2004
Los buenos samaritanos de Coutts
abril de 2004


Los buenos samaritanos de Coutts

Mi esposa y yo somos unos jubilados de Portsmouth, Inglaterra. Llevamos 48 años de casados y somos cristianos anglicanos. Antes de efectuar un memorable viaje a Canadá, teníamos la impresión de que los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días eran un tanto demasiado insistentes, excesivamente religiosos y decididos a convertir a todo el que no fuese de su fe. Sin embargo, una tormenta de nieve en Canadá nos permitió cambiar de opinión.

Formábamos parte de un grupo de turistas británicos entrados en años de viaje por Banff, Canadá, el Parque Nacional de Yellowstone y las Montañas Rocosas. Desgraciadamente, el tiempo no fue clemente con nuestro grupo y nada más alojarnos en Lethbridge, Canadá, nos despertamos para ver que había nevado de noche. Más tarde esa misma mañana, mientras nos dirigíamos hacia la frontera de los Estados Unidos de América, la lluvia se convirtió en nieve y en la frontera misma supimos que la carretera estaba cerrada del lado estadounidense. No podíamos hacer nada, excepto regresar. Habíamos viajado ocho kilómetros cuando encontramos un camión con su remolque que estaba atravesado en medio de la calzada, bloqueando la autopista. Ahora no podíamos avanzar ni retroceder.

Atrapados en el autobús, nos distrajimos jugando algunos juegos de adivinanzas, entonando nuestras canciones favoritas y divirtiéndonos en otras cosas por el estilo, confiados en que pronto llegaría la ayuda y que hasta entonces estaríamos a salvo en el autobús. Pasaron más de cinco horas cuando por fin la ayuda llegó.

Nos encontró un policía montado del Canadá que manejaba una motonieve, y un camión de bomberos se encargó de abrirnos camino en la nieve para que nuestro vehículo pudiera virar. Cansados y hambrientos, llegamos hasta el pueblo más cercano y nos detuvimos ante la Iglesia a la que asistían varios de los bomberos: el centro de reuniones de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, en Coutts, Alberta.

El centro de reuniones de la Iglesia Anglicana a la que pertenecemos tiene 150 años de antigüedad, cuenta con un pequeño salón central y con unos servicios básicos muy limitados, por lo que la sola idea de que la congregación se hiciera cargo de 40 turistas perdidos en la nieve no era nada factible. Sin embargo, a la hora de haber llegado, las mujeres y los jóvenes del barrio nos habían servido una comida completa a base de papas (patatas) al horno y un guiso de carne y frijoles (judías, porotos).

Nos sorprendió sobremanera saber que nuestros rescatadores también tenían sus problemas. Una joven madre había sufrido un apagón en su casa, pero dejó a sus hijos pequeños con una buena amiga y fue a ayudarnos junto con sus hijos mayores. Un consejero del obispo nos mostró el resto del edificio y después, antes de regresar esa tarde a su trabajo, se aseguró de que estuviésemos bien atendidos.

Antes de acostarnos, los jóvenes del Barrio Coutts nos deleitaron con una imprevista obra teatral que habían estado ensayando. Por último, pusieron en marcha la calefacción central y disfrutamos de una noche cómoda.

A la mañana siguiente la carretera estaba lo suficientemente despejada para seguir nuestro viaje y, después de que los miembros del barrio nos hubieron preparado el desayuno, reanudamos nuestro grato viaje, aunque todavía maravillados por la hospitalidad de los Santos de los Últimos Días, ya que de voluntad propia nos ofrecieron su centro de reuniones, nos dieron comida, nos hospedaron y, por encima de todo, ofrecieron su amistad a unos extraños que se habían perdido.

Aunque habíamos creído que los Santos de los Últimos Días eran algo insistentes, vimos a cambio a gente amable y preocupada que, en el diario vivir, puso de manifiesto sus creencias. De regreso en Inglaterra, aún conservamos fresco el recuerdo de aquellas vacaciones y damos gracias a Dios por nuestros amigos y samaritanos Santos de los Últimos Días.

Alan P. Kingston vive en Portsmouth, Inglaterra.