“Recibiréis mi ley”, capítulo 11 de Santos: La historia de La Iglesia de Jesucristo en los Últimos Días, tomo I, El estandarte de la verdad, 1815 – 1846, 2018
Capítulo 11: “Recibiréis mi ley”
Capítulo 11
Recibiréis mi ley
Ann y Newel Whitney estaban agradecidos de tener a José y a Emma en Kirtland. Aunque el matrimonio Whitney tenía tres niños pequeños y una tía vivía con ellos, invitaron al matrimonio Smith a quedarse en su casa hasta que encontraran un lugar propio. Como Emma estaba muy avanzada en su embarazo, Ann y Newel se mudaron a una habitación en el piso de arriba para que ella y José pudieran tener la habitación de la planta baja1.
Después de establecerse en la casa de la familia Whitney, José comenzó a visitar a los nuevos conversos. Kirtland estaba conformada por un pequeño grupo de casas y tiendas en una colina al sur de la tienda de la familia Whitney. Un pequeño arroyo corría a lo largo de la ciudad, proporcionando energía a los molinos, y vertía sus aguas en un río más grande hacia el norte. Alrededor de mil personas vivían allí2.
Al visitar José a los miembros de la Iglesia, vio su entusiasmo por los dones espirituales y su deseo sincero de regir sus vidas conforme al modelo de los santos del Nuevo Testamento3. El mismo José amaba los dones del Espíritu y sabía que cumplían una función en la Iglesia restaurada, pero le preocupaba que algunos santos de Kirtland se extralimitaran al ir en pos de ellos.
Comprendió que tenía un trabajo serio por delante. Los santos de Kirtland ya constituían más de la mitad de la membresía de la Iglesia, pero estaba claro que necesitaban instrucciones adicionales del Señor.
A unos mil trescientos kilómetros hacia el oeste, Oliver y los otros misioneros llegaron a la pequeña ciudad de Independence, en el condado de Jackson, Misuri, en la frontera occidental de los Estados Unidos. Encontraron alojamiento y trabajo para mantenerse y luego hicieron planes para visitar a los indios Delaware que vivían en la región, a pocos kilómetros al oeste de la ciudad4.
Los Delaware se habían mudado recientemente a la región después de haber sido expulsados de sus tierras debido a las políticas del gobierno de los Estados Unidos concernientes a la deportación de los indios. Su líder, Kikthawenund, era un anciano que había luchado durante más de veinticinco años para mantener unido a su pueblo mientras los colonos y las fuerzas armadas de los Estados Unidos los empujaban hacia el oeste5.
En un frío día de enero de 1831, Oliver y Parley partieron para reunirse con Kikthawenund. Lo encontraron sentado junto a una fogata en el medio de una gran cabaña en el asentamiento de los Delaware. El jefe les estrechó la mano cálidamente y les hizo señas para que se sentaran sobre unas mantas. Luego, sus esposas colocaron una bandeja de hojalata llena de frijoles y maíz humeantes frente a los misioneros, y ellos comieron con una cuchara de madera.
Con la ayuda de un intérprete, Oliver y Parley hablaron con Kikthawenund acerca del Libro de Mormón y le pidieron la oportunidad de compartir su mensaje con su consejo gobernante. Normalmente, Kikthawenund se oponía a permitir que misioneros le hablaran a su pueblo, pero les dijo que lo pensaría y les haría saber su decisión pronto.
Los misioneros regresaron a su cabaña a la mañana siguiente y, después de conversar unos momentos, el jefe convocó a su consejo e invitó a los misioneros a hablarles.
Dándoles las gracias, Oliver miró a los rostros de su público. “Hemos viajado por extensiones despobladas, hemos cruzado ríos anchos y profundos y hemos andado con dificultad por entre nieves profundas —dijo— para comunicarles un gran conocimiento que recientemente ha llegado a nuestros oídos y corazones”.
Él les presentó el Libro de Mormón como una historia de los antepasados de los indios americanos. “El libro fue escrito en planchas de oro —explicó—, y fue transmitido de padres a hijos durante muchas épocas y generaciones”. Contó de qué manera Dios le había ayudado a José a encontrar y traducir las planchas para que sus escritos pudieran publicarse y compartirse con todas las personas, entre ellas los indios.
