La preciada promesa
Cuando hay tantos seres mortales que caen o son arrastrados, resulta difícil imaginarse una exhortación y una promesa más relevantes que las de las palabras de Helamán: “…recordad que es sobre la roca de nuestro Redentor, el cual es Cristo, el Hijo de Dios, donde debéis establecer vuestro fundamento… sobre el cual, si los hombres edifican, no caerán” (Helamán 5:12). El Gran Libertador, Jesucristo, puede concedernos esta preciada promesa, así como lo que prometen todas Sus restantes palabras tranquilizadoras.
Edificar en Su firme cimiento requiere de nosotros que emulemos Su carácter. No hay gozo ni seguridad alguna en rendirle servicio meramente de palabra. La clave es emularle, y nuestro nuevo carácter constituye la estructura refinada de nuestra alma. Una vez retirado todo el andamiaje circunstancial, el carácter es lo único que permanece.
El proceso de la edificación del carácter
Todos los rasgos del carácter que deben converger en el preciado proceso de la edificación del carácter son interactivos: el desarrollo de uno acelera el de los demás. Lo más probable es que ustedes ya vayan mucho mejor de lo que les parece. Pablo nos descubre una secuencia espiritual cuando dice: “…la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza” (Romanos 5:3–4), y la esperanza produce más del amor de Dios. Si ustedes y yo nos sometiéramos humildemente a nuestra “leve tribulación momentánea”, cualquiera que ésta fuere, posteriormente seríamos conducidos a un mayor “peso de gloria” (2 Corintios 4:17).
Si bien la “inteligencia que logremos en esta vida se levantará con nosotros en la resurrección” (D. y C. 130:18), la definición que el Evangelio da de la inteligencia no equivale a nuestro coeficiente intelectual. En vez de eso, inteligencia viene a significar la totalidad del alma y refleja “la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4). Si somos diligentes, podremos generar una mayor abundancia de fe, paciencia, piedad, amabilidad y caridad en nuestra vida. A cambio, estas cualidades nos harán fructíferos en el “conocimiento de nuestro Señor Jesucristo” (2 Pedro 1:8).
Ciertamente, el desarrollo de un carácter como el de Cristo nos hace merecedores de estar “en los negocios de [nuestro] Padre” (Lucas 2:49). Pero lo maravilloso de ese proceso es que, en medio de la mundanalidad de la vida cotidiana, podemos estar en los negocios de nuestro Padre día tras día, alcanzando cosas imperecederas que podremos llevar con nosotros al cruzar el velo de la muerte y que se levantarán con nosotros en la Resurrección.
Cuando Jacob escribió sobre el “traspasar lo señalado”, se refería a no ser capaces de ver a Cristo como el centro de todo, y en un tono inquietante dijo de las personas así de ciegas y alejadas que “es menester que caigan” (Jacob 4:14). El hacer caso omiso del Salvador equivale a no empeñarnos en edificar un carácter como el de Cristo a fin de ser más firmes en la fe.
Claro está que la conversión al Evangelio y a la Iglesia puede suceder de repente en una explosión de reconocimiento por medio del testimonio del Espíritu Santo; sin embargo, las enseñanzas que siguen para desarrollar en mayor profundidad, por ejemplo, una cualidad como la paciencia lleva su tiempo. Sí, la paciencia no viene “¡de inmediato!”. No esperen que el mundo les entienda o les ayude en este preciado proceso de la edificación del carácter que intento describir aquí.
Misericordiosamente, los susurros del Espíritu nos empujan suavemente por el camino en un proceso casi privado, a lo largo del cual tendremos que ser fuertes, no sólo para nosotros mismos sino también para poder ayudar a otras personas, pues habrá emigrantes procedentes de Babilonia e incluso habrá algunos desertores del “edificio grande y espacioso” (1 Nefi 8:26) que precisarán encontrar a personas como ustedes.
Ejemplos del carácter de Cristo
Unos pocos ejemplos del carácter de Cristo bastarán para ilustrar lo que debemos emular, incluso para aquellos que ya sean conscientes de ello. Puesto que vemos a Cristo como la Luz del Mundo, es por Su luz que debemos ver todo lo demás. Los discípulos son los verdaderos realistas, a pesar de lo que digan o piensen los irreligiosos.
