2007
Libertad para bailar
Abril de 2007


Libertad para bailar

La bailarina se desliza por el escenario; traza una espiral, gira y luego brinca en el aire con una facilidad tal que parece no afectarle la gravedad. Con todo movimiento se comporta con una suave manifestación de libertad.

Como muchas otras niñas pequeñas, cuando María Victoria Rojas Rivera, de Chile —Mavi para sus amigas— tenía cuatro años, decidió que quería ser bailarina; y al igual que todas las niñas de esa edad, no tardó en descubrir que la gracia y la libertad que veía sobre el escenario eran fruto de un alto precio. El esfuerzo y la disciplina necesarios para convertirse en bailarina profesional resultan excesivos para muchas jóvenes soñadoras.

El precio de los sueños

“Cuando se es pequeña, no se entiende el sacrificio que se requiere”, dice Mavi. “Cuando empecé a estudiar a los 10 años, nuestros maestros nos dijeron que pasaríamos la mitad de la vida bailando y que tendríamos que renunciar a muchas cosas”.

Cosas como el tiempo libre y ciertos alimentos. Mavi iba a tener que dedicar mucho tiempo y esfuerzos a ejercitarse y practicar; tendría que vigilar su alimentación, y después de las tareas del colegio y el baile, no le quedaría mucho tiempo para los amigos.

Mavi decidió que sus sueños eran lo suficientemente importantes para intentarlo.

“La adolescencia puede ser una etapa compleja”, dice. “Mis amigos no siempre entendían por qué no comía determinados alimentos ni me quedaba hasta tarde con ellos”.

El precio de la libertad

Mavi aprendió pronto que lo que parecían ser restricciones a su libertad era en realidad la única manera de verse libre de aquellas cosas que le impedirían alcanzar su meta.

“Opté por volver temprano a casa y por dedicarme a practicar en vez de ir al centro comercial con mis amigas”, explica Mavi. “Si estuviera cansada por haber salido hasta tarde o no supiera los pasos por no haber practicado, no habría podido bailar”.

Ésta no es una disciplina sencilla, pero Mavi dice que merece la pena.

“Todos tenemos momentos en los que nos apetece rendirnos”, confiesa, “pero tú tienes el poder para escoger. La disciplina puede parecer restrictiva, pero la autodisciplina es una opción y yo opté por aceptar este estilo de vida para poder bailar”.

Una meta a largo plazo

En cierto punto durante sus esfuerzos por convertirse en bailarina, Mavi se percató de que bailar no era la única meta que tenía ni la única cosa valiosa que requeriría un sacrificio.

Por el camino, fue desarrollando el deseo de seguir a Jesucristo y se dio cuenta de que lo que el ballet le había enseñado sobre la disciplina se aplica también a su discipulado en el Evangelio. Así como sus amigas se habían preguntado por qué hacía lo que hacía para bailar, también le preguntaron por qué vivía principios del Evangelio tan restrictivos.

“Les expliqué que tenemos la libertad para elegir y que yo elegí este tipo de vida para estar libre de pecado y tener el Espíritu Santo conmigo”, dice.

O como lo explicó el Salvador, un discípulo debe “[tomar] su cruz”, es decir, abstenerse de toda impiedad y lujuria mundanal y obedecer los mandamientos de Dios (véase Traducción de José Smith, Mateo 16:26). Esta clase de autodisciplina nos conduce a “la libertad y la vida eterna, por medio del gran Mediador”, mientras que tratar de vivir sin los mandamientos nos lleva a “la cautividad y la muerte, según la cautividad y el poder del diablo” (2 Nefi 2:27).

“La obediencia nos reporta más libertad y paz que cualquier otra cosa”, dice Mavi. “Mis metas no se limitan a esta vida terrenal sino que abarcan la eternidad”.

El sacrificio merece la pena

Mavi flota por el escenario como una hoja llevada por la corriente, estirándose y fluyendo de un paso a otro: développé y pirouette, glissade y grand jeté.

Una bailarina puede moverse de un modo tal que a muchos de nosotros nos causaría daño. Esa libertad de movimiento es vital para comunicarse con el público; pero si bien una buena bailarina hace que cada movimiento que realiza sobre el escenario parezca fácil, en realidad ha realizado un gran esfuerzo.

Tras ocho años de sacrificio y horas de entrenamiento casi diario, pudo vivir su sueño sobre el escenario… y en el Evangelio.

“A la gente le parecen hermosos y gráciles”, explica Mavi, “pero los movimientos están muy controlados y hace falta mucha fuerza para controlarse de ese modo”.

El paralelismo con el Evangelio es importante. Hay que ser fuerte para seguir a Cristo y las recompensas son dulces.

“La recompensa por todos esos sacrificios es que puedo bailar”, dice Mavi. “Me siento fuerte y siento la guía del Espíritu Santo en cada paso que doy, tanto dentro como fuera del escenario”.

Que siga el baile

Según Nefi, una vez que hemos sentido el deseo de seguir a Cristo y hemos sido bautizados y confirmados, debemos perseverar hasta el fin (véase 2 Nefi 31:19–20). En el caso de Mavi, el ballet requiere una dedicación parecida.

Tras bailar en Paraguay, regresó a Viña del Mar, Chile, para dedicarse unos años a la enseñanza, aunque ahora desea llevar su baile al siguiente nivel. Se ha fijado nuevas metas que la han llevado a Argentina, Alemania, Irlanda y España para estudiar y realizar pruebas en diversas compañías de ballet.

Sabe que debe seguir esforzándose, tanto en el escenario como en el Evangelio. Debe proseguir con disciplina si quiere tener libertad para bailar; y debe proseguir con fe si desea tener la libertad que emana del discipulado. “…Si vosotros permaneciereis en mi palabra”, enseñó el Señor, “seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:31–32).

Bailando con prudencia

Mavi debe realizar grandes esfuerzos fuera del escenario a fin de mantenerse sana y en forma. Además de cuidar lo que come y de descansar, Mavi hace mucho ejercicio y baila un mínimo de cinco horas casi cada día. Pero no sólo se cuida porque es una bailarina.

“Como miembro de la Iglesia, entiendo que mi cuerpo es un templo para mi espíritu. Como artista, necesito que cada parte de mi cuerpo funcione correctamente, así que lo protejo lo mejor que puedo; aunque, por ser miembro, eso es algo que ya sabía que debía hacer”.

Su testimonio de la naturaleza inspirada de la Palabra de Sabiduría se ha visto reforzado por su experiencia con el ballet. “Cuando tratas tu cuerpo correctamente, lo notas”, dice.

Debes cuidarte para ser bailarina, pero Mavi agrega: “Todos debemos cuidar de nuestro cuerpo, aunque no nos dediquemos a bailar. No se nos concede la oportunidad de elegir nuestro cuerpo, pero debemos sentirnos agradecidos por él y velar por lo que se nos ha dado. Son dádivas de Dios y cada uno ha recibido su cuerpo por un propósito”.