Una oración por los niños
Como padres podemos mantener la vida estable… con amor y fe, pasándola a la siguiente generación, un hijo a la vez.
Al finalizar Su primer día de enseñanza entre los nefitas fieles, el Jesús resucitado volcó Su atención a un público especial que con frecuencia se encuentra justo debajo del nivel de nuestra mirada, en ocasiones casi fuera de vista.
El registro dice: “Y aconteció que mandó que trajesen a sus niños pequeñitos…
“Y… cuando se hubieron arrodillado en el suelo… se arrodilló él mismo también… y he aquí, oró al Padre, y las cosas que oró no se pueden escribir… tan grandes y maravillosas [fueron] las cosas… que Jesús habló al Padre;
“Y aconteció que cuando Jesús hubo concluido de orar… se levantó… y… lloró… y tomó a sus niños pequeños, uno por uno, y los bendijo, y [de nuevo] rogó al Padre por ellos.
“Y cuando hubo hecho esto, lloró de nuevo;
“[Diciendo] a la multitud… Mirad a vuestros pequeñitos”1.
No podemos saber exactamente lo que el Salvador sentía en ese momento tan conmovedor, pero sabemos que estaba “turbado” y que “gimió… dentro de sí” a causa de las influencias destructoras que siempre están alrededor de los inocentes. Sabemos que sintió una gran necesidad de orar por los niños y de bendecirlos.
En tiempos como en los que vivimos, ya sea que las amenazas sean globales o locales o en las vidas personales, yo también oro por los niños. En ocasiones parece que un mar de tentaciones y transgresiones los inundan, que simplemente los arrasan antes de que puedan resistirlas con éxito, antes de que debieran enfrentarse a ellas. Y con frecuencia por lo menos algunas de las fuerzas en operación parecen estar fuera de nuestro control personal.
Puede ser que algunas de ellas estén fuera de nuestro control, pero testifico con fe en el Dios viviente que no están fuera del control de Él. Él vive y el poder del sacerdocio está trabajando en ambos lados del velo. No estamos solos y no temblamos como si estuviéramos abandonados. Al hacer nuestra parte, podemos vivir el Evangelio y defender sus principios. Podemos declarar a los demás el Camino seguro, la Verdad salvadora, la Vida de gozo2. Podemos arrepentirnos personalmente de lo que tengamos que arrepentirnos, y cuando hayamos hecho todo, podemos orar. Podemos ser una bendición el uno para el otro en todas estas formas, y especialmente para aquellos que necesitan más de nuestra protección: los niños. Como padres podemos mantener la vida estable de la manera en que siempre se hace: con fe, pasándola a la siguiente generación, un hijo a la vez.
Al ofrecer tal oración por los pequeños, me gustaría hablar sobre un aspecto bastante específico de su seguridad. Hablo en cuanto a esto con cuidado y con amor a cualquiera de los adultos de la Iglesia, sean padres o no, que tal vez se inclinan por el cinismo o el escepticismo, que en los asuntos de la devoción de toda el alma siempre parecen frenarse un poco, que en el campamento doctrinal de la Iglesia siempre parecen montar sus tiendas en la periferia de la fe religiosa. A todos ellos —a quienes amamos y deseamos se sientan más cómodos acampando más cerca de nosotros— les digo que estén conscientes de que el precio que se debe pagar por tal postura no siempre se paga durante su vida. No; tristemente, algunos elementos de ello pueden ser como un tipo de deuda nacional despilfarradora, en la que las cuotas saldrán de los bolsillos de sus hijos y nietos en formas mucho más caras de lo que haya sido su intención que fueran.
En esta Iglesia hay una gran cantidad de espacio —y de mandato en las Escrituras— para estudiar y aprender, para comparar y considerar, para deliberar y esperar más revelación. Todos aprendemos “línea por línea, precepto por precepto”3, siendo la meta la fe religiosa auténtica que lleva a una vida cristiana genuina. En esto no hay lugar para la coacción ni la manipulación, no hay lugar para la intimidación ni la hipocresía. Pero ningún niño en esta Iglesia debe quedar con incertidumbre en cuanto a la devoción de sus padres al Señor Jesucristo, a la Restauración de Su Iglesia, y a la realidad de profetas y apóstoles vivientes quienes, tanto actualmente como en la antigüedad, dirigen la Iglesia de acuerdo a “la voluntad del Señor… la intención del Señor… la palabra del Señor… y el poder de Dios para salvación”4. En estos asuntos básicos de fe, los profetas no se disculpan por pedir unidad, e incluso conformidad5. De todos modos, tal como el élder Neal Maxwell me dijo en una ocasión en una conversación en el pasillo: “No parece haber habido problemas con la conformidad el día en que se abrió el Mar Rojo”.
