2003
En busca de tesoros
Mayo de 2003


En busca de tesoros

Aprendan del pasado, prepárense para el futuro, vivan en el presente.

Cuando era niño me gustaba leer La Isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson. También veía películas de aventuras donde varias personas tenían trozos de un mapa bastante gastado que conducía a un tesoro escondido si sólo pudiesen encontrar todas las piezas de dicho mapa.

Recuerdo que todas las tardes oía un programa de radio de quince minutos que se llamaba “Jack Armstrong, el jovencito estadounidense ideal”. Empezaba con el anuncio comercial cantado: “¿Has probado los ‘Wheaties’, el mejor alimento para el desayuno?”. Luego, se oía una voz llena de misterio con el mensaje: “Vamos ahora con Jack y Betty que se acercan a la fabulosa entrada secreta del cementerio de los elefantes, donde está escondido un tesoro. Pero cuidado, el peligro acecha”.

Nada podía despegarme de ese programa; era como si yo estuviese al frente de la búsqueda del tesoro escondido del valioso marfil.

En otra época y en un entorno diferente, el Salvador del mundo habló de tesoros. En Su Sermón del Monte, Él dijo: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”1.

La recompensa prometida no era un tesoro de marfil, ni de oro ni de plata; tampoco consistía de hectáreas de tierra ni una cartera de acciones. El Maestro habló de riquezas que están al alcance de todos, incluso un gozo indescriptible en esta vida y felicidad eterna en el más allá.

Hoy día he decidido proporcionarles las tres piezas de su mapa del tesoro para guiarlos a su felicidad eterna. Son éstas:

  1. Aprendan del pasado.

  2. Prepárense para el futuro.

  3. Vivan en el presente.

Examinemos cada segmento del mapa.

Primero, aprendan del pasado.

Cada uno de nosotros tiene un patrimonio, ya sea de antepasados pioneros, de los que más tarde se hicieron conversos, o de otros que influyeron en nuestra vida. Este patrimonio sirve de fundamento que se ha edificado en el sacrificio y en la fe. Nuestro es el privilegio y la responsabilidad de edificar sobre esos cimientos firmes y estables.

Una historia escrita por Karen Nolen publicada en la revista New Era, en 1974, nos habla de Benjamín Landart, quien en 1888 tenía 15 años de edad y era excelente violinista. Para él, vivir en una granja del norte de Utah con su madre y siete hermanos y hermanas era a veces un desafío, ya que disponía de menos tiempo del que le gustaría tener para tocar el violín. A veces su madre tenía que guardar el violín bajo llave hasta que él terminara las tareas de la granja, debido a la gran tentación que era para Benjamín tocarlo.

A fines de 1892 se le pidió a Benjamín viajar a Salt Lake para participar en una audición para formar parte de la orquesta territorial. Para él, eso era un sueño hecho realidad. Después de varias semanas de práctica y de oraciones, viajó a Salt Lake en marzo de 1893 para la esperada audición. Cuando el director, un tal señor Dean, oyó a Benjamín tocar, le dijo al joven que era el mejor violinista que había oído de toda la región al oeste de Denver. Se le informó que se mudara a Denver para los ensayos del otoño y se enteró que ganaría lo suficiente para sostenerse a sí mismo, y que tendría dinero sobrante para mandar a casa.

Sin embargo, una semana después de que Benjamín recibió las buenas noticias, su obispo lo llamó a su oficina y le preguntó si no podría posponer tocar con la orquesta durante dos años. Le dijo que antes de que empezara a ganar dinero, había algo que le debía al Señor; luego le pidió a Benjamín que aceptara un llamamiento a la misión.

Benjamín pensó que el renunciar a la oportunidad de tocar en la orquesta territorial sería algo que casi no podría soportar, pero también sabía cuál sería su decisión. Le prometió al obispo que si había alguna manera de reunir el dinero necesario para servir, aceptaría el llamamiento.

Cuando Benjamín le dijo a su madre acerca del llamamiento, ella estaba rebosante de alegría. Le dijo que el padre de él siempre había deseado servir en una misión pero había muerto antes de que le llegara la oportunidad de hacerlo. No obstante, cuando hablaron del aspecto financiero de la misión, el rostro de ella se ensombreció. Benjamín le dijo que no permitiría que ella tuviera que vender más de sus tierras. Ella lo miró con detenimiento y luego le dijo: “Ben, hay una manera de recaudar el dinero. Esta familia posee algo que tiene suficiente valor para enviarte a la misión. Tendrás que vender tu violín”.

Diez días más tarde, el 23 de marzo de 1893, Benjamín escribió lo siguiente en su diario: “Esta mañana desperté y saqué el violín del estuche. Todo el día toqué la música que me gusta. En la noche, cuando se atenuó la luz y ya no pude seguir tocando, puse el instrumento en el estuche. Será suficiente. Mañana salgo [para la misión]”.

