La fe en medio de la tribulación trae paz y gozo
No importa cuán terribles aparezcan ser las condiciones del mundo hoy, cualesquiera sean las tormentas personales,… este gozo puede ser nuestro ahora.
Después de enseñar a la multitud, Jesús y Sus discípulos zarparon hacia la costa oriental del mar de Galilea; era noche, y el Salvador descansaba cómodamente cerca de la popa, dormido sobre un cabezal. Al rato “se levantó una gran tempestad de viento, y echaba las olas en la barca”. Aterrados, los discípulos lo despertaron: “Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?”1. Su respuesta, tranquila como de costumbre, fue: “¿Por qué teméis, hombres de poca fe?”2. “Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza”3.
Él, que había creado la tierra, de nuevo estaba en control de los elementos4. Maravillados, Sus discípulos preguntaron: “¿Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?”5.
Vivimos en tiempos turbulentos; una gran tormenta de iniquidad se cierne sobre la tierra; los vientos de maldad rugen a nuestro alrededor; las olas de guerra golpean contra nuestra barca. Como Pedro escribió a Timoteo: “…en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos… que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella”6.
Es cierto que nos rodean nubes peligrosas, pero así como las palabras del Salvador infundieron paz a los apóstoles en la barca, hoy día nos dan paz: “Mas cuando oigáis de guerras y de rumores de guerras, no os turbéis, porque es necesario que suceda así; pero aún no es el fin”7. “…Si estáis preparados, no temeréis”8.
Jehová dijo a Elías el profeta: “Sal fuera, y ponte en el monte delante de Jehová”. Elías obedeció, y tras una tormenta de viento, terremotos y fuego, por fin recibió la visita de “un silbo apacible y delicado”. A Elías, que se había escondido en una cueva, el Señor preguntó: “¿Qué haces aquí, Elías?” Elías respondió: “…porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han matado a espada a tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida”. Pero el Señor tenía una obra importante para Elías, por tanto, le dijo “Ve, vuélvete por tu camino”9. De modo que Elías fue.
Nosotros, también, debemos salir de nuestras cuevas seguras ya que tenemos una obra importante que realizar. A través del silbo dulce y apacible de Su Espíritu, el Señor nos protegerá, nos ayudará y nos guiará.
Recordemos que Él enseñó al hermano de Jared a construir barcos para que su familia viajase protegida por el vasto océano, para protegerlos del viento y las olas, y para llevarlos a la tierra prometida.
El diseño de esos barcos no era común, pero eran seguros: “Y sucedía que, cuando eran sepultados en el abismo, no había agua que los dañara… y ningún monstruo del mar podía despedazarlos, ni ballena alguna podía hacerles daño”10.
Sin embargo, esos barcos no tenían luz, lo cual preocupó al hermano de Jared. Él no deseaba que su familia viajara en la oscuridad; de modo que, en vez de esperar a que le fuese mandado, él llevó sus preocupaciones al Señor. “¿Qué queréis que yo haga para que tengáis luz en vuestros barcos?”11.
La respuesta del hermano de Jared a esta pregunta requirió esfuerzo diligente de su parte: Subió al monte de Shelem “y de una roca fundió dieciséis piedras pequeñas”12. Luego le pidió al Señor que tocara esas piedras para que dieran luz.
Como padres y líderes, debemos recordar que “no conviene que yo [el Señor] mande en todas las cosas”13. Al igual que el hermano de Jared, debemos considerar con detenimiento las necesidades de los miembros de nuestra familia, hacer un plan para satisfacer esas necesidades y luego llevar nuestro plan al Señor en oración. Eso requerirá fe y esfuerzo de parte nuestra, pero Él nos ayudará si buscamos Su ayuda y hacemos Su voluntad.
Después de la experiencia que tuvo con el Señor, el hermano de Jared continuó preparándose diligentemente para la jornada que tenía por delante14. De ese mismo modo debemos dar oídos a las enseñanzas de nuestros profetas. Los profetas vivientes nos han aconsejado una y otra vez a poner nuestras vidas en orden, a salir de deudas, a almacenar comida y otros artículos esenciales, a pagar nuestros diezmos, a obtener una educación adecuada y a vivir los mandamientos. ¿Hemos obedecido esas instrucciones fundamentales?
Al ver la expresión de la mirada de nuestros hijos y nietos, vemos la duda y el temor de nuestros tiempos. Por doquiera que vayan esos seres queridos por el mundo oyen de desempleo, pobreza, guerra, inmoralidad y delitos y se preguntan cómo harán frente a esos problemas.
