No quería morir
Cuando tenía 12 años, mi madre falleció de cáncer; después de eso, me parecía que yo iba a seguir su camino. En realidad no tenía cáncer, pero mis pensamientos me parecían muy reales. No hablé con nadie sobre ello; llevé sola esa carga y me hallaba bastante atribulada.
Sabía que siempre que tenemos un problema debemos acudir al Señor en oración. Siempre hacía mi oración personal por la noche; las pensaba mientras me arrodillaba cerca de mi cama. Sin embargo, aquella ocasión sentí que debía orar en voz alta.
En nuestra casa no era fácil encontrar un momento para estar a solas; tenía cinco hermanos y hermanas, y compartía mi cuarto con una hermana. Recuerdo una tarde en la que llegué a casa de la escuela y no había nadie en casa. Fui a la sala de estar y derramé mi corazón a mi Padre Celestial. No quería morir; no deseaba sufrir como mi madre. Fue una súplica ferviente al Señor.
Una vez que hube terminado la oración, me embargó un fuerte sentimiento de paz, como si unos brazos amorosos me abrazaran y un voz me dijese: “Estás bien, estás bien”.
Mi oración había sido contestada; me sentía amada y sabía que estaba bien. La pesada carga que reposaba sobre mis hombros había desaparecido; me abandonaron los pensamientos sobre la muerte y desde entonces he orado a mi Padre Celestial en busca de respuestas. Éstas nunca han venido con tanta rapidez como aquel día, pero sé que las oraciones tienen su respuesta, aunque sea en el horario del Señor y no en el mío.
En D. y C. 112:10 dice: “Sé humilde; y el Señor tu Dios te llevará de la mano y dará respuesta a tus oraciones”.
Marged A. Kirkpatrick es miembro del Barrio Holladay 26, Estaca Holladay, Salt Lake.