El conocimiento más útil de todos
De un discurso pronunciado en el devocional de la Universidad Brigham Young--Idaho el 8 de junio de 2004. Si desea ver el discurso completo en inglés, visite la página www.byui.edu/Presentations/transcripts/devotionals/2004_06_08_christensen.htm.
Algunos de ustedes que están familiarizados con la Universidad Oxford tal vez sepan que esa universidad es la más antigua del mundo. El edificio en el que vivía mientras estudiaba fue construido en 1410: un edificio hermoso a la vista, pero incomodísimo como lugar donde vivir. Al llegar a Oxford, me di cuenta de que sería muy difícil ser un miembro activo de la Iglesia. Obtuve una beca de “Rhodes Scholarship Trust” (Fundación de Becas Rhodes) y ellos tenían muchas actividades planeadas para las personas que habían recibido las becas.
Al contemplar hasta qué punto deseaba participar en las actividades de la Iglesia, me di cuenta de que no sabía si el Libro de Mormón era verdadero. Lo había leído varias veces, pero, por lo general, había sido consecuencia de alguna asignación de mis padres o de algún instructor de la Universidad Brigham Young. Sin embargo, esta vez tenía que saber con urgencia si el Libro de Mormón era verdadero o no. Por eso, decidí que apartaría una hora todas las noches, de las once hasta las doce, para leer el Libro de Mormón a fin de descubrir si se trataba de un libro verdadero.
Me preguntaba si realmente me animaría a dedicarle tanto tiempo, siendo que estaba en un programa académico tan exigente en el que estudiaba econometría aplicada. Mi plan era intentar terminar el programa en dos años, lo cual, a la mayoría de las personas que se encontraban en él, les llevaba tres; no sabía si podía darme el lujo de destinarle una hora por día a ese esfuerzo.
No obstante, lo hice. Empezaba a las once arrodillándome para orar cerca de una pequeña estufa que se encontraba en la pared de piedra; y al orar, lo hacía en voz alta. Le decía a Dios lo desesperado que estaba por saber si el Libro de Mormón era verdadero; le decía que, si Él me revelaba esa verdad, entonces yo dedicaría mi vida a edificar Su reino; y le decía que, si no era verdadero, debía estar seguro de ello, porque entonces dedicaría mi vida a encontrar aquello que sí lo era.
Leí la primera página del Libro de Mormón y cuando llegué al final de la página, hice una pausa. Pensé en lo que había leído en esa página y me pregunté: “¿Es posible que esto lo haya escrito un charlatán que estaba tratando de engañar a la gente o realmente lo escribió un profeta de Dios? ¿Y qué significa esto para mí?”. Luego, dejé el libro y me volví a arrodillar para pedirle a Dios: “Por favor, dime si éste es un libro verdadero”. Entonces me senté en la silla, tomé el libro, di vuelta a la página, la leí, me detuve cuando llegué al final de ella e hice lo mismo que había hecho antes. Eso lo hice por una hora todas las noches, noche tras noche, en aquella habitación fría y húmeda en Oxford.
Una noche, cuando ya había llegado a los últimos capítulos de 2 Nefi, hice mi oración, me senté en la silla y abrí el libro. De repente, el cuarto se llenó de un Espíritu hermoso, cálido y de amor que me envolvió y me inundó el alma, infundiéndome una sensación de amor que no me había imaginado que podía experimentar. Comencé a llorar. A través de las lágrimas, miré las palabras que se encontraban en el Libro de Mormón y vi una verdad en ellas que nunca antes había imaginado que podría comprender; vi las glorias de la eternidad y vi lo que Dios tenía reservado para mí, uno de Sus hijos. Ese Espíritu permaneció conmigo durante toda aquella hora y durante el resto de las noches mientras oraba y leía el Libro de Mormón en aquella habitación; ese mismo Espíritu siempre volvía y produjo un cambio en mi corazón y en mi vida para siempre.
Recuerdo el conflicto que experimenté cuando me preguntaba si me podía dar el lujo de pasar una hora cada día, haciendo algo distinto que estudiar econometría aplicada, para descubrir si el Libro de Mormón es verdadero. La econometría aplicada la uso, quizás, una vez por año; sin embargo, el conocimiento de que el Libro de Mormón es la palabra de Dios lo uso muchas veces durante todos los días de mi vida. De toda la educación que he buscado en mi vida, ése es el conocimiento más útil que jamás haya obtenido.
A todos los que todavía buscan apoyo en el testimonio de otras personas, los invito a que aparten una hora cada día y averigüen por ustedes mismos si el Libro de Mormón es verdadero, y eso cambiará su corazón de la misma manera que cambió el mío. Entonces, algún día, podrán volver al lugar donde vivían durante la época en que Dios les reveló esto y señalárselo a sus hijos y a su cónyuge y decir: “Ése es un lugar sagrado porque allí supe que Jesús es el Cristo”.
Debido a que he procurado magnificar mi llamamiento y conocer a Jesucristo, les puedo testificar que sé sin ninguna duda que Él es el Hijo de Dios, que Él vive. Sé sin duda alguna que Él nos conoce y nos ama a cada uno de nosotros.