Al concluir sus palabras, Oliver le entregó un Libro de Mormón a Kikthawenund y esperó mientras este y el consejo lo examinaban. “Nos sentimos realmente agradecidos a nuestros amigos blancos que han llegado tan lejos y que se han tomado tantas molestias para darnos buenas noticias —dijo el anciano—, y especialmente estas nuevas noticias sobre el libro de nuestros antepasados”.
Pero explicó que el severo clima invernal había sido duro con su pueblo. Sus refugios eran deficientes y sus animales estaban muriendo. Tenían que construir casas y vallas y preparar granjas para la primavera. Por ahora, no estaban listos para recibir misioneros.
“Construiremos una casa para el consejo y nos reuniremos —prometió Kikthawenund—, y nos leerán y nos enseñarán más sobre el libro de nuestros padres y la voluntad del Gran Espíritu”6.
Unas semanas más tarde, José recibió un informe de Oliver. Después de describir la visita de los misioneros a Kikthawenund, Oliver admitió que aún no estaba seguro de si los Delaware aceptarían el Libro de Mormón. “No estoy seguro de cómo resultará este asunto con esta tribu”, escribió7.
José se mantuvo optimista acerca de la misión entre los indios, aun cuando volvió su atención al fortalecimiento de la Iglesia en Kirtland. Poco después de reunirse con los santos de allí, recibió una revelación para ellos. “Por vuestra oración de fe recibiréis mi ley —prometió nuevamente el Señor—, para que sepáis cómo gobernar mi iglesia y poner todas las cosas en orden delante de mí”8.
Por su estudio de la Biblia, José sabía que Dios le había dado una ley a Moisés mientras este conducía a su pueblo a la tierra prometida. También sabía que Jesucristo había venido a la tierra y había aclarado el significado de Su ley durante todo Su ministerio. Ahora, Él revelaría la ley una vez más a Su pueblo del convenio.
En la nueva revelación, el Señor elogió a Edward Partridge por su corazón puro y lo llamó a ser el primer obispo de la Iglesia. El Señor no describió los deberes de un obispo en detalle, pero dijo que Edward debía dedicar su tiempo completamente a la Iglesia y ayudar a los santos a obedecer la ley que el Señor les daría9.
Una semana más tarde, el 9 de febrero, Edward se reunió con José y con otros élderes de la Iglesia para orar a fin de recibir la ley. Los élderes hicieron una serie de preguntas a José con respecto a la ley, y el Señor reveló respuestas a través de él10. Algunas de esas respuestas repetían verdades conocidas, afirmando los principios de los Diez Mandamientos y las enseñanzas de Jesús. Otras les dieron a los santos nuevas perspectivas sobre cómo guardar los mandamientos y ayudar a quienes los transgredían11.
El Señor también dio mandamientos para ayudar a los santos a llegar a ser como el pueblo de Enoc. En lugar de compartir propiedades en común, como lo hacían las personas en la granja de la familia Morley, debían pensar en todas sus tierras y sus riquezas como en una mayordomía sagrada por parte de Dios, dada a ellos para que pudieran cuidar de sus familias, aliviar a los pobres y edificar Sion.
Los santos que escogieran obedecer la ley debían consagrar sus propiedades a la Iglesia y entregarlas al obispo. Este luego les devolvería tierras y bienes como herencia en Sion, según las necesidades de sus familias. Los santos que obtuvieran herencias debían actuar como mayordomos de Dios, utilizando las tierras y las herramientas que habían recibido y devolviendo todo aquello que no se usara, a fin de ayudar a los necesitados y edificar Sion y construir el templo12.
El Señor instó a los santos a obedecer esa ley y a continuar buscando la verdad. “Si pides, recibirás revelación tras revelación, conocimiento sobre conocimiento —prometió el Señor—, a fin de que conozcas los misterios y las cosas apacibles, aquello que trae gozo, aquello que trae la vida eterna”13.
