2005
Sean un ejemplo
Mayo de 2005


Sean un ejemplo

Ustedes pueden compartir su testimonio de muchas formas: por medio de lo que hablen, por el ejemplo que den y por la forma en que vivan.

Mis queridas hermanas, tanto ustedes, las que están reunidas en el magnífico Centro de Conferencias, como las que reciben esta transmisión vía satélite en todo el mundo, les ruego que me recuerden en sus oraciones para que pueda cumplir con la medida de la responsabilidad que descansa sobre mí de dirigirles la palabra.

Hemos sido edificados e inspirados por los mensajes de la Presidencia de las Mujeres Jóvenes, la hermosa música y el espíritu mismo de esta reunión. Se nos ha infundido un renovado agradecimiento por el profeta José Smith, así como por su vida y por el Evangelio restaurado de Jesucristo.

La Primera Presidencia de la Iglesia las ama y tiene confianza en ustedes y en sus líderes. Ustedes son un ejemplo de rectitud en un mundo que necesita desesperadamente su influencia y su fortaleza.

Tal vez el grito de batalla de ustedes se compare a la admonición que le dio el apóstol Pablo a su amado hermano Timoteo: “…sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza”.

En nuestra época, la permisividad, la inmoralidad, la pornografía y el poder de persuasión de las amistades hace que muchos jóvenes sean echados a un mar de pecado y arrojados contra los recortados arrecifes de las oportunidades perdidas, de las bendiciones desperdiciadas y de los sueños destrozados.

Quisiera dejar con ustedes, selectas jovencitas, madres, líderes y asesoras de las Mujeres Jóvenes, un código de conducta que les sirva de guía segura en esta vida terrenal y en el camino que las lleve al reino celestial de nuestro Padre Celestial. He dividido mi código de conducta en cuatro partes:

  • Tienen un patrimonio; hónrenlo.

  • Se enfrentarán con tentaciones; rechácenlas.

  • Conocen la verdad; vivan de acuerdo con ella.

  • Poseen un testimonio; compártanlo.

Primero, tienen un patrimonio; hónrenlo. Como un trueno llegan a nuestros oídos las palabras del monte Sinaí: “Honra a tu padre y a tu madre”.

¡Ah! Cuánto las aman sus padres y cuánto oran por cada una. Hónrenlos.

¿Cómo honran a sus padres? Me agradan las palabras de William Shakespeare: “Los que no saben manifestar su amor, no aman”. Hay innumerables formas en las que ustedes pueden demostrar el amor que tienen por su madre y por su padre. Pueden obedecerles y seguir sus enseñanzas, ya que ellos nunca las guiarán por mal camino. Pueden tratarlos con respeto; ellos han sacrificado mucho por ustedes y seguirán haciéndolo.

Sean honradas con su madre y con su padre. Una de las manifestaciones de esa honradez con los padres es el tener una buena comunicación con ellos. Eviten el distanciamiento y el silencio. El tictac del reloj se hace ensordecedor, las manecillas de éste se mueven más lentamente cuando afuera está oscuro, ya es tarde y la querida hija aún no ha llegado a casa. Si se han retrasado, llamen a sus padres por teléfono: “Mamá, papá, estamos bien. Nos hemos detenido a comer algo. No se preocupen; estamos bien. Llegaré pronto a casa”.

Hace unos cuantos años, mientras me encontraba con un grupo de jóvenes en el cementerio de Clarkston, Utah, cada uno de ellos observó detenidamente el monumento que marca la tumba de Martin Harris, uno de los Tres Testigos del Libro de Mormón. Cerca de ella, había otra lápida pequeña en la que figuraba un nombre acompañado por esta conmovedora rima: “Una luz de nuestro hogar se ha marchado; una voz querida ya nunca más se oirá. En el corazón un vacío ha quedado que nadie jamás llenará”.

