2009
Doblemente bendecida
Jan. 2009


Doblemente bendecida

Mi vida cambió para siempre cuando mi esposo y yo fuimos a una consulta médica para comprobar el sexo de nuestro bebé que aún no nacía y examinar su desarrollo. Lloré de gozo cuando descubrimos que se trataba de gemelos. Sin embargo, mis lágrimas pasaron a ser de desesperación cuando la doctora nos explicó que una serie de complicaciones hacían poco probable que los gemelos sobrevivieran hasta su nacimiento y nos sugirió que pusiéramos fin al embarazo. Explicó que seguir adelante sería arriesgado y que a partir de cierto momento habría que hospitalizarme.

A pesar del peligro, decidimos que el embarazo siguiera su curso.

En el camino de regreso a casa, me di cuenta de la gravedad de la situación. Me pregunté cómo podría dejar a mi esposo y a nuestros tres hijos y permanecer un tiempo considerable en el hospital. La idea de que tal vez los bebés nacieran prematuramente y que quizás no sobrevivieran me resultaba abrumadora. No sabía si sería capaz de superar esa prueba.

No pude sentir paz sino hasta después de recibir una bendición del sacerdocio de mano de mi esposo y de mi suegro. Supe que pasara lo que pasara, mi familia y yo estaríamos bien. Sentí el amor de mi Salvador y supe que Él estaría con nosotros en la dicha y en el pesar.

Tiempo después, me despedí de mi familia e ingresé en el hospital sin saber cuándo podría salir. El ritmo cardíaco de los bebés se controlaba constantemente para asegurar que estuvieran a salvo. Sufría cuando observaba que disminuía su ritmo y me preguntaba si sobrevivirían las 34 semanas que quedaban hasta la fecha prevista para el parto. Al llegar a las veinticinco semanas y media, el ritmo cardíaco de uno de los bebés descendió a un nivel crítico y casi se detuvo. Los doctores determinaron que si su corazón no comenzaba a latir con normalidad, tendrían que provocar el nacimiento mediante cesárea en cuestión de minutos. Aterrada, oí a la enfermera decirle por teléfono a mi esposo que me estaban preparando para una operación y que el equipo neonatal estaba en estado de alerta.

Sabía que para superar esa prueba necesitaba la ayuda de mi Padre Celestial. Oré en silencio y rogué que nuestro bebé se recuperara para que los gemelos disfrutaran del tiempo preciso para desarrollarse en el útero. También pedí consuelo y una vez más sentí paz, como cuando había recibido la bendición del sacerdocio. No sabía si nuestros bebés sobrevivirían o morirían, pero sabía que en cualquier caso, si recurría al Señor, Él me ayudaría a sobrellevar mi carga. Finalmente, el ritmo cardíaco del bebé volvió a la normalidad y no fue necesaria la operación.

Permanecí en el hospital los dos meses siguientes. Durante ese tiempo, hubo muchas otras veces en que me preocupó el ritmo cardíaco variante de los bebés, pero afortunadamente nunca bajó tanto como aquel día. Nuestros hijos, John y Jacob, nacieron a las 33 semanas. Sus cordones umbilicales estaban entrelazados con ocho nudos, y John —el bebé cuyo ritmo cardíaco había bajado tanto aquel día— tenía el cordón enrollado dos veces alrededor del cuello. Los gemelos permanecieron en la unidad de cuidados intensivos del hospital para regularles la temperatura y la respiración. A pesar de los problemas que se suelen producir en los nacimientos prematuros, pudimos llevar a John y Jacob a casa después de tan sólo 19 días.

Nuestros gemelos ya están empezando a caminar y no sufren de ninguna secuela por haber nacido prematuramente. Me siento agradecida porque lo que comenzó como una prueba se convirtió en una de las mayores bendiciones de mi vida. Se me bendijo con dos hijos sanos y se fortaleció mi testimonio del poder de las bendiciones del sacerdocio y de la oración. También siento gratitud al recordar la paz y el amor que sentí al saber que el Señor estaba al tanto de mi situación. En ese entonces supe que, con la ayuda del Señor, tendremos la fuerza necesaria para soportar las pruebas.