Los padres simplemente no pueden coquetear con el escepticismo o el cinismo, y después sorprenderse cuando sus hijos toman ese coqueteo y lo convierten en un completo romance. Si en los asuntos de la fe y la creencia los niños están bajo riesgo de ser llevados por esa corriente intelectual o aquellos rápidos culturales, nosotros como sus padres debemos estar más seguros que nunca de asirnos a amarras sujetadas e inconfundibles que las personas de nuestro hogar puedan reconocer fácilmente. No le ayudará a nadie si caemos junto con ellos, explicándoles a través del rugir de las cascadas que en verdad sí sabíamos que la Iglesia era verdadera y que las llaves del sacerdocio sí estaban depositadas allí, pero que simplemente no queríamos reprimir la libertad de los demás de pensar lo contrario. No; no podemos esperar que los hijos lleguen sanos y salvos a la orilla si los padres no parecen saber dónde anclar su propio barco. Isaías en una ocasión utilizó una variación de esta imagen cuando dijo en cuanto a los incrédulos: “[Sus] cuerdas se aflojaron; no afirmaron su mástil, ni entesaron la vela”6.
Pienso que algunos padres tal vez no comprenden que aun cuando se sienten seguros en su propia mente en cuanto a su testimonio personal, pueden, sin embargo, hacer que esa fe sea difícil para sus hijos de detectar. Podemos ser Santos de los Últimos Días razonablemente activos, que asistimos a las reuniones, pero si no vivimos vidas de integridad en el Evangelio y no expresamos a nuestros hijos convicciones poderosas y sinceras en cuanto a la veracidad de la Restauración y la dirección divina de la Iglesia desde la Primera Visión hasta este momento, entonces es posible que esos niños, para nuestro pesar pero no sorpresa, lleguen a convertirse en Santos de los Últimos Días que no son visiblemente activos, que no asisten a las reuniones, ni nada que se le parezca.
No hace mucho, mi esposa y yo conocimos a un buen joven que tuvo trato con nosotros después de haber estado rondando entre las ciencias ocultas y probando una variedad de religiones orientales, todo con la intención de encontrar la fe religiosa. Su padre, admitió, no creía absolutamente en nada. Pero nos dijo que su abuelo de hecho había sido miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. “Pero no hizo mucho al respecto”, dijo el joven. “Siempre fue bastante incrédulo en cuanto a la Iglesia”. De un abuelo incrédulo a un hijo agnóstico a un nieto que ahora busca con desesperación ¡lo que Dios ya había dado una vez a su familia! Qué ejemplo tan clásico de la advertencia que el élder Richard L. Evans dio en una ocasión.
Él dijo: “En ocasiones los padres equivocadamente piensan que pueden relajarse un poco en cuanto a la conducta y la conformidad, o adoptar quizás lo que se llama un punto de vista liberal de las cosas básicas y fundamentales —pensando que un poco de descuido o de complacencia no tendrá importancia— o tal vez no enseñen o no asistan a la Iglesia, o bien, expresen puntos de vista críticos. Algunos padres a veces parecen pensar que pueden aflojarle un poco a los principios básicos sin afectar a su familia o el futuro familiar. Pero si el padre se sale un poco del camino, es probable que los hijos excedan el ejemplo del padre7.
El guiar a un niño (¡o a cualquier otra persona!), aunque sea sin darnos cuenta, lejos de la fidelidad, de la lealtad y la creencia básica simplemente porque queremos ser ingeniosos o independientes es una licencia que a ningún padre ni a ninguna otra persona se le ha dado jamás. En los asuntos de la religión, una mente escéptica no es una manifestación más elevada de virtud que un corazón creyente; y la deconstrucción analítica en el campo de, digamos, la ficción literaria, puede convertirse en simplemente destrucción cuando se transfiere a las familias que anhelan fe en el hogar. Y tal desviación del verdadero camino puede ser aparentemente lento y sutil en su impacto. Tal como un observador dijo: “Si elevas la temperatura del agua con la que me baño sólo un grado cada diez minutos, ¿cómo voy a saber cuándo gritar?”8.
