“Preservados el uno para el otro”, capítulo 17 de Santos: La historia de la Iglesia de Jesucristo en los últimos días, tomo III, Valerosa, noble e independiente, 1893–1955, 2021
Capítulo 17: “Preservados el uno para el otro”
Capítulo 17
Preservados el uno para el otro
Mientras la Iglesia continuaba expandiéndose por todo el mundo, el presidente Heber J. Grant lidiaba con el futuro de la educación en la Iglesia. El costo de operación de las escuelas de la Iglesia había aumentado diez veces en los últimos veinticinco años. Algunas iniciativas, como el reemplazo del costoso sistema de las academias de estaca por el programa de Seminario, habían permitido ahorrar dinero, pero la Universidad Brigham Young, la universidad de los Santos de los Últimos Días y otros colegios universitarios de la Iglesia estaban creciendo. Si tales instituciones querían ofrecer la misma calidad de educación que la Universidad de Utah y otras escuelas locales auspiciadas por el estado, necesitarían más dinero del que podían proporcionar los fondos de diezmos1.
Los gastos le ocasionaban una preocupación constante al profeta. “Nada me ha preocupado más desde que llegué a ser presidente”, dijo a la Mesa Directiva General de Educación de la Iglesia en febrero de 1926. La Universidad Brigham Young pretendía gastar, ella sola, más de un millón de dólares para expandir su campus. “No podemos hacerlo —declaró el presidente Grant—. Eso es todo”2.
Algunos miembros de la mesa directiva que compartían la preocupación del profeta querían que la Iglesia cerrara todos sus colegios universitarios y universidades, incluso BYU. Pero los apóstoles David O. McKay y John Widtsoe, quienes habían asistido a escuelas de la Iglesia y servido como comisionados de educación de la Iglesia, argumentaron que los adultos jóvenes necesitaban las escuelas de la Iglesia por la importante educación religiosa que impartían.
“Las escuelas se establecieron por la influencia que tendrían sobre nuestros hijos”, dijo el élder McKay en una reunión de la mesa directiva en marzo. Él creía que los colegios universitarios y las universidades de la Iglesia eran cruciales para formar a los jóvenes como Santos de los Últimos Días fieles.
El élder Widtsoe estuvo de acuerdo. “Conozco el valor que tiene para las escuelas de la Iglesia el formar hombres —agregó—. Pienso que la Iglesia cometería un gran error si no mantuviera una institución de educación superior”3.
En ese entonces, el consejero del presidente Grant, Charles W. Nibley, conoció a William Geddes, un miembro de la Iglesia de Idaho, al norte de Utah. Las hijas de William, Norma y Zola, se encontraban entre un pequeño número de Santos de los Últimos Días que asistían a la Universidad de Idaho. Su pequeña rama se reunía en un deteriorado salón de alquiler donde los residentes del lugar en ocasiones llevaban a cabo bailes los sábados por la noche. Cuando Norma y Zola llegaban a la mañana siguiente para participar de las reuniones de la Iglesia, el lugar hedía a humo de cigarrillos, con basura y botellas de licor vacías tiradas por el suelo4.
William deseaba que hubiera un mejor lugar de reunión para sus hijas cerca de la escuela. “La universidad no puede atraer a estudiantes Santos de los Últimos Días —le dijo al presidente Nibley— a menos que haya mejores instalaciones”5.
El presidente Grant y la mesa directiva de educación consideraron la situación en Idaho cuando analizaron el futuro de la educación en la Iglesia. Decidieron que se continuaría financiando a la Universidad Brigham Young al tiempo que se reduciría de forma gradual el apoyo a la mayoría de los otros colegios universitarios. La Iglesia, además, comenzaría a impartir educación religiosa a los estudiantes mediante la extensión de Seminario al ámbito universitario. La mesa directiva vio a la Universidad de Idaho como el campo de pruebas para el nuevo programa. Todo lo que necesitaban era que alguien se mudara a Moscow, la pequeña ciudad donde se encontraba la universidad6.
