Reunámonos en el templo
En 1992, cuando Benedito Carlos do Carmo Mendes Martins decidió llevar a su familia al templo más cercano, necesitaba quince días de licencia para realizar el arduo viaje de ida y vuelta desde su hogar en Manaus, que se encuentra al norte de Brasil; pero, debido a que era una época de mucho trabajo para la empresa en la que trabajaba, su jefe se negó a concederle la licencia.
La familia oró para que de alguna forma pudieran viajar, ya que se habían preparado, sacrificado y habían ahorrado dinero para poder realizar el viaje. Al poco tiempo, sus oraciones fueron contestadas.
“El día anterior al viaje, el médico me dijo que tenía parásitos”, dijo el hermano Martins. “¡Estaba tan contento por estar enfermo!”
El médico en seguida le recetó una medicina y dos semanas de licencia médica con permiso, la cual, por ley, la empresa para la que trabajaba estaba obligada a concederle. Al día siguiente, la familia partió rumbo al templo.
“Llevé los medicamentos conmigo y, durante el trayecto, me dieron las inyecciones”, dijo el hermano Martins. Al regreso, ya no tenía más parásitos.
Él dijo: “Regresé a casa con fe en las ordenanzas del templo y con un testimonio de ellas, sobre todo de la ordenanza mediante la cual me sellé a mi esposa y mis tres hijos”.
Antes de que Manaus pasara a formar parte del distrito del Templo de Caracas, Venezuela, en 2005, el templo más cercano era el de São Paulo, Brasil, que quedaba a miles de kilómetros, al sudeste de Brasil. La decisión de ir al templo que habían tomado algunos Santos de los Últimos Días de Manaus era tan firme que vendieron su casa, su medio de transporte, sus herramientas de trabajo, cualquier cosa que fuera de valor, con el fin de juntar dinero.
Para llegar hasta São Paulo, los miembros viajaban en bote por el río Negro hasta la confluencia más cercana con el Amazonas, y de allí viajaban hacia el oeste del río Madeira, lo que implicaba una distancia de unos ciento quince kilómetros. Luego hacían un viaje de novecientos sesenta y cinco kilómetros hacia el sudeste por el río Madeira hacia la ciudad de Pôrto Velho. Desde allí tomaban un ómnibus y recorrían otros dos mil cuatrocientos kilómetros hasta São Paulo. Tras prestar servicio en la casa del Señor, emprendían el viaje de regreso de siete días.
Mientras los santos de Manaus se preparaban para realizar su primer viaje al Templo de Caracas, se sentían tan felices que dijeron: “¡Ahora sólo nos toma cuarenta horas llegar al templo!”. Para llegar a Caracas, los miembros tenían que soportar un viaje de mil seiscientos kilómetros en ómnibus, que implicaba viajar por zonas despobladas de la selva amazónica y pasarse de un ómnibus grande a uno más pequeño en la frontera de Venezuela con Brasil. A pesar de que la distancia era más corta, el viaje aún exigía un gran sacrificio económico, más el gasto extra que constituía el conseguir los pasaportes.
En el momento de embarcarse, los santos cantaron el himno “Id, oh santos, a los templos”1. Con el objeto de guardar la reverencia y permanecer centrados en el propósito del viaje, llevaban a cabo charlas fogoneras en el ómnibus y veían películas de la Iglesia tales como La montaña del Señor.
Los miembros que integraban el grupo que realizó ese primer viaje compilaron un diario en el que recordaban las bendiciones que habían recibido por causa de él, y no los sacrificios que habían tenido que hacer. Una hermana escribió esto: “Hoy voy a ir al templo por primera vez. Ayer celebré mi vigésimo aniversario de miembro de la Iglesia; ¡fueron tantas horas, tantos días, tantos años los que tuve que esperar y durante los que me estuve preparando! Mi corazón rebosa de gratitud y felicidad por mis amigos, mis líderes del sacerdocio y, especialmente, por Jesucristo, por Su expiación y esta oportunidad de ir a la casa de mi Padre Celestial”.
Un hermano que se selló con su esposa y sus hijos en ese viaje dijo que el templo le permitió tener una visión más amplia de la eternidad. “No me cabe duda de que, si guardamos los convenios que hacemos en el templo, tendremos una vida más feliz y abundante”, escribió. “Amo a mi familia y haré todo lo que esté a mi alcance para tenerla a mi lado en el reino celestial”.
La Misión Brasil Manaus se creó el 1 de julio de 1990 con el fin de llevar el Evangelio a seis estados del norte de Brasil. En aquel momento, la Iglesia no era muy conocida en esos estados y contaba con muy pocos miembros; pero, tal como declara el Señor en el Libro de Mormón, quienes se arrepientan y vuelvan a Él serán contados entre los de Su pueblo en los últimos días (véase 3 Nefi 16:13).
Actualmente hay ocho estacas en la ciudad de Manaus, en el estado de Amazonas, otras estacas en otros estados y siete distritos dentro de los límites de la misión. Cuando me detengo a pensar en el crecimiento de la Iglesia y en el papel que los templos juegan en la labor del Señor para congregar a Sus hijos, no puedo dejar de pensar en la promesa que se hace en el Libro de Mormón: “Sí, y entonces empezará la obra, y el Padre preparará la vía, entre todas las naciones, por la cual su pueblo pueda volver a la tierra de su herencia” (3 Nefi 21:28).
Durante el tiempo en que fui presidente de misión en Manaus, de 1990 a 1993, vi a muchas personas del Amazonas aceptar los principios del evangelio restaurado de Jesucristo, unirse a la Iglesia y “entrar en el convenio” (3 Nefi 21:22). Como resultado de ello, el poder del sacerdocio comenzó a llevar bendiciones a sus vidas y a sus familias, especialmente por medio de las ordenanzas del templo.
Los miembros de la Iglesia que viven en el norte de Brasil experimentaron un gran gozo en mayo de 2007 cuando la Primera Presidencia anunció que se construiría en Manaus el sexto templo de Brasil. Para la familia Martins y para los Santos de los Últimos Días del norte de Brasil, que cada vez son más, el tener un templo en Manaus será una gran bendición. Sin embargo, para muchos santos de otras partes del mundo el asistir al templo seguirá costándoles un gran sacrificio.
Ruego que todos los que vivamos cerca de un templo demostremos nuestra gratitud al asistir a él con más frecuencia. Y, tal como los santos del norte de Brasil, emulemos el ejemplo de los nefitas, quienes “trabajaron afanosamente” para reunirse en el templo “para poder estar… en el paraje donde Jesús se iba a mostrar a la multitud” (3 Nefi 19:3).