Se llevó mi bolso
Al ser soltera, estoy acostumbrada a velar por mi seguridad, pero en las semanas previas a mi viaje al Templo de Atlanta, Georgia, mi preocupación habitual fue en aumento hasta convertirse en una pesadilla en la que un hombre me asaltaba y se marchaba con mis tarjetas de crédito, los cheques y la licencia de conducir. Mi preocupación fue tan grande que el día antes de mi partida para el templo revisé mi monedero en tres ocasiones para asegurarme de que todo seguía allí, incluida la recomendación para el templo.
Esa misma tarde asistí a una fiesta con el monedero en el bolso, junto con un espejito y un tubo de lápiz labial con el que siempre salgo. Luego de estacionar el auto y meter las llaves en el bolso, me encaminé hacia el centro de reuniones donde ya había empezado la fiesta. Estaba sola en una gran ciudad, pero no tenía miedo. Habiéndole suplicado al Señor esa noche que me protegiera, me sentía segura.
Al ascender por un caminito, tuve la impresión de que había alguien detrás de mí, y al volverme vi a un hombre que corría hacia mí a la velocidad de un rayo. Sentí un tirón en el bolso y una mano fuerte en el brazo y oí: “¡Dame el bolso!”. En el forcejeo por liberarme, el bolso salió volando y aterrizó en unos arbustos cercanos. Grité, pero el hombre corrió, recuperó el bolso y se lo llevó.
Después de llamar a la policía, encontré un cuarto vacío en el centro de reuniones para ofrecer una oración a mi Padre Celestial. “No lo entiendo”, pensaba, mientras me esforzaba por contener las lágrimas. “¡Mañana iba a ir al templo y ahora él tiene mi recomendación! Padre, ¿por qué no recibí protección?”. Al dirigirme a hablar con los oficiales de policía me sentía desamparada y sin esperanza.
“Lo siento, señorita Thomas. Los agentes no encontraron nada, ni al ladrón ni su bolso”, me dijeron. Pero cuando los agentes y yo nos dirigíamos a mi auto, tuve una impresión.
“¿Les importa que eche un vistazo entre el césped para ver si algo se cayó del bolso?”. Traté de no hacerme demasiadas ilusiones, mas cuando vi algo metálico que reflejaba la luz de las farolas, lo recogí emocionada y grité: “¡Mis llaves! ¡Mis llaves están aquí!”. En silencio ofrecí una oración de gratitud al regresar de nuevo hacia el coche.
“¡Esperen, quiero ver también entre los arbustos!”
Moviendo la cabeza, el agente que me escoltaba me respondió con una sonrisa medio burlona: “Adelante, pero nadie tiene tanta suerte”.
Se equivocó. Incapaz de contener las lágrimas, exclamé desde los arbustos: “¡Mi monedero!”. Todo lo que estaba en su interior, incluso la recomendación para el templo, estaban intactos. Los policías estaban estupefactos.
“Nunca he visto a nadie con tanta suerte”, dijo uno.
“No es suerte”, respondí casi sin pensar. “Es protección de Dios”. Dudaba que los agentes entendieran la importancia de mi viaje al templo, así que para romper el silencio tan escéptico, añadí a modo de broma: “¡El tipo sí se llevó algo de mucho valor para mí: mi lápiz de labios!”; nadie se rió.
Sintiéndome un tanto rara, volví la mirada al arbusto donde había hecho mi último descubrimiento, pero lo que vi me dejó aun más sorprendida: allí, justo encima del espejito que llevo en el bolso, estaba el lápiz labial.
Antes de que llegara la policía me había preguntado por qué Dios no me había protegido ni bendecido, pero al estar de pie al lado de aquellos agentes boquiabiertos, me di cuenta de que Él había hecho ambas cosas. Desde entonces, siempre que tengo la más mínima duda de que mi Padre Celestial sea consciente de mis problemas, recuerdo la noche que salvó mis llaves, mi monedero, mi recomendación para el templo y mi lápiz labial.
Rebecca Thomas es miembro del Barrio Clermont, Estaca Orlando, Florida.