Gratos momentos
Si buscamos al Señor y Su guía, si nos esforzamos por regresar a nuestro Padre Celestial, los gratos momentos vendrán.
¡Cuán agradecidos estamos por nuestro profeta viviente, el presidente Gordon B. Hinckley, y por sus palabras: “Dios bendiga a la Sociedad de Socorro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días1”! Toda hermana de esta Iglesia pertenece a la Sociedad de Socorro y cada una de nosotras siente el amor que es tan abundante en esta organización divinamente instituida.
Mi corazón se enternece por ustedes, hermanas que han sido afectadas tan seriamente por los recientes desastres naturales. Me regocijo en los relatos de mujeres valientes que prestan y reciben servicio; por medio del servicio, tanto la que sirve como la que recibe el servicio experimentan el amor del Señor. En estos momentos de prueba, ruego que ustedes sientan Su amor y también mi amor y el amor de sus muchas hermanas de la Sociedad de Socorro.
El profeta José Smith estableció la trayectoria de la Sociedad de Socorro cuando en 1842 dijo a las hermanas: “Es natural en la mujer tener sentimientos de caridad y benevolencia. Ahora os halláis en posición tal que podéis actuar de acuerdo con esa compasión que Dios ha plantado en el alma de vosotras. Sí vivís de acuerdo con esos principios, ¡cuán grande y glorioso será!2”.
El profeta José Smith motivó a las hermanas de los primeros tiempos de la Sociedad de Socorro a ponerse en acción. En la actualidad, nosotras también tenemos oportunidades de prestar servicio como “instrumentos en las manos de Dios para realizar esta gran obra3”.
En términos sencillos, ¿qué significa ser un instrumento? Creo que significa cuidar con amor a los demás. José Smith lo llamó “actuar de acuerdo con esa compasión” en el corazón. He tenido muchos gratos momentos en los que he sentido que el Señor me ha utilizado como un instrumento. Pienso que ustedes también han recibido guía y ayuda al enseñar, y al brindar consuelo y aliento.
Sin embargo, en nuestra calidad de mujeres, ¡somos muy severas con nosotras mismas! Créanme cuando les digo que cada una de nosotras es mucho mejor de lo que pensamos. Debemos sentirnos felices cuando hacemos algo bien y, además, debemos reconocerlo. Mucho de lo que realizamos nos parece pequeño e insignificante, sencillamente algo que forma parte de la vida diaria. Cuando “Jehová nos llame para pedirnos cuenta”4, tal como el profeta José nos dijo, sé que tendremos mucho para compartir.
Voy a darles un ejemplo. Hace poco le pregunté al élder William W. Parmley acerca de los recuerdos que tenía de su madre, LaVern Parmley, quien fue Presidenta General de la Primaria por 23 años. Él no se refirió a los discursos que ella pronunció en las conferencias ni de los muchos programas que había puesto en marcha; sino que me habló de uno de los momentos más gratos que había tenido cuando tenía 17 años y se preparaba para ir a la universidad y recordaba sentarse junto a su madre mientras ella le enseñaba a pegar un botón. Con los niños de cualquier edad, los hechos pequeños y sencillos tienen un impacto imperecedero.
No todas tenemos hijos a quienes tenemos que enseñarles la costura básica. Las primeras hermanas formaban un grupo diverso, tal como nosotras; algunas eran casadas, otras solteras o viudas, pero todas ellas estaban unidas en propósito. Al estar con ustedes en muchos países y en muchos lugares, he sentido su amor. Hermanas: las amo y sé que el Señor también las ama.
Muchas de ustedes son solteras; son estudiantes, trabajan; son nuevas en la Sociedad de Socorro. Algunas hace mucho tiempo que son miembros; por favor, créanme cuando les digo que a cada una se la valora y se la necesita. Todas brindan amor, energía, puntos de vista, y testimonio a la obra. El empeño de ustedes de vivir cerca del Espíritu nos bendice a todas en virtud de que han aprendido a confiar en Él para pedir fortaleza y dirección.
