El sacrificio es un gozo y una bendición
Ruego que todos lleguemos a ser santos, que estemos dispuestos a sacrificar y a ser merecedores de las bendiciones especiales del Señor.
Hermanos y hermanas, buenas tardes. El profeta José Smith enseñó que “una religión que no requiera el sacrificio de todas las cosas jamás tendrá el poder suficiente para producir la fe necesaria para vida y salvación” (“La ley de sacrificio”, Liahona, marzo de 2002, pág. 12). Si resumimos la historia de las Escrituras, podemos decir que es la historia del sacrificio.
En las Escrituras encontramos ejemplos maravillosos de aquellos que sacrificaron su vida a fin de guardar su fe y su testimonio. Un ejemplo es el relato de Alma y Amulek, cuando tuvieron que soportar el dolor de ver que los del pueblo de Ammoníah fueron arrojados al fuego y murieron, y sin embargo guardaron su fe (véase Alma 14:7–13).
También pensamos en Jesucristo, quien condescendió a venir de la presencia de Su Padre a esta tierra e hizo el sacrificio de salvar al mundo, pasando los dolores más grandes que haya soportado persona alguna.
En esta última dispensación del Evangelio, muchos pioneros perdieron la vida e hicieron el sacrificio máximo para guardar la fe.
Es probable que hoy no se nos pida hacer un sacrificio tan grande como el dar la vida, pero vemos muchos ejemplos de santos que hacen dolorosos sacrificios para mantener viva la fe y el testimonio. Tal vez sea más difícil hacer los pequeños sacrificios diarios; por ejemplo, se podrían considerar como pequeños sacrificios el santificar el día de reposo, leer a diario las Escrituras o pagar diezmos, pero esos sacrificios no se pueden hacer con facilidad a menos que nos propongamos y tengamos la determinación de hacer los sacrificios necesarios para guardar esos mandamientos.
Al hacer esos pequeños sacrificios, se nos compensa con más bendiciones del Señor. El rey Benjamín dijo: “Y aún le sois deudores; y lo sois y lo seréis para siempre jamás” (Mosíah 2:24) y, así como lo hizo con su propio pueblo, el rey Benjamín nos anima a fin de que recibamos más bendiciones a medida que sigamos obedeciendo la palabra del Señor.
Creo que la primera bendición que deriva del sacrificio es el gozo que sentimos cuando pagamos el precio. Tal vez el sólo pensar que el sacrificio mismo podría llegar a ser una bendición se convierta en una bendición. Cuando pensemos de esa manera y sintamos gozo, es posible que ya hayamos recibido una bendición.
Hace poco vi esa clase de bendición entre los santos de Corea que participaron en la celebración del cincuentenario de la dedicación de la Iglesia en Corea y el bicentenario del nacimiento de José Smith. Me gustaría relatarles brevemente los sacrificios que hicieron y el gozo y la bendición que recibieron.
Para celebrar el Evangelio que dio tanta esperanza y valor a los del pueblo de Corea que tanto sufrieron por la Guerra de Corea, los miembros empezaron los preparativos para dicha celebración hace más de un año. Muchos de los miembros de Corea —la Primaria, los Hombres Jóvenes, las Mujeres Jóvenes, los adultos solteros, las hermanas de la Sociedad de Socorro y otros— se reunieron para practicar. Prepararon muchos bailes folclóricos tradicionales, incluso los bailes de la flor, del círculo, del abanico y del granjero. Tocaron tambores, presentaron taekwondo, drama, bailes de salón y números musicales; otros espectáculos y presentaciones corales.
Debido a que los ruidos de tambor que hacían los jóvenes eran tan fuertes, los vecinos se quejaron, y tuvieron que dejar de practicar. Era muy difícil practicar durante períodos largos, pero lo hacían con gozo. No encontré a nadie que se quejara por el esfuerzo y el sacrificio que hacían de levantarse a las 4 de la mañana para tomar el autobús para ir a la práctica combinada. Sentían gran gozo y gratitud por las bendiciones del Señor y por la oportunidad de demostrar su agradecimiento.
Muchos ex misioneros de otras tierras regresaron a Corea con sus esposas e hijos para esa celebración. Hicieron el sacrificio cuando fueron Corea a servir en la misión hace mucho tiempo. Esta vez hicieron otro sacrificio de tiempo y de dinero para llevar a sus familias y participar en la celebración durante el verano tan caluroso. Pero se regocijaron y estuvieron agradecidos por todas las celebraciones en las que participaron.
A fin de animar a los santos coreanos y a otros, el Señor envió a Corea a Su Profeta, el presidente Gordon B. Hinckley. El presidente Hinckley hizo un gran sacrificio para realizar ese viaje, y programó un viaje de 13 días alrededor del mundo y fue a Corea para reunirse con los santos a los que tanto ha amado por muchos años y para expresarles personalmente el amor del Señor. Nadie sintió que eso fuera un sacrificio; más bien, teníamos lágrimas de gozo y gratitud. Ésa es la bendición a la que me refería.
Hermanos y hermanas, no tengan miedo de sacrificarse. Por favor disfruten de la felicidad y de las bendiciones del sacrificio en sí.
A veces hay una brecha de tiempo entre el sacrificio y la bendición. Tal vez el sacrificio se presente de acuerdo con nuestro calendario, pero la bendición no vendrá según nuestro calendario, sino con el del Señor. Por esa razón, el Señor nos consuela cuando dice: “Por tanto, no os canséis de hacer lo bueno, porque estáis poniendo los cimientos de una gran obra” (D. y C. 64:33).
Ciertamente recibimos las bendiciones. Recuerden que el sacrificio en sí puede constituir una bendición. Sacrifiquemos las cosas pequeñas.
Al leer el Libro de Mormón, mientras nos restregamos los ojos soñolientos, recordemos que estamos siguiendo el consejo de nuestro Profeta y recibamos el gozo que proviene de ese conocimiento. Tenemos muchas cuentas que pagar, pero cuando paguemos el diezmo, sintamos gozo por tener la oportunidad de donar algo al Señor.
Entonces se derramarán sobre nosotros grandes bendiciones. Será algo semejante a la sorpresa y el gozo que sentimos cuando recibimos un regalo inesperado.
Como dijo el presidente Spencer W. Kimball: “Cuando damos, vemos que ‘por sacrificios se dan bendiciones’ [“Loor al Profeta,” Himnos, Nº 15], y al final, comprendemos que no se trataba de un sacrificio (véase “Convirtámonos en puros de corazón”, Liahona, agosto de 1978, pág. 130). Ruego que todos lleguemos a ser santos, que estemos dispuestos a sacrificarnos y a ser merecedores de las bendiciones especiales del Señor. Él velará por nosotros para que ningún sacrificio sea demasiado difícil de soportar. En el nombre de Jesucristo. Amén.