Historia de la Iglesia
33 La mano de nuestro Padre


Capítulo 33

La mano de nuestro Padre

figura sombría oculta detrás de un árbol

Cuando Martha Toronto, de treinta y seis años, se dirigía a la ciudad para hacer las compras para su familia y para la media docena o más de misioneros que vivían en la casa de la Misión Checoslovaca, a veces se sentía observada. En la primavera de 1948, llevaba aproximadamente un año viviendo en Praga con su esposo, el presidente de la misión Wallace Toronto. Durante sus primeros seis meses en la ciudad, Martha se había esforzado mucho por ayudar a los santos checoslovacos a reconstruir la Iglesia en un país que todavía se tambaleaba tras siete años de ocupación nazi. En febrero de 1948, los comunistas en el gobierno, apoyados por los soviéticos, dieron un golpe de estado y obligaron a todos los líderes no comunistas a abandonar el poder.

El golpe formaba parte de una incipiente “guerra fría” entre la Unión Soviética y sus antiguos aliados. El gobierno comunista de Checoslovaquia desconfiaba en general de los grupos religiosos, y la Iglesia había sido objeto de un escrutinio especial debido a sus vínculos con Estados Unidos. Los espías del gobierno y los ciudadanos informantes vigilaban ahora a los miembros de la Iglesia y a los misioneros, y muchos checoslovacos parecían desconfiar de los Toronto y de otros estadounidenses. Martha veía de vez en cuando cómo se entreabría la cortina de una casa cercana cuando ella pasaba por ahí. En una ocasión, un hombre siguió a su hija de trece años, Marion, cuando regresaba de la escuela. Cuando ella se volvió para mirarlo, él se escondió detrás de un árbol1.

Martha tenía experiencia en lo que era vivir bajo un régimen desconfiado y controlador. Ella y Wallace ya habían dirigido la Misión Checoslovaca antes, a partir de 1936, pocos años después de casarse. Al principio, los Toronto habían sido relativamente libres para predicar el Evangelio. Pero a principios de 1939, el régimen nazi había tomado el control del país y comenzó a acosar a los miembros de la Iglesia y a encarcelar a algunos misioneros. Cuando la guerra estalló poco después, Martha, Wallace y los misioneros norteamericanos se vieron obligados a evacuar el país, dejando atrás a más de cien santos checoslovacos2.

Wallace había puesto la misión en manos de Josef Roubíček, de veintiún años, que se había unido a la Iglesia solo tres años antes. Como presidente de la misión en funciones, Josef celebró reuniones y conferencias, envió frecuentes cartas a los santos de la misión e hizo lo que pudo para fortalecer su fe y su resiliencia. De vez en cuando, informaba a Wallace sobre el estado de la misión3.

Poco después del final de la guerra, la Primera Presidencia llamó a Wallace y a Martha para que retomaran sus funciones en Checoslovaquia. Dados los retos que suponía vivir en una Europa desgarrada por la guerra, Wallace partió hacia Praga en junio de 1946, prometiendo enviar a buscar a la familia tan pronto como las cosas fueran más estables. A veces, Martha se había preguntado si sus hijos estarían mejor si ella se quedaba con ellos en Utah, pero no quería que pasaran años sin ver a su padre. Después de un año de separación, la familia de Toronto finalmente se reunió4.

Como líder de la misión, Martha dirigía la obra de la Sociedad de Socorro, cuidaba de los misioneros y disfrutaba viendo a los conversos recientes reunirse cada semana en la casa de la misión para las actividades de la Asociación de Mejoramiento Mutuo. Pero dada la estrecha vigilancia que el gobierno comunista mantenía en torno a su familia y la Iglesia, tenía todas las razones para esperar que la vida en Checoslovaquia se volviera más difícil.

Antes de que Martha dejara los Estados Unidos, el presidente J. Reuben Clark de la Primera Presidencia la había apartado para su misión. “Los problemas que se le presentarán —le había dicho—, serán numerosos y de un tipo inusual”. Le prometió que tendría la fortaleza necesaria para afrontarlos y la bendijo con paciencia, caridad y longanimidad5.

Marta se aferró a sus palabras mientras ella y su familia hacían la obra del Señor.


Mientras tanto, lejos de la agitación en Europa, John O’Donnal, de treinta y un años, se arrodillaba junto a un árbol en un rincón apartado de un jardín botánico cerca de Tela, Honduras. Durante los últimos seis años, John había estado operando una estación de caucho en el país vecino de Guatemala, y disfrutaba cada vez que su trabajo lo llevaba al hermoso jardín. Para alguien que había crecido en las colonias de los Santos de los Últimos Días en las tierras desérticas del norte de México, el apacible lugar, con su extraordinaria variedad de flora y fauna, era un paraíso tropical6.

