“Ayuda mi incredulidad”
“Promovemos el proceso de fortalecer nuestra fe cuando hacemos lo correcto, pues el aumento de fe es la consecuencia de ello”.
En una ocasión, el Salvador encontró a una gran multitud de personas que escuchaban una conversación entre sus discípulos y los escribas, y entonces preguntó a los escribas: “¿Qué disputáis con ellos?”.
Cierto hombre, arrodillándose ante Él, le respondió que había pedido a los discípulos que expulsaran un espíritu inmundo de su hijo, pero que “no pudieron”. El padre le suplicó, diciendo: “Si puedes hacer algo, ten misericordia de nosotros, y ayúdanos.
“Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo le es posible.
“E inmediatamente el padre del muchacho clamó y dijo: Creo; ayuda mi incredulidad”.
Entonces el Salvador reprendió al espíritu inmundo y le mandó: “Sal de él, y no entres más en él. Entonces el espíritu, clamando y sacudiéndole con violencia, salió…”1.
Todos hemos enfrentado dificultades, horas desesperadas cuando con lágrimas en los ojos nos hemos arrodillado y suplicado como hizo ese padre: “Señor, creo; ayuda mi incredulidad”.
Así como el Salvador se aprestó a ayudar a ese padre cuyo hijo “[padecía] muchísimo”2, así se apresta Él hoy día a ayudar nuestra incredulidad para que, mediante la fe, podamos superar las dificultades terrenales y salgamos triunfantes3.
La fe en el Señor Jesucristo es el primer principio del Evangelio y es más que una creencia4. La fe es una “esperanza en cosas que no se ven, y que son verdaderas”5. “La fe siempre impulsa al que la ejerce a… la acción física y mental”6. “Tener fe en Jesucristo significa confiar en Él tan plenamente que obedeceremos cualquier cosa que nos mande. Sin obediencia no hay fe”7.
La fe es por el oír la palabra de Dios, y es un don espiritual8. La fe aumenta no sólo cuando oímos, sino cuando obramos según la palabra de Dios, obedientes a las verdades que se nos han enseñado9.
La respuesta de María a la anunciación del ángel es un magnífico ejemplo. El ángel Gabriel dijo a María: “Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo”. María, siendo obediente, dijo a Gabriel: “He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra”10.
En otra ocasión, “andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano, que echaban la red en el mar; porque eran pescadores.
“Y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres.
“Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron”11.
Después de la resurrección del Salvador, Pedro y otros discípulos se fueron “a pescar”; sin embargo, “aquella noche no pescaron nada.
“Cuando ya iba amaneciendo, se presentó Jesús en la playa; mas los discípulos no sabían que era Jesús… Y les dijo: Echad la red a la derecha de la barca, y hallaréis. Entonces la echaron, y ya no la podían sacar, por la gran cantidad de peces”12.
En la vida del profeta José Smith encontramos una experiencia de fe semejante. Después de las visitas que el ángel Moroni le hizo durante toda la noche del 21 de septiembre de 1823, José se fue por la mañana a trabajar con su padre. Al haber estado despierto casi toda la noche, “[halló] que se [le] habían agotado a tal grado las fuerzas, que [se] sentía completamente incapacitado” para cumplir con sus tareas. Su padre le dijo que regresara a casa y él “[partió] de allí con la intención del volver a casa, pero… se [le] acabaron completamente las fuerzas, [cayó] inerte al suelo y por un tiempo no [estuvo] consciente de nada”. Cuando despertó, “[alzó] la vista y, a la altura de [su] cabeza, [vio] al mismo mensajero rodeado de luz como antes”. Se mandó a José “ir a [su] padre y hablarle acerca de la visión y los mandamientos que había recibido”. Aunque comprensiblemente cansado, fue obediente y “[regresó] a donde estaba [su] padre en el campo, y le [declaró] todo el asunto”. Su padre le respondió “que era de Dios, y [le] dijo que fuera e hiciera lo que el mensajero [le] había mandado”. El cansado, pero obediente, José “[salió] del campo y [fue] al lugar donde el mensajero [le] había dicho que estaban depositadas” las planchas, lugar que estaba a varios kilómetros13.