No aguarden hasta que esa luz del hogar se marche; no esperen hasta que esa voz querida deje de oírse para decir: “Te quiero, mamá; te quiero, papá”. Éste es el momento de pensar y el momento de agradecer; confío en que van a hacer las dos cosas. Tienen un patrimonio; hónrenlo.

El siguiente código de conducta: Se enfrentarán con tentaciones; rechácenlas.

El profeta José Smith se enfrentó con tentaciones. ¿Se imaginan el ridículo, el desprecio, la burla de que debe de haber sido blanco cuando declaró haber visto una visión? Supongo que tiene que haber sido casi insoportable para el muchacho. Él sabía sin duda que sería mucho más fácil retractarse de lo que había dicho en cuanto a la visión y seguir con su vida normal. Sin embargo, no se dio por vencido y de este modo se expresó en cuanto al asunto: “Yo efectivamente había visto una luz, y en medio de la luz vi a dos Personajes, los cuales en realidad me hablaron; y aunque se me odiaba y perseguía por decir que había visto una visión, no obstante, era cierto… había visto una visión; yo lo sabía, y sabía que Dios lo sabía; y no podía negarlo”. José Smith enseñó el valor por medio de su ejemplo, se enfrentó con la tentación y la rechazó.

Muchas de ustedes conocerán la obra Camelot. Quisiera compartir con ustedes uno de mis pasajes predilectos de esa producción. Al escalar las dificultades entre el rey Arturo, Sir Lancelot y la reina Ginebra, el rey advierte: “No debemos permitir que nuestras pasiones destruyan nuestros sueños”. Esta misma súplica quisiera dejar con ustedes hoy: No permitan que sus pasiones destruyan sus sueños. Rechacen las tentaciones.

Recuerden las palabras del Libro de Mormón: “la maldad nunca fue felicidad”.

El siguiente consejo es esencial para su éxito y felicidad: “Escojan sus amistades con cuidado”. Tenemos la tendencia a volvernos como las personas a las que admiramos y ellas son, generalmente, nuestros amigos. Debemos relacionarnos con personas que, al igual que nosotros, no tengan una visión limitada de las cosas de la vida, ni tengan metas sin sentido ni ambiciones vanas, debemos relacionarnos con personas que valoren las cosas que tienen mayor importancia, o sea, personas que tengan objetivos eternos.

Mantengan una perspectiva eterna que incluya el casamiento en el templo. No hay escena más grata, ni momento más sagrado que el día especial en que se casen, pues en él tendrán una pequeña visión de la dicha celestial. Estén alerta y no permitan que la tentación las prive de esa bendición.

Antes de tomar cualquier decisión, háganse estas preguntas: ¿Cómo me afectará?, ¿cómo me beneficiará?, y vean que su código personal de conducta no recalque tanto el “¿qué pensarán los demás?”, sino, más bien, el “¿qué pensaré yo de mí misma?”. Déjense influenciar por la voz apacible y delicada del Espíritu; tengan presente que hace algunos años, un hombre con la debida autoridad puso las manos sobre la cabeza de ustedes en el momento de la confirmación y dijo: “Recibe el Espíritu Santo”. Abran el corazón, abran el alma misma, a los susurros de esa voz que testifica de la verdad. Como prometió el profeta Isaías: “…tus oídos oirán… palabra que diga: Este es el camino, andad por él”.

El tenor de estos tiempos es la permisividad. A nuestro alrededor vemos los ídolos del cine, los héroes del mundo de los deportes —aquellos a quienes los jóvenes quieren imitar— haciendo caso omiso de las leyes de Dios y justificando procederes pecaminosos, argumentando que no tienen mayores efectos negativos. ¡No lo crean! Un día tendremos que rendir cuentas y poner nuestros actos en los platillos de la balanza. Toda Cenicienta tiene su medianoche, momento al que conocemos como el día del juicio final, el gran examen de nuestra vida. ¿Están preparadas? ¿Están satisfechas con su propia actuación?