Una tarde, Cynthia, una hermana soltera, sintió la inspiración de ir a ver a una hermana de la cual ella era maestra visitante. Ésta no se encontraba en casa, pero mientras Cynthia caminaba de regreso a casa, vio a una enfermera fuera de un hospital con dos niñas, ambas quemadas de gravedad. Cuando Cynthia oyó a la enfermera llamar a las pequeñas por su nombre, de pronto le sobrevinieron los recuerdos: ella había conocido a esas dos niñas cuatro años antes mientras era misionera en Bolivia. Al volver a reencontrarse con ellas en los jardines del hospital, era obvio que físicamente las niñas se encontraban en vías de recuperación; pero, sin ningún apoyo familiar, sufrían emocionalmente. Cynthia comenzó a visitar a las niñas y a cuidarlas con cariño. Al prestar oídos a los susurros del Espíritu, ella se convirtió en un instrumento de Dios para bendecir a dos niñas que extrañaban su hogar.
¿Hizo eso porque era soltera? No, lo hizo porque prestó atención al Espíritu y le entregó su corazón a Dios. Si estamos en armonía con el Espíritu, si buscamos al Señor y Su guía, si nos esforzamos por regresar a nuestro Padre Celestial, los gratos momentos vendrán.
En ocasiones, nuestra vida toma giros inesperados y tenemos que cambiar nuestros planes. Una hermana soltera escribió: “Creo que de adulta nunca sentí la verdadera felicidad hasta que llegué a la conclusión que mi estado civil no tenía nada que ver con mi valía como persona y como hija de mi Padre Celestial. En ese momento, comencé a concentrarme en mi progreso espiritual y personal y no en si alguna vez iba a contraer matrimonio o no”5.
Ven cuánto aprendemos y progresamos cuando compartimos con las demás nuestro testimonio de que el Señor vive y nos ama. Como dije antes, si pudiera hacer que les sucediera sólo una cosa a cada una de ustedes, sería que sintieran el amor del Señor en su vida diaria.
En ocasiones, recibimos ese amor en formas inesperadas. Kristen terminó una licenciatura de postgrado y recientemente ha dado a luz a su segundo hijo. Ella pensaba que los demás graduados habían logrado mucho más y se sentía renuente a asistir a la cena de graduación. Su miedo se vio confirmado, cuando, durante la cena, se les pidió a los alumnos que enumeraran sus logros profesionales. Kristen recordó: “De pronto me sentí abochornada y avergonzada. No tenía nada que escribir de mí, ningún puesto importante, ningún cargo digno de admiración”. Y para empeorar las cosas, el profesor leía las listas al entregar el diploma a cada alumno. La persona que precedió a Kristen había alcanzado grandes logros; ya tenía un doctorado, estaba recibiendo su segundo título de maestría e incluso ¡había sido alcalde! Ella recibió un gran aplauso.
Entonces fue el turno de Kristen, quien le entregó al profesor su hoja en blanco, tratando de contener las lágrimas. Él había sido uno de sus profesores y había alabado su desempeño. Cuando miró la hoja en blanco, sin dudar ni un instante anunció: “Kristen ha llevado a cabo la función más importante que existe en toda la sociedad”. Luego hizo una pausa de algunos segundos y con voz potente dijo: “Ella es la madre de sus hijos”. La gente, en lugar de unos pocos aplausos de cortesía, se puso de pie. Esa noche hubo sólo una ovación así, y fue para esa madre presente.
Madres: Ustedes son instrumentos en las manos de Dios, con la responsabilidad divina de enseñar y de criar con amor a sus hijos. Los pequeños necesitan de su mano bondadosa y amorosa. Al ponerlos a ellos en primer lugar, Él las guiará para saber cómo atenderlos mejor.
A todas las que tienen hijos mayores se las necesita en casa. Es cierto que hay frustraciones, pero también muchas satisfacciones. ¡Cuídenlos! Al haber criado a cuatro hijos muy activos, he aprendido una o dos cosas acerca de ser un instrumento: ¡Disfruten de la energía de esos años! Hagan de su hogar un lugar protegido, feliz y tranquilo en donde los amigos sean bienvenidos. Escuchen, brinden cariño y compartan con sus hijos historias de su niñez y de su juventud.
