Llamados a servir
Tenía la impresión de que la respuesta era no, pero ¿por qué el Señor no quería que sirviera en una misión? ¿Acaso no podía ser una buena misionera?
Estaba sentada en el templo, aguardando hacer bautismos por los muertos, y oraba. Tenía veinte años y quería saber si debía servir en una misión regular. Tenía la impresión de que la respuesta era no, pero quería hacer la pregunta de una vez por todas.
De repente me estremecí, como si hubieran derramado sobre mí un cubo de agua fría. La impresión que tuve era No. Nada de servir en una misión para mí.
Aunque sabía que se espera que los varones sirvan en el campo misional, y que no es lo mismo con las jóvenes, me sentía confusa. ¿Por qué el Espíritu me animaba a no servir? ¿Acaso no sabría proclamar con éxito el Evangelio?
Conforme algunas de mis amigas recibían sus llamamientos misionales, me preguntaba a veces qué me depararía el futuro. Se acercaba el día en que cumpliría veintiún años y no podía dejar de pensar: “Todavía hay tiempo para ser entrevistada y enviar los papeles”.
Me hallaba estudiando en Inglaterra cuando mis padres me llamaron por teléfono. Podía oír los sollozos de mi madre mientras me contaba las devastadoras noticias: le habían diagnosticado cáncer.
Un mes más tarde, cuando volví a los Estados Unidos durante el verano, la quimioterapia estaba debilitando a mamá. Empecé a ayudar en casa, a realizar las tareas y preparar las comidas. Pasé horas hablando con mamá, temerosa de perderla. Descubrí que la administración de un hogar es una labor complicada y que requiere tiempo, y logré un nuevo aprecio por los esfuerzos de mi madre a lo largo de los años. Yo apenas era capaz de servir una comida decente a la mesa.
Afortunadamente, los miembros del barrio y otras personas del vecindario nos ayudaron.
El tratamiento de mamá siguió adelante mientras que nuestra familia se unía cada vez más. Mamá nos contó historias de su juventud y jugamos a muchos juegos de mesa. Hablamos de las Escrituras y mi padre compartió sus temores conmigo, así como su testimonio.
Durante ese verano, aprendí lecciones eternas y supe que en ese momento me correspondía estar en casa, con mi familia. Mi testimonio creció mientras sentía el amor de mi Padre Celestial durante todo ese verano. Fortalecí mi amistad con miembros del barrio a los que había conocido toda la vida. Mi familia estaba más unida, consolada con el conocimiento de que nuestros lazos perdurarían más allá de la muerte. Agradecí al Señor el que respondiera a mi pregunta sobre servir en una misión y el que me guiara para servir a mi familia.
Loralee Bassett Leavitt es miembro del Barrio Bellevue 1, Estaca Bellevue, Washington.
Nota del editor: Gracias a los tratamientos, la madre de la autora ha recobrado la salud.