No hay pan suficiente
Aún recuerdo la tormenta de aquel primer domingo de septiembre de 1989. Yo residía en el Barrio Cádiz, Estaca Cádiz, Filipinas. El cielo se oscureció con unos enormes nubarrones negros y llovió a cántaros.
La reunión sacramental comenzó puntualmente a las 9 de la mañana, pero, al echar un vistazo a mi alrededor por la capilla, vi que la mayoría de los bancos estaban vacíos. De hecho, sólo había cinco asistentes. A los miembros les resultaba difícil acudir a las reuniones durante los días de lluvia, sobre todo si vivían lejos.
Llegaron unas cuantas personas mientras cantábamos el primer himno, y algunas más mientras se leían los nombres de los nuevos miembros del barrio.
Al empezar a cantar el himno sacramental, volví a echar un vistazo. Me sorprendió ver una numerosa congregación poco habitual de cerca de 100 personas. Dirigí la vista a los dos hermanos que estaban partiendo el pan de la Santa Cena y, por la expresión de sus rostros, se deducía que algo les preocupaba. El himno terminó y uno de los hermanos se arrodilló para bendecir el pan.
Para mi sorpresa, tras la oración, los hombres que estaban a la mesa sacramental no procedieron de inmediato, sino que permanecieron con la cabeza agachada por un momento y luego entregaron las bandejas del pan a los poseedores del Sacerdocio Aarónico. Los jóvenes también tenían el rostro serio cuando aceptaron las bandejas. Desconocía qué era lo que iba mal, pero cerré los ojos y también ofrecí una oración en silencio.
Una vez repartida la Santa Cena, el obispo dio tiempo a los miembros para expresar sus testimonios. La primera persona en subir al púlpito fue uno de los hermanos que había bendecido la Santa Cena, el cual habló del gran amor que Dios tiene por todos Sus hijos. Mientras le escuchaba, sentía como si el pecho me ardiera; me hallaba lleno de gozo y gratitud por mi testimonio de que Dios vive y nos ama.
A ese orador le siguió su compañero de ante la mesa sacramental, quien, con voz entrecortada, nos dijo que ese día habíamos presenciado un milagro. Nos explicó que el obispo sólo había llevado dos pequeños bollos de pan para la Santa Cena. Como estaba lloviendo tanto, tal vez esperaba que hubiese menos asistencia de lo normal.
Pero entonces los miembros acudieron en masa y ambos hombres comprendieron que no importaba cómo partieran el pan, no iba a haber suficiente. Así que, después de la oración sacramental, ofrecieron otra oración y le dijeron al Señor que sólo había 40 pedazos de pan para 100 personas o más. Solicitaron la ayuda divina.
Se procedió a repartir el pan y ambos hermanos observaron con atención cómo cada persona que así lo deseó participó de la Santa Cena. Hubo suficiente para todos.
Al conocer lo sucedido, la congregación permaneció en silencio durante unos minutos. El Espíritu se sentía tan fuerte que nadie deseaba romper el silencio. Las lágrimas bañaban nuestros ojos.
Finalmente, la voz del obispo rompió el silencio; se puso de pie y nos dijo lo bendecidos que somos por tener el sacerdocio de Dios. Para Dios, dijo, nada es imposible. Nuestro Padre Celestial obra misteriosamente para conceder Sus bendiciones a Sus hijos. Si oramos con fe, Él oye nuestras oraciones y las contesta.
Evelyn B. Caesar pertenece a la Rama López Jaena, Distrito Sagay, Filipinas.