Sin embargo, algo preocupaba a John. Él y su esposa, Carmen, se habían enamorado poco después de que él empezara a trabajar en Centroamérica. Como Carmen era católica, los casó un sacerdote de su iglesia. Sin embargo, en aquel momento, John tenía el fuerte sentimiento de que ella compartiría algún día su fe en el Evangelio restaurado. Deseaba sellarse con ella en el templo y a menudo hablaba con ella de la Iglesia, aunque no tenía presencia oficial en Guatemala. Sin embargo, Carmen no parecía interesada en cambiar de religión y John se esforzaba por no presionarla.

—No quiero que te unas a mi iglesia solo por querer complacerme —le dijo—. Tienes que esforzarte por tu testimonio.

A Carmen le gustaba mucho lo que John le enseñaba sobre la Iglesia, pero quería estar segura de que el Evangelio restaurado era adecuado para ella. No se le había permitido leer la Biblia cuando era niña, y al principio no comprendió la importancia del Libro de Mormón. “¿Por qué tengo que leer este libro? —le preguntó a John—. No significa nada para mí”7.

John no se dio por vencido. En un viaje a los Estados Unidos, él le habló del matrimonio eterno mientras visitaban Mesa, Arizona, donde se encontraba el templo más cercano. Sin embargo, por mucho que él compartiera con ella el Evangelio restaurado, parecía que ella no podía recibir un testimonio.

John sabía que parte del problema era la oposición de su familia y amigos, algunos de los cuales hablaban mal de la Iglesia. Carmen no era una católica devota, pero seguía valorando las tradiciones con las que había crecido. Y John lamentaba que él mismo fuera a veces negligente a la hora de vivir su religión, especialmente con amigos y colegas que no eran miembros de la Iglesia. A veces era una lucha estar tan lejos de cualquier rama organizada de los santos. Estaba agradecido por sus primeros años en el norte de México, donde había estado rodeado de los buenos ejemplos de sus padres y otros miembros de la Iglesia8.

A finales de 1946, John había visitado al presidente George Albert Smith en Salt Lake City y le rogó que enviara misioneros a Guatemala. El presidente Smith escuchó con interés mientras John explicaba que el país estaba preparado para el Evangelio. Él y sus consejeros ya estaban consultando con Frederick S. Williams, el antiguo presidente de la Misión Argentina, sobre la expansión de la obra misional en América Latina.

No mucho después de la reunión, la Primera Presidencia anunció su decisión de enviar misioneros a Guatemala. “No estamos seguros de cuándo podrá hacerse —le dijeron a John— pero confiamos que será en un futuro razonablemente cercano9”.

Cuatro misioneros llegaron a la casa de los O’Donnal en la ciudad de Guatemala varios meses después, justo después de que las fronteras de la Misión Mexicana se ampliaran para incluir a Guatemala, Costa Rica, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Panamá. Dos de los élderes se trasladaron a Costa Rica, pero los otros dos comenzaron a celebrar reuniones con John, Carmen y sus dos hijas pequeñas.

Los misioneros también organizaron una Escuela Dominical y una Primaria, e incluso reclutaron a la hermana de Carmen, Teresa, como maestra de la Primaria. Aunque Carmen asistía a las reuniones de la Iglesia con John, seguía siendo reacia a bautizarse. De hecho, para cuando John se arrodilló en el jardín botánico, los misioneros llevaban ya casi un año en Guatemala, y hasta el momento nadie en el país se había unido a la Iglesia.

Mientras John oraba, abrió su alma, suplicando al Padre Celestial que perdonara sus pecados y carencias. Luego oró por Carmen en su lucha por obtener un testimonio. Parecía como si el adversario hubiera hecho todo lo posible durante los últimos cinco años para mantenerla fuera de la Iglesia. ¿Cuándo recibiría ella la respuesta del Señor?10.


Mientras John O’Donnal oraba en Honduras, Emmy Cziep trabajaba arduamente como misionera en Suiza. Además de las tareas misionales habituales, ayudaba al presidente de la misión, Scott Taggart, con su correspondencia en alemán y traducía material de lecciones del inglés al alemán. Aunque ella no hablaba inglés antes de la misión, había desarrollado competencia con el idioma estudiando detenidamente las viejas revistas Improvement Era y llevando un diccionario a todas partes11.

En el verano de 1948, un funcionario del gobierno informó a Emmy de que ya no podía renovar su visado y que tendría que volver a Viena en tres meses. Emmy echaba de menos a su familia, pero no tenía muchas ganas de vivir en Austria bajo la influencia de la Unión Soviética, que aún ocupaba partes de su ciudad y de su país. Había una posibilidad de conseguir un trabajo temporal como empleada doméstica en Gran Bretaña, pero nada era seguro. Pensaba a menudo en el proverbio: “Confía en Jehová con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia”12.