José recibió otras revelaciones que trajeron orden a la Iglesia. En respuesta a los comportamientos extremos de algunos santos, el Señor advirtió que hay espíritus falsos que andan por la tierra y que engañan a las personas al hacerles creer que el Espíritu Santo los hace actuar de forma descontrolada. El Señor dijo que el Espíritu no intranquilizaba ni confundía a las personas sino que las edifica y las instruye.
“Lo que no edifica no es de Dios”, declaró Él14.
Poco después de que el Señor reveló su ley en Kirtland, los santos de Nueva York hicieron los preparativos finales para congregarse en Ohio. Vendieron sus tierras y propiedades con grandes pérdidas, empacaron sus pertenencias en carromatos y le dijeron adiós a la familia y los amigos.
Elizabeth y Thomas Marsh estaban entre los santos que se preparaban para mudarse. Después de que Thomas recibió las páginas del Libro de Mormón y regresó a su casa en Boston, se habían mudado a Nueva York para estar más cerca de José y la Iglesia. El llamado a congregarse en Ohio se produjo unos pocos meses más tarde, por lo que Elizabeth y Thomas empacaron nuevamente, resueltos a congregarse con los santos y a edificar Sion adonde el Señor los dirigiera.
La determinación de Elizabeth era resultado de su conversión. Aunque ella creía que el Libro de Mormón era la palabra de Dios, no se había bautizado de inmediato. Sin embargo, después de dar a luz un hijo en Palmyra, le pidió al Señor un testimonio de que el Evangelio era verdadero. Poco tiempo después, recibió el testimonio que buscaba y se unió a la Iglesia, no queriendo negar lo que sabía y sintiéndose lista para ayudar en la obra.
“Se ha producido un gran cambio en mí, tanto en el cuerpo como en la mente —le escribió Elizabeth a la hermana de Thomas poco antes de partir hacia Ohio—. Siento el deseo de estar agradecida por lo que he recibido y de buscar aún más”.
En la misma carta, Thomas compartió las noticias sobre el recogimiento. “El Señor llama a todos a que se arrepientan —declaró— y se congreguen en Ohio rápidamente”. No sabía si los santos iban a Ohio a edificar Sion o si se estaban preparando para una mudanza más importante en el futuro. Pero no importaba. Si el Señor les mandaba congregarse en Misuri, o incluso en las montañas Rocosas a unos mil seiscientos kilómetros más allá de la frontera occidental de la nación, él estaba listo para partir.
“No sabemos nada de lo que debemos hacer, a menos que se nos revele —le explicó a su hermana—. Pero esto sí sabemos: se edificará una ciudad en la tierra prometida”15.
Con la ley del Señor revelada y los santos de Nueva York congregándose en Ohio, José y Sidney reanudaron la traducción inspirada de la Biblia16. Pasaron del relato de Enoc a la historia del patriarca Abraham, a quien el Señor prometió hacer padre de muchas naciones17.
El Señor no reveló grandes cambios en el texto, pero cuando José leyó la historia de Abraham, reflexionó mucho acerca de la vida del patriarca18. ¿Por qué no había condenado el Señor a Abraham y a otros patriarcas del Antiguo Testamento por haberse casado con varias esposas, una práctica que aborrecían los lectores de la Biblia en Estados Unidos?
El Libro de Mormón brindaba una respuesta. En los días de Jacob, el hermano menor de Nefi, el Señor mandó a los hombres nefitas que tuvieran una sola esposa. Pero también declaró que podía mandarles actuar de otra manera, si las circunstancias lo requerían, a fin de levantar una descendencia justa19.
José oró sobre el asunto y el Señor reveló que a veces le mandaba a Su pueblo practicar el matrimonio plural. El momento para restaurar esa práctica aún no había llegado, pero llegaría el día en que se les pediría a algunos de los santos que lo hicieran20.
El terreno todavía estaba frío cuando el primer grupo de santos partió de Nueva York. El segundo grupo, en el que iban Lucy Smith y unas ochenta personas más, partió poco después. Ellos reservaron pasajes en una barcaza que los llevaría a un gran lago al oeste. En el lago, abordarían un barco de vapor que los llevaría a un puerto cerca de Kirtland. Desde allí, viajarían por tierra para el tramo final de su viaje de casi quinientos kilómetros21.