La ayuda puede provenir de muchas fuentes, y una de ellas es la bendición patriarcal. Tal bendición contiene los capítulos de su propio libro de posibilidades eternas. Lean su bendición con regularidad, estúdienla detenidamente, déjense guiar por sus advertencias y vivan dignas de sus promesas.

Ahora bien, si alguna ha dado un traspié, hay forma de regresar por medio del proceso del arrepentimiento. Nuestro Salvador murió a fin de ofrecernos a todos nosotros ese bendito don. Aunque el sendero es difícil, la promesa es real: “…si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos”; “…y no me acordaré más de [ellos]”. Es mi oración que, al enfrentarse ustedes con las tentaciones, las rechacen.

A continuación en nuestro código de conducta: Conocen la verdad; vivan de acuerdo con ella.

Después de su visión en la Arboleda Sagrada, José Smith no recibió ninguna otra comunicación durante tres años. ¿Se imaginan qué sentirían si vieran a Dios el Padre y a Jesucristo, Su Hijo, si Cristo les hubiera hablado y después no escucharan ni una palabra durante tres años? ¿Empezarían a dudar?, ¿se preguntarían por qué? El profeta José Smith no cuestionó ni dudó del Señor; había recibido la verdad y vivió de acuerdo con ella.

Mis queridas jóvenes amigas, a ustedes se las reservó para nacer en esta época en particular en la que el Evangelio de Jesucristo ha sido restaurado en la tierra. Refiriéndose al Evangelio y al testimonio, el presidente Gordon B. Hinckley dijo: “Eso, que llamamos testimonio… es tan real y potente como cualquier otra fuerza en la tierra… Se encuentra tanto en los jóvenes como en los viejos… Nos da la seguridad de que la vida tiene un propósito, de que hay cosas que tienen mucha más importancia que otras, de que estamos en una jornada eterna, de que somos responsables ante Dios”.

A ustedes, sus padres y los maestros de la Iglesia, les han enseñado las verdades del Evangelio. Seguirán encontrando verdades en las Escrituras, en las enseñanzas de los profetas y mediante la inspiración que reciban al arrodillarse para pedir la ayuda de Dios.

Recuerden, la fe y la duda no pueden existir en la mente al mismo tiempo, porque una hará desvanecerse a la otra. Desechen las dudas, cultiven la fe, esfuércense siempre por conservar esa fe como la de los niños capaz de mover montañas y de acercar los cielos al corazón y al hogar.

Si está bien arraigado, su testimonio del Evangelio, del Salvador y de nuestro Padre Celestial influirá en todo cuanto hagan a lo largo de su vida. Les ayudará a determinar cómo empleen el tiempo y con quiénes decidan relacionarse. Influirá en la manera de tratar a sus familiares y en su interacción con otras personas. Traerá amor, paz y dicha a su vida y les ayudará a determinar ser modestas en el vestir y en su forma de hablar. En el último año, más o menos, hemos notado un cambio dramático en la forma en la que algunas de nuestras jóvenes se visten. Los estilos de llevar la ropa cambian; las modas van y vienen, pero si tales estilos son poco recatados, es importante que nuestras jóvenes los eviten. Cuando ustedes se visten modestamente, demuestran respeto hacia nuestro Padre Celestial y hacia ustedes mismas. En la actualidad, en que la moda refleja el estilo de vestimenta escasa de tela que usan algunos de los ídolos actuales del cine y de la música, podría ser difícil conseguir ropa modesta en las tiendas. Sin embargo, es posible y es importante. El apóstol Pablo dijo: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?… el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es”. Ustedes conocen la verdad, ¡vivan de acuerdo con ella!

Finalmente, ustedes poseen un testimonio, compártanlo. No subestimen nunca la influencia trascendental que éste tiene. Pueden fortalecerse mutuamente; tienen la capacidad de reparar en las personas en las que los demás ni siquiera reparan. Si tienen ojos para ver, oídos para oír y corazón para sentir, les es posible extender una mano de ayuda y rescatar a gente de la edad de ustedes.

