás nos estemos defendiendo de aquello que podría hacernos bien?
No nos defendamos de lo bueno con lo que Dios desea bendecirnos; del amor y de la misericordia que desea que sintamos; de la luz y del conocimiento que desea concedernos; de la sanación que Él sabe que tanto necesitamos; de una relación por convenio más profunda que Él desea para todos Sus hijos e hijas.
Ruego que dejemos de lado cualquier “arm[a] de guerra” que consciente, o incluso inconscientemente, hayamos tomado para “defendernos” de las bendiciones del amor de Dios. Las armas del orgullo, el egoísmo, el temor, el odio, las ofensas, la autocomplacencia, el juzgar injustamente, las envidias; cualquier cosa que nos impida amar a Dios con todo el corazón y guardar todos nuestros convenios con Él.
Conforme vivamos nuestros convenios, el Señor puede darnos la ayuda y el poder que necesitamos tanto para reconocer como para vencer nuestras debilidades, incluso el parásito espiritual del orgullo. Nuestro profeta ha dicho:
“El arrepentimiento […] es la senda a la pureza, y la pureza proporciona poder”.
“Y cuánto necesitaremos Su poder en los días venideros”.
Tal como con mi cuadro, el Señor no termina con nosotros cuando cometemos errores, ni huye cuando flaqueamos. Nuestra necesidad de sanación y ayuda no es una carga para Él, sino la razón misma por la que vino. El Salvador mismo dijo:
“He aquí, he venido al mundo para traer redención al mundo, para salvar al mundo del pecado”.
“Mi brazo de misericordia se extiende hacia vosotros; y a cualquiera que venga, yo lo recibiré; y benditos son los que vienen a mí”.
Así que vengan; vengan los que están cansados, agotados y tristes; vengan y dejen de estar trabajados y hallen descanso en Él, quien más los ama. Lleven Su yugo sobre ustedes, pues Él es manso y humilde de corazón.
Nuestro Padre Celestial y el Salvador los ven. Ellos conocen el corazón de ustedes. A Ellos les importa aquello que a ustedes les importa, incluso sus seres queridos.
El Salvador puede redimir lo que se ha perdido, incluso las relaciones que se hallen rotas y quebrantadas. Él preparó la vía para que todo lo que está caído sea redimido; para dar vida a lo que nos parece muerto y sin esperanza.
Si están luchando con alguna situación que creen que ya deberían haber superado, no se rindan. Sean pacientes con ustedes mismos, guarden sus convenios, arrepiéntanse a menudo, busquen la ayuda de sus líderes si la necesitan y vayan a la Casa del Señor con tanta regularidad como puedan. Escuchen y presten atención a las impresiones que Él les envíe. Él no abandonará Su relación por convenio con ustedes.
Ha habido relaciones interpersonales difíciles y complejas en mi vida con las que he luchado y que sinceramente he procurado mejorar. En ocasiones, no pocas veces, sentía que fracasaba. Me preguntaba: “¿Acaso no había arreglado las cosas la vez pasada? ¿Es que no he vencido verdaderamente mi debilidad?”. He aprendido con el tiempo que no se trata necesariamente de que yo esté llena de defectos, sino de que a menudo, hay más cosas en las que hay que trabajar y que se necesita más sanación.
El élder D. Todd Christofferson enseñó: “Con seguridad el Señor se complace con aquel que desea presentarse ante el juicio dignamente, quien con resolución trabaja día a día para reemplazar la debilidad con la fortaleza. El verdadero arrepentimiento, el verdadero cambio quizás requiera repetidos esfuerzos, pero hay algo refinador y santo en ello. El perdón y la sanación divinos fluyen naturalmente a esa alma”.
Cada día es un nuevo día lleno de esperanza y posibilidades gracias a Jesucristo. Cada día ustedes y yo podemos llegar a conocer, como nuestra madre Eva proclamó, “el gozo de nuestra redención”, el gozo de ser sanados, el gozo de sentir el amor inquebrantable de Dios por nosotros.
Sé que nuestro Padre Celestial y nuestro Salvador los aman. Jesucristo es el Salvador y el Redentor de todo el género humano. Él vive. Por medio de Su sacrificio expiatorio, las ataduras del pecado y de la muerte se rompieron para siempre para que podamos ser libres de elegir la sanación, la redención y la vida eterna con aquellos a quienes amamos. Y testifico de estas cosas en Su nombre, Jesucristo. Amén.