Al principio, el viaje transcurrió sin problemas, pero, a mitad de camino hacia el lago, una exclusa rota del canal detuvo al grupo de Lucy en la orilla. Como no habían planeado la demora, muchas personas no habían llevado suficiente alimento. El hambre y la ansiedad sobre el recogimiento provocaron que algunos de ellos se quejaran.
“Sean pacientes y dejen de murmurar —les dijo Lucy—. No tengo duda alguna de que la mano del Señor nos protegerá”.
A la mañana siguiente, los obreros repararon el canal y los santos comenzaron a moverse nuevamente. Llegaron al lago unos días más tarde pero, para su decepción, una gruesa capa de hielo bloqueaba el puerto, impidiéndoles avanzar22.
La compañía tenía la esperanza de alquilar una casa en la ciudad mientras esperaban, pero solo encontraron una habitación grande para compartir. Afortunadamente, Lucy se encontró con un capitán de barco de vapor que conocía a su hermano e hizo arreglos para que su grupo se subiera al barco de él mientras esperaban a que el hielo se quebrara23.
En el barco, los santos parecían desanimados. Muchos estaban hambrientos, y todos estaban mojados y con frío. No veían ninguna forma de avanzar y comenzaron a discutir entre ellos24. Las discusiones se volvieron acaloradas y atrajeron la atención de observadores. Preocupada porque los santos estaban haciendo un espectáculo, Lucy los confrontó.
“¿Dónde está su fe? ¿Dónde está su confianza en Dios? —reclamó ella—. Ahora, hermanos y hermanas, si todos ustedes elevan al cielo sus deseos de que se rompa el hielo y quedemos en libertad, tan cierto como que el Señor vive, así será hecho”.
En ese momento, Lucy oyó un ruido como el estallido de un trueno cuando el hielo del puerto se quebró con una anchura suficiente como para que el barco lo atravesara. El capitán ordenó a sus hombres que acudieran a sus puestos y condujeron la nave por la estrecha abertura, pasando peligrosamente cerca del hielo que estaba a ambos lados de ellos25.
Atónitos y agradecidos, los santos se unieron en oración en la cubierta26.
Mientras su madre y los santos de Nueva York viajaban hacia el oeste, José se mudó con Emma a una pequeña cabaña en la granja de la familia Morley. Su liderazgo y la ley recién revelada habían producido más orden, comprensión y armonía en los santos de Ohio. Ahora, muchos élderes y sus familias estaban haciendo grandes sacrificios para difundir el Evangelio por las ciudades y pueblos vecinos.
En Misuri, los esfuerzos misionales eran menos alentadores. Durante un tiempo, Oliver creyó que estaban progresando con Kikthawenund y su pueblo. “El jefe principal dice que cree cada palabra del libro —le había informado a José —, y hay muchos más en la nación que creen”27. Pero después de que un agente del gobierno amenazó con arrestar a los misioneros por predicarles a los indios sin permiso, Oliver y los misioneros tuvieron que detener su labor28.
Oliver pensó en llevar el mensaje a otra nación india, el pueblo navajo, que vivía a unos mil seiscientos kilómetros hacia el oeste, pero no se sintió autorizado a viajar tan lejos. En vez de eso, envió a Parley de regreso al este para obtener una licencia del gobierno para predicar, al tiempo que él y los demás misioneros trataban de convertir a los pobladores de Independence29.
José y Emma, mientras tanto, se enfrentaban a otra tragedia. El último día de abril, Emma dio a luz mellizos, una niña y un niño, con la ayuda de algunas mujeres de la familia Morley. Pero al igual que su hermano antes que ellos, los mellizos se hallaban muy débiles y murieron a las pocas horas de nacer30.
El mismo día, una conversa reciente llamada Julia Murdock falleció después de dar a luz mellizos. Cuando José se enteró de su muerte, le envió un mensaje a su esposo, John, haciéndole saber que Emma y él estaban dispuestos a criarlos. Con el corazón roto por la pérdida y sin poder hacerse cargo de los recién nacidos, John aceptó la oferta31.
José y Emma se llenaron de alegría y dieron la bienvenida a los bebés a su casa. Y cuando la madre de José llegó sana y salva desde Nueva York, pudo acunar a sus nuevos nietos en sus brazos32.