A diferencia de Dios y de Jesús, que son omniscientes, a menudo ustedes y yo estamos confusos; tal vez nos moleste lo inesperado, o lo desconocido nos haga sentir incómodos. ¡Verdaderamente necesitamos toda esta perspectiva adicional! Es más, aun cuando Jesús pagó el precio completo de nuestro rescate, ustedes y yo a veces vacilamos a la hora de pagar el precio completo del discipulado, incluido el desarrollo de los atributos clave de un discípulo.
De igual modo, aunque Cristo resistió con éxito todas las tentaciones, nosotros aún vacilamos y hasta llegamos a considerar algunas de ellas. No es de extrañar que la elocuencia de Su ejemplo sea tan poderosa, pues las Escrituras dicen que “no hizo caso”de la tentación (véase D. y C. 20:22).
Nosotros tendemos a ser indiferentes ante los recordatorios constantes de nuestros pecados de omisión, como si bastara con evitar los grandes pecados de transgresión y de comisión. Yo considero que progresamos más en el reino de los pecados de omisión, aunque calladamente, que en ningún otro lugar, algo particularmente cierto en un pueblo concienzudo.
El amor
Al igual que Su Padre, Jesús es el ejemplo perfecto del amor. De tal modo amó al Padre y nos amó a nosotros que permitió humilde y sumisamente que Su voluntad fuese absorbida en la del Padre a fin de efectuar la Expiación, incluido el bendecir a miles de millones de nosotros con la inmerecida y universal resurrección. Sorprende contemplar lo que Él hizo. No nos extrañe que Él pueda ayudarnos, pues Él conoce el camino.
Tan profundo y absoluto es el amor de Cristo que, aun durante Su padecimiento infinito, era consciente de los sufridores terrenales que padecieron mucha menos angustia que la que tuvo que sobrellevar Él. Por ejemplo, se fijó en la oreja dañada de uno de Sus asaltantes en el Jardín de Getsemaní, y la restauró. Y en la cruz, indicó a Juan que cuidara de María, Su madre, y consoló al ladrón crucificado junto a Él.
En contraposición a eso, cuando nos dejamos atrapar en el lodo de la compasión por nosotros mismos, no nos percatamos de las necesidades de los demás. Con un poco más de esfuerzo, llegaríamos a ser más perceptivos y más comprensivos. Reflexionemos en aquellos círculos a los que hacemos llegar nuestro amor: ¿Aumentan de tamaño o permanecen estáticos? ¿Cómo calificaríamos la atención que brindamos a los que se hallan en esos círculos? ¿Evitamos caer en la formulación de estereotipos? ¡Es tan fácil tratar con personas como si fuesen funciones o estereotipos en vez de individuos! ¿Somos amorosamente pacientes con aquellos que también se esfuerzan por progresar o, sentenciosa, impaciente y constantemente tiramos de las margaritas para ver cómo les van las raíces?
El presidente Brigham Young (1801–1877) dijo con respecto al amor, un aspecto tan básico para todo: “He aquí una virtud [o] atributo… que, si los Santos de los Últimos Días la valoran y la practican, resultará en la salvación de miles de millares. Me refiero a la caridad o el amor de donde proceden el perdón, la longanimidad, la benevolencia y la paciencia”1. ¡Todas las demás virtudes derivan del amor!
La paciencia y la longanimidad
De igual modo, Jesús ejemplifica la paciencia y la longanimidad perfectas; piensen en las implicaciones de la vía del Señor, de la cual Él mismo dice que es “un giro eterno” (D. y C. 3:2). Tal vez la rutina y la repetición nos resulten tediosas y aburridas, pero Dios y Su Hijo Jesús, gracias a Su amor perfecto, jamás se aburren de Su “giro eterno”. Dios es paciente con nosotros en el transcurso del tiempo y también nos ayuda al probar nuestra paciencia y nuestra fe (véase 2 Tesalonicenses 1:4; Santiago 1:3).