Cuarenta y cinco años más tarde, el 23 de junio de 1938, Benjamín escribió en su diario: “La decisión más importante que he tomado en mi vida fue la de dar algo que yo amaba tanto al Dios a quien amaba aún más. Dios nunca me ha olvidado por ello”2.

Aprendan del pasado.

Segundo, prepárense para el futuro.

Vivimos en un mundo cambiante; la tecnología ha alterado casi cada aspecto de nuestras vidas. Debemos hacer frente a estos adelantos —incluso esos cambios catastróficos— en un mundo en el que nuestros antepasados nunca soñaron.

Recuerden la promesa del Señor: “…si estáis preparados, no temeréis”3. El temor es el enemigo mortal del progreso.

Es necesario preparar y planificar a fin de no desperdiciar nuestras vidas. Sin una meta, no se puede lograr el verdadero éxito. Una de las mejores definiciones de éxito que he escuchado es más o menos así: El éxito es la realización progresiva de un ideal encomiable. Alguien ha dicho que el problema de no tener una meta es que podemos pasar la vida ocupados sin lograr nada que valga la pena.

Hace años había una canción romántica e imaginativa que tenía estas palabras: “El sólo desearlo lo hará realidad; sólo sigue deseando y tus inquietudes se esfumarán”4. Quiero declarar aquí y ahora que el desear no reemplazará la preparación minuciosa para afrontar las pruebas de la vida. La preparación es trabajo arduo pero es absolutamente esencial para nuestro progreso.

Nuestra jornada hacia el futuro no será una carretera llana que se extienda de aquí a la eternidad; por el contrario, habrá bifurcaciones y bocacalles, y, naturalmente, baches inesperados. Debemos orar a diario a un Padre Celestial amoroso que desea que triunfemos en la vida.

Prepárense para el futuro.

Tercero, vivan en el presente.

A veces permitimos que los pensamientos del mañana ocupen mucho del presente. El soñar en el pasado y añorar el futuro quizás brinde consuelo, pero no tomará el lugar de vivir en el presente. Hoy es el día de nuestra oportunidad, y debemos aprovecharla.

El profesor Harold Hill, en la obra The Music Man, de Meredith Wilson, hizo la advertencia: “Si amontonas suficientes mañanas, descubrirás que has coleccionado muchos ayeres vacíos”.

No habrá mañanas que recordar si no hacemos algo hoy, y a fin de vivir hoy más plenamente, debemos hacer lo que es de mayor importancia. No dejemos para después las cosas que son más importantes.

Recientemente leí el relato acerca del hombre que, poco después del fallecimiento de su esposa, abrió el cajón de la cómoda donde encontró una prenda que ella había comprado cuando habían visitado el este de los Estados Unidos hacía ocho años. Ella no se la había puesto porque la estaba guardando para una ocasión especial. Ahora, por cierto, esa ocasión jamás llegaría.

Al relatar la experiencia a una conocida, el esposo dijo: “No guarden algo sólo para una ocasión especial. Cada día de su vida es una ocasión especial”.

Esa amiga dijo más tarde que esas palabras cambiaron su vida; le sirvieron para dejar de poner para después lo que era más importante para ella. Dijo: “Ahora dedico más tiempo a mi familia; uso la mejor vajilla todos los días; uso ropa nueva para ir al supermercado, si eso es lo que quiero. Las palabras ‘algún día’ y ‘un día’ están desapareciendo de mi vocabulario. Ahora hago tiempo para llamar a mis familiares y amistades. He llamado a viejas amigas para reconciliarnos; digo a mis familiares lo mucho que les quiero. Trato de no demorar y dejar para después algo que podría traer sonrisas y alegría a nuestra vida. Y todas las mañanas me convenzo de que será un día especial. Cada día, cada hora y cada minuto son especiales”.

Hace muchos años, Arthur Gordon compartió en una revista un ejemplo maravilloso de esta filosofía; él escribió: “Cuando yo tenía más o menos 13 años y mi hermano 10, papá prometió llevarnos al circo, pero al mediodía sonó el teléfono: un asunto urgente requería su atención. Nos preparamos para la desilusión, pero luego lo oímos decir en el teléfono: ‘No, no estaré allí; eso tendrá que esperar’. Cuando él volvió a la mesa, mamá sonrió. ‘El circo viene a cada rato, ¿no?’, [dijo ella].

‘Lo sé’, dijo papá, pero no la niñez’”5.

El élder Monte J. Brough, del Primer Quórum de los Setenta, relata de un verano en la casa de su niñez en Randolph, Utah, cuando él y su hermano menor Max decidieron construir una casita en un árbol del patio de atrás. Hicieron planes para la creación más bella de sus vidas; recogieron materiales de construcción de todo el vecindario y los subieron a una parte del árbol donde dos de las ramas proporcionaban un sitio ideal para la casita. Fue difícil, y estaban ansiosos de terminar. El imaginarse la casita terminada les daba gran motivación para terminar el proyecto.

