EL CONVENIO DE OBEDECERLE Y SEGUIRLE
Tenía sesenta años, los bolsillos vacíos y mi vida era un desastre. Pensaba que el propósito de mi existencia era el placer. Estaba perdido y tenía los ojos cerrados; entonces Jesucristo me los abrió.
El bautismo, la confirmación y los convenios que hice con Jesucristo son el milagro que cambió mi vida entera; me di cuenta de lo que podía ganar y de lo que era importante para mí. Ahora soy una persona feliz porque conozco a Jesucristo.
Nunca hubiera pensado que un hombre mundano como yo podía llegar a ser un día miembro de la Iglesia, poseedor del sacerdocio y presidente de una rama. Para mí, el hecho de servir a Jesucristo, nuestro Salvador, es un don grandioso.