Con el fin de ilustrar eso, les voy a contar un suceso que tuvo lugar hace varios años, cuando mi esposa estuvo internada en el hospital a consecuencia de una caída. Ella me pidió que fuera al supermercado, cosa que yo nunca había hecho antes. Tenía las cosas anotadas en una lista, entre ellas, papas. Encontré en seguida un carrito y puse varias papas dentro; no tenía ni idea de que había bolsas de plástico para poner las cosas dentro. Al empujar el carrito, las papas se cayeron al suelo por las dos pequeñas aberturas que tenía en la parte de atrás. Una diligente empleada se apresuró a socorrerme y me dijo: “¡Permítame ayudarlo!”. Traté de explicarle que mi carrito estaba defectuoso. Sólo entonces se me explicó que todos tienen dos orificios en la parte de atrás para que los niños pequeños que se sienten en el carrito pasen por allí las piernecitas.

En seguida, la empleada tomó mi lista y me ayudó a buscar todo. Después, me dijo: “Usted es el obispo Monson, ¿verdad?”.

Le respondí que, verdaderamente, muchos años atrás había sido obispo. Ella siguió diciendo: “En esa época yo vivía en la calle Gale, en su barrio, y no era miembro de la Iglesia. Usted se aseguró de que las jovencitas que eran miembros se pusieran en contacto conmigo todas las semanas y me llevaran a la Mutual y a las demás actividades. Eran unas jóvenes encantadoras, cuya amistad y bondad me conmovieron. Quiero decirle que el hermanamiento que usted organizó para mi beneficio llevó a que me bautizara y se me confirmara miembro de la Iglesia. Ésa ha sido una gran bendición en mi vida y yo le agradezco su bondad”.

Ustedes pueden compartir su testimonio de muchas formas: por medio de lo que hablen, por el ejemplo que den y por la forma en que vivan.

Ruego que cada uno de nosotros emule el ejemplo grandioso del profeta José. Él enseñó la verdad; él vivió de acuerdo con la verdad; él compartió la verdad. Ustedes poseen un testimonio; compártanlo.

Mis queridas hermanas, que Dios las bendiga. Las amamos y oramos por ustedes. Recuerden que ustedes no están solas. El Señor les ha prometido: “…yo… iré delante de vuestra faz. Estaré a vuestra diestra y a vuestra siniestra, y mi Espíritu estará en vuestro corazón, y mis ángeles alrededor de vosotros, para sosteneros”.

Mañana es Pascua de Resurrección. Ruego que esta víspera de la Pascua nuestros pensamientos se vuelvan a Él que expió nuestros pecados, que nos mostró la forma de vivir, el modo de orar y que demostró, mediante Sus propios hechos, la forma de hacerlo. Habiendo nacido en un establo y habiendo sido acunado en un pesebre, el Hijo de Dios nos invita a todos nosotros a seguirlo. “Gozoso, canto con fervor: Yo sé que vive mi Señor”. Que Su Espíritu esté con ustedes siempre, ruego en Su santo nombre, sí, el del Señor Jesucristo. Amén.

Notas

  1. 1 Timoteo 4:12.

  2. Éxodo 20:12.

  3. Véase William Shakespeare, Los dos hidalgos de Verona, Acto I, Escena II, Aguilar, S. A. de Ediciones, Madrid, 1997, pág. 190.

  4. José Smith—Historia 1:25.

  5. Alma 41:10.

  6. Isaías 30:21.

  7. Isaías 1:18.

  8. Jeremías 31:34.

  9. Gordon B. Hinckley, “El testimonio”, Liahona, julio de 1998, págs. 75–76.

  10. 1 Corintios 3:16–17.

  11. D. y C. 84:88.

  12. Samuel Medley, “Yo sé que vive mi Señor”, Himnos, Nº 73.