2006
Rompamos las cadenas del pecado
Julio de 2006


Rompamos las cadenas del pecado

La inicua práctica de la esclavitud ha existido en varias civilizaciones a través de la historia del mundo. Nos sorprende que hombres, mujeres y niños se puedan adquirir o vender como un producto comercial y ser sometidos a un sufrimiento prolongado en beneficio de otras personas. La descripción de “la crueldad del hombre para con el hombre” de estos relatos nos estremece; y cuando escuchamos que la esclavitud aún existe hoy en algunas partes del mundo, quedamos horrorizados.

Entonces, ¿cómo es que tantos, por voluntad propia, renuncian a su libertad y se someten a sí mismos y a sus seres queridos a ese maestro cuyo único propósito es el de lograr que se vuelvan “miserables como él”? (2 Nefi 2:27).

El cautiverio espiritual

Muchos piensan que el cautiverio significa el encarcelamiento impuesto por otras personas. El cautiverio físico es abominable, pero sus efectos no tienen por qué durar eternamente. La mayor esclavitud que existe es al padre de las mentiras: una forma de cautiverio que es mucho más devastadora y que puede durar mucho más tiempo. Sorprendentemente, este cautiverio espiritual es el resultado de nuestras propias decisiones a medida que nos entregamos a deseos y a pasiones sin control. Podemos quedar cautivos del pecado, o bien de la búsqueda del honor de los hombres, como la fama, la riqueza, el poder político o la posición social. También podemos convertirnos en esclavos si sentimos un interés desmedido por actividades como los deportes, la música o la diversión.

Una fuente especialmente potente del cautiverio es la tradición, que existe en todas las culturas del mundo. En algunos países, las tradiciones tribales ejercen una gran influencia. Algunas de ellas son magníficas, preservan la cultura y establecen el orden social. Otras son contrarias al Evangelio y a los principios por los que se rige el sacerdocio, y cuando se siguen ciegamente, resultan en el cautiverio.

Incluso las tradiciones personales y familiares pueden conducir a la esclavitud espiritual. Las tradiciones que se oponen a los principios del Evangelio ofenden al Espíritu y, si las seguimos, nos impiden recibir la guía del Espíritu para reconocer las decisiones correctas que nos aportarán una mayor libertad. Por ejemplo, piensen en las tradiciones familiares que van en contra del día de reposo. ¿Qué postura adopta su familia cuando un acontecimiento deportivo importante entra en conflicto con el cumplimiento de sus responsabilidades en la Iglesia? Si cedemos a influencias injustas, nuestra libertad disminuye, y el peligro del cautiverio aumenta.

Un pequeño paso a la vez

La libertad de escoger todo lo que es “necesario” es un don que Dios ha concedido a Sus hijos. De este modo, podemos escoger la libertad y la vida eterna por medio de Cristo, o escoger la cautividad y la muerte según el poder del diablo (véase 2 Nefi 2:27). A menudo se dice que somos libres de escoger el camino que deseemos, pero no de evitar las consecuencias de esa decisión.

El cautiverio espiritual raras veces es el resultado de una sola decisión o situación. Más bien, la libertad se cede un pequeño paso a la vez, hasta que el camino para recuperarla es difícil de encontrar.

Una vez, un joven me pidió ayuda; se había hecho adicto a la pornografía, a la que obtenía acceso por Internet desde su casa. Le producía tales sentimientos de culpabilidad que no se sentía a gusto al ir a la Iglesia ni al participar en asignaciones del sacerdocio. Repercutía negativamente en su vida social. Se sentía poderosamente atraído a pasar hora tras hora solo frente a la computadora, viendo lo que reconocía que sólo producía frustración y dolor. Era como si estuviera encadenado a un amo cuyo único objetivo era hacerlo sufrir.

No había decidido de buenas a primeras convertirse en un esclavo de la pantalla del monitor, sino que todo comenzó tiempo antes, cuando decidió que ver imágenes destructivas “sólo por esta vez” no le haría ningún mal y satisfaría una “curiosidad”. El sólo una vez pasó a ser dos, y dos se convirtieron en varias, hasta que una fuerte adicción había mermado su libertad de elección. Únicamente cuando se vio encadenado por esa adicción se dio cuenta de que se había sometido voluntariamente a la esclavitud.

Si cedemos al cautiverio espiritual, es posible que no nos demos cuenta de que vamos perdiendo poco a poco la libertad. No obstante, cuanto más cautiverio espiritual experimentemos, elijamos o permitamos, menos libertad de elección tendremos en asuntos de importancia espiritual.

Algunas personas intentan explicar el cautiverio espiritual como algo sobre lo que no tienen control. ¿Es en realidad algo sobre lo que no tienen control? Por lo general, la libertad de tomar decisiones justas se mide por nuestra disposición a sacrificar aquello que es el objeto de nuestro deseo o pasión. Por tanto, el sacrificio es el principio rector y la clave para liberarnos del cautiverio.