Tengan confianza en lo que puedan llegar a ser sus hijos. Nosotros teníamos un toque de queda en la familia y le decíamos a nuestros hijos que el Espíritu Santo se acostaba a medianoche. Cuando ellos no llegaban a casa, en algunas ocasiones el Espíritu Santo me inspiró a ir a buscarlos. Eso sorprendía a algunas de las jóvenes que estaban con ellos. Nos reímos ahora, pero debo admitir que en aquella época no me causaba ninguna gracia.
Estén al alcance de la mano siempre que sus hijos las necesiten. Siéntense con ellos cuando se hayan ido a acostar y disfruten de la última conversación de la noche: ¡y traten de mantenerse despiertas! Pidan al Señor que las inspire. Perdonen con frecuencia. Escojan sus batallas. Testifiquen constantemente de Jesucristo y de Su bondad, y de la Restauración. Y por sobretodo, háganles saber que ustedes confían en el Señor.
Si sus hijos ya están grandes y han dejado el hogar; si son solteras, divorciadas o viudas, no permitan que esa circunstancia gobierne su disposición de compartir las experiencias que hayan tenido. Hace falta su voz.
En una lección de domingo en la Sociedad de Socorro de mi barrio, hablábamos sobre cómo se logra un buen matrimonio. Una hermana, Lisa, dijo: “Yo quizás no debería opinar, ya que soy divorciada, pero lo que me ha hecho seguir adelante son los convenios que he hecho en el templo”. Después de la lección, pregunté a algunas de las nuevas jóvenes adultas de la Sociedad de Socorro “¿qué había sido lo más relevante para ellas de la lección? Éstas dijeron: “El comentario de Lisa fue lo que más nos impactó”.
Mis queridas hermanas mayores, puedo ver la imagen de Dios en sus nobles semblantes. ¡Cuánto ha influido la sabiduría, la paciencia y la experiencia de ustedes en tantas personas! Mary, mi extraordinaria suegra, habiendo ya pasado los noventa, solía decir: “La gente piensa que porque soy una anciana no sé nada”. Permítanme decirles lo que ella sabía y lo que logró. Mientas se encontraba viviendo en una residencia para ancianos, Mary le preguntó al administrador si podían utilizar una habitación para llevar a cabo los servicios de la Iglesia. Él le dijo que “no” porque el centro no apoyaba ninguna religión. ¡Ella se negó a aceptar esa respuesta! Con algunas de las hermanas residentes allí, Mary siguió insistiendo hasta que le dieron un cuarto. Enseguida se organizó una rama y los miembros se reunieron todos los domingos para participar de la Santa Cena y para renovar sus convenios. La edad no es una barrera para convertirse en un instrumento en las manos de Dios.
Existe un sinnúmero de formas de ser instrumentos en las manos de Dios. Por ejemplo, sean la clase de maestras visitantes que siempre han deseado tener; pregunten a una joven adulta soltera sobre lo que le gusta en lugar de preguntarle por qué no se ha casado; compartan en lugar de acumular; elijan con cuidado su vestimenta, su forma de hablar y sus diversiones; sonrían a su esposo o al hijo que sabe les ha causado frustración y disgustos; pongan el brazo alrededor de los hombros de una jovencita; enseñen en la guardería con un corazón feliz; demuestren por medio de su actitud que han encontrado gozo en el camino de la vida. El profeta José Smith dijo de todo ello: “Si cumplís con vuestros privilegios, no se podrá impedir que os asociéis con los ángeles6”.
Les testifico que estamos embarcadas en la obra de Dios. Les agradezco su devoción hacia sus familias, hacia la Sociedad de Socorro y a la Iglesia. Les agradezco que sean instrumentos en las manos de Dios para sacar adelante esta gran obra. Que sientan el amor de Dios en su vida y que compartan ese amor con los demás, es mi oración, en el nombre de Jesucristo. Amén.