Si quedaran sin ser probadas, esas cualidades, que son a la vez portátiles y eternas, permanecerían atrofiadas. Debemos prestar atención al ejercicio necesario para despojarnos del hombre y de la mujer naturales mientras nos esforzamos por llegar a ser hombres y mujeres de Cristo. Ese ejercicio es, en realidad, una bendición camuflada, si bien reconozco que en ocasiones está muy bien camuflada.
Así que, como discípulos que se están esforzando, ¿estamos dispuestos a que se nos enseñe? El Señor ha dicho con un tono instructivo: “…no podéis sobrellevar ahora todas las cosas… yo os guiaré” (D. y C. 78:18). Él es consciente de nuestra capacidad y aunque lleguemos a sentirnos presionados hasta el límite, en breve, y gracias a Él, los retos que una vez fueran descomunales, pronto se convierten en postes de señalamiento que se pierden en lontananza.
Hasta el sobresaliente y valeroso Jeremías se desanimó una vez cuando, al verse ridiculizado y perseguido, consideró por un instante dejar de declarar la palabra para siempre jamás; pero entonces dijo que la palabra de Dios es “como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude” (Jeremías 20:9). ¡Jeremías llegó al límite, pero no se hizo añicos!
La mansedumbre y la humildad
Jesús ejemplifica también la mansedumbre y la humildad. Aunque siempre excelso en Sus logros, Cristo siempre, siempre concedió la gloria al Padre, tanto en Su primer, en Su segundo como ahora en Su tercer estado. Él fue y es el Señor del universo que, bajo la dirección del Padre, creó “incontables mundos” (Moisés 1:33). Y aún así se le conocía como Jesús de Nazaret, el hijo del carpintero. ¡Él siempre supo quién era! Mansamente participó de la copa más amarga de la historia sin tornarse amargo.
¿Podemos nosotros, como Él, participar de nuestras pequeñas copas amargas sin tornarnos amargos? ¡Qué maravillosa manera de dar testimonio, especialmente a nuestros seres queridos! ¿Podemos vencer nuestras aspiraciones sociales y de preeminencia, así como nuestros deseos mundanos de estar por encima de los demás?
En medio de las cambiantes circunstancias de nuestra vida, ¿podemos responder mansamente como lo hizo el que preparó el Camino, Juan el Bautista, cuando dijo libre de todo egoísmo: “Es necesario que [Jesús] crezca, pero que yo mengüe” (Juan 3:30)?
¿Qué hay de la mansedumbre en nuestro matrimonio? ¿Prevalece el pronombre yo sobre el pronombre nosotros ? Es preferible emplear el pronombre yo en situaciones como: “Yo te amo”, “Yo cuido de ti” o “Yo te escucho”. De lo contrario, yo puede estar cargado de connotaciones egoístas: “Yo exijo”, “Yo quiero”, “Yo necesito”.
Los ajustes aparentemente pequeños y positivos pueden tener un gran impacto con el transcurso del tiempo. En nuestra familia, en la Iglesia y en nuestras restantes relaciones, ¿dejaremos de una vez que el ayer siga secuestrando al mañana? ¿Reclasificaremos a los demás conscientes de que el olvidar forma parte del perdonar?
Un proceso difícil
Así vemos que la edificación del carácter forma la parte más difícil del progreso personal, puesto que requiere fe y paciencia, y el ceñirse a los planos divinos. Tenemos también costes adicionales ocasionados por el exceso de emociones. No es fácil seguir mansamente adelante después de haber probado el fracaso. No resulta sencillo corregir nuestros errores por medio del arrepentimiento, sobre todo cuando nuestro orgullo nos susurra que vamos bastante bien.
De igual modo, siempre resulta tentador emplear sustitutos terrenales baratos en vez de edificar un carácter como el de Cristo. Estos sustitutos, como el ingenio en vez de la bondad o la apariencia en vez de la esencia, no sobreviven cuando los vientos y las lluvias golpean contra unos cimientos ruinosos. Es más, al seguir los atajos, terminamos por toparnos con el terrible hundimiento o derrumbe. ¡Podemos caer! Todo discipulado serio, por tanto, requiere de nuestra seria remodelación.
