Ven y escucha la voz de un profeta
Limpieza de primavera
Cuando yo era jovencito y vivía en Salt Lake City, la mayoría de las casas se calentaban con estufas de carbón, y de las chimeneas se veía salir un humo negro y denso. Al terminar el invierno, el hollín se veía por todos lados, tanto dentro como fuera de las casas.
Todos los años observábamos un ritual que no considerábamos muy agradable; era algo que requería la participación de todos los miembros de la familia, y se conocía como “la limpieza de primavera”. Una vez que el clima mejoraba después del largo invierno, dedicábamos más o menos una semana a la limpieza; por lo general, se hacia coincidir con un día feriado e incluía dos sábados.
Mi madre era la directora del programa. Se quitaban todas las cortinas y se lavaban, para entonces plancharlas con gran cuidado. Las ventanas se limpiaban por dentro y por fuera. ¡Cuánto trabajo requería aquel enorme caserón de dos pisos!
Todas las paredes interiores eran empapeladas y para limpiarlas mi padre compraba varias latas de un producto especial; parecía como masa de pan, pero tenía un lindo color de rosa y un aroma agradable, limpio y fresco. Todos trabajábamos en equipo. Amasábamos aquella pasta con las manos, nos subíamos en una escalera y comenzábamos por el alto cielo raso, limpiando después las paredes hacia abajo. La pasta iba quedando negra al recoger la suciedad del papel. Era una tarea terrible y agotadora, pero sus resultados eran cosa de magia. Nos deteníamos a contemplar y comparar las partes sucias con las limpias. Era asombroso ver cuanto más hermosas lucían las paredes limpias.
Todas las alfombras se llevaban al patio posterior, donde las colgábamos de los tendederos para secar la ropa. Cada uno de nosotros, los muchachos, tenía una paleta especial de acero liviano con un mango de madera para sacudir las alfombras. Al golpearlas, veíamos salir nubes de polvo y teníamos que continuar haciéndolo hasta que ya no saliera más.
Detestábamos esa tarea, pero cuando terminábamos de limpiar y todo volvía a su lugar, el resultado era maravilloso. La casa quedaba limpia y sentíamos el espíritu renovado. El mundo entero tenía mejor aspecto.
Esto es lo que algunos de nosotros debemos hacer con nuestra vida. Isaías dijo: “Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos” (Isaías 1:16).
Nuestro cuerpo es sagrado, creado a imagen de Dios; es maravilloso, la más grande de las creaciones de la Deidad. No alcanzo a comprender cómo puede haber alguien que, a sabiendas, desee dañar su propio cuerpo; y, sin embargo, sucede a diario cuando los hombres y los jóvenes toman bebidas alcohólicas y consumen drogas ilícitas. ¡Cuán perjudiciales son esos elementos!
No tomen bebidas alcohólicas; no se dejen atrapar por las drogas ilícitas. Podrían destruirlos.
Sean de mente limpia y tendrán un mejor control de su cuerpo. Los pensamientos inmundos engendran actos inmundos.
El Señor ha dicho: “…deja que la virtud engalane tus pensamientos incesantemente”, y con ello nos promete: “…entonces tu confianza se fortalecerá en la presencia de Dios” (D. y C. 121:45).
Ustedes no pueden —no deben— dejarse atrapar en la trampa de una conducta inmoral.
Utilicen un lenguaje limpio; hoy en día abunda el lenguaje indecente e impuro.
Sean limpios en el modo de vestir y en su comportamiento.
Les insto a ser corteses, respetuosos, honrados e íntegros.
Que Dios nos bendiga para que vivamos con las manos limpias y el corazón puro, a fin de que seamos dignos de Su sonrisa de aprobación.
Adaptado de un discurso de la conferencia general de abril de 1996.