Una “nube de testigos”
Estamos rodeados de testimonios del Salvador procedentes de las Escrituras y de centenares de testigos especiales.
La Navidad es una época para recordar y estar agradecidos, ya que con frecuencia no demostramos gratitud por las bendiciones que tenemos. Por ejemplo, ¿cuándo fue la última vez que contempló el hermoso cielo azul y se maravilló ante el milagro de las deslumbrantes nubes blancas? Las hay de varios tamaños y tipos, como los cirros, los estratos y los cúmulos.
Con frecuencia, en los textos de las Escrituras se emplean las nubes para referirse a la presencia espiritual. El Señor se apareció en una nube para guiar a los hijos de Israel por el desierto hacia la tierra prometida; el Señor resucitado fue recibido por una nube durante Su ascensión al cielo; y en el fin mundo, el Señor descenderá sobre las nubes con poder y gran gloria. (Véase Éxodo 13:21; Hechos 1:9; Mateo 24:30.)
El apóstol Pablo escribió a los hebreos: “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia… puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe” (Hebreos 12:1–2).
La metáfora del apóstol Pablo de una “nube de testigos” en el meridiano de los tiempos ha crecido hasta convertirse en muchas nubes de testigos. Estamos rodeados de testimonios de la divinidad de Jesucristo procedentes de la plenitud de las Escrituras y de centenares de testigos especiales desde el inicio de la Restauración.
Una Nube de Testigos Previa a Su Nacimiento Terrenal
Nuestros pensamientos se vuelven al nacimiento del Salvador durante la época de Navidad y con frecuencia leemos y meditamos en los testimonios de los que fueron testigos de Su venida en la carne, tal y como se registra en las Escrituras: María (véase Lucas 1:26–56; 2:7, 19) y José (véase Mateo 1:18–25; 2:13–23), Elisabet (véase Lucas 1:41–45) y Zacarías (véase Lucas 1:67–79), los pastores (véase Lucas 2:8–20), Simeón (véase Lucas 2:21–35), Ana (véase Lucas 2:36–38), los magos de Oriente (véase Mateo 2:1–12) y la gente de la antigua América (véase 3 Nefi 1:15–21).
También podemos repasar y reflexionar en el registro que se encuentra en las Escrituras de aquellos que sabían de Su venida mucho antes de que naciera:
“Y el Señor habló a Adán, diciendo:… el nombre de su Unigénito es el Hijo del Hombre, sí, Jesucristo, un justo Juez que vendrá en el meridiano de los tiempos. Por tanto, te doy el mandamiento de enseñar estas cosas sin reserva a tus hijos” (Moisés 6:55, 57–58).
“Y aconteció que Enoc habló con el Señor, y… vio el día de la venida del Hijo del Hombre en la carne; y se regocijó su alma” (Moisés 7:20, 47).
Abraham registró en Canaán: “Así fue que yo, Abraham, hablé con el Señor cara a cara… Y el Señor me dijo:.. yo soy el Señor tu Dios” (Abraham 3:11, 19). “…Abraham vio la venida del Mesías, y se llenó de alegría y se regocijó” (Helamán 8:17).
“…Moisés estuvo en la presencia de Dios y habló con él cara a cara” (Moisés 1:31). “Sí, ¿no testificó [Moisés] que vendría el Hijo de Dios?” (Helamán 8:14).
El Salvador dijo al hermano de Jared: “…Porque sabes estas cosas, eres redimido de la caída… por consiguiente yo me manifiesto a ti… y así como me aparezco a ti en el espíritu, apareceré a mi pueblo en la carne” (Éter 3:13, 16).
Isaías: “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado” (Isaías 9:6); “…han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (Isaías 6:5).
El padre Lehi vio en una visión “a Uno [Jesucristo] que descendía del cielo, y vio que su resplandor era mayor que el del sol al mediodía” (1 Nefi 1:9).
Nefi: “…vi de nuevo a la virgen llevando a un niño en sus brazos. Y el ángel me dijo: ¡He aquí, el Cordero de Dios, sí, el Hijo del Padre Eterno!” (1 Nefi 11:20–21). Más adelante, Nefi profetizó: “Y mi hermano Jacob también lo ha visto como lo he visto yo” (2 Nefi 11:3).
Jacob: “…él se manifestará en la carne a los de Jerusalén… pues conviene que el gran Creador se deje someter al hombre en la carne… Y viene al mundo para salvar a todos los hombres” (2 Nefi 9:5, 21).
Abinadí: “…Dios mismo [bajará] entre los hijos de los hombres, y [tomará] sobre sí la forma de hombre” (Mosíah 13:34).
Alma profetizó: “…nacerá de María, en Jerusalén, que es la tierra de nuestros antepasados, y siendo ella virgen, un vaso precioso y escogido” (Alma 7:10).
Una Nube de Testigos Desde Su Resurrección
Piensen en las siguientes personas que se encuentran entre la nube de testigos del canon de las Escrituras y de los anales de la historia de la Iglesia y que testifican que el Señor vive:
En un huerto de Jerusalén, “Jesús le dijo: ¡María! Volviéndose ella, le dijo: ¡Raboni!” (Juan 20:16).
Cuando se congregaron los once apóstoles, “…Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio… Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío!” (Juan 20:26, 28).
Juan el Revelador escribió estando exiliado en una isla: “Cuando le vi, caí… a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy… el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 1:17–18).
El apóstol Pablo escribió: “y al último de todos… me apareció a mí” (1 Corintios 15:8).