Un día, Emmy conoció a dos hermanas misioneras de la Misión Británica que estaban de visita en Suiza antes de regresar a su país. Ambas mujeres eran de Canadá y no hablaban alemán, así que Emmy les sirvió de intérprete. Mientras conversaban, Emmy les contó de su reticencia a volver a Viena. Una de las misioneras, Marion Allen, le preguntó a Emmy si estaría dispuesta a emigrar a Canadá en lugar de a Gran Bretaña. Aunque la mayoría de los miembros de la Iglesia en Canadá vivían cerca del templo en Cardston, Alberta, se podían encontrar ramas de los santos en todo el vasto país, desde Nueva Escocia, en el este, hasta Columbia Británica, en el oeste.

Emmy pensaba que tenía pocas posibilidades de emigrar a Norteamérica. Austria aún no había firmado un tratado de neutralidad y sus ciudadanos eran considerados extranjeros enemigos para las naciones aliadas. Tampoco tenía familiares o amigos en Canadá o Estados Unidos que pudieran patrocinarla o garantizarle un empleo13.

Sin embargo, unas semanas más tarde, el presidente Taggart recibió un telegrama del padre de Marion, Heber Allen, en el que le preguntaba si Emmy estaría interesada en trasladarse a Canadá. Marion le había hablado de la situación de Emmy y Heber se había puesto en contacto con una persona del gobierno canadiense que podía ayudarla a conseguir la aprobación de inmigración. Heber estaba dispuesto a ofrecer a Emmy un trabajo y un lugar para quedarse en su casa de Raymond, una pequeña ciudad cerca de Cardston.

Emmy aceptó inmediatamente. Mientras se preparaba para partir, sus padres, Alois y Hermine, consiguieron un pase de un día para la frontera suiza para despedirse. Emmy sabía qué hacía falta fe para que sus padres dejaran a su hija de veinte años vivir entre extraños en una tierra desconocida, sin saber si volverían a encontrarse.

—Dondequiera que vayas, nunca estarás sola. Tu Padre Celestial estará ahí para velar por ti —le dijeron sus padres—. La instaron a ser una buena ciudadana y a permanecer cerca de la Iglesia14.

Más tarde, durante su viaje a través del océano Atlántico, a Emmy la embargó una enorme tristeza al pensar en su familia unida, en los miembros de la Rama Viena y en su querida Austria. Empezó a llorar, pensando que si tuviera el poder de hacer que el barco diera la vuelta, lo haría.

Dos élderes que habían servido en la Misión Checoslovaca, y que regresaban a casa, navegaban con Emmy e hicieron más llevadero el difícil viaje. Entre un mareo y otro en alta mar, los dos jóvenes le propusieron matrimonio a Emmy, pero ella los rechazó a ambos. “Es que no han estado cerca de chicas durante dos años —les dijo—. En cuanto lleguen a casa, conocerán a una muy buena y formarán un hogar”15.

Cuando el barco llegó a Nueva Escocia, a los dos élderes se les permitió la entrada inmediata al país, pero a Emmy la invitaron a pasar a una zona de espera vallada junto con otros muchos emigrantes. Algunos de ellos, según supo Emmy, eran niños huérfanos de los campos de concentración alemanes.

Los nazis habían empezado a utilizar estos campos en la década de 1930 para encarcelar a los disidentes políticos y a cualquier otra persona que consideraran inferior o peligrosa para su régimen. Una vez iniciada la guerra, los nazis siguieron apresando a estas personas y, finalmente, asesinaron a cientos de miles de ellas. El antisemitismo nazi también se convirtió en genocidio, ya que el régimen encarceló y asesinó sistemáticamente a millones de judíos en campos de concentración. Dos tercios de los judíos europeos murieron en el Holocausto, entre ellos Olga y Egon Weiss, madre e hijo de origen judío que se habían unido a la Iglesia y que asistían a los servicios religiosos con la familia de Emmy en la Rama Viena16.

En Canadá, Emmy esperó un día entero mientras los funcionarios del gobierno la colocaban a ella y a otros emigrantes en grupos lingüísticos y luego los interrogaban, uno por uno. Sabiendo que algunos emigrantes eran devueltos a Europa porque sus papeles no estaban en regla, o porque no tenían suficiente dinero, o simplemente porque estaban enfermos, Emmy oró para poder pasar la inspección. Cuando el funcionario tomó su pasaporte y lo selló, el corazón casi se le salió del pecho de alegría.

—Soy libre, en un país libre —pensó17.