Trabajaron durante todo el verano y, por fin, en el otoño, justo antes de que se iniciara la escuela para el año siguiente, terminaron la casita. El élder Brough dijo que nunca olvidaría los sentimientos de alegría y satisfacción que sintieron cuando por fin pudieran disfrutar los frutos de su trabajo. Se sentaron en la casita, le echaron un vistazo, bajaron del árbol y nunca más regresaron. El proyecto terminado, aunque era maravilloso, no pudo retener el interés de ellos ni siquiera un día. En otras palabras, el proceso de planificar, recoger, edificar y trabajar —no el proyecto terminado— proporcionó la satisfacción y el placer perdurables que habían experimentado.

Disfrutemos de la vida en el momento de vivirla y, como lo hicieron el élder Brough y su hermano Max, que en el trayecto encontremos alegría.

El antiguo adagio: “No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy” es doblemente importante en lo referente a expresar nuestro amor y afecto —en palabra y en hechos— a los familiares y amigos. La escritora Harriett Beecher Stowe dijo: “Las lágrimas amargas que se derraman ante el sepulcro son por palabras que no se dijeron y hechos que no se hicieron”6.

Un poeta compuso un verso del pesar que se siente por oportunidades que se han perdido para siempre. Cito una parte:

Tengo un amigo a la vuelta de la esquina,

en esta ciudad que no tiene fin.

Días pasan, semanas vuelan,

y de pronto un año se ha ido ya.

Nunca veo el rostro de mi viejo amigo,

En esta rápida y veloz carrera de la vida.

El mañana viene y el mañana se va,

Distanciándonos cada vez más.

A la vuelta de la esquina, pero muy distantes aún…

“Un telegrama tiene, Señor”,

“Jim murió hoy”.

Eso es lo que al final merecemos:

A la vuelta de la esquina, un amigo que se ha ido7.

Hace un poco más de un año, tomé la determinación de que ya no demoraría más una visita a un querido amigo a quien no había visto por muchos años. Había tenido la intención de visitarlo en California, pero simplemente no lo había hecho.

Bob Biggers y yo nos conocimos en el Centro de Capacitación de la Marina de los Estados Unidos en San Diego, California, hacia fines de la Segunda Guerra Mundial. Nos hicimos amigos desde el primer momento. Él visitó Salt Lake City una vez antes de casarse; continuamos siendo amigos por correspondencia desde que yo fui relevado del servicio militar en 1946. Mi esposa Frances y yo hemos intercambiado tarjetas de Navidad con él y su esposa Grace.

Finalmente, a principios de enero de 2002, programé una visita de conferencia de estaca a Whittier, California, donde viven los Biggers. Llamé por teléfono a mi amigo Bob, que ya tiene 80 años, e hice arreglos para que nos reuniéramos con ellos para recordar y hablar de los viejos tiempos.

Tuvimos una visita muy agradable. Yo llevé varias fotografías de cuando habíamos estado juntos en la Marina hacía 55 años. Identificamos a hombres que conocíamos y nos pusimos al tanto el uno al otro de su paradero lo mejor que pudimos. Aunque no era miembro de la Iglesia, Bob se acordaba de haberme acompañado a una reunión sacramental hacía tantos años cuando estuvimos estacionados en San Diego.

Cuando Frances y yo nos despedimos de Bob y Grace, sentí un enorme sentimiento de paz y alegría por haber hecho, por fin, el esfuerzo de ver una vez más a un amigo a quien había apreciado durante tantos años.

Un día, a todos se nos acabarán los mañanas. No demoremos lo que es más importante.

Vivan en el presente.

Su mapa del tesoro ya está armado: Aprendan del pasado, prepárense para el futuro, vivan en el presente.

Termino donde empecé, con las palabras de nuestro Señor y Salvador: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”8.

Mis hermanos y hermanas, desde lo profundo de mi alma les doy mi testimonio personal: Dios es nuestro Padre; Su Hijo es nuestro Salvador y Redentor; nos dirige un profeta en nuestros días, sí, el presidente Gordon B. Hinckley.

En el nombre de Jesucristo. Amén.

Notas

  1. Mateo 6:19–21.

  2. Véase “Benjamín: Son of the Right Hand,” New Era, mayo de 1974, págs. 34–37.

  3. D. y C. 38:30.

  4. “Wishing Will Make It So,” letra de la canción por B. G. DeSylva.

  5. A Touch of Wonder (1974), 77–78.

  6. En Gorton Carruth y Eugene Ehrlich, comp., The Harper Book of American Quotations (1988), pág. 173.

  7. Charles Hanson Towne, “Around the Corner,” en Poems That Live Forever, sel. Hazle Felleman (1965), 128.

  8. Mateo 6:19–21.