Permanezcamos en lugares santos
Deseo animar a nuestros santos de todo el mundo a esforzarse por permanecer más tiempo en lugares santos, siempre que sea posible.
Mis queridos hermanos, hermanas y amigos de todo el mundo, dirigirles la palabra es un gozo y una gran responsabilidad. Les expreso mi amor, respeto y aprecio.
De todos lados nos bombardean con una cantidad de mensajes que no queremos ni necesitamos. En un día se genera más información de la que podamos absorber en toda una vida. A fin de que todos disfrutemos plenamente de la vida, es preciso que tengamos momentos serenos y paz mental. ¿Cómo lo logramos? Hay una sola respuesta. Debemos elevarnos por encima del mal que nos invade; debemos seguir el consejo del Señor, que dijo: “He aquí, es mi voluntad que todos los que invoquen mi nombre, y me adoren de acuerdo con mi evangelio eterno, se congreguen y permanezcan en lugares santos”.
Inevitablemente nos encontramos en tantos lugares impuros y estamos sujetos a tantos elementos que son vulgares, profanos y que destruyen el Espíritu del Señor que deseo animar a nuestros santos de todo el mundo a esforzarse por permanecer más tiempo en lugares santos, siempre que sea posible. Los lugares más santos son nuestros sacros templos; en sus recintos se siente un consuelo sagrado. Debemos ser dignos de llevar nuestra familia al templo para ser sellados por la eternidad. Además, debemos buscar los datos de nuestros parientes muertos a fin de que ellos también puedan ser sellados a nosotros en un templo. Debemos procurar empeñosamente la santidad para ser “ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza”. De ese modo, podemos mantener y fortalecer nuestra propia relación personal con Dios.
La santidad es la fortaleza del alma y proviene de la fe por medio de la obediencia a las leyes y ordenanzas de Dios. Él entonces purifica el corazón por la fe y éste queda limpio de todo lo que sea profano e indigno. Cuando se logra la santidad por conformarse a la voluntad de Dios, se sabe intuitivamente lo que es malo y lo que es bueno ante el Señor. En el silencio, la santidad nos habla animándonos a lo que es bueno y reprendiendo lo malo.
La santidad es también una norma de la rectitud. En algunos comentarios que hizo el presidente Brigham Young en el Tabernáculo de Salt Lake, el 16 de febrero de 1862, empleó la expresión “Santidad al Señor”. Luego explicó lo que esa expresión significaba para él, diciendo: “Treinta años de experiencia me han enseñado que todo momento de mi vida debe ser de santidad al Señor y que ésta provenga de tener equidad, justicia, misericordia y rectitud en todas mis acciones, lo cual es el único comportamiento por el que puedo tener conmigo el Espíritu del Todopoderoso”.
El año pasado uno de mis nietos fue con la esposa a la ciudad de Nueva York con sus padres para asistir al hermoso y nuevo Templo de Manhattan. En la calle, el constante trajín y el ruido de miles de personas era ensordecedor. Al detenerse el taxi delante del templo, Katherine, la esposa de mi nieto, se emocionó porque, aunque todavía se hallaban fuera del templo, había percibido su santidad. Entraron, dejando atrás el ruidoso mundo, y adoraron al Señor en Su casa. Fue una experiencia sagrada e inolvidable para ellos.
Tal como nos lo enseñó el presidente Gordon B. Hinckley: “De vez en cuando, sentimos el deseo de dejar atrás el alboroto y el tumulto del mundo y entrar en los recintos de la santa casa de Dios, para sentir Su Espíritu en ese ambiente de santidad y paz”. Esta oración de José Smith en la dedicación del Templo de Kirtland ha sido, en verdad, contestada: “Y para que todas las personas que pasen por el umbral de la casa del Señor sientan tu poder y se sientan constreñidas a reconocer que… es tu casa, lugar de tu santidad”.
En el funeral del patriarca Joseph Smith, padre, se describieron con las siguientes palabras los sentimientos que él tenía con respecto al templo: “El estar en la casa del Señor y aprender en Su templo era su deleite cotidiano; y en él disfrutó de muchas bendiciones y pasó muchas horas en dulce comunión con su Padre Celestial. Ha recorrido sus pasillos sagrados, solo y apartado de la humanidad, mucho antes de que el soberano del día apareciera por el horizonte; y entre sus paredes, mientras la naturaleza dormía, ha expresado sus aspiraciones. Dentro de sus recintos santos se le han abierto visiones de los cielos y su alma se ha deleitado en los tesoros de la eternidad”.
Estoy agradecido de ver en todos nuestros templos las palabras: “La Casa del Señor. Santidad al Señor”. Las raíces de ese recordatorio de lugares santos se remontan a las épocas del Antiguo Testamento. Zacarías nos recuerda que llegaría el día en que “estará grabado sobre las campanillas de los caballos: SANTIDAD A JEHOVÁ… Y toda olla en Jerusalén y Judá será consagrada a Jehová de los ejércitos…”. Admiro mucho los pomos de las puertas del Templo de Salt Lake, artísticamente diseñados, en cada uno de los cuales está grabado el recordatorio “Santidad al Señor”.
Cuando era un muchachito, hace más de sesenta y cinco años, y vivía en el sur de Utah, me conmovían las palabras “Santidad al Señor” que se hallaban en algunos edificios de los pueblos pequeños. Esas palabras doradas eran muchas veces el principal adorno de los edificios más importantes, como la tienda cooperativa y el almacén del obispo. Tengo todavía algunos certificados de acciones de ZCMI, una institución mercantil pionera, que llevan las firmas de John Taylor, Brigham Young, Wilford Woodruff, Joseph F. Smith, Lorenzo Snow, Heber J. Grant, George Albert Smith y David O. McKay. En cada certificado se encuentran impresas las palabras “Santidad al Señor”. Me pregunto qué se habrá hecho de esos lemas de santidad. ¿Se han esfumado, como tantos otros recordatorios de fe y devoción?