En busca de respuesta, ellos nos miran a los ojos y escuchan nuestras palabras. ¿Nos oyen hablar con fe y esperanza, a pesar de las tribulaciones de nuestros días?
Es necesario que ellos nos vean continuar orando y estudiando juntos las Escrituras, llevar a cabo la noche de hogar y consejos familiares, servir fielmente en nuestros llamamientos en la Iglesia, asistir al templo con regularidad, y ser obedientes a nuestros convenios. Cuando vean nuestra firmeza en guardar los mandamientos, sus temores se atenuarán y su confianza en el Señor aumentará.
Al manifestar nuestra fe en medio de la tribulación, les aseguramos que la furia del adversario no es fatal. Jesús oró a Su Padre por nosotros: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal”15. Esa oración será contestada en el tiempo y la hora de nuestro Padre Celestial, de acuerdo con nuestra fe.
Mientras tanto, nuestros desafíos terrenales tienen un significado y un propósito. Piensen en el profeta José Smith, quien durante su vida enfrentó enorme oposición, enfermedad, accidente, pobreza, malentendidos, falsas acusaciones y persecución. Quizás queramos preguntar: ¿Por qué no protegió el Señor a Su profeta de tales obstáculos, no le dio recursos ilimitados y detuvo las acusaciones de sus enemigos? La respuesta es que cada uno de nosotros debe pasar por ciertas experiencias para llegar a ser como nuestro Salvador. En la escuela de la vida, el maestro es muchas veces el dolor y la tribulación, pero las lecciones tienen por objeto refinar y fortalecer, y no destruir. El Señor dijo al fiel José:
“Hijo mío, paz a tu alma; tu adversidad y tus aflicciones no serán más que por un breve momento”16.
“…si eres arrojado al abismo; si las bravas olas conspiran contra ti; si el viento huracanado se hace tu enemigo; si los cielos se ennegrecen y todos los elementos se combinan para obstruir la vía… entiende, hijo mío, que todas estas cosas te servirán de experiencia, y serán para tu bien”17.
A pesar de las muchas tribulaciones por las que pasó el profeta José, se llevaron a cabo grandes cosas para la restauración del Evangelio en estos últimos días. José llegó a entender, y él nos ha enseñado, que cuando él se encontraba en alguna dificultad, el Salvador no le dejó solo. De igual modo, las pruebas de nuestra fe son valiosas oportunidades de descubrir lo mucho que el Maestro se preocupa por el bienestar de nuestras almas para ayudarnos a perseverar hasta el fin.
En nuestros días, el brazo firme del Señor nos rodea mediante las ordenanzas de Sus santos templos. El profeta José dijo a los primeros santos en Nauvoo: “Necesitáis una investidura, hermanos, a fin de que estéis preparados y podáis vencer todas las cosas”18. ¡Cuánta razón tenía! El ser bendecidos con los convenios del templo y el ser investidos con poder hicieron posible que los Santos de los Últimos Días soportaran con fe sus tribulaciones. Al final de su propia jornada pionera, Sarah Rich escribió lo siguiente: “Si no hubiese sido por la fe y el conocimiento que se nos confirieron en ese templo… nuestra jornada hubiera sido como… dar un salto en la oscuridad”19.
Me siento conmovido por el grado de tribulación que tuvo nuestro Salvador. A pesar de que era el Unigénito del Padre, hombres maliciosos trataron de quitarle la vida desde el principio. A lo largo de Su ministerio, a dondequiera que iba, era objeto de un torrente de rumores, mentiras y persecuciones.
Me siento especialmente impresionado al meditar en la semana que antecedió a Su muerte: los sacerdotes principales cuestionaron Su autoridad, trataron de tenderle trampas y en dos ocasiones conspiraron matarlo. En Getsemaní, mientras Sus discípulos dormían, sufrió por los pecados de la humanidad y sangró por cada poro; fue traicionado, arrestado, interrogado, azotado, escupido y golpeado. Después de la interrogación del consejo, Herodes se burló de él y finalmente fue llevado ante Pilato, donde se le obligó a presentarse ante una furiosa multitud. Habiéndosele azotado y coronado con espinas, fue obligado a llevar Su cruz hasta el Gólgota. Le traspasaron con clavos las manos y los pies; levantaron Su cuerpo entre ladrones comunes; los soldados echaron suertes por Sus posesiones terrenales y se le dio vinagre para calmar Su sed. Después de seis horas20, encomendó Su espíritu en las manos de Su Padre, y, habiendo dicho eso, murió.