En octubre, la Primera Presidencia se reunió con Wyley Sessions, un exagente de extensión agraria de la Universidad de Idaho quien había regresado hacía poco de servir como presidente de la Misión Sudafricana. Lo habían recomendado para un puesto en una compañía azucarera local, pero mientras hablaban con él acerca del trabajo, el presidente Nibley se detuvo en medio de una frase y se volvió hacia el profeta.
—Estamos cometiendo un error —dijo.
—Me temo que sí —asintió el presidente Grant—. No me he sentido del todo bien en cuanto a la asignación del hermano Sessions a la compañía azucarera.
La sala quedó en silencio por un momento. Luego, el presidente Nibley dijo: “Hermano Sessions, usted es el hombre que debemos enviar a la Universidad de Idaho para que cuide de nuestros jóvenes que asisten allí, y para que estudie la situación y nos diga qué debe hacer la Iglesia por los estudiantes Santos de los Últimos Días que asisten a las universidades estatales”.
—Oh, no, hermanos, ¿me están llamando a otra misión? —dijo Wyley. Su asignación en Sudáfrica había durado siete años y él y su esposa Magdalen habían quedado casi en la ruina.
—No, hermano Sessions, no lo estamos llamando a otra misión. Le estamos dando una magnífica oportunidad de prestar un espléndido servicio a la Iglesia —dijo el profeta sonriendo, y agregó que sería una oportunidad profesional, un puesto remunerado.
Wyley se puso de pie con tristeza. El presidente Nibley se le acercó y lo tomó por el brazo.
—No se sienta decepcionado —le rogó—. Esto es lo que el Señor desea que haga7.
Salt Lake City se cubrió de nieve el día de Año Nuevo de 1927, pero un sol radiante inundaba el hogar de los Widtsoe y mantenía el frío a raya8. Por lo general, Eudora, de catorce años, era la única hija que vivía en la casa, pero toda la familia se había reunido para las fiestas de fin de año y a Leah le encantaba tener a sus hijos cerca de ella.
Marsel, ahora de veinticuatro años, estaba comprometido para casarse y a solo meses de graduarse de la Universidad de Utah. Esperaba asistir pronto a la Universidad de Harvard, como su padre, y era probable que estudiara Administración de Empresas9. Ann, su hermana mayor, se había casado hacía poco con Lewis Wallace, un joven abogado Santo de los Últimos Días, y se había mudado con él a Washington D. C. Sin embargo, debido a que la invadió la nostalgia, regresó a Utah y Leah estaba preocupada por ella. Aun así, Leah y John se sentían agradecidos por la bondad y misericordia del Señor hacia su familia10.
Al comenzar el nuevo año, John regresó a sus deberes en los Doce y Leah pasaba su tiempo libre ayudando a su madre con un nuevo proyecto de escritura11. Durante años, Leah había visto a Susa recopilar información y escribir relatos acerca de su padre, Brigham Young, con el objeto de publicar su biografía algún día. Pero hacía un tiempo, Leah había notado que si bien su madre avanzaba con otros proyectos de escritura, como su historia sobre la mujeres Santos de los Últimos Días, ya no estaba trabajando en la biografía.
—Madre, ¿qué pasa con el libro acerca de tu padre? —le preguntó Leah cierto día—. ¿Ya no lo estás escribiendo?
—No, es demasiado grande para mí —había respondido Susa—. Si estás de pie junto a una montaña, en realidad no la puedes describir, porque estás demasiado cerca para verla.
—No obstante, tienes que hacerlo —insistió Leah—. Algún día tendrás que escribir ese libro acerca de tu padre y yo estaré encantada de ayudarte12.
Desde entonces, Susa había escrito dos enormes manuscritos sobre Brigham Young y había reclutado a Leah para que la ayudara a estructurar una sola biografía coherente. A Leah le parecía que era un trabajo difícil y, en ocasiones, lento y tedioso, pero sabía que su madre necesitaba su ayuda. Susa era una escritora innata de mente fuerte y voz firme, mas Leah le agregaba refinamiento y estructura a su prosa. Formaban un buen equipo al trabajar juntas en casa de Susa13.