El apóstol principal, Pedro, testificó con certeza: “Porque no os hemos dado a conocer… siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad” (2 Pedro 1:16).
Las 2.500 personas de la ciudad de Abundancia, en la antigua América, “se adelantaron y metieron las manos en su costado, y palparon las marcas de los clavos en sus manos y en sus pies; y esto hicieron, yendo uno por uno, hasta que todos hubieron llegado; y vieron con los ojos y palparon con las manos, y supieron con certeza, y dieron testimonio” (3 Nefi 11:15).
Mormón testificó: “Y habiendo llegado yo a la edad de quince años… me visitó el Señor, y probé y conocí la bondad de Jesús” (Mormón 1:15).
Moroni dio el siguiente testimonio: “…he visto a Jesús, y… él ha hablado conmigo cara a cara” (Éter 12:39).
Lo siguiente es de José Smith a la edad de quince años: “Al reposar sobre mí la luz, vi… a dos Personajes… Uno de ellos me habló… y dijo, señalando al otro: Éste es mi Hijo Amado: ¡Escúchalo!” (José Smith—Historia 1:17; cursiva en el original).
En Hiram, Ohio, el profeta José Smith y Sidney Rigdon (1793–1876) fueron envueltos en una visión celestial y testificaron: “Porque lo vimos, sí, a la diestra de Dios; y oímos la voz testificar que él es el Unigénito del Padre” (D. y C. 76:23).
En Kirtland, Ohio, el profeta José Smith y Oliver Cowdery (1806– 1850) declararon tras la dedicación del templo: “Vimos al Señor sobre el barandal del púlpito… que decía: Soy el primero y el último; soy el que vive, soy el que fue muerto; soy vuestro abogado ante el Padre” (D. y C. 110:2–4).
El presidente Lorenzo Snow (1814–1901) dijo a su nieta: “Estuvo ahí mismo, a aproximadamente un metro del suelo. Parecía como si estuviera sobre una plancha de oro puro” (citado por LeRoi C. Snow en “An Experience of My Father’s”, Improvement Era, septiembre de 1933, pág. 677).
“…vi las huestes de los muertos”, explicó el presidente Joseph F. Smith (1838–1918). “Mientras esta innumerable multitud esperaba y conversaba… apareció el Hijo de Dios y declaró libertad a los cautivos que habían sido fieles” (D. y C. 138:11, 18).
El presidente Spencer W. Kimball (1895–1985) testificó en una conferencia general citando al presidente John Taylor (1808–1887): “‘Sé que Jesucristo vive’, dijo John Taylor, mi predecesor, ‘porque lo he visto’. De esto les testifico, hermanos, en el nombre de Jesucristo”. (Véase “Fortalezcamos la familia, unidad básica de la Iglesia”, Liahona, agosto de 1978, págs. 69–74).
El Testimonio del Apóstol Principal En Este Momento
“Pero de todas las cosas por las que me siento agradecido hay una que ocupa el lugar más destacado”, dijo el presidente Gordon B. Hinckley, “y es mi testimonio viviente de Jesucristo, el Hijo del Dios Todopoderoso, el Príncipe de paz, el Santo [de Dios]…
“…He llegado a ser Su apóstol, designado para hacer Su voluntad y enseñar Su palabra. He llegado a ser Su testigo ante el mundo. Repito ese testimonio de fe…
“Jesús es mi amigo…
“Él es un ejemplo para mí…
“Él es mi maestro…
“Él es el que me sana…
“Él es mi líder…
“Él es mi Salvador y mi Redentor. Al haber dado Su vida, con dolor y sufrimiento indescriptibles, Él me ha tendido la mano para sacarme a mí y a cada uno de nosotros, y a todos los hijos y las hijas de Dios, del abismo de oscuridad eterna que sigue a la muerte. Él ha proporcionado algo mejor, una esfera de luz y de entendimiento, de progreso y de belleza donde podremos seguir adelante por el camino que conduce a la vida eterna. Mi gratitud no tiene límites…
“…añado mi propio testimonio de que Él es ‘el camino, y la verdad, y la vida’ y que ‘nadie viene al Padre’ sino por Él (Juan 14:6). Con gratitud y con amor inquebrantable, doy testimonio de estas cosas” (“Mi testimonio”, Liahona, julio de 2000, págs. 83, 85; cursiva en el original).
Un Testimonio de Cristo
El Señor ha explicado que todos podemos obtener un testimonio de Él, lo cual es un don del Espíritu:
“A algunos el Espíritu Santo da a saber que Jesucristo es el Hijo de Dios, y que fue crucificado por los pecados del mundo;
“a otros les es dado creer en las palabras de aquéllos, para que también tengan vida eterna, si continúan fieles” (D. y C. 46:13–14).
Si creemos en las palabras de las nubes de testigos, nos colocamos en una situación en la que podemos ser instruidos por el Espíritu Santo. El Espíritu testifica de la divinidad de Cristo a medida que leemos las palabras de los profetas modernos y de las santas Escrituras, y meditamos en ellas. Los apóstoles y los profetas de los últimos días han dejado bien claro que, como miembros de la Iglesia, debemos ser testigos del Salvador. Al testificar de Cristo y de Sus siervos, ustedes y yo llegamos a ser parte de las gloriosas nubes de testigos del Señor Jesucristo y de Su Evangelio restaurado.
Stephen K. Iba es miembro del Barrio Olympus 7, Estaca Olympus, Salt Lake.