Al observar la última semana de la vida del Salvador desde nuestra perspectiva eterna, la primera impresión que tengamos tal vez sea una de sufrimiento y destrucción. Quizás sólo veamos a la madre del Salvador y a otras personas llorando en el lugar de la cruz, a soldados temerosos, la tierra en gran conmoción, rocas partidas en pedazos, el velo del templo rasgado en dos, y tres horas de oscuridad que cubrían la tierra. Una escena similar de tempestades y destrucción ocurrieron en el Nuevo Mundo. En una palabra, vemos el rugir de una terrible tempestad.
Pero, miremos de nuevo; esta vez a través del ojo de la fe.
En esas últimas semanas de gran agonía de Su vida, pensemos en que Jesús enseñó, testificó, animó, bendijo y fortaleció a las personas que lo rodeaban. Levantó a Lázaro de los muertos, enseñó acerca de Su Padre, puso el templo en orden, dio varias parábolas, presenció la ofrenda que hizo la viuda, instruyó a Sus discípulos en cuanto a las señales de Su Segunda Venida, visitó la casa de Simón el leproso, instituyó la Santa Cena, lavó los pies de Sus apóstoles y enseñó a Sus discípulos a amarse unos a otros. Testificó de Su divinidad como el Hijo de Dios y enseñó en cuanto al Consolador, o sea, el Espíritu Santo. En Su gran oración intercesora, suplicó a Su Padre por Sus apóstoles y por todos los que creyeran en las palabras de ellos, “para que tengan [Su] gozo cumplido en sí mismos”21.
En Su hora más tenebrosa, la luz de paz y gozo no se desvaneció, ¡brilló con más intensidad! Después de Su muerte, Él apareció a María Magdalena. Qué gran gozo se debió haber sentido aquella mañana al propagarse la noticia: “Ha resucitado”22. Más tarde, apareció a unas mujeres en el camino; a Cleofas y a un discípulo que viajaban a Emaús; a los apóstoles y discípulos en el aposento alto; a Tomás y a otros. Repito, hubo gozo y alegría en la Expiación y la Resurrección23.
Pero eso no era todo. En una visión, el presidente Joseph F. Smith —profeta, vidente y revelador— vio la visita del Salvador al mundo de los espíritus:
“…se hallaba reunida en un lugar una compañía innumerable de los espíritus de los justos, que habían sido fieles en el testimonio de Jesús mientras vivieron en la carne…
“Todos éstos habían partido de la vida terrenal, firmes en la esperanza de una gloriosa resurrección… [y] estaban llenos de gozo y de alegría, y se regocijaban juntamente porque estaba próximo el día de su liberación.
“Se hallaban reunidos esperando el advenimiento del Hijo de Dios al mundo de los espíritus para declarar su redención de las ligaduras de la muerte”.
Esos fieles espíritus sabían que dentro de poco “su polvo inerte iba a ser restaurado a su forma perfecta, cada hueso a su hueso, y los tendones y la carne sobre ellos; el espíritu y el cuerpo iban a ser reunidos para nunca más ser separados, a fin de recibir una plenitud de gozo”.
Y “mientras esta innumerable multitud esperaba y conversaba, regocijándose en la hora de su liberación de las cadenas de la muerte, apareció el Hijo de Dios y declaró libertad a los cautivos que habían sido fieles”24.
Mis hermanos y hermanas, no importa cuán terribles parezcan ser las condiciones del mundo de hoy, cualesquiera sean las tormentas personales que afrontemos en nuestros hogares y en nuestras familias, este gozo puede ser nuestro ahora. A veces no entendemos la muerte, las enfermedades, las discapacidades mentales y físicas, las tragedias personales, la guerra y otros conflictos. Algunos de éstos son una parte necesaria de nuestra probación terrenal. Otros, como lo previó Enoc, son parte de la preparación para la segunda venida del Salvador en que “se obscurecerán los cielos, y un manto de tinieblas cubrirá la tierra; y temblarán los cielos así como la tierra; y habrá grandes tribulaciones entre los hijos de los hombres, mas”, dijo el Señor, “preservaré a mi pueblo”. Y cuando Enoc vio esas cosas, “recibió una plenitud de gozo”25.
Esta mañana, durante esta época del nacimiento y de la resurrección del Salvador, doy testimonio como testigo especial, con gozo y alegría, de que Él vino a este mundo, sufrió por nuestros pecados y regresará de nuevo. Nuestra fe en Él y la obediencia a Sus mandamientos nos traerán “un fulgor perfecto de esperanza”26 y disiparán la oscuridad y las tinieblas de desesperación en estos tiempos difíciles. El que tuvo poder para hacer callar los elementos de la tierra tiene poder para calmar nuestras almas para darnos refugio de la tormenta: “Calla, enmudece”27.
De ello testifico, en el nombre de Jesucristo. Amén.