Al estar edificando el sagrado tabernáculo en el desierto de Sinaí, se mandó a los antiguos hijos de Israel que alargaran las cuerdas y que reforzaran las estacas que los sostenían9. ¿La razón? En la vida surgen tormentas, regularmente. Por lo que hay que arreglar, sujetar, y después arreglar y sujetar de nuevo. Aun así sabemos que algunos hijos tomarán decisiones que romperán el corazón de sus padres. Es posible que las madres y los padres hagan todo correctamente y que aun así tengan hijos que se desvíen. El albedrío moral sigue en efecto. Pero aun en esas horas de dolor será reconfortante saber que sus hijos sabían de la fe perdurable que ustedes tienen en Cristo, en Su Iglesia verdadera, en las llaves del sacerdocio y en aquellos que las poseen. Será reconfortante para ustedes saber que si sus hijos eligen salir del sendero estrecho y angosto, lo hacen estando conscientes de que sus padres estaban firmemente en él. Además, será más probable que regresen al sendero cuando “vuelvan en sí”10, y recuerden el ejemplo amoroso y las delicadas enseñanzas que allí les ofrecieron.
Vivan el Evangelio de forma tan notoria como puedan. Guarden los convenios que sus hijos saben que han hecho; den bendiciones del sacerdocio ¡y den su testimonio11! No sólo supongan que sus hijos de alguna manera se darán cuenta de sus creencias por su propia cuenta. El profeta Nefi dijo cerca del final de su vida que habían escrito su registro de Cristo y habían preservado sus convicciones en cuanto a Su Evangelio a fin de “persuadir a nuestros hijos”, dijo, para que “nuestros hijos sepan… [y crean en] la senda verdadera”12.
Como Nefi lo hizo, ¿podemos preguntarnos lo que saben nuestros hijos? ¿De nosotros? ¿Personalmente? ¿Saben nuestros hijos que amamos las Escrituras? ¿Nos ven leerlas y marcarlas y aferrarnos a ellas en la vida diaria? ¿Han abierto nuestros hijos inesperadamente una puerta y nos han encontrado de rodillas orando? ¿Nos han escuchado no solamente orar con ellos, sino orar por ellos a causa del amor que les tenemos? ¿Saben nuestros hijos que creemos en el ayuno como algo más que una privación obligatoria del primer domingo de mes? ¿Saben que hemos ayunado por ellos y por su futuro en días en que ellos no lo sabían? ¿Saben que nos encanta ir al templo, por la razón importante de que nos proporciona un vínculo con ellos que ni la muerte ni las legiones del infierno pueden romper? ¿Saben que amamos y apoyamos a los líderes locales y generales, imperfectos como son, por su disposición de aceptar llamamientos que no buscaron a fin de preservar una norma de rectitud que no crearon? ¿Saben nuestros hijos que amamos a Dios con todo nuestro corazón y que anhelamos ver el rostro —y postrarnos a los pies— de Su Hijo Unigénito? Es mi oración que lo sepan.
Hermanos y hermanas, nuestros hijos elevan el vuelo hacia su futuro con el impulso y la dirección que nosotros les demos. Y aun cuando ansiosamente vemos esa flecha en vuelo y conocemos todos los males que la pueden desviar después de que salió de nuestra mano, sin embargo nos damos valor al recordar que el factor terrenal más importante que determinará el destino de la flecha será la estabilidad, la fuerza y la firme certeza de quien tiene el arco en la mano13.
Carl Sandburg dijo en una ocasión: “Un bebé es la manifestación de la opinión de Dios de que la vida debe continuar”14. Para el futuro del bebé como del suyo propio, sean fuertes, sean creyentes. Sigan amando, sigan testificando, sigan orando. Esas oraciones serán escuchadas y contestadas en el momento más inesperado. Dios no enviará ayuda con mayor disposición que la que le enviará a un niño, y al padre de un niño.
“Y [Jesús] les dijo: Mirad a vuestros pequeñitos.
“Y… dirigieron la mirada al cielo, y vieron abrirse los cielos, y vieron ángeles que descendían… cual si fuera en medio de fuego; y bajaron y cercaron a aquellos pequeñitos, y fueron rodeados de fuego; y los ángeles les ministraron”15.
Que siempre sea así, es mi oración sincera —por los niños— en el nombre de Jesucristo. Amén.