Adorar por medio de los himnos
Podemos acercarnos al Salvador mediante la música.
“¡Ojalá pudiera cantar como la hermana García! ¡Ojalá pudiera tocar el piano como el hermano Menéndez! ¿Cuántas veces hemos escuchado o pensado cosas así? A veces pensamos que el talento musical es un don especial que sólo tienen los demás, un hermoso talento que valoramos pero que creemos que no tenemos.
En La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, la música y el canto son para todos. Mediante los himnos, podemos expresar gratitud y alabanza, aprender el evangelio restaurado del Salvador, recordar Su expiación y comprometernos a seguirle.
Expresar gratitud y alabanza
Cuando el antiguo Israel fue liberado de Egipto, “Entonces cantó Moisés y los hijos de Israel [un] cántico a Jehová” (Éxodo 15:1). Mientras los jareditas cruzaban el océano, “le cantaban alabanzas al Señor” (Éter 6:9). Y cuando los Santos de los Últimos Días pioneros dedicaron el Templo de Kirtland, cantaron el entonces nuevo himno de William W. Phelps: “El Espíritu de Dios”1. En cada dispensación del Evangelio, los hijos de Dios han elevado su voz para alabarle por medio de la música.
Muchos de nuestros himnos de hoy transmiten este espíritu de regocijo y alabanza. Por ejemplo, otro apreciado himno de William W. Phelps proclama lo siguiente:
Oh Dios de Israel,
te rendimos loor
a ti, nuestro gran Redentor,
de día la sombra,
de noche la luz,
del mundo eres Rey y Señor2.
Los himnos también transmiten nuestra gratitud por bendiciones específicas, como en esta conocida estrofa:
Te damos, Señor, nuestras gracias
que mandas de nuevo venir
profetas con tu evangelio,
guiándonos cómo vivir.
Y gracias por todos los dones
vertidos por tu gran amor.
Tenemos placer en servirte
a ti, nuestro gran Bienhechor3.
Al cantar estos himnos, cumplimos con el mandamiento: “Si te sientes alegre” —es decir, lleno de gozo o feliz— “alaba al Señor con cantos, con música… y con oración de alabanza y acción de gracias” (D. y C. 136:28).
Aprender Su evangelio
Además de expresar gratitud y alabanza, los himnos también nos dan la oportunidad de aprender el evangelio de Jesucristo. Por ejemplo, este conocido himno para los niños explica de manera muy sencilla y hermosa nuestra relación con nuestro Padre en los cielos:
Otros himnos nos muestran la manera de vivir los principios del Evangelio, como este himno tan querido que se escribió en el tiempo de los pioneros:
Santos, venid, sin miedo, sin temor,
mas con gozo andad.
Aunque cruel jornada ésta es,
Dios nos da Su bondad.
Mejor nos es el procurar
afán inútil alejar,
y paz será el galardón.
¡Oh, está todo bien!5
Algunos de nuestros himnos más queridos nos enseñan a seguir a los siervos de Cristo, Sus profetas elegidos en nuestros días. “Loor al Profeta”, por ejemplo, nos recuerda la importante función que el profeta José Smith tuvo en la restauración del Evangelio:
Al gran Profeta rindamos honores.
Fue ordenado por Cristo Jesús
a restaurar la verdad a los hombres
y entregar a los pueblos la luz6.
Al meditar en éstos y en otros himnos y al estudiar las referencias de las Escrituras indicadas en el himnario, aprenderemos sobre el Evangelio y recordaremos al Salvador en nuestra vida diaria.
Recordar Su expiación
Una de las maneras más importantes para recordar al Salvador es tomar la Santa Cena cada semana. Como preparación para ese momento sagrado, cantamos un himno. Los himnos sacramentales nos recuerdan el sacrificio de Cristo y su significado para nosotros:
Cristo, el Redentor, murió;
a la justicia Él pagó.
Por los pecados padeció.
Vida eterna Él nos dio7.
Comprendo que Él en la cruz se dejó clavar.
Pagó mi rescate; no lo podré olvidar.
Por siempre jamás al Señor agradeceré;
mi vida y cuanto yo tengo a Él daré9.
Si la cantamos con atención y un espíritu de oración, la letra de los himnos sacramentales nos permite concentrarnos en el Salvador. Nos prepara para tomar la Santa Cena de manera significativa y para renovar nuestro compromiso de tomar el nombre de Cristo sobre nosotros, recordarle siempre y guardar Sus mandamientos.
Comprometernos a seguir a Jesucristo
Muchos de nuestros himnos tratan del compromiso de seguir al Salvador. Cuando los cantamos, testificamos a nuestro Padre en los Cielos que deseamos seguir a Su Hijo. Veamos estas estrofas como ejemplo:
Padre, las gracias queremos rendir,
pues nos enseñas la senda a seguir.
A ti loores cantamos, oh Dios.
Juntos vamos a andar en la luz10.
El himno “A donde me mandes iré” declara algo similar:
Y siempre confiando en Su bondad,
Sus dones recibiré.
Alegre, haré Su voluntad,
y lo que me mande, seré11.
Nuestras canciones, ya sean de alabanza, gratitud, conocimiento, recordatorio o compromiso, son agradables ante el Señor, quien ha dicho: “…mi alma se deleita en el canto del corazón; sí, la canción de los justos es una oración para mí, y será contestada con una bendición sobre su cabeza” (D. y C. 25:12).
Afortunadamente, el Señor no dice: “Solamente las canciones bien interpretadas son una oración para mí”, ni “Escucharé únicamente a los que tengan talento musical”. En nuestra música, así como en nuestra vida, a Él le interesa más la condición de nuestro corazón que nuestra capacidad.
Cualquiera sea el grado de habilidad que tengamos, todos podemos participar en la música cantando los himnos; y, al cantar con todo nuestro corazón, venimos a Cristo por medio de ellos.