Por esas mismas fechas, en Ciudad de Guatemala, Carmen O’Donnal tenía mucho en qué pensar. Acababa de recibir una carta de su marido, John, que estaba en Honduras por negocios. Mientras estuviese fuera, él deseaba que ella le preguntara a Dios si La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días era verdadera, si José Smith era un profeta y si el Libro de Mormón era la palabra de Dios. “Ora por ello —le suplicaba—. Quiero que mi esposa esté sellada a mí por la eternidad, y que mis hijos también lo estén”.

Carmen ya había orado muchas veces por esas cosas. Y orar era especialmente difícil, incluso molesto, cuando John estaba fuera de casa. Un espíritu terrible la rodeaba y ella experimentaba alarmantes manifestaciones del poder de Satanás. La idea de hacer otro intento sin él cerca la atemorizaba.

Aun así, una noche decidió volver a intentarlo. Acostó a sus dos hijas y se arrodilló a orar en su habitación. Inmediatamente volvieron los poderes de las tinieblas. Sintió como si la habitación estuviera llena de miles de rostros burlones que querían destruirla. Huyó de la habitación y subió las escaleras hasta el segundo piso, donde vivían los misioneros. Les contó a los élderes lo que había sucedido y ellos le dieron una bendición.

Cuando Carmen abrió los ojos, se sintió más tranquila. “Por alguna razón —entendió ella— Satanás está tratando de destruirme”. El adversario claramente no quería que ella obtuviera un testimonio del Evangelio restaurado. ¿Por qué, si no, se esforzaría tanto por interrumpir sus oraciones? De inmediato, supo que tenía que bautizarse18.

Los siguientes meses fueron muy ajetreados para los O’Donnal. Después de que John regresara de Honduras, él y Carmen siempre oraban juntos. Ella continuó asistiendo a las reuniones sacramentales y a otras reuniones de la Iglesia, adquiriendo una mayor comprensión del Evangelio. En una reunión de testimonios con Arwell Pierce, el presidente de la Misión Mexicana, se puso de pie y dijo algunas palabras. Otros, a su vez, compartieron sus testimonios, y lloraron juntos mientras el Espíritu Santo los conmovía e inspiraba19.

El 13 de noviembre de 1948, los misioneros celebraron un servicio bautismal para Carmen, su hermana Teresa y dos personas más, Manuela Cáceres y Luis González Batres. Como el salón alquilado donde celebraban las reuniones no tenía pila bautismal, algunos amigos aceptaron que John y los misioneros realizaran los bautismos en una pequeña piscina al sur de la ciudad20.

Una semana después, Mary White y Arlene Bean, dos misioneras de la Misión Mexicana, llegaron para organizar una Sociedad de Socorro en la Ciudad de Guatemala. Carmen fue llamada como presidenta de la Sociedad de Socorro, y ella y las misioneras celebraban reuniones los jueves por la tarde. La mayoría de las mujeres que acudían no eran miembros de la Iglesia. A una de ellas, una profesora universitaria de mediana edad, le molestó al principio que alguien tan joven como Carmen dirigiera la sociedad.

—No sé por qué han llamado a esta joven para que sea presidenta —dijo a los misioneros.

Carmen se sintió mal. No podía evitar estar de acuerdo con la mujer. ¿Por qué no se había llamado a la profesora o a otra mujer mayor como presidenta?

—Bueno, no tiene que sentirse así, porque usted no pidió este puesto —le dijeron las misioneras—. Usted ha sido llamada para hacerlo.

Como la Sociedad de Socorro no tenía manuales, Carmen improvisaba lecciones y actividades. En febrero de 1949, dos mujeres, Antonia Morales y Alicia Cáceres, se unieron a la Iglesia. Algunas semanas después, Carmen las llamó a ellas y a Gracie de Urquizú, una mujer interesada en la Iglesia, como miembros de su presidencia. Las mujeres fueron presentadas en una reunión con veintiuna hermanas, la más concurrida hasta el momento.

Todas las presentes estaban contentas y dispuestas a aprender21.


En la primavera de 1949, el presidente George Albert Smith se despertaba a menudo con el sonido que emitían las focas y el vaivén de las olas del océano Pacífico. El profeta había llegado a California en enero para inspeccionar el terreno del Templo de Los Ángeles. La guerra y las labores de ayuda en Europa habían retrasado el proyecto, y los líderes de la Iglesia querían ahora avanzar con la construcción. Después de unos días de reuniones, el presidente Smith comenzó a sentirse mal. Su estado empeoró y los médicos le diagnosticaron un coágulo de sangre en la sien derecha22.