Los días de nuestra vida se verán grandemente bendecidos si frecuentamos los templos para aprender sobre las trascendentales relaciones espirituales que tenemos con la Deidad. Es preciso que nos esforcemos más por encontrarnos en lugares santos. Los convenios y observancias ceremoniales del templo son medios para asegurarnos la santidad de carácter. Por el deseo que tenemos de crear en nuestro pueblo un compromiso mayor hacia la obra sagrada del templo, debemos exhortarlos a contemplar más hondamente la profunda importancia espiritual de encontrarse en él. Según nos dijo Pablo: “…porque la letra mata, mas el espíritu vivifica”.
Y en nuestros días el presidente Gordon B. Hinckley nos ha dicho: “Si todo hombre de la Iglesia que haya recibido el Sacerdocio de Melquisedec se hiciera digno de tener una recomendación para el templo, y luego fuera a la Casa del Señor a renovar sus convenios con solemnidad ante Dios y los testigos, seríamos una gente mejor. Habría poca o ninguna infidelidad entre nosotros; el divorcio casi desaparecería y se evitaría gran parte del dolor y el sufrimiento. Habría más paz, amor y felicidad en nuestros hogares; habría menos mujeres y niños llorando. Existiría entre nosotros mayor aprecio y respeto mutuos. Y estoy seguro de que el Señor estaría más contento con nosotros y nos favorecería más”.
Los santos deben hacer su investigación de datos familiares y asistir al templo porque se sientan movidos por el Santo Espíritu a hacerlo. Entre otras razones, debemos ir al templo para salvaguardar nuestra propia santidad y la de nuestra familia.
Además del templo, nuestro hogar debe ser, sin duda, otro lugar santo en la tierra. Los sentimientos de santidad que había en mi hogar me prepararon para los sentimientos de santidad en el templo. Antes de irme en mi primera misión a Brasil, mi madre me confeccionó amorosamente a mano una prenda de la ropa del templo para que usara cuando fuera al templo. Ahora está vieja y deshilachada, pero es un símbolo especial y sagrado del amor de mi madre por lo que es santo.
Gracias a mi amada esposa, Ruth, puedo decir que nuestro hogar ha sido un lugar donde hemos procurado honrar el espíritu de santidad al Señor. No siempre tuvimos éxito, por supuesto. Pero hicimos el esfuerzo. Cuando era un padre joven y me sentía abrumado por la responsabilidad de proveer lo temporal para mi familia, atender a mis llamamientos de la Iglesia y a diversos deberes cívicos, Ruth me encaminaba amorosa y pacientemente hacia mi responsabilidad paternal en nuestro hogar.
Por ejemplo, me recordaba cuando llegaba el momento de la noche de hogar y cariñosamente me sugería lo que podría ser apropiado que estudiáramos en esa reunión. También me ayudaba a mantenerme al día con asuntos familiares importantes, como cumpleaños y actividades de los hijos en las que necesitaran mi tiempo y apoyo. Todavía cumple ese servicio tan importante y apreciado. Si queremos realmente que nuestro hogar sea un lugar de santidad, debemos procurar con más empeño todo lo que sea propicio al Espíritu del Señor.
Nuestras capillas se dedican al Señor como lugares santos, y se nos dice que debemos ir a la casa de oración y ofrecer nuestros sacramentos en Su día santo. El tomar la Santa Cena es un privilegio solemne y sagrado. En nuestras capillas se nos enseñan principios del Evangelio, se bendice a los niños, se confirma a los miembros y se les da el don del Espíritu Santo, y se expresan testimonios de la veracidad del Evangelio. Una conversa de Texas dijo que cuando entró por la puerta de la capilla, percibió un ambiente de santidad que nunca en su vida había sentido.
Debemos esforzarnos más por ser un pueblo santo. Vivimos en la plenitud de los tiempos. Es mucho lo que se ha restaurado por medio del profeta José Smith. Todo eso nos coloca en una relación especial con el Señor. Somos los beneficiarios, los guardianes y los protectores de estas responsabilidades bajo la delegación, la autoridad y la dirección del presidente Hinckley, que posee todas las llaves. Por ser hijos del Señor, debemos empeñarnos diariamente en elevarnos a un nivel más alto de rectitud personal en todas nuestras acciones. Debemos protegernos constantemente de todas las influencias de Satanás.
Como lo enseñó el presidente Brigham Young: “Todo momento de [nuestra] vida debe ser de santidad al Señor… lo cual es el único comportamiento por el que [podremos] tener [con nosotros] el Espíritu del Todopoderoso”. Que el Señor bendiga a cada uno de nosotros en esta responsabilidad de ofrecer santidad al Señor permaneciendo en lugares santos. Ahí es donde encontraremos la protección espiritual que necesitamos para nosotros y para nuestra familia; es la fuente de ayuda para hacer avanzar la palabra del Señor en nuestro tiempo. El permanecer en lugares santos contribuirá a que nos elevemos por encima de las influencias malas de nuestra época y nos acerquemos más a nuestro Salvador. Testifico que si lo hacemos, el Señor nos bendecirá para siempre y seremos poderosos “en fe y en obras”. En el nombre de Jesucristo. Amén.