Cada día escogemos entre una miríada de opciones lo que haremos y lo que no haremos. Cuando decidimos obedecer con buen ánimo los mandamientos como prioridad principal, sin quejarnos ni analizar lo que se nos manda, nos convertimos en siervos del Señor y pescadores de hombres, y echamos las redes a la derecha de nuestra barca. Simplemente vamos y hacemos las cosas que el Señor nos ha mandado, aun cuando estemos cansados, confiando en que Él nos ayudará a hacer exactamente lo que nos pide14. Al obrar así, el Señor ayuda nuestra incredulidad y nuestra fe se hace poderosa, vibrante e inamovible. El profeta José escribió desde la cárcel de Liberty: “Por tanto, muy queridos hermanos, hagamos con buen ánimo cuanta cosa esté a nuestro alcance; y entonces podremos permanecer tranquilos, con la más completa seguridad, para ver la salvación de Dios y que se revele su brazo”15.
No importa quiénes seamos ni dónde vivamos, en nuestra vida cotidiana hay mucho de rutinario y repetitivo, y es por ello que debemos reflexionar en hacer lo verdaderamente importante. Entre las cosas que se deben hacer se cuenta el darse tiempo para una serie de requisitos mínimos y diarios relacionados a una conducta fiel: la obediencia verdadera, la oración humilde, un estudio serio de las Escrituras y el servicio desinteresado a los demás. Ninguna otra vitamina fortalece los músculos de nuestra fe tan rápido como el hacer esas cosas. También debemos recordar que el ayuno verdadero fomenta una fe firme. Todo esto es de especial importancia a la hora de arreglar esas debilidades difíciles de vencer y que “no [salen] sino con oración y ayuno”16.
El desarrollar fe en el Señor Jesucristo es un proceso de paso tras paso, línea sobre línea y precepto tras precepto. Promovemos el proceso de fortalecer nuestra fe cuando hacemos lo correcto, pues el aumento de fe es la consecuencia de ello17. Si cada día ejercemos nuestra fe a través de la oración, el estudio y la obediencia, el Salvador ayuda nuestra incredulidad y la fe se convierte en un escudo para “apagar todos los dardos encendidos de los malvados”18. Alma enseñó que podemos “resistir toda tentación del diablo, con [nuestra] fe en el Señor Jesucristo”19. Sin embargo, no podemos pasar por alto ni rechazar los ingredientes esenciales de la fe y luego esperar recoger una abundante cosecha.
En la actualidad vemos crecer innumerables ejemplos de fe entre los miembros de la Iglesia. Cuando los jóvenes, las jovencitas y los matrimonios mayores aceptan llamamientos para servir misiones, cuando las parejas se preparan en virtud para casarse en el santo templo, cuando los padres instruyen a sus hijos en su camino20, fortalecen su fe en el Señor Jesucristo. Fortalecemos nuestra fe al santificar el día de reposo, al magnificar llamamientos, al pagar diezmos y ofrendas, al recibir a los nuevos miembros en la Iglesia e invitar a amigos y vecinos a conocer las verdades del Evangelio. Cuando decidimos abandonar nuestros pecados y arrepentirnos de corazón, y cuando nos arrodillamos para orar tanto en los buenos tiempos como en los malos, desarrollamos una fe fuerte.
Entonces descubrimos que en nuestra vida tiene lugar una experiencia que se describe en el Libro de Mormón: “No obstante, ayunaron y oraron frecuentemente, y se volvieron más y más fuertes en su humildad, y más y más firmes en la fe de Cristo, hasta henchir sus almas de gozo y de consolación; sí, hasta la purificación y santificación de sus corazones, santificación que viene de entregar el corazón a Dios”21.
Sé que el Salvador vive y que Él ayuda nuestra incredulidad. En el nombre de Jesucristo. Amén.