2003
Hasta los fines de la tierra
enero de 2003


Hasta los fines de la tierra

“Dios… mira hasta los fines de la tierra, Y ve cuanto hay bajo los cielos” (Job 28:23–24).

Vete a Argentina, luego dirígete al sur. Sigue adelante y cuando la tierra se acabe en el estrecho de Magallanes, cruza el agua hasta la isla de Tierra del Fuego. Sigue, y cuando llegues al extremo más alejado de la isla, detente. Ahora te encuentras en Ushuaia, ciudad que se considera la más austral del mundo. Está tan al sur que sus habitantes a menudo se refieren a ella como “el fin del mundo”.

Este lugar de glaciares, donde estas montañas de hielo irregulares se hunden en el mar, disfruta de largos días soleados durante dos o tres meses al año, mientras que el resto del año el tiempo es frío, tormentoso y oscuro.

Puede que Ushuaia no sea el primer lugar que te venga a la mente para ser el hogar de jovencitos Santos de los Últimos Días, pero la Iglesia está viva y es pujante en esa localidad y los jóvenes Santos de los Últimos Días de Ushuaia saben que forman parte del cumplimiento de la profecía, y que el Evangelio “rodará… hasta los extremos de [la tierra]” (D. y C. 65:2).

El hallar un esposo para su madre

Considera la historia de Ximena Martínez. Hace unos años, Ximena, su hermana Micaela y su hermano Gonzalo vivían con su madre divorciada en Buenos Aires. Por aquel entonces Ximena tenía quince años y se le había asignado la responsabilidad de cuidar del jardín. “Pero yo lo había descuidado”, explica. “Daniel Garrido, un vecino amable que vivía en la casa de enfrente, se ofreció para ayudarme y a los pocos días vino acompañado de los misioneros regulares. Trabajaron mucho e hicieron que todo pareciera hermoso, pero eso no fue más que el comienzo. Daniel y su esposa, Elisabet, siguieron siendo buenos amigos nuestros y los misioneros se ofrecieron a enseñarnos sobre la restauración del Evangelio. ¿Cómo podíamos decirles que no?”.

Aquél fue el comienzo de un viaje hacia el entendimiento. Después de estudiar con los misioneros, la madre de Ximena se bautizó y sus hijos siguieron su ejemplo poco después. “Decidí cambiar mi vida para tener el tipo de libertad que sólo Cristo proporciona”, prosigue Ximena. “Quería vivir el Evangelio cada vez más, pero había algo que faltaba: precisábamos un padre y queríamos sellarnos en el templo”.

“Un día, en un baile de la Iglesia, hablé con un amigo que se llama Martín Morresi, el cual mencionó que su padre era viudo. Yo dije de broma: ‘¡Pues mi madre necesita un marido! Tenemos que hacer que se conozcan’. Sólo teníamos un problema: su padre vivía a 3.200 km de distancia.

“Empecé a tomarle el pelo a mi madre diciéndole que le había encontrado un marido. Tiempo después, durante un ensayo del coro de la estaca, Martín me dijo: ‘¡Mi padre va a venir a Buenos Aires y quiere cenar con tu madre!’. Me quedé anonadada, pero ni me atrevo a contar la reacción de mi madre; basta con decir que aceptó. Martín acompañó a su padre, Rubén, y yo acompañé a mi madre, Susana, y disfrutamos de una tarde maravillosa. Rubén Morresi estuvo atento y respetuoso, y pude ver que era un hombre recto y fiel, un hombre de Dios”.

Tres meses y medio después, Rubén y Susana se casaron en el Templo de Buenos Aires, Argentina. Ximena, Micaela y Gonzalo Martínez se sellaron a ellos y todos se trasladaron a Ushuaia, donde se unieron a Manuel y Micaela Morresi como nuevos hermanos y hermanas. (Otros tres hijos mayores vivían en su propio hogar.)

“Ahora vivo en el fin del mundo”, dice Ximena. “Trabajo con toda mi alma para contribuir a que Sión crezca aquí. Sé que el reino de Dios se extenderá hasta los cuatro cabos de la tierra, y ésa es la razón por la que nos ha guiado a uno de ellos”.

Demostramos nuestro interés en los demás al compartir

Habla con otros jóvenes de Ushuaia y descubrirás que también tienen un gran amor por la Iglesia y las bendiciones que les proporciona. Boris Zapata, de doce años, dice que el Evangelio le ha enseñado, como dice Moroni, a “tener la firme esperanza de un mundo mejor” (Éter 12:4). Juan Frau, de dieciséis años, habla sobre su aprecio por seminario. “Es algo maravilloso poder estudiar las Escrituras cada día”, dice.

