Élder Mervyn B. Arnold
De los Setenta
Si las personas llevasen puestas etiquetas de productos, entonces el élder Mervyn Bennion Arnold, de 54 años de edad, nuevo miembro del Segundo Quórum de los Setenta, con todo gusto llevaría una que dijera: “Hecho en Granger, Utah”.
El élder Arnold, nació en Salt Lake City el 19 de julio de 1948 en una comunidad agrícola del oeste del valle de Lago Salado. “Teníamos mil gallinas”, recuerda él, “y una vaca que nosotros, los niños, solíamos ordeñar. También cosechábamos remolacha”. Sus padres, John Everett Sorensen Arnold y Jasmine Bennion Arnold, criaron cinco hijos y dos hijas a quienes enseñaron la importancia del trabajo, gratitud por lo que poseían, y el amor por la familia y el Evangelio. “Aprendí a amar las doctrinas de la Iglesia”, dice el élder Arnold, “y amo el Libro de Mormón”.
Cuando le preguntan cómo obtuvo su testimonio, el élder Arnold contesta que “es un proceso gradual. Hay personas que forman parte de nuestra vida, y a muy temprana edad nos ayudan a obtener ese testimonio que se ha arraigado en nuestro ser”. Él prácticamente puede recordar el nombre de cada maestro y líder del sacerdocio que tuvo y la forma en que fueron una influencia para él.
El élder Arnold sirvió en una misión en el norte de México. Más tarde asistió a la Universidad Brigham Young, donde obtuvo la licenciatura en administración de empresas y una maestría en administración pública. En 1971 contrajo matrimonio con Devonna Crees en el Templo de Idaho Falls, Idaho. Él la describe como “una maravillosa dama que posee un firme testimonio del Evangelio”. Tienen seis hijos y cuatro nietos. Ellos afirman que su familia “es la dicha de nuestra vida”.
El élder Arnold trabajó en el desarrollo de bienes raíces y más tarde en la industria bancaria. De 1985 a 1988 sirvió como presidente de misión en Costa Rica, Panamá y las Islas San Blas. Últimamente, fue director de capacitación y de servicios en el campo del Departamento Misional.
Al iniciar su nuevo llamamiento, el élder Arnold expresa amor por Aquel que ha bendecido su vida más que nadie: “¡Sé que el Salvador vive! Lo amo mucho”.