Mis padres
Unos líderes amables y solícitos me enseñaron lo que un padre podría ser.
La mayoría de los problemas de mi familia se debían a mi padre. Siempre estaba enfadado y amargado, y yo le tenía mucho miedo. Cuando él estaba presente, todo era incierto e impredecible.
Nuestro mundo en casa era un lugar deprimente; podía sentir que me rodeaban las tinieblas aun a tierna edad. Resultaba difícil estar en casa. Yo quería un padre que me amara, me cuidara y me protegiera, pero no sentí ninguna de esas cosas de mi padre terrenal.
Para buscar refugio, iba a las reuniones siempre que él me dejaba. Me encantaba estar en la capilla porque me parecía un lugar seguro. Sin embargo, me sentía nerviosa, vacilante e insegura respecto a estar cerca de mi Padre Celestial porque no estaba segura de cómo era Él en realidad. En la Iglesia aprendí que tenía otro amigo celestial que me amaba, así que me volqué en Jesucristo y en Su amor por mí. Le amaba porque mis líderes de las Mujeres Jóvenes le amaban. Veía lo felices que eran cuando hablaban de Él, así que me esforcé por guardar los mandamientos y hacer todo lo que Él deseara de mí.
Cuando nuestro grupo de jóvenes estaba planeando efectuar bautismos por los muertos, me preguntaba cómo sería estar en la casa de mi Padre Celestial. Entré muy animada en el Templo de Los Ángeles, California, donde me embargó el sentimiento de paz que allí reinaba. Nada podría haber sido más opuesto a mi hogar terrenal. Apenas me atrevía a respirar por temor a que se desvaneciera el sentimiento, mas éste permaneció constante y en calma.
Me encantó estar en el templo. En Su casa, no tenía que tener miedo; era un lugar seguro, tranquilo, lleno de paz y consuelo. Quería vivir allí ya que la casa de nuestro Padre Celestial estaba llena de amor. Me sentía tan feliz que me prometí a mí misma que sería digna de regresar a Su casa.
A través de mis experiencias en la Iglesia y en el templo, aprendí que nuestro Padre Celestial es un padre amoroso que se preocupa de mí y de mis necesidades, tanto físicas como espirituales.
Aunque vivía con un padre que no seguía las enseñanzas de Dios, Él puso a otras personas en mi vida que me apoyaron como debiera hacer un buen padre. Tuve un obispo maravilloso que siempre tomaba un momento para saludarme y ver cómo me iban las cosas. El obispo Hicken me trataba igual que a todos los demás jóvenes del barrio. Tenía entrevistas con nosotros, iba a nuestras actividades y nos acogía en su hogar durante las charlas fogoneras. Era amoroso, amable y paciente. Observé cómo trataba a su esposa e hijos, lo cual me ayudó a creer que mi Padre Celestial también sería así. El obispo Hicken era un hombre feliz, lleno de vida y de amor. Me esforcé por llevar una vida mejor porque él así lo esperaba de nosotros.
No me había desarrollado notablemente en lo referente a salir con jóvenes del sexo opuesto, y cuando salí por primera vez, todos estaban enterados, hasta el obispo. Llegó el gran día y el joven pasó a recogerme. Mientras nos hallábamos detenidos en un semáforo, alguien nos dio un ligero golpe por detrás. Al volvernos para ver quién lo había hecho, vi que un hombre se acercaba por el lado del conductor. ¡Era mi obispo! Mi acompañante bajó la ventanilla y el obispo dijo: “La chica que está a tu lado es mía, y quiero que esté en casa a las 10 en punto”. No recuerdo mucho de aquella noche, excepto que estuve en casa a las 10, pero jamás olvidaré que yo era “su chica” y que él me amaba y me cuidaba. Entonces supe que mi Padre Celestial también se interesaba por mí.
Otro “padre” que hubo en mi vida fue un miembro de la presidencia de mi estaca. El presidente Merrill estaba siempre en los bailes de la estaca, los campamentos de las Mujeres Jóvenes y las conferencias de la juventud.
Durante mis preparativos para acudir a la universidad, el presidente Merrill tuvo la sensación de que yo necesitaba ciertos consejos de padre antes de adentrarme en el mundo. Su voz era tierna y suave; yo podía percibir su preocupación. Sabía que me amaba y me dijo que iría hasta el Templo de Salt Lake City para asistir a mi boda.
Años después llamé a mi padre para anunciarle mi compromiso de boda, pero él se mostró frío e indiferente; nada había cambiado. Traté de no llorar. Acudí a mi Padre Celestial en oración y el Espíritu me recordó la promesa del presidente Merrill. Me preguntaba si se acordaría de lo que me había dicho años atrás. ¿Lo había dicho de corazón? Tomé el teléfono y marqué su número. El presidente Merrill contestó. Le hablé algo nerviosa de mi compromiso y le pregunté si se acordaba de la promesa que me había hecho. “¿En qué templo se va a casar?”, preguntó.
“En el de Salt Lake”, respondí.
“Pues allí estaré”, dijo. Condujo durante 13 horas por la nieve para estar conmigo. Cuando entré en el cuarto de sellamientos con mi futuro esposo, el presidente Merrill fue la primera persona a la que vi. ¡Él fue mi padre aquel día!
Años después, estos “padres” siguen formando parte de mi vida. Sus llamamientos y sus circunstancias han cambiado, pero ellos no. Son constantes en su fe, sus testimonios y su amor e interés en mí. De ellos aprendí que podía confiar en mi Padre Celestial. Estos grandes hombres fueron un eslabón para que yo pudiese sentir el amor y la preocupación que mi Padre Celestial siente por mí.
Rosemarie Deppe es miembro del Barrio Jennings Lane, Estaca Centerville Norte, Utah.