“Tuve la oportunidad de compartir el Evangelio con una de mis amigas de la escuela, Elena Ayala”, dice Micaela Martínez, de dieciocho años. “Su bautismo me llenó de felicidad. Si sabemos que Jesús vive, es hermoso compartir nuestros sentimientos con los demás”.

Aquí, en los extremos de la tierra, los jóvenes de Ushuaia han recibido la gran luz del Evangelio y la comparten alegremente los unos con los otros y con todo el que quiera recibirla.

Un Gran Gozo En Mi Corazón

La vida puede ser muy solitaria en una región tan aislada como Ushuaia. Algunos jóvenes se dedican a beber, a consumir drogas o tienen un comportamiento inmoral, y terminan cayendo en la desesperación. Los jóvenes Santos de los Últimos Días han hallado felicidad en la obediencia a la guía de su Padre Celestial. Escuchen a tres de los miembros de la familia Quiroga que se bautizaron hace dos años:

“Ser miembro de la Iglesia me hace muy feliz”, dice Matías, de catorce años. “Siento muy dentro de mí que estoy ciertamente en la Iglesia verdadera, que mi Padre Celestial me ayuda en todo momento. He aprendido mucho como miembro nuevo; mis maestros me han enseñado muchas cosas y los miembros han sido muy amables”.

Su hermana de dieciocho años, Patricia, concuerda con él: “Ser Santo de los Últimos Días ha cambiado mi vida en todos los aspectos”, dice. “Siempre tuve fe en Dios, pero nunca sentí Su presencia como ahora en la Iglesia. Me encanta participar en las Mujeres Jóvenes y trabajar en mi Progreso Personal”.

“Antes de bautizarme, pregunté en oración si estaba haciendo lo correcto”, dice Paola, de dieciséis años. “Sentí un gran gozo en mi corazón. Tras ello, me bauticé y sentí que el Espíritu moraba dentro de mí. Sé que ésta es la Iglesia verdadera; no tengo la menor duda. Me siento feliz cuando hago lo correcto”.

Un Rayo de Luz

Las familias Morresi, Martínez y Quiroga no son las únicas de Ushuaia que tienen muchos adolescentes. En la familia Cabanillas hay cuatro jóvenes de esa edad y sus testimonios son fuertes.

“He sido miembro de la Iglesia desde los ochos años”, dice Florencia Cabanillas, que ahora tiene catorce, “sé que Jesucristo vive y que las Escrituras son la palabra de Dios. También sé que José Smith fue un profeta. Me siento muy feliz por tener el Evangelio en mi vida y por haber alcanzado nuestra meta como familia de sellarnos en el templo”.

“Sé que hoy día tenemos un profeta, vidente y revelador que recibe revelación de Dios”, dice Andrea, de quince años. “Sé que el Libro de Mormón es un milagro, traducido durante momentos difíciles. José Smith oró con gran fe y recibió respuestas”.

“No hace mucho tuve la oportunidad de enseñar sobre el Libro de Mormón en la Escuela Dominical”, dice Estefanía, de diecisiete años. “Tuve que escudriñar las Escrituras, y al hacerlo, me imaginé que estaba allí. Jamás olvidaré lo que sintió Mormón cuando vio la destrucción de los nefitas. No olvidaré los testimonios de los profetas. Si no han escudriñado las Escrituras, ¡les recomiendo que empiecen hoy mismo!”.

Sabrina, de dieciocho años, recuerda que cuando tenía diez años, las hermanas misioneras iban a su casa para la noche de hogar. “Me enseñaron con sencillez, pero también con firmeza, que Dios revela la verdad por medio de la oración”, dice. “Dijeron que debía arrodillarme y pedirle humildemente a nuestro Padre Celestial que me diera un testimonio. ‘¿Arrodillarme?’, pensé. Pocos días más tarde, mi madre quería ir de paseo con mis hermanas y conmigo, y aunque el sol brillaba y yo quería ir con ellas, algo me detuvo. Sabía que era el momento perfecto para orar. Me arrodillé en el comedor y le supliqué a mi Padre Celestial que me hiciera saber si el Libro de Mormón era verdadero. Le pregunté si los principios que se me enseñaban en la Iglesia eran verdaderos. Pasaron cinco minutos y tras finalizar mi oración, permanecí de rodillas. De repente, un rayo de luz iluminó mi rostro. No podía entenderlo, porque la casa estaba a oscuras, pero había una ventanita sin cortinas en la cocina y la luz provenía de allí.

“Me sentí muy feliz y me di cuenta de que mi Padre había contestado mi oración de esa manera. Ahora tengo un testimonio de esas cosas y sé que son verdaderas. Sé que la oración tiene un poder tremendo”.