EL GRAN AMOR
Después de un pequeño accidente, tengo que usar bastón y camino lentamente. El subir escaleras es muy difícil para mí; en la Iglesia siempre tenía miedo de caerme de ellas, hasta ese domingo, cuando oí un voz suave y sentí una pequeña mano que sostenía la mía: “Vamos. Yo la acompaño”.
Miré hacia abajo y vi la sonrisa confiada de Gabriel, un niño de nueve años.
“¡Muy bien!”, respondí. “De ahora en adelante, tú serás mi ayudante. ¡Vamos!”
Nadie había enviado a Gabriel; él simplemente vio a una abuelita que necesitaba ayuda y se ofreció.
Ahora, cada domingo, Gabriel y yo bajamos las escaleras sin ningún temor.
Después dije a los padres de Gabriel: “No es la fuerza física lo que me quita el temor; es el gran amor que él me da cada domingo. ¡Gabriel es el gigante de la bondad!”.