La mañana del 23 de mayo de 1927, la rutina de Leah se interrumpió cuando recibió una carta de Preston, Idaho, donde Marsel enseñaba Seminario. Hacía poco, luego de ayudar a un automovilista varado a un costado del camino, Marsel había cogido un fuerte resfrío. A pesar de que sus amigos pensaban que estaba mejorando, su temperatura se mantenía alta. La neumonía podía atacarle los pulmones y poner su vida en peligro14.
En menos de una hora, Leah tomó un tren a Preston y pronto estuvo al lado de Marsel. Al día siguiente, la temperatura bajó algunos grados lo que infundió en Leah la esperanza de que se recuperaría, pero al ver que no mejoraba, sus temores volvieron. John se unió a ella en Preston, suplicando al Señor que preservara la vida de Marsel. Llamó a uno de sus amigos, que era médico, para que atendiera al joven. Otros amigos le dieron a Marsel bendiciones del sacerdocio o lo cuidaron de noche.
Extenuada, Leah colapsó el 27 de mayo. Esa noche, no obstante, Marsel mostró síntomas de recuperación. Su novia, Marion Hill, llegó a la mañana siguiente. Los pulmones de Marsel parecieron descongestionarse y la temperatura bajó otra vez; pero más tarde ese día, su respiración se tornó pesada y su cuerpo se hinchó. Leah se quedó a su lado con John y Marion toda la tarde. Pasaban las horas, pero él no mejoraba; murió durante la noche15.
Leah estaba inconsolable. La muerte ya se había llevado a cuatro de sus hijos. Ahora su único hijo varón vivo, cuyo futuro parecía tan brillante y seguro al comienzo del nuevo año, se había ido16.
Esa primavera, a más de 2500 kilómetros al este de Salt Lake City, Paul Bang, de ocho años, se estaba preparando para el bautismo. Era el sexto de diez hijos —cuatro niñas y seis niños—. Vivían en un cuarto en forma de “L”, detrás de una tienda de comestibles que sus padres poseían y administraban en Cincinnati, Ohio, una bulliciosa ciudad de más de cuatrocientos mil habitantes, en el Medio Oeste de los Estados Unidos. A fin de mantener algo de privacidad, la familia había dividido el cuarto en cuatro partes con la ayuda de unas cortinas. Pero, en realidad, nadie tenía privacidad. En la noche, dormían en camas plegables que ocupaban tanto espacio que una persona apenas podía moverse por el cuarto17.
El padre de Paul, Christian Bang , padre, era oriundo de Alemania. Cuando era un niño pequeño, su familia se había mudado a Cincinnati, donde muchos inmigrantes alemanes se habían establecido durante el siglo XIX. En 1908, Christian se casó con Rosa Kiefer, también de padres alemanes e inmigrantes. Tres años más tarde, una amiga de Rosa, Elise Harbrecht, le había dado a Rosa un Libro de Mormón, y ella y Christian lo leyeron con interés. Después de un año de reunirse con los misioneros, fueron bautizados en un balneario judío, porque el cercano río Ohio estaba congelado18.
La rama de Cincinnati era similar a muchas ramas de la Iglesia en el este de los Estados Unidos. La ciudad había contado con una próspera congregación de santos, pero esta se había reducido con los años a medida que más y más miembros de la Iglesia se marchaban para congregarse en Utah. Para cuando los padres de Paul se unieron a la Iglesia, los Santos de los Últimos Días eran motivo de curiosidad en la región. Cuando los misioneros bautizaron a un niño en 1912, cientos de personas fueron al río a mirarlo boquiabiertos. Al día siguiente, apareció en el periódico un artículo sobre el bautismo en el que se informaba a los lectores que los misioneros estaban en la región.
“Se hará un fuerte intento para conseguir muchos conversos abiertamente”, se leía19.
Después de unirse a la Iglesia, los padres de Paul asistían a las reuniones con los misioneros y unos pocos santos en un pequeño salón alquilado. Un miembro de la Iglesia se mudó poco después a Utah; otro murió y dos dejaron de asistir a las reuniones. Christian y Rosa también pensaron en ir a congregarse en Utah, pero decidieron quedarse en Ohio puesto que sus familias y su negocio estaban allí20.
