Mi mejor regalo de Navidad
Tenía yo escasos dos años cuando mi madre enfermó de gravedad. Debido a que no contaba con nadie con quien dejarme, me llevó con ella al hospital en Tupiza, Bolivia, donde murió al poco tiempo, dejándome sola en el mundo.
Durante mi niñez y los primeros años de la adolescencia, me trasladaron de un lugar a otro, sin yo nunca saber lo que era tener una familia, sin recibir nunca ninguna clase de regalo, ni siquiera para mi cumpleaños o para la Navidad.
Por tener que valerme por mí misma, hice frente a muchos desafíos y peligros al ir creciendo. Fue más tarde que me di cuenta de que nunca estuve realmente sola y que una mano invisible me protegía.
Cuando tenía quince años, se me invitó a ir a vivir con una familia Santo de los Últimos Días. La hija de ellos, que era un poco mayor que yo, me llevó a la Mutual, donde todos me dieron la bienvenida y me hicieron sentir importante. Por primera vez en mi vida de jovencita, la gente me trataba con amor y bondad.
Me presentaron a los misioneros, quienes empezaron a enseñarme el Evangelio. No tardé en darme cuenta de que tenía un amoroso Padre Celestial que me había protegido a lo largo de mi vida. Acepté el Evangelio y me bauticé la Nochebuena de 1978. Esa noche recibí mi primer y aún más preciado regalo de Navidad: el pertenecer a la Iglesia del Señor.
Posteriormente recibí otros regalos: Dos años después conocí a un joven que no era miembro de la Iglesia; lo llevé conmigo a la iglesia y, después de que él hizo sus propios convenios bautismales, nos casamos. Más tarde, nuestro Padre Celestial nos bendijo con tres hijos, quienes fueron sellados a nosotros por esta vida y la eternidad en el Templo de Buenos Aires, Argentina.
De pequeña, todos me llamaban “la pobre huerfanita”. Al acordarme hoy de eso, me siento agradecida porque tengo la bendición de saber que tengo un Padre que siempre me ha amado; asimismo, he probado el amor infinito del Salvador. Él restauró Su Iglesia por medio del profeta José Smith, quien fue escogido en el mundo preterrenal y que trabajó diligentemente para traducir el Libro de Mormón, que sé que contiene la plenitud del Evangelio.
A los quince años recibí mi primer y mejor regalo de Navidad y desde entonces he disfrutado de las tiernas misericordias del Señor. Aún siento gratitud en el corazón por ese gran don y me esfuerzo por mantener la vista fija en la vida venidera, donde espero agradecer al Padre y al Hijo y vivir para siempre con mi amada familia.