Se representa a Cristo como la Roca por muchas razones. No hallaremos fisuras en Su cimiento; Él nunca nos decepciona; jamás nos falla; siempre podemos contar con Su amor; nunca deja de cumplir con Sus propósitos.
Hermanos y hermanas, pueden seguir el consejo de Pedro: Depositen sus ansiedades sobre Él, “porque él tiene cuidado de vosotros” (1 Pedro 5:7). No vacilen en hacerlo; tal vez deban hacerlo una y otra vez. Cristo dijo a Sus discípulos que pescaran un determinado pez con una determinada moneda en su boca para abonar los impuestos, o el tributo (véase Mateo 17:27). Los discípulos así obraron una vez hallado el pez. Ese extraordinario grado de conocimiento de un pez y de una moneda debiera consolarnos con respecto al conocimiento que el Maestro tiene de los detalles de la vida de cada uno de nosotros.
Por eso, “hablamos de Cristo, nos regocijamos en Cristo, predicamos de Cristo, profetizamos de Cristo”. ¿Por qué? Para que nuestros seres más queridos “sepan a qué fuente han de acudir para la remisión de sus pecados” (2 Nefi 25:26).
Aprovechen las oportunidades de enseñar
Deseo decir algo sobre nuestras familias. Algunos somos ya mayores, algunos están en mitad de su vida y otros no la han comenzado. Algunos de los que estamos aquí somos padres y algunos somos abuelos, abuelos que tienen nidos vacíos. Eso es parte del plan, por supuesto. Pero, ya que nuestros pajaritos han dejado el nido, nos encontramos recordando y saboreando los preciosos días que son parte irrevocable del pasado. Escuchamos en vano con oído atento para volver a oír voces de niños, voces que una vez consideramos demasiado estridentes y constantes, hasta irritantes. Sin embargo, esa cacofonía de los niños, a la que llamábamos “escándalo”, era en realidad un sonido grato, un sonido que anhelamos volver a oír, si pudiéramos.
Al resto, que todavía está en medio de esa cacofonía, les digo: aprovechen las oportunidades que se les presenten de moldear el carácter de sus hijos. Tomen más decisiones como la de María y demuestren menos ansiedad como la de Marta. De todos modos, ¿qué son las calorías comparadas con la buena conversación? Por supuesto, es necesario servir comidas regularmente, pero nadie les privará de los recuerdos de las enseñanzas impartidas.
Su amor es inestimable
Seamos viejos o jóvenes, casados o solteros, con nidos llenos o vacíos, el amor de Jesús, que expió por nosotros, es sencillamente inestimable. Misericordiosamente, el Señor nos dice: “…mi brazo está extendido todo el día” (2 Nefi 28:32). Él nos espera con los brazos abiertos para recibirnos y algún día, dice el profeta Mormón, podremos “ser recibido[s] en los brazos de Jesús” (Mormón 5:11).
Cualquiera sea la distancia que nos quede por recorrer entre nosotros y Él, ¡ése es nuestro viaje! Los pasos que debemos seguir nos llaman. Ustedes ya han llegado hasta este punto gracias a su fe en Él, aun cuando les quede “mucho que recorrer antes de irse a dormir”2; pero la fe los llevará aún más allá.
Les ruego que reflexionen sobre la súplica elocuente de Jesús al Padre, ese mismo Jesús que se ofreció en el mundo preterrenal para ser el Redentor, diciendo mansa y sencillamente: “…Heme aquí; envíame a mí” (Abraham 3:27). He aquí las palabras suplicantes:
“Escuchad al que es vuestro intercesor con el Padre, que aboga por vuestra causa ante él,
“diciendo: Padre, ve los padecimientos y la muerte de aquel que no pecó, en quien te complaciste; ve la sangre de tu Hijo que fue derramada, la sangre de aquel que diste para que tú mismo fueses glorificado;
“por tanto, Padre, perdona a estos mis hermanos que creen en mi nombre, para que vengan a mí y tengan vida eterna” (D. y C. 45:3–5).
¡Él siempre está pensando en nosotros! Así lo testifico como uno de Sus apóstoles.
Tomado de un discurso pronunciado el 3 de mayo de 2002 en la Conferencia de la Mujer de la Universidad Brigham Young, celebrada en Provo, Utah.