Al igual que otras ramas alejadas de Salt Lake City, la Rama Cincinnati se benefició cuando otros miembros de la Iglesia con más experiencia se mudaron dentro de sus límites. Poco después de que los Bang se unieran a la Iglesia, un matrimonio Santo de los Últimos Días de Utah, Charles y Christine Anderson, se mudaron a Cincinnati y comenzaron a asistir a la Iglesia con ellos.
Los Anderson habían sido investidos y sellados en el templo y habían pasado muchos años sirviendo en barrios y estacas del oeste de los Estados Unidos. Se contaban entre los muchos santos que habían salido de Utah para buscar oportunidades en otros lugares. Charles había nacido en Suecia y había inventado un nuevo tipo de trapeador; por ello se había ido a los estados del este para fabricarlo. No sabía nada acerca de Cincinnati excepto que era una ciudad grande y un próspero centro de negocios. No obstante, el presidente de la Misión de los Estados del Sur lo llamó de inmediato para que reorganizara y dirigiera la rama. El padre de Paul fue su primer consejero21.
No eran tiempos fáciles para ser Santo de los Últimos Días en Cincinnati. Los artículos de las noticias y los manifestantes habían criticado a la Iglesia en la región por años. En una ocasión, en que Frank Cannon, el hijo apóstata de George Q. Cannon, había llevado a cabo una manifestación en la ciudad, el periódico local denominó a Cincinnati como “un campo de batalla de la guerra contra el esparcimiento del mormonismo en los Estados Unidos”22.
A pesar de la oposición, los padres de Paul trabajaron diligentemente para criar a sus hijos en el Evangelio. Asistían a sus reuniones semanales de la Iglesia y servían fielmente en la pequeña rama. Cada mañana, su padre los llamaba a todos para la oración familiar y para recitar el Padrenuestro, una práctica común entre los cristianos alemanes. Los lunes, su madre solía invitar a los misioneros a cenar. La familia y los misioneros se sentaban junto a una mesa grande en la cocina que se conectaba con la parte trasera de la tienda. Debido a que la madre de Paul nunca tiraba lo que era aprovechable, cocinaba los alimentos que sobraban en la tienda, poniendo cuidado de cortar las partes en mal estado de las frutas, los vegetales o la carne antes de servirlos. Su padre insistía en que los misioneros comieran hasta hartarse23.
Los Bang, además, se aseguraban de que cada uno de sus hijos fuera bautizado a los ocho años24. El 5 de junio de 1927, Paul y otras cuatro personas fueron bautizados en un lugar llamado Anderson’s Ferry, a las orillas del río Ohio. Sus padres, el presidente Anderson y algunos de sus amigos estaban allí para celebrar el acontecimiento.
No hubo una multitud para presenciar el evento ni hubo artículos en el periódico, pero en la publicación Liahona: The Elders’ Journal, la revista oficial de las misiones estadounidenses de la Iglesia, apareció un relato del bautismo. Incluso apareció publicado el nombre de Paul25.
Wyley y Magdalen Sessions no fueron recibidos de manera cordial cuando llegaron a la Universidad de Idaho. La población de Moscow se encontraba en la parte norte del estado, donde vivían muy pocos miembros de la Iglesia. Muchas personas habían llegado a la región para cultivar su suelo fértil y para buscar fortuna en las industrias minera y maderera. Esos residentes desconfiaban de la Iglesia y la presencia de Wyley los incomodaba.
—¿Quién es este sujeto, ese tal Sessions? —preguntaban algunas personas—. ¿Cuál es su función aquí? ¿Qué es lo que quiere hacer?26.
Si a Wyley le hubieran hecho de manera directa esas dos últimas preguntas, no habría tenido respuestas claras. La Primera Presidencia le había dado instrucciones de ayudar a los estudiantes Santos de los Últimos Días en la universidad, pero la manera en que lo haría dependía completamente de él. Sabía que los estudiantes necesitaban instrucción religiosa regular y un nuevo lugar donde reunirse, pero aparte de su trabajo como presidente de misión, Wyley no tenía experiencia en educación religiosa; había estudiado agricultura en un colegio universitario. Si los estudiantes deseaban aprender acerca de fertilizantes, él les podía enseñar, pero no era un erudito de la Biblia27.