Un ejemplo de sacrificio: los matrimonios misioneros

Se insta a las parejas que tienen la capacidad física y económica necesaria a sacrificarse y prestar servicio en una misión de tiempo completo. Es evidente que la salud deficiente, los recursos económicos insuficientes y otras circunstancias influyen en la capacidad de servir. No obstante, si uno presta atención detenidamente a las razones de no servir, tal vez se descubra el riesgo de quedar cautivos de los deseos mundanos. Las inquietudes acerca de la casa, el vehículo o la lancha; las preocupaciones por las inversiones; los planes de viajar; el deseo de disfrutar de una casa de vacaciones, y obstáculos similares llevan a preguntar: ¿se sienten libres de escoger servir en una misión?. Si no es así, ¿por qué? ¿Han escogido ceder al cautiverio de las cosas del mundo?

Piensen un momento en la decisión de una fiel pareja. Poco después de comprar una granja para su jubilación, se sintieron impulsados a aceptar un llamamiento misional. Se les llamó a servir en una población aislada de otras unidades de la Iglesia. Se construyeron su propio alojamiento y cavaron un pozo para tener agua. Atendían a todas sus necesidades personales y hacían proselitismo en bicicleta. Aunque las condiciones eran extremadamente difíciles, disfrutaron de un éxito enorme en la enseñanza, en la capacitación de los miembros y en traer conversos al Evangelio.

En el transcurso de su misión, esa pareja recibió una carta de un miembro de su familia que les decía que unos ladrones habían asaltado su granja y habían robado todas sus herramientas y maquinaria. Les instó a regresar a casa y procurar reclamar sus propiedades que tanto necesitaban. El presidente de la misión les dejó la opción de hacerlo. La pareja se planteó esa decisión y decidió quedarse. No eran cautivos de sus bienes materiales sino libres de escoger el servicio al Señor, y así lo hicieron.

La lección de Balaam

Me intriga el relato del profeta Balaam, del Antiguo Testamento, que tanto nos enseña acerca del cautiverio y de la libertad. Balaam era un profeta israelita que residía cerca de las fronteras de Moab durante la época en que Moisés guiaba a los hijos de Israel a través del desierto. Balak, el rey moabita, temiendo la invasión de los hijos de Israel que viajaban por Sinaí, pidió la ayuda de Balaam para que los maldijera. Balaam preguntó al Señor cuál era Su voluntad al respecto, y ésta fue la respuesta del Señor: “…[no] maldigas al pueblo, porque bendito es” (Números 22:12).

Cuando Balaam dio a conocer la respuesta del Señor, los ministros del rey tentaron a Balaam con promesas de regalos cada vez más seductores: grandes riquezas y honores mundanos. Aunque Balaam al principio se negó a oponerse a la voluntad de Dios, el rey moabita lo tentó con riquezas, cargos importantes e influencia política. Paso a paso, Balaam iba poniendo en peligro su llamamiento divino a medida que crecían sus deseos de obtener los honores del rey. Finalmente, tanto le consumía el deseo de obtener los regalos prometidos por el rey que conspiró para maldecir a los hijos de Israel (véase Números 31:16). Tomó decisiones que le pusieron en una situación de esclavitud ante la riqueza y el poder prometidos por el rey. Al hacerlo, perdió la vida ante la espada de Israel, así como la libertad espiritual que había tenido (véase Números 31:8).

El modelo de Cristo

Algunas personas sienten que están en el cautiverio debido a la pobreza. Ésta puede ciertamente ser restrictiva y limitar algunas de las decisiones que uno puede tomar. No obstante, no es una fuente de cautiverio en el sentido eterno.

El Jesús mortal tenía pocas posesiones y dependía de los demás para comer y mantenerse, pero no se encontraba en el cautiverio. Su disposición a sacrificar todo lo que requería el Padre Celestial y a guardar todos los mandamientos del Padre le trajo la más abundante libertad.

El Señor requiere sacrificios para probar a los fieles. Le pidió a Abraham que sacrificara a su hijo Isaac. Le pidió al joven rico: “…vende lo que tienes, y dalo a los pobres” (Mateo 19:21). El profeta José Smith y los santos pioneros sacrificaron mucho para establecer la Iglesia “como cabeza de los montes” (Isaías 2:2). El Señor nos pide sacrificios también a nosotros.

El padre Lehi, en el último discurso que se halla registrado dirigido a sus hijos, les rogó lo siguiente: “¡Oh que… os sacudieseis de las espantosas cadenas que os tienen atados, cadenas que sujetan a los hijos de los hombres a tal grado que son llevados cautivos al eterno abismo de miseria y angustia!” (2 Nefi 1:13). Sus palabras evocan este mensaje del Salvador: “…todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado” (Juan 8:34).

Entonces, ¿cómo podemos “sacudirnos de las espantosas cadenas” del cautiverio espiritual? A medida que purificamos el corazón mediante el arrepentimiento y nos volvemos al Salvador con una firme determinación de obedecer Sus mandamientos, Él aumentará nuestra fuerza mediante el poder de Su gracia. Cada decisión correcta que tomamos puede llevarnos a tomar otras más en el futuro. La lucha por escapar del cautiverio espiritual y recuperar nuestra libertad no siempre es un proceso fácil; de hecho, puede llevarnos a atravesar el fuego purificador. Pero por motivo de la Expiación y el gran don del arrepentimiento, “si [nuestros] pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos” (Isaías 1:18).

El Salvador prometió: “…Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:31–32). Pongamos en práctica en nuestra vida los principios que sabemos que son verdaderos. Más bien que someternos a la cautividad, tomemos decisiones correctas y permanezcamos en la palabra del Salvador. Entonces seremos verdaderamente libres.

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