La situación no resultó ser una amenaza mortal, pero el presidente Smith había hecho un gran esfuerzo por recuperar su fuerza. Cuando los médicos finalmente le dieron el alta del hospital, permaneció en California para recuperarse junto al mar. Ante la cercanía de la Conferencia General de abril de 1949, él esperaba poder volver a Salt Lake City. Pero cada vez que se sentaba en la cama, un terrible mareo hacía que la habitación diera vueltas, y tenía que volver a hundirse en la almohada23.

Aparte del coágulo, los médicos no pudieron encontrar ninguna razón clara para la fatiga del profeta. “Mi mayor problema —había concluido recientemente en su diario— son los nervios agitados y el exceso de trabajo”24.

Durante gran parte de su vida adulta, el presidente Smith había luchado con problemas de salud tales como una visión deficiente, problemas digestivos y una terrible fatiga. Cuando fue llamado como apóstol a la edad de treinta y tres años, sabía por experiencia lo que podía pasar si presionaba su cuerpo demasiado, pero a veces su sentido del deber y su deseo de trabajar le impedían bajar el ritmo.

En 1909, seis años después de su llamado al apostolado, se encontraba ansioso y deprimido. No tenía energía, y durante meses estuvo confinado en la cama, sin poder hacer nada. Su mala vista le impidió leer durante mucho tiempo. Se sentía inútil y desesperado, y había momentos en los que deseaba la muerte. Durante tres años, tuvo que mantenerse apartado de sus tareas habituales en el Cuórum de los Doce Apóstoles25.

El presidente Smith descubrió que la oración, el aire fresco, una dieta nutritiva y el ejercicio regular le ayudaban a recuperar la energía. Aunque todavía no estaba completamente recuperado de sus problemas de salud, esos difíciles primeros años como apóstol le convencieron de que el Señor tenía un plan para su vida. Halló consuelo en una carta de su padre, el apóstol John Henry Smith. “La amarga experiencia por la que estás pasando —decía— está diseñada para tu purificación y edificación, y para prepararte para una larga vida de trabajo26”.

Desde entonces, el presidente Smith había dedicado toda su energía a aliviar el sufrimiento, la injusticia y las dificultades. Dispuso la primera impresión del Libro de Mormón en braille y organizó la primera rama de la Iglesia para personas sordas. Después de enterarse de que Helmuth Hübener, el joven santo alemán ejecutado por los nazis, había sido excomulgado erróneamente de la Iglesia, él y sus consejeros revirtieron la acción y ordenaron a las autoridades locales que anotaran este hecho en la cédula de miembro de Helmuth. Como Presidente de la Iglesia, prestó atención nuevamente a los pueblos nativos de Estados Unidos, tratando de mejorar las condiciones de vida y la educación entre ellos27.

Sin embargo, el corazón compasivo del profeta a menudo contribuía a su carga emocional. “Cuando las cosas son normales, mis nervios no son muy fuertes —le dijo a un amigo—, y cuando veo a otras personas apesadumbradas y deprimidas, eso me afecta con facilidad28”.

Los médicos de la época no entendían bien las enfermedades físicas y mentales duraderas y, a menudo, utilizaban términos como “agotamiento nervioso” para describir condiciones como la fatiga crónica o la depresión. Aun así, el presidente Smith hizo todo lo posible por controlar su salud, aprovechando los periodos de mayor energía y vigor, y descansando cuando era necesario. Aunque no había vuelto a sufrir el tipo de colapso que había experimentado décadas atrás, la edad y las inmensas responsabilidades lo estaban agotando29.

El 20 de marzo, el profeta envió una carta por correo aéreo a sus consejeros, recomendando que celebraran la conferencia general sin él. El presidente J. Reuben Clark telefoneó al día siguiente, con la esperanza de que el presidente Smith se recuperara a tiempo para la conferencia. “Esperemos hasta el próximo domingo y veamos cómo se siente”, le dijo.

La semana siguiente, el profeta experimentó ataques de mareos, pero sintió que poco a poco iba recobrando fuerzas. El 27 de marzo, sus médicos coincidieron en que estaba lo suficientemente sano como para viajar, así que pronto abordó un tren con destino a Salt Lake City. Descansó bien durante el viaje y, cuando llegó el fin de semana de la conferencia, supo que el Señor lo había bendecido con fortaleza.

En el segundo día de la conferencia, el presidente Smith se presentó ante los santos, con el corazón henchido de amor y agradecimiento. “Muchas veces, cuando he estado aparentemente listo para pasar al otro lado —dijo—, he sido retenido para alguna otra obra que debía realizarse”.

A continuación, pronunció unas palabras que no había planeado decir hasta ese momento. “He disfrutado de mucha felicidad en la vida —dijo—. Ruego que todos podamos realizar ajustes conforme pasamos por las experiencias de la vida, de tal manera que podamos extender el brazo y sentir que vamos de la mano de nuestro Padre30”.


Entretanto en Praga, el presidente de la misión, Wallace Toronto, esperaba saber si siete nuevos misioneros estadounidenses llamados a servir en la Misión Checoslovaca recibirían permiso de entrada en el país. Durante el año anterior, el número de misioneros en Checoslovaquia había aumentado a treinta y nueve, el segundo grupo más grande de ciudadanos estadounidenses en el país, solo superado por el personal de la embajada estadounidense. Sin embargo, diez de los misioneros debían regresar a su país, y era necesario sustituirlos para que la misión mantuviera su ritmo31.

El grupo de nuevos misioneros había llegado a Europa en febrero de 1949. Como el gobierno checoslovaco no expidió los visados inmediatamente, los élderes aguardaban en la casa de la Misión Suizo-Austríaca en Basilea mientras Wallace solicitaba a un alto funcionario del gobierno que permitiera que los misioneros ingresaran al país. Tras semanas de espera, Wallace se enteró de que sus peticiones habían sido rechazadas.

“Por el momento —decía la respuesta oficial—, no se admitirán más ciudadanos estadounidenses en Checoslovaquia con el fin de obtener la residencia permanente”.

Los misioneros no tardaron en ser reasignados a la Misión Suizo-Austríaca, dejando a Wallace sin personal justo cuando el gobierno comunista se inmiscuía cada vez más en los asuntos de la Iglesia. El régimen exigía ahora que todas las lecciones o sermones públicos fueran aprobados con seis semanas de antelación, y los funcionarios comunistas asistían a menudo a las reuniones de la Iglesia para vigilar si los santos daban discursos no aprobados. El gobierno también revocó el permiso para imprimir la revista de la misión, Novy Hlas [Nueva Voz], y amenazó con reducir las raciones de los santos o hacer que los despidieran de sus trabajos si seguían asistiendo a la Iglesia. Algunos se sintieron presionados para espiar a sus hermanos miembros de la Iglesia.

Los angustiados santos acudieron a Wallace en busca de consejo, y él les dijo que nunca debían sentirse obligados a ponerse en peligro. Si los agentes del gobierno los presionaban para que informaran sobre una reunión de la Iglesia, debían ofrecer solo la información suficiente para satisfacer a los interrogadores32.

A pesar de todos estos problemas, algunos checoslovacos seguían deseando escuchar el mensaje del Evangelio. En lugar de limitar las reuniones públicas, Wallace amplió el alcance de la misión celebrando docenas de conferencias en ciudades de todo el país. Las reuniones se hicieron muy populares, y a menudo se vendían muchos ejemplares del Libro de Mormón. Una noche, en la ciudad de Plzeň, asistieron casi novecientas personas para escuchar.

Sin embargo, estos éxitos trajeron consigo un mayor escrutinio por parte del gobierno. En algunas zonas, entre ellas Praga, los funcionarios denegaron las solicitudes de celebración de conferencias. No mucho después de la reunión de Plzeň, el gobierno se negó a renovar los permisos de residencia a cuatro misioneros estadounidenses en el país, alegando que eran “una amenaza para la paz pública, el orden y la seguridad del estado”.

Wallace volvió a solicitarlo a los funcionarios del régimen, insistiendo en que los misioneros no habían hecho nada que pusiera en peligro al público. Presentó varios artículos positivos sobre Checoslovaquia del periódico Deseret News para demostrar que los santos no eran enemigos del gobierno. También mencionó la distribución de alimentos y ropa por parte de la Iglesia en todo el país después de la guerra y señaló que los misioneros estaban contribuyendo a la economía checa33.

Nada de esto marcó una diferencia. El gobierno ordenó a los cuatro misioneros que abandonaran el país antes del 15 de mayo de 1949. Wallace escribió en su informe de misión que temía que todos los movimientos religiosos en Checoslovaquia quedaran pronto bajo estricto control del Estado.

Pero rehusó darse por vencido. “Es nuestra esperanza y oración que el Señor continúe bendiciendo Su obra en esta tierra —escribió—, sin importar lo que las mareas políticas del futuro puedan traer”34.

  1. Anderson, Cherry Tree behind the Iron Curtain, págs. 1, 43–50; Mehr, “Czechoslovakia and the LDS Church”, págs. 140–141; Heimann, Czechoslovakia, págs. 171–175; Woodger, Mission President or Spy, págs. 158, 161, 175–177; Dunbabin, Cold War, págs. 142–159; “Historical Report of the Czechoslovak Mission”, 30 de junio de 1949, págs. 13–14, Misión Checoslovaca, Manuscript History and Historical Reports, BHI.

  2. Anderson, Cherry Tree behind the Iron Curtain, págs. 13, 15; Mehr, “Czechoslovakia and the LDS Church”, págs. 116, 132, 134–137; “Historical Report of the Czechoslovak Mission”, 31 de diciembre de 1939, págs. 8–12, Misión Checoslovaca, Manuscript History and Historical Reports, BHI.

  3. Mehr, “Czechoslovakia and the LDS Church” págs. 137–139; Hoyt Palmer, “Salt of the Earth”, Deseret News, 14 de febrero de 1951, Church section, págs. 7, 13; Wallace F. Toronto a Josef Roubíček, 21 de septiembre de 1939; Josef Roubíček to Wallace F. Toronto, 1 de mayo de 1940; 10 de septiembre de 1941, Josef and Martha Roubíček Papers, BHI; Josef Roubíček a Wallace F. Toronto, 29 de mayo de 1945; 23 de agosto de 1945; 10 de octubre de 1945, Registros del presidente de la Misión Checoslovaca, BHI.

  4. First Presidency a Wallace F. Toronto, 24 de mayo de 1945, First Presidency Mission Files, BHI; Anderson, Cherry Tree behind the Iron Curtain, pág. 38; Wallace Felt Toronto, bendición, 24 de mayo de 1946, First Presidency Mission Files, BHI; Woodger, Mission President or Spy, pág. 131; Martha Toronto to Wallace Toronto, Nov. 10, 1946; Dec. 1, 1946, Martha S. Anderson Letters a Wallace F. Toronto, BHI.

  5. Anderson, Cherry Tree behind the Iron Curtain, págs. 47–48; Woodger, Mission President or Spy, pág. 167; Martha Sharp Toronto, bendición, 16 de mayo de 1947, First Presidency Mission Files, BHI.

  6. O’Donnal, “Personal History”, págs. 4–31, 43–48, 70–71; O’Donnal, Pioneer in Guatemala, págs. 2–26, 60. Tema: Colonias en México

  7. O’Donnal, “Personal History” págs. 49–53, 71; O’Donnal y O’Donnal, entrevista de historia transmitida oralmente, págs, 8–13, 19.

  8. O’Donnal, “Personal History”, págs. 53, 71; O’Donnal, Pioneer in Guatemala, págs. 33–34; O’Donnal y O’Donnal, entrevista de historia transmitida oralmente, págs. 11–13, 16, 19.

  9. O’Donnal, “Personal History” págs. 66–68; O’Donnal, Pioneer in Guatemala, págs. 55–57; Williams y Williams, From Acorn to Oak Tree, págs. 201–203; Frederick S. Williams a First Presidency, 30 de septiembre de 1946, First Presidency Mission Files, BHI; J. Forres O’Donnal a George Albert Smith, 31 de diciembre de 1946; First Presidence a J. Forres O’Donnal, 13 de enero de 1947, First Presidency General Authorities Correspondence, BHI. Tema: Guatemala

  10. O’Donnal, “Personal History”, págs. 69–71; O’Donnal, Pioneer in Guatemala, págs. 58–60; O’Donnal y O’Donnal, entrevista de historia transmitida oralmente, págs. 12–13, 17–19; Hansen, Journal, 3 y 4 de abril de 1948.

  11. Collette, Collette Family History, págs. 261–267, 320, 324–325, 328–329.

  12. Collette, Collette Family History, pág. 351; véase también Proverbios 3:5.

  13. Collette, Collette Family History, pág. 351; Olsen, Plewe y Jarvis, “Historical Geography”, pág. 107; “Varied Church Activity during 1946”, Deseret News 11 de enero de 1947, Church section, pág. 6; Bader, Austria between East and West, págs. 184–195.

  14. Collette, Collette Family History, págs. 351–355. La cita fue editada por motivos de legibilidad; la fuente original dice: “Dondequiera que fuera, nunca estaría sola, mi Padre Celestial estaría ahí para velar por mí”.

  15. Collette, Collette Family History, pág. 359. Cita editada para facilitar la lectura; la fuente original dice: “Les dije a los dos que no habían estado cerca de chicas durante dos años y que en cuanto llegaran a casa encontrarían una muy buena y formarían un hogar”.

  16. Gellately y Stoltzfus, “Social Outsiders”, págs. 3–19; Hilberg, Destruction of the European Jews, págs. 993, 1000, 1030–1044; Gilbert, Holocaust, pág. 824; Gigliotti y Lang, “Introduction”, pág. 1; Perry, “Fates of Olga and Egon Weiss”, págs. 1–5. Tema: Segunda Guerra Mundial

  17. Collette, Collette Family History, págs. 359, 363–364. Se editó la cita por motivos de legibilidad; “era” en el original se cambió a “soy”. Temas: Emigración; Canadá

  18. O’Donnal, “Personal History”, pág. 71; O’Donnal y O’Donnal, entrevista de historia transmitida oralmente, págs. 12–13; Hansen, Reminiscence, pág. [2].

  19. Historia manuscrita de la Rama Guatemala, 2 de julio–22 de agosto de 1948; O’Donnal, “Personal History”, págs. 70–71; Arwell L. Pierce a First Presidency, 4 de agosto de 1948, First Presidency Mission Files, BHI; Lingard, Journal, 9 de julio–25 de agosto de 1948; Hansen, Journal, 9 de julio–22 de agosto de 1948.

  20. O’Donnal, “Personal History”, pág. 71; O’Donnal y O’Donnal, entrevista de historia transmitida oralmente, págs. 12–13; Fotografías del servicio bautismal de Carmen G. O’Donnal, 13 de noviembre de 1948, John F. and Carmen G. O’Donnal Papers, BHI; Huber, entrevista de historia transmitida oralmente, [00:04:20]–[00:05:15].

  21. Jensen, “Faces: A Personal History”, págs. 69–71; O’Donnal, “Personal History”, pág. 72; O’Donnal y O’Donnal, entrevista de historia transmitida oralmente, pág. 30; Actas de la Sociedad de Socorro de la Rama Guatemala, 2 de diciembre de 1948–24 de febrero de, 1949; entrada de Antoni[a] Morales y Alicia de Cáceres, Bautismos y confirmaciones, 1949, Guatemala, Combined Mission Report, Mexican Mission, pág. 474, en Guatemala (país), parte 1, Record of Members Collection, BHI; Bean, Journal, 20 de noviembre de 1948; 2 de diciembre de 1948; 24 de febrero de 1949. Tema: Guatemala

  22. George Albert Smith, Journal, 17–21 de enero de 1949; 9 y 19 de marzo de 1949; Cowan, Los Angeles Temple, págs. 29–36; Gibbons, George Albert Smith, pág. 346. Tema: George Albert Smith

  23. George Q. Cannon, Journal, 7 de febrero de 1949; 5–11 de marzo y 3 de marzo de 1949.

  24. George Albert Smith, Journal, 29 de enero de 1949.

  25. Woodger, “Cheat the Asylum”, págs. 115–119; Gibbons, George Albert Smith, págs. 11, 30, 60–69, 77.

  26. Gibbons, George Albert Smith, págs. 68–74; Woodger, “Cheat the Asylum”, págs. 144–146.

  27. James R. Kennard, “Book of Mormon Now Available for Blind”, Deseret News, 30 de marzo de 1936, pág. 1; Edwin Ross Thurston, “Salt Lake Valley Branch for the Deaf”, Improvement Era, abril de 1949, 52:215, 244; Pusey, Builders of the Kingdom, pág. 324; Anderson, Prophets I Have Known, págs. 109–111; Jean Wunderlich a First Presidency, 15 de diciembre de 1947; First Presidency a Jean Wunderlich, 24 de enero de 1948, First Presidency General Administration Files, págs. 1908, 1915–1949, BHI. Temas: Helmuth Hübener; Indígenas estadounidenses

  28. Woodger, “Cheat the Asylum”, págs. 124–125.

  29. Schaffner, Exhaustion, págs. 91, 106–107; Gibbons, George Albert Smith, págs. 54–55, 60–61, 78; Woodger, “Cheat the Asylum”, págs. 117–119, 125–128.

  30. George Albert Smith, Journal, 20–30 de marzo de 1949; George Albert Smith, in One Hundred Nineteenth Annual Conference, 87.

  31. “Historical Report of the Czechoslovak Mission”, 30 de junio de 1949, pág. 6, Czechoslovak Mission, Manuscript History and Historical Reports, BHI; Mehr, “Czechoslovakia and the LDS Church”, pág. 140.

  32. “Historical Report of the Czechoslovak Mission”, 30 de junio de 1949, págs. 2, 6, Czechoslovak Mission, Manuscript History and Historical Reports, BHI; Mehr, “Czechoslovakia and the LDS Church”, pág. 141; Anderson, Cherry Tree behind the Iron Curtain, págs. 49–50. Se editó la cita por motivos de legibilidad; “admitirían” en el original se cambió a “admitirán”.

  33. “Historical Report of the Czechoslovak Mission”, 30 de junio de 1949, págs. 2–3, 6–7, Czechoslovak Mission, Manuscript History and Historical Reports, BHI.

  34. Historical Report of the Czechoslovak Mission, 30 de junio de 1949, págs. 7, 13–14, Czechoslovak Mission, Manuscript History and Historical Reports, BHI.