Poco después de llegar a Moscow, Wyley y Magdalen se matricularon en la escuela de posgrado de la universidad para continuar su educación y llegar a familiarizarse más con la escuela y su profesorado. Wyley estudió filosofía y educación, tomó algunas clases sobre religión y la Biblia, y comenzó a escribir una tesis sobre religión en las universidades estatales de los Estados Unidos. Magdalen, por su parte, tomó clases de trabajo social e inglés.
Wyley y Magdalen encontraron un aliado en C. W. Chenoweth, director del Departamento de Filosofía, a quien le preocupaba la falta de educación religiosa en las universidades estatales. Había sido capellán en la guerra mundial y ahora servía como pastor en una iglesia cerca de Moscow. “Si vienen a este campus con un programa religioso —les dijo a Wiley y Magdalen— es mejor que estén preparados para hacer frente a la competencia de la universidad”.
Con el estímulo del Dr. Chenoweth, los Sessions elaboraron planes para un programa similar al de Seminario para los estudiantes Santos de los Últimos Días en las universidades públicas. Basaron el programa en los programas de educación religiosa de otras universidades y tuvieron cuidado de respetar la separación entre iglesia y Estado. Sus clases de religión debían cumplir las normas estatales para los cursos de nivel universitario, pero el programa, además, tenía que ser del todo independiente de la escuela misma. Cuando la Iglesia construía un edificio para las clases, tenía que hacerlo fuera del campus universitario28.
A sabiendas de que la universidad no apoyaría el nuevo programa en tanto que los líderes locales desconfiaran de él y de la Iglesia, Wyley se unió a la cámara de comercio y a un grupo cívico a fin de conocer a miembros importantes de la comunidad. Descubrió que los empresarios locales, los ministros y la facultad habían formado un comité para vigilarlo y asegurarse de que no estuviera tratando de imponer la influencia de la Iglesia en la universidad. Fred Fulton, un agente de seguros, dirigía el comité. Cada vez que Wyley asistía a un evento de la cámara de comercio, se sentaba junto a Fred y trataba de entablar amistad con él.
En una reunión, Fred le dijo a Wiley: “Tú, granuja, eres el sujeto más sorprendente”. Luego admitió cuál era su función en el comité. “Siempre que te veo —dijo— vienes por aquí con una actitud tan amigable que me agradas cada vez más”29.
La ciudad pronto mostró afecto a la familia Sessions. Con la ayuda de Wyley, la Iglesia encontró una propiedad cerca del campus y la adquirió para el centro de estudiantes de los santos. Wyley y un arquitecto de la Iglesia trabajaron con la universidad y la cámara de comercio para diseñar el edificio y aprobar y supervisar su construcción. En el otoño de 1927, Wyley comenzó a impartir clases de religión y la universidad estuvo de acuerdo en otorgar créditos universitarios a los estudiantes que las tomaran. Magdalen, mientras tanto, organizó una serie de actividades sociales para estudiantes Santos de los Últimos Días como Norma y Zola Geddes30.
Un día, mientras Wyley caminaba con Jay Eldridge, el decano de la facultad, pasaron frente a la propiedad para el nuevo centro de estudiantes de la Iglesia. “Fue muy inteligente de tu parte obtener ese terreno”, le dijo el Dr. Eldridge a Wyley. Le preguntó qué nombre pensaba ponerle la Iglesia a ese nuevo programa. “No le pueden dar el nombre de seminario —le dijo—. Ya han utilizado ese nombre con sus seminarios de secundaria”.
—No lo sé —respondió Wyley—. En realidad, no he pensado en ello.
El Dr. Eldridge se detuvo. “Te diré cuál es el nombre —le dijo—. Lo que ves ahí arriba es el Instituto de Religión Santo de los Últimos Días”.
A Wyley le agradó la recomendación y también a la Mesa Directiva de Educación de la Iglesia31.
En septiembre de 1927, Leah Widtsoe se sentía agotada espiritual, mental y físicamente. La muerte repentina de su hijo Marsel la había hundido en una profunda depresión. “De verdad me pregunto si la vida vale la pena —le dijo a John un día—. Si no fuera por tu amor, sé que no la valdría”32.
