2004
Solos en la oscuridad
marzo de 2004


Solos en la oscuridad

En ocasiones es necesaria una experiencia difícil para que nos demos cuenta de que si depositamos nuestra confianza en el Señor, Él nos sostendrá en nuestras pruebas (véase Alma 36:3).

Este principio se reafirmó en mi corazón hace algunos años cuando nuestra pequeña familia permaneció durante siete meses en Túnez, país del norte de África, donde mi esposo, Keith, realizaba ciertas investigaciones para su doctorado. Como éramos estudiantes con un presupuesto escaso, no teníamos teléfono ni televisión. Nuestro hogar era un pequeño apartamento en un quinto piso en El Menzah, un barrio de la capital, Túnez, y nuestra rutina diaria era muy simple: Keith estudiaba en la biblioteca nacional mientras yo me quedaba en casa con David, nuestro bebé.

En lo que a la Iglesia se refiere, nosotros éramos la Iglesia en Túnez. Cada domingo, Keith bendecía la Santa Cena y leíamos juntos las Escrituras, cantábamos nuestros himnos favoritos y escuchábamos cintas de la conferencia. Siempre terminábamos con una lección del manual del sacerdocio de Keith.

Aun cuando conocimos a gente maravillosa e hicimos muy buenos amigos, había momentos en los que me sentía sola e incluso temerosa. Uno de esos momentos fue cuando volví de la tienda y no teníamos luz en casa. Había un sobre azul bajo la puerta, con una carta escrita en francés y en árabe. Cuando Keith volvió a casa, tradujo la carta y, para nuestra sorpresa, descubrimos que los inquilinos anteriores no habían pagado la factura de la luz y que ahora nosotros éramos responsables de ella. No tendríamos luz hasta que pagáramos la factura.

Ese fin de semana utilizamos velas y el lunes por la mañana fuimos en autobús hasta la compañía eléctrica. Después de pagar la luz, nos aseguraron que en dos días volverían a instalar la corriente eléctrica.

¿Podríamos aguantar dos días sin luz? De repente me di cuenta de que la clase nocturna de Keith era el martes y que él tendría que asistir para conservar la beca, con lo cual el pequeño David y yo estaríamos solos en el apartamento. La soledad era de por sí dura en circunstancias normales, pero ¿y si David y yo terminábamos solos en la oscuridad con solamente unas cuantas velas? El solo hecho de pensarlo me asustaba.

Pasó el lunes y aún no teníamos corriente eléctrica. El martes por la tarde, Keith regresó de su clase, pero el personal de la compañía eléctrica aún no había venido. Analizamos las opciones y Keith dijo: “Creo que debemos orar”.

Pedimos ayuda con corazones humildes y, al terminar, Keith me abrazó y me dijo: “Todo va a estar bien. Esta noche tendremos luz”.

Yo seguía teniendo mis dudas, pero confiaba en su fe. Sin embargo, a las 4:45 de esa tarde, mi mente se llenó de inquietudes. Después de ofrecer una oración en silencio, recobré la seguridad, y a las 4:55 llegó el personal de la compañía eléctrica para encender las luces.

Experiencias como ésa incrementaron mi fe y me ayudaron a saber que no estaba sola. Durante los meses de nuestra estancia en Túnez, dependí con frecuencia del poder de la oración. Me siento agradecida a mi Padre Celestial por Su vigilante cuidado y amor, así como por la edificadora experiencia que nuestra familia vivió en Túnez, la cual sigue siendo una fuente de fe y de fortaleza para nosotros.

Trisa Martin pertenece al Barrio Bountiful 30, Estaca Bountiful Este, Utah.