El contacto de oro que yo no recordaba
Mientras revisaba mi correo electrónico una mañana, noté un nombre que no pude recordar: Enrique Jorge Días. En la línea del asunto decía “Saludos de un contacto de oro”.
No tenía ni idea de lo que diría el mensaje e incluso pensé en borrarlo; pero la curiosidad pudo más y lo abrí. Estaba escrito en español.
Al leerlo, supe que cuando Enrique Días tenía dieciocho años, vivía en Adrogué, Argentina, donde yo había sido misionero de tiempo completo hacía más de treinta años. Una mañana en que caminaba por el centro del pueblo, lo detuve y le di un folleto de la Primera Visión. Mi compañero y yo, según las instrucciones del presidente de la misión, solíamos pasar muchas mañanas repartiendo folletos en las aceras de Adrogué. Probablemente hablamos con cientos de personas, pero raramente nos decían su nombre; la mayoría de esas conversaciones no duraban más de treinta segundos.
Más de tres décadas después, no era posible que yo pudiera recordar haber hablado con un joven determinado, pero él sí me recordaba a mí. Unas cuantas semanas antes de recibir aquel mensaje, había puesto mi nombre en la página Web de la Misión Argentina, donde el hermano Días lo encontró.
En su correo electrónico me explicó que había llevado el folleto a casa y se lo había mostrado a su madre, y ésta lo había animado a averiguar más sobre José Smith. Pero unos meses después, cuando buscó a los misioneros, yo ya había recibido mi traslado para otra área.
Enrique recibió las charlas y fue bautizado y confirmado. Yo serví en Argentina otros veinte meses, pero nunca supe nada de su bautismo.
La breve conversación que tuvimos aquella mañana en la calle, hace tanto tiempo, transformó su vida y la de muchas otras personas. Dos años después de su bautismo, lo llamaron para cumplir una misión en el norte de Argentina. Posteriormente se casó y continuó fiel en la Iglesia prestando servicio en diversos llamamientos, entre ellos el de obispo, consejero de dos presidentes de estaca y miembro del sumo consejo. En su carta me informaba que su hijo mayor había servido en una misión en La Paz, Bolivia.
Es imposible expresar con palabras la alegría que me llenó el corazón al leer aquel mensaje. Mi misión había estado llena de muchos momentos agradables, pero esas noticias tan atrasadas de Enrique Jorge Días hicieron que mis recuerdos de misionero fueran aún más placenteros.