A Marsel lo habían enterrado el 31 de mayo en el cementerio de Salt Lake. Al día siguiente, Leah y John cumplían veintinueve años de matrimonio y lo pasaron tratando de limpiar después del funeral. Los amigos y la familia los visitaron a menudo durante las semanas y meses que siguieron, pero a pesar de su amor y apoyo la sanación se demoró en llegar33. Los alegró la noticia de que su hija Ann estaba embarazada. No obstante, Ann no era feliz en su matrimonio así que decidió quedarse en Utah con sus padres en lugar de volver con su esposo a Washington D. C.
La depresión de Leah hacía que casi todos los días se tornaran en una lucha. John debía viajar más que nunca por sus asignaciones en la Iglesia, pero cuando estaba en casa, con frecuencia se quedaba al lado de ella para hacerle la vida más soportable. “Ruego que seamos preservados el uno para el otro —le dijo ella ese verano—. ¡Contigo puedo pelear cualquier batalla!”34.
El bebé de Ann, John Widtsoe Wallace, llegó el 8 de agosto de 1927 para convertir a John y Leah en abuelos35. Un mes más tarde, Harold Shepstone, un periodista inglés, conoció a la madre de Leah durante una visita a Salt Lake City. Susa le contó todo acerca de la biografía que ella y Leah estaban escribiendo sobre Brigham Young y él solicitó que se le permitiera verla. Susa le dio una copia del manuscrito y él se comprometió a ayudarla a encontrar una editorial.
—Será muy interesante leerla —afirmó—, pero, por supuesto, habrá que resumirla mucho36.
Esas buenas noticias no fueron suficientes para levantar el ánimo de Leah. Susa invitó a Leah a unírsele en un viaje a California, tal vez con la esperanza de que un viaje a la costa la reanimara37. Pero casi inmediatamente después de haber comprado los pasajes, el presidente Grant llamó a John como el nuevo presidente de la Misión Europea. John se sintió aturdido por el resto del día y casi no durmió esa noche. La Misión Europea era una de las misiones más antiguas y más grandes de la Iglesia y el presidente tenía la responsabilidad de dirigir a otros nueve presidentes de misión que se encontraban en países separados por miles de kilómetros, desde Noruega a Sudáfrica. Por lo general, se llamaba a un apóstol con más experiencia para que la dirigiera38.
Leah recibió bien el nuevo llamamiento, aunque la alejaría de su hogar y de sus seres queridos en Utah. El último año había sido una pesadilla y le venía bien un cambio en su vida. Por todas partes había recordatorios de Marsel y el traslado a Europa le daría espacio para vivir su duelo. De hecho, John pensaba que el presidente Grant había sido inspirado a llamarlos a una misión para ayudarles a sobrellevar la pérdida de su hijo39.
Necesitaron los dos meses siguientes para hacer los preparativos40. Mientras Leah empacaba, pensó en Harold Shepstone y la biografía de Brigham Young. Con la determinación de hacer que Harold cumpliera su promesa de ayudarle a encontrar una editorial, empacó el manuscrito41.
El 21 de noviembre, Leah y John fueron apartados para la misión. Luego volvieron a casa para despedirse de la tía de John, Petroline, quien ahora tenía setenta y cuatro años. Leah y John le habían ofrecido llevarla a Europa con ellos, pero ella pensaba que no se encontraba lo bastante fuerte para ir. Sin embargo, estaba feliz de que John tuviera la oportunidad de volver a Europa y enseñar el Evangelio, al igual que ella y su madre habían hecho hacía veinte años.
Más tarde ese día, en la estación de trenes, una multitud vio partir a Leah, a John y a su hija Eudora. Susa les dio una carta para que la abrieran en el tren. “Los seguiré en su viaje y en la gran obra que ambos realizarán —escribió—. La tía y yo estaremos en la plataforma de la estación cuando vuelvan a casa; serenas, sonrientes, regocijadas por el regreso de nuestros hijos tan amados”.
Además, animó a Leah a que se preparara para las muchas dificultades que de seguro la rodearían en la misión. “A veces nuestro Padre debe ser firme —escribió—, cuando Sus hijos han de adquirir experiencia por medio del pesar, la pobreza y las dificultades”42.