“Sé ejemplo”
“Llenen la mente con la verdad; llenen de amor el corazón; llenen la vida con servicio al prójimo”.
Esta noche hemos sido inspirados por los conmovedores mensajes de la presidencia general de la Sociedad de Socorro de la Iglesia. Su petición de que todos seamos firmes e inmutables es un sabio consejo, para que podamos afrontar la confusión de nuestra época y seamos verdaderos baluartes de constancia en medio de un mundo de cambio.
Repasemos las sabias palabras que escribió el apóstol Pablo a su amado Timoteo: “Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios; por la hipocresía de mentirosos [que tendrán] cauterizada la conciencia”1.
Después llegó el llamado inspirador de Pablo a Timoteo, que se aplica por igual a cada uno de nosotros: “…sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza”2.
Mis queridas hermanas, estando reunidas aquí en el Centro de Conferencias y en las congregaciones de todo el mundo, quisiera darles una fórmula que consta de tres partes, y que nos servirá de guía constante para cumplir con el cometido que dio el apóstol Pablo:
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Llenen la mente con la verdad;
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Llenen de amor el corazón;
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Llenen la vida con servicio al prójimo.
Primero, llenen la mente con la verdad. No encontramos la verdad al arrastrarnos en el error. La verdad se encuentra al buscar, estudiar y vivir la palabra revelada de Dios. Adoptamos el error cuando nos asociamos con él; aprendemos la verdad cuando nos relacionamos con ella.
El Salvador del mundo instruyó: “…buscad palabras de sabiduría de los mejores libros; buscad conocimiento, tanto por el estudio como por la fe”3. Y agregó: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí”4.
Él invita a cada uno de nosotros: “Aprende de mí y escucha mis palabras; camina en la mansedumbre de mi Espíritu, y en mí tendrás paz”5.
Alguien de la época de los pioneros que ejemplificó el cometido del que se ha hablado esta noche de ser firmes e inmutables, y que llenó su mente, su corazón y su alma con la verdad fue Catherine Curtis Spencer. Su marido, Orson Spencer, era un hombre sensible y muy educado. Ella se había criado en Boston, y era muy culta y refinada. Tuvo seis hijos, pero su delicada salud empeoró cuando se vio expuesta a la intemperie y a las penurias tras haber salido de Nauvoo. El élder Spencer escribió a los padres de ella, para preguntarles si ella podría regresar a vivir con ellos mientras él preparaba una vivienda para ella en el Oeste. Ellos respondieron: “Si ella renuncia a su degradante fe, puede volver, pero nunca hasta que lo haga”.
La hermana Spencer no renunció a su fe. Cuando le leyeron la carta de sus padres, ella pidió a su esposo que tomara la Biblia y le leyera del libro de Rut: “No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque a dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios”6.
Afuera rugía la tormenta, el toldo del carromato goteaba y los amigos sostenían cacerolas sobre la cabeza de la hermana Spencer para mantenerla seca. En esas condiciones, y sin pronunciar una queja, cerró los ojos por última vez.
Aun cuando no necesariamente se nos pida que sacrifiquemos nuestra vida, recordemos que Dios oye nuestras silenciosas oraciones. Él, que observa nuestros callados hechos, nos recompensará en público cuando surja la necesidad.
Vivimos tiempos turbulentos. El futuro suele ser incierto; por lo tanto, es necesario que nos preparemos para lo inesperado. Las estadísticas indican que, en algún momento, ya sea por enfermedad o por la muerte del esposo, o por necesidades económicas, es probable que tengan que ser ustedes quienes mantengan a la familia. Las insto a continuar los estudios y a adquirir conocimientos que se puedan utilizar en el mundo laboral, para que, si llegase el momento, estén preparadas para hacer frente a la situación.
Sus talentos aumentarán a medida que estudien y aprendan. Podrán, con mayor eficacia, ayudar a sus hijos en su aprendizaje y se sentirán tranquilas al saber que se han preparado para las contingencias con que puedan tropezar en la vida.
Con el fin de ilustrar la segunda parte de nuestra fórmula, a saber: Llenen de amor el corazón, voy a mencionar el bello relato que se encuentra en el libro de Hechos que habla de la discípula llamada Tabita, o Dorcas, que vivía en Jope. Se le describía como a una mujer que “abundaba en buenas obras y en limosnas que hacía”.
“Y aconteció que en aquellos días enfermó y murió. Después de lavada, la pusieron en una sala.
“Y…, los discípulos, oyendo que Pedro estaba allí, le enviaron dos hombres, a rogarle: No tardes en venir a nosotros.
“Levantándose entonces Pedro, fue con ellos; y cuando llegó, le llevaron a la sala, donde le rodearon todas las viudas, llorando y mostrando las túnicas y los vestidos que [Tabita] hacía cuando estaba con ellas.
“Entonces, sacando a todos, Pedro se puso de rodillas y oró; y volviéndose al cuerpo, dijo: Tabita, levántate. Y ella abrió los ojos, y al ver a Pedro, se incorporó.
“Y él, dándole la mano, la levantó; entonces, llamando a los santos y a las viudas, la presentó viva.
“Esto fue notorio en toda Jope, y muchos creyeron en el Señor”.7
Para mí, la mención de Tabita en las Escrituras, que la describe como a una mujer que “abundaba en buenas obras y en limosnas que hacía”, describe algunas de las responsabilidades fundamentales de la Sociedad de Socorro; como por ejemplo, el socorro a los que sufren, el cuidado de los pobres y todo lo que ello supone. Hermanas de la Sociedad de Socorro: ustedes son en verdad ángeles de misericordia. Eso lo han demostrado en gran escala con la ayuda humanitaria que prestan a los que padecen frío, hambre y sufren, dondequiera que se encuentren. La obra de ustedes se pone también de manifiesto en los barrios, en las estacas y en las misiones. Todo obispo de la Iglesia podría testificar de ese hecho.
Recuerdo que, cuando era diácono, recorría una parte de nuestro barrio el domingo de ayuno por la mañana y distribuía los pequeños sobres de las ofrendas a cada familia, esperaba que colocaran en él sus donativos, y después los entregaba al obispo. En una ocasión, un miembro anciano, el hermano Wright, que vivía solo, me recibió a la puerta de su casa, con sus arrugadas manos abrió el sobre con cierta dificultad y colocó en él una pequeña suma de dinero. Mientras hacía el donativo, sus ojos tenían un cierto brillo. Me invitó a sentarme y me contó de una ocasión en que su alacena había estado vacía; acosado por el hambre, había orado al Padre Celestial rogando por comida. Al poco rato, se asomó por la ventana y vio que alguien se acercaba a su puerta tirando de un vagoncito rojo. Era la hermana Balmforth, la presidenta de la Sociedad de Socorro, que había arrastrado ese vagoncito casi un kilómetro a lo largo de las vías del tren hasta llegar a su puerta. El vagón estaba lleno de alimentos que había recolectado de las hermanas de la Sociedad de Socorro del barrio. Con ellos, la hermana Balmforth llenó los estantes vacíos de la cocina del hermano Wright. Él me la describió como “un ángel enviado del cielo”.
Hermanas, ustedes son la personificación del amor. Ustedes iluminan su casa, guían con bondad a sus hijos y, si bien sus esposos son la cabeza del hogar, no hay duda de que ustedes son el corazón del hogar. Juntos, con respeto mutuo, y compartiendo las responsabilidades, forman un equipo indestructible.
Para mí es significativo que, cuando los hijos necesitan de cuidado y de atención amorosa, las buscan a ustedes: sus madres. Aun el hijo rebelde o la hija irresponsable, cuando se da cuenta de la necesidad de regresar al seno familiar, casi inevitablemente se acerca a la madre, la cual nunca se da por vencida cuando se trata de un hijo.
El amor de la madre hacer aflorar lo mejor de un hijo. Ustedes se convierten en el modelo que ellos seguirán.
La primera palabra que un niño aprende y dice en voz alta es por lo general la dulce expresión: “Mamá”. Para mí es muy significativo que, en el campo de batalla o en la paz, con frecuencia, cuando la muerte está por llevarse a un hijo, su palabra final es casi siempre: “Mamá”. Hermanas, ¡qué función tan noble es la de ustedes! Les testifico que sus corazones están llenos de amor.
Para la tercera parte de nuestra fórmula, la cual es: Llenen la vida con el servicio al prójimo, voy a mencionar dos ejemplos. Uno se trata de una maestra y de la profunda influencia que ella ejerció en la vida de quienes enseñó, mientras que el otro es acerca de un matrimonio misionero cuyo servicio ayudó a llevar la luz del Evangelio a quienes habían vivido en la oscuridad espiritual.
Hace muchos años, había una joven, Baur Dee Sheffield, que enseñaba en la Mutual. No tuvo hijos propios, aunque ése había sido el mayor anhelo de ella y el de su esposo. Su amor lo expresaba por medio de la gran devoción con que cada semana enseñaba las verdades eternas y las lecciones de la vida a esas especiales jovencitas. Pero un día enfermó y poco después falleció. Sólo tenía veintisiete años.
Cada año, el Día de los Muertos, las jóvenes de la Mutual iban a visitar la tumba de su maestra, dejando siempre un ramo de flores y una tarjetita que decía: “Para Baur Dee, de sus alumnas”. Al principio eran diez jovencitas las que iban, después cinco, luego dos y finalmente sólo una, la que sigue yendo cada Día de los Muertos y coloca en la tumba un ramo de flores y una tarjeta con la misma inscripción: “Para Baur Dee, de sus alumnas”.
Un año, casi veinticinco años después de la muerte de Baur Dee, la única de “sus alumnas” que continuaba visitando su tumba, se dio cuenta de que no iba a estar en la ciudad el Día de los Muertos, y decidió visitar la tumba de su maestra unos días antes. Ya había recogido las flores, las había atado con una cinta y colocado la tarjeta y, estaba a punto de ponerse el abrigo para partir, cuando alguien llamó a la puerta. Al abrirla, se encontró con una de sus maestras visitantes, Colleen Fuller, quien le dijo que había tenido dificultad para juntarse con su compañera y por esa razón había decidido ir sola y sin avisar para terminar sus visitas antes del fin de mes. Cuando Colleen entró, advirtió el abrigo y las flores, y se disculpó por haber interrumpido obviamente algo que se iba a hacer.
“No se preocupe”, respondió. “Estaba a punto de salir para ir al cementerio a poner flores en la tumba de una de mis maestras de la Mutual, quien tuvo una profunda influencia en mí y en las demás jóvenes que enseñó. Al principio éramos diez las que visitábamos su tumba cada año para expresarle nuestro amor y agradecimiento, pero ahora yo represento a todo el grupo”.
Colleen preguntó: “¿Sería, por casualidad, el nombre de su maestra Baur Dee?
“Sí”, fue la respuesta. “¿Cómo lo sabe?”
Con emoción en la voz, Coleen dijo: “Baur Dee era mi tía, la hermana de mi madre. Desde que murió, todos los Días de los Muertos, mis familiares han encontrado en su tumba un ramo de flores y una tarjeta inscrita de las alumnas de Baur Dee. Ellos siempre han deseado saber quiénes eran esas alumnas para agradecerles el que se acordaran de ella. Ahora les puedo decir”.
El escritor estadounidense Thornton Wilder dijo: “El mayor homenaje que podemos tributar a los muertos no es la tristeza sino la gratitud”.
El segundo ejemplo de vidas llenas de servicio a los demás, con el cual quiero terminar, es la experiencia misional de Juliusz y Dorothy Fussek, a quienes se les llamó para cumplir una misión de dieciocho meses en Polonia. El hermano Fussek había nacido en Polonia, hablaba el idioma y amaba a su gente; la hermana Fussek nació en Inglaterra y sabía muy poco de Polonia y casi nada acerca de su gente.
Con confianza en el Señor, partieron a cumplir su asignación. Las condiciones de vida eran rudimentarias, la obra solitaria y la tarea inmensa. En ese tiempo todavía no se había establecido una misión en Polonia. La asignación que recibieron los Fussek fue la de preparar el camino para que se pudiese establecer una misión permanente, enviar más misioneros, enseñar a la gente, bautizar conversos, organizar ramas y edificar capillas.
¿Se desanimaron los hermanos Fussek ante la enormidad de su asignación? No, ni por un momento. Ellos sabían que su llamamiento provenía de Dios; oraron pidiendo Su ayuda divina y se dedicaron de todo corazón a la obra. No sólo se quedaron en Polonia dieciocho meses, sino cinco años y vieron cumplirse todos los objetivos mencionados. Todo eso derivó de una reunión previa en la que los élderes Russell M. Nelson, Hans B. Ringger y yo, acompañados por el élder Fussek, nos reunimos con el ministro Adam Wopatka, del gobierno polaco, y lo escuchamos decir: “Su Iglesia es bienvenida aquí; ustedes pueden construir edificios; pueden enviar sus misioneros; son bienvenidos a Polonia. Este caballero”, dijo, señalando a Juliusz Fussek, “ha servido bien a su Iglesia, al igual que su esposa. Pueden estarles agradecidos por su ejemplo y por su obra”.
Al igual que los Fussek, hagamos lo que debemos hacer en la obra del Señor. Entonces, junto con Juliusz y Dorothy Fussek, podremos hacer eco del salmo: “Mi socorro viene de Jehová”8.
Queridas hermanas, ustedes son en verdad “ejemplos de los creyentes”. Que nuestro Padre Celestial las bendiga a cada una, casadas o solteras, en sus hogares, con sus familias y en sus vidas, para que se hagan merecedoras del maravilloso recibimiento del Salvador del mundo: “Bien, buen siervo y fiel”9. Esto lo ruego, al dejarles mi bendición